«La comunidad internacional mantiene respecto al Congo un silencio ensordecedor»

Más de tres años después de haber recibido el Premio Nobel de la Paz, el doctor Denis Mukwege lamenta que los crímenes que denunció en su día como las violaciones en tiempos de guerra aún perduren en su país. Entretanto, sigue desarrollando su labor de «reparación» en víctimas de violencias sexuales y defendiendo los derechos de las mujeres, en general.

«A veces es difícil ver que uno no puede expresarse libremente en su propio país. Necesitaba sentirme en casa». Así suena la voz emocionada del doctor Denis Mukwege ante la calurosa acogida de un público de mil personas. La multitud se reunió el pasado  2 de marzo en el anfiteatro de la excelencia en la Universidad de Lubumbashi para escuchar la conferencia de este médico laureado en 2014 con el premio Sájarov por el Parlamento Europeo y en 2018 con el Premio Nobel de la Paz por su lucha contra la «violación como arma de guerra». Un tema que el ginecólogo congoleño conoce muy bien. El hospital de Panzi dirigido por el doctor Mukwege está situado en Bukavu, en el Sud-Kivu, al este de la República Democrática del Congo (RDC) y desde 1999 se ha hecho cargo de más de 70 000 víctimas de violencias sexuales cometidas por grupos armados, congoleños y extranjeros, con extrema brutalidad. Denis Mukwege viaja por todo el mundo para defender la causa y para denunciar esta lacra que destruye a familias y comunidades, así como la salud física y psicológica de las mujeres. Ahora, va a realizar una «gira académica» por Kisangani, Goma, Kinshasa y Bukavu en este Congo en el que escuchar su voz se vuelve todo un desafío. Perseguido por potencias enemigas a las que molestan sus acusaciones, vive confinado en el interior de su hospital protegido por las tropas de la MONUSCO. Es ahí donde ha concedido una entrevista a La Libre que continuó en Lubumbashi una semana más tarde.

El Premio Nobel le abrió las puertas de palacios, chancillerías y parlamentos y le dio acceso a las tribunas para hacer llegar su mensaje. ¿Cuál ha sido su efecto?

El cambio más evidente es que ya nadie puede decir que no sabe lo que está ocurriendo al este de la República Democrática del Congo. Sin embargo, seguimos tratando día a día con víctimas de violencias sexuales y esta práctica no ha acabado. No se han hecho esfuerzos suficientes para eliminar estas atrocidades que se producen en las zonas rurales donde hay conflictos armados y cada vez es más frecuente verlo en las ciudades donde no los hay.

Otro cambio positivo es que, a día de hoy, existe un propósito de que las pacientes puedan recibir los cuidados necesarios. Se han puesto en marcha protocolos que ayudan a las pacientes a recuperarse en el plano médico y el psicológico. A nivel socio-económico, estamos intentando hacerlo lo mejor posible, al igual que en el de la justicia. En lo que respecta a este último, debo recalcar que tenemos la impresión de que la justicia militar va mejor que la civil. Queremos que se hagan más esfuerzos para que las víctimas no se sientan abandonadas. Lo que más nos duele es el silencio ensordecedor de la comunidad internacional cuando ellos mismos saben que se han cometido y se siguen cometiendo crímenes que podrían calificarse como crímenes contra la humanidad.

¿Qué le responden los jefes de Estado y del Gobierno con los que se reúne cuando pide la aplicación de las recomendaciones del informe Mapping de las Naciones Unidas sobre los crímenes de guerra cometidos en la RDC y la implementación de un Tribunal Penal Internacional (TPI) para el Congo?

Todos están de acuerdo en que es necesario hacer justicia y luchar contra la impunidad. Hay una conmoción generalizada ante lo que está ocurriendo aquí, pero no se están tomando medidas concretas. Ahí es donde radica el problema. Si nos limitamos a lo sentimental, nada cambiará.

¿Su Premio Nobel ha permitido a la comunidad internacional lavarse las manos, cambiar de tema y olvidar a la RDC?

No puedo contestar por ellos, pero sí que me hace dudar el ver que estos crímenes no suscitan en la comunidad internacional el mismo interés que otras situaciones.

Cuando Rusia comenzó a amenazar a Ucrania, pudimos ver cómo el mundo se movilizaba para evitar una escalada del conflicto. Desgraciadamente, no tuvo efecto y se han aplicado todo tipo de sanciones. En este tiempo, el presidente de un país africano de la región (el ruandés, Paul Kagamé), que figura entre los responsables de las atrocidades cometidas al este del Congo, ha anunciado la intención de que sus tropas atraviesen la frontera sin provocar ningún tipo de reacción y sin que la prensa internacional diga ni una palabra. De lo que pasa en África todo el mundo se calla. Tenemos a la MONUSCO en nuestra casa sin decir nada. Lo mismo que el Gobierno congoleño y la ONU. La comunidad internacional permanece callada mientras la gente muere todos los días. Los congoleños se dan cuenta de que hay una doble vara de medir.

¿Cuál debe de ser la responsabilidad del Estado congoleño en este trabajo por hacer justicia?

Un TPI en el Congo podría ocuparse de los mayores crímenes. Al lado, necesitaremos salas mixtas especializadas en las que jueces congoleños y extranjeros unidos puedan reconstruir la justicia congoleña que ha sufrido una dictadura y una guerra. No podemos esperar que la justicia llegue por arte de magia.  Los congoleños merecen la misma justicia que cualquier otro pueblo. No hablamos de 10 000 muertos, sino de millones de ellos. Un ejemplo sería el parlamentario y jefe de la milicia cuyos miembros se dedicaban a violar a niños en un pueblo: el día que la justicia le detuvo, se acabaron las violaciones. Esto demuestra que la justicia puede tener resultados.

¿Cuál es su relación con el presidente Tshisekedi?

Hemos coincidido varias veces. Aún estoy esperando que escriba al Consejo de seguridad de las Naciones Unidas para pedir la aplicación del informe Mapping. Si lo hace y es el Consejo quien lo bloquea, la sociedad civil podrá seguir defendiéndole, pero existen unos límites que nosotros no podemos franquear.

(Encuentro inédito entre el presidente Tshisekedi y el doctor Mukwege en Nueva York)

La mayoría de las violencias sexuales cometidas en el este del Congo son obra de milicias armadas, pero el fenómeno también se propaga en la población civil. ¿Esto significa que la población de un país violento está condenada a hundirse en la violencia?

Hay estudios que demuestran que esta situación lleva así desde hace más de 25 años. El gran problema es que en el momento en el que un niño ve a su padre decapitado, a su madre violada y no ha parado de vivir atrocidades, ¿qué ejemplo se le está dando para no terminar siendo un violador? Ve y explícale que debe respetar a las madres y a los padres de los demás; que debe respetar la vida humana. Y cuando todo esto lleva así 25 años, al final los que lo vivieron de niños ya son adultos. Es una responsabilidad colectiva. Lo hemos visto venir y no hemos hecho nada para detener este tipo de violencias que ahora se multiplican en la sociedad. El caso del Congo es diferente al de muchos otros países donde han ocurrido auténticas tragedias dada la duración del conflicto. La Segunda Guerra Mundial duró cinco años; las guerras de la antigua Yugoslavia, una decena; el genocidio de Ruanda, cuatro meses… en el Congo, ya va un cuarto de siglo. Existe una generación entera que nunca ha llegado a conocer la paz, que siempre ha convivido con la violencia y que ya no sabe diferenciar entre las dos. Es extremadamente peligroso y esto requiere un trabajo de fondo para que la gente pueda vivir en paz.

Su contacto con las mujeres víctimas de violencias sexuales se basa en cuatro pilares: el médico, el psicosocial, el socioeconómico y el de la justicia. ¿Se debería añadir uno para «educar y reconducir a los hombres»?

En mi discurso hago mucho hincapié en la masculinidad positiva. Hacemos un gran trabajo con las mujeres: primero en el aspecto médico y después en el psicológico con equipos dispuestos a ofrecer todas las terapias posibles, incluyendo, cada vez más, la arteterapia, algo bastante tradicional en África. Cuando ocurría alguna tragedia, la gente cantaba y bailaba. Acabo de tratar a tres mujeres que están en una situación de extrema pobreza; la última tiene los genitales destrozados y se encuentra muy mal, por lo que no puede ir al mercado, o ni siquiera tener vida social… Nosotros trabajamos para que estas mujeres puedan ser independientes económicamente. Y cuando lo sean, podrán exigir justicia. Es un orden lógico: solo pedimos justicia cuando tenemos dignidad. En la situación de pobreza en la que se encuentra la gente, ellos mismos creen que no sirve de nada; sobre todo porque podrían morirse en cualquier momento. Para estas mujeres, la justicia no consiste en vengarse, sino en que la sociedad las reconozca como víctimas y que no se las rechace. Contamos con asociaciones mutuales solidarias, donde juntamos a 25 mujeres afines para trabajar juntas, apoyarse cuando estén enfermas, invertir, reunirse cuando haya algún evento… Estamos reconstruyendo un vínculo social que una vez fue destruido.

¿Y los hombres?

Hoy en día, el problema es que además de maltratadores también hay víctimas. Con esto nos referimos a los niños que han nacido fruto de una violación o a los que han visto a sus padres ser agredidos. Si solo trabajamos el aquí (con las mujeres) sin preocuparnos del allí, la violencia permanecerá. Por eso, en la Fundación Panzi contamos con un programa dirigido a los hombres: Badilika, que significa cambio. Se puede cambiar el paradigma si se transforma la percepción de la masculinidad; porque si esta se convierte en sinónimo de violencia y supremacía, el otro 50 % de la población sufriría graves consecuencias. Trabajamos muy duro para conseguir un equilibrio entre géneros en la sociedad.

 En la Fundación Panzi contamos con un programa dirigido a los hombres: Badilika, que significa cambio. Se puede cambiar el paradigma si se transforma la percepción de la masculinidad; porque si esta se convierte en sinónimo de violencia y supremacía, el otro 50 % de la población sufriría graves consecuencias. Trabajamos muy duro para conseguir un equilibrio entre géneros en la sociedad.

La unidad de vuestro hospital dedicada a las víctimas de violencias sexuales también recibe muchas mujeres que padecen prolapso (descenso de órganos internos, como la vejiga, el recto, los intestinos…), a veces muy jóvenes. ¿Qué dice esto sobre la condición de las mujeres en el Congo?

Efectivamente, recibimos un número muy elevado de mujeres jóvenes que sufren de prolapso, con el útero entre las piernas, sin ni siquiera haber estado embarazadas. Esto es porque desde los cinco años han tenido que cargar con bidones de agua de 10 o 20 litros durante distancias muy largas. El pedir a las mujeres que realicen trabajos pesados bajo condiciones tan duras que acaban dañando sus órganos genitales también es una forma de ejercer violencia.

También hay numerosos casos de partos prematuros…

La niña de 16 años que acabo de tratar en consulta se quedó embarazada a los 15. El parto es traumático para las chicas porque deben ser madres cuando todavía son niñas, lo que también provoca que en un futuro tengan prolapsos o fístulas. Todo esto son consecuencias de la violencia de género, que no está necesariamente relacionada con el conflicto en sí, sino con un entorno en el que no se toma en consideración a las mujeres. Trabajamos para que los hombres den a las mujeres el lugar que les corresponde en la sociedad.

Nadie es eterno. ¿Confía en que lo que ha construido perdurará?

No tengo una bola de cristal, pero lo que puedo decirle es lo que intento hacer para mantener los progresos. Cuando empecé aquí era el único ginecólogo y ahora hay todo un equipo que yo mismo he formado. A algunos los hemos enviado a Bélgica o a Francia y están muy bien formados. El hecho de que tenga discípulos en el aspecto técnico ya es algo positivo.

Aquí hemos enseñado a mujeres en base al modelo de curación holística de Panzi y aportan sus ideas, como la compañera que creó un protocolo para los partos de las menores. Todos estos equipos están evolucionando e investigando para mejorar el trabajo que hacemos, y eso me enorgullece mucho.

Aquí hemos enseñado a mujeres en base al modelo de curación holística de Panzi y aportan sus ideas, como la compañera que creó un protocolo para los partos de las menores. Todos estos equipos están evolucionando e investigando para mejorar el trabajo que hacemos, y eso me enorgullece mucho.

Sus logros y su discurso hacen de usted un actor político…

(le corta). No, un actor de la sociedad civil.

Se prevé que en 2023 se celebren elecciones presidenciales y legislativas en el Congo. ¿Le tienta la idea de meterse de lleno en política? ¿O cree que le conviene seguir trabajando en su puesto actual?

Si lo que hago sirve para seguir mejorando la situación, prefiero estar donde estoy. Un cargo político nunca es un fin en sí mismo. El objetivo de todos debe ser lograr la paz para conseguir un desarrollo sostenible y que toda la población pueda vivir tranquila. En ese sentido, repito que los cargos políticos no son un fin en sí mismos. Me encanta lo que hago y me gustaría que se pudiera alcanzar el propósito final que es la justicia y la paz.

En Bukavu y en Lubumbashi (RD Congo) para DBnews 5 de marzo de 2022

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