Mahmoud Dicko: «Estoy en Malí, mi país, y tengo derecho a expresarme»

ENTREVISTA. El ex presidente del Alto Consejo Islámico se ha convertido en los últimos diez años en un vigía de los valores de la sociedad maliense. Se ha sincerado con Point Afrique sobre cuestiones esenciales tanto para su país como para África.
Un testimonio recogido por Olivier Dubois, en Bamako.

Durante los últimos diez años, Mahmoud Dicko, de 64 años, no se ha privado de dar su opinión, lo que lo ha convertido en una de las personas más influyentes del país.

El imán Mahmoud Dicko, ex presidente del Alto Consejo Islámico, siempre ha sabido cómo doblegar a los poderosos cuando se trata de defender los valores sociales de Malí. Su última proeza: conseguir reunir a miles de malienses el último 5 de abril, en la plaza de la Independencia, para manifestarse contra la mala gobernanza y exigir la dimisión del primer ministro Soumeylou Boubèye Maïga. El 18 de abril, este último renunció a su cargo y Boubou Cissé, el por entonces ministro de finanzas, fue designado primer ministro. Desde entonces, Malí vive a la espera de un nuevo gobierno y Mahmoud Dicko, opositor del gobierno actual, defensor del pueblo y detractor del mal gobierno, se ha vuelto más discreto para, según él, «esperar y observar». Aquel que afirma querer «dar tiempo al tiempo» ha aceptado contestar a las preguntas del periódico Le Point Afrique sobre los problemas actuales a los que se enfrenta el país, el futuro del islam, así como su capacidad para intervenir y movilizar a la ciudadanía en el futuro, si la situación del país lo exigiera.

Le Point Afrique: ¿Podemos considerarle como una especie de vigía de los valores de la sociedad maliense, como un observador que se permite bajar de su puesto cuando hace falta para transmitir su mensaje?

Mahmoud Dicko: Es exactamente lo que hago: no critico por criticar, no me opongo porque sí. Es solo que, cuando observo la sociedad, si hay algo que decir o denunciar, si es necesario llamar la atención sobre algo o dar la voz de alarma, lo hago.

No obstante, creo que en este país hay otros muchos actores anónimos que también trabajan para conservar nuestros valores. Lo que pasa es que, en general, cuando hablo, los medios de comunicación también lo hacen, por lo que acabo en primera página. En cualquier caso, ante todo soy imán, y la ética religiosa me pide mucha moderación, mucha modestia.

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Sin embargo, ¿eso lo legitima para establecer y abolir leyes, para designar o destituir a políticos?

Así es, ya que, como usted sabe, esos valores sociales a veces se confunden con los democráticos. Cuando no hay justicia, cuando no se respeta la ley, cuando no existe la igualdad, lo normal es que hagamos lo necesario para que esos principios se conserven. Es la lucha de todo aquel que está enamorado de la paz y la justicia.

La manifestación del 5 de abril fue un momento clave para la oposición de hierro que usted ejercía contra el Gobierno, ya que acabó llevando a la dimisión del primer ministro Soumeylou Boubèye Maïga. ¿Hace falta recurrir a grandes demostraciones de fuerza para hacerse oír en este país?

No lo diría exactamente así, pero creo que la demostración de fuerza es una expresión democrática: es normal, forma parte del juego de la democracia. No ocurre solo en Malí. Por ejemplo, en Francia, para que se produjese ese gran debate nacional, ha sido necesario que los chalecos amarillos saliesen a la calle todas las semanas. Solo así han logrado que se estudien todas las cuestiones que ellos demandaban. En Malí ocurre lo mismo, pero no solo hay que enseñar los músculos para que a uno lo escuchen, también hay que movilizarse para que todos sepan que lo que estás diciendo no solo concierne a una persona, sino que refleja la opinión de una gran parte de la población y, en una democracia, esto no puede ignorarse.

Durante la manifestación, muchos afirmaban haber acudido porque las autoridades religiosas los habían convocado. ¿Quiere esto decir que, sin un llamamiento de los imanes, de los políticos, de la sociedad civil, los malienses se resignan ante su suerte y no salen a la calle para expresar su descontento?

Como bien sabe, aunque en Malí hace solo veinticinco años que vivimos en democracia, la gente todavía necesita formación y educación. Buena parte de la población es analfabeta, no tienen conciencia política de base y necesitan un poco de guía. Pero el hecho de que hayan respondido al llamamiento de forma masiva quiere decir que también están hartos. No es malo que hayan encontrado un altavoz para su descontento, siempre ha funcionado así. No es algo único de Malí, en todas partes habrá siempre gente que intentará orientar a los demás, pero eso no quiere decir que estos últimos no sean conscientes de lo que ocurre.

Desde el 22 de abril, ya no hay gobierno en el país y usted se ha mostrado a favor de la oposición. ¿Qué piensa sobre la situación actual? ¿Apoya el acuerdo político del Frente para la Salvaguardia de la Democracia (FSD), que establece como condición la implantación de un gobierno de gran apertura que deberá intentar acabar con la crisis del país?

No lo sé, pero ¿acaso este acuerdo político no le convendría más a un gobierno de unión? Creí entender que el gobierno que se va a poner en marcha es de apertura. Por lo tanto, si se trata de un gobierno de apertura, eso significa que la iniciativa le corresponde al presidente y a su primer ministro, pues son ellos los que están proponiendo una apertura a la oposición y a todos aquellos que realmente quieren aportar algo. En cualquier caso, no querría entrometerme en estos asuntos porque, ante todo, se trata de asuntos que pertenecen a los estados mayores políticos. Precisamente por eso mantenemos una cierta distancia, porque es un debate que les incumbe a ellos; nosotros somos meros observadores. Si de verdad consiguen unirse y dar prioridad a Malí, así como encontrar una solución para salir de esta situación, mucho mejor. Pero me gustaría recordar que esto no es un gobierno de unión, sino de apertura, y que, por lo tanto, la iniciativa le corresponde a aquel que trabaja por ella porque la gente acude a él.

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Hace poco afirmó que «hay un divorcio en Malí, una crisis de confianza entre la élite y el pueblo». ¿Podría profundizar más sobre ello?

Si usted observa la tasa de participación en cada una de las diferentes elecciones, podrá ver que la forma en la que el ciudadano de a pie se interesa por la política cada vez es menor porque ha dejado de creer en ella. Y eso es, nada más y nada menos, que una crisis de confianza. Hoy en día, cuando un político quiere movilizar al pueblo, debe sobornar, invertir dinero o hacer camisetas. Tiene que hacer muchas cosas para que la gente se una. Pero no se trata de una adhesión natural, espontánea y voluntaria: siempre está planeada y montada en cierta medida. Actualmente hay un divorcio, una fractura entre la élite y el pueblo, el ciudadano de a pie, que ya no cree en lo que le decían los políticos. Hablaban de justicia y de un Estado de derecho; un Estado que permita la libertad de expresión y la empresarial y en el que todos los ciudadanos sean iguales ante la justicia. Sin embargo, la gente se ha dado cuenta de que, en realidad, esa justicia pertenece únicamente a los privilegiados que tienen dinero. La gente ha comprendido que la riqueza de Malí está mal repartida entre los hijos del país, y eso es lo que ha dado lugar a esta brecha entre el pueblo y la élite.

Entonces, dada esta situación, ¿cómo se puede revertir esa tendencia?

Cada uno de nosotros tenemos una serie de valores, por eso hablamos de nuestros valores sociales. El pueblo maliense al completo comparte dichos valores: la noción del perdón y la aceptación de aquel que reconozca su culpa, siempre y cuando acceda a reflexionar sobre sus propios actos. Para nosotros, una persona que reconoce sus errores demuestra su honestidad y valentía. Si los políticos estuvieran abiertos a reflexionar sobre sus acciones y a entonar el mea culpa, el pueblo podría perdonarles y pasar página. La capacidad de perdonar forma parte de nuestros valores. Y es algo común a todas las etnias y razas de nuestro país. Nos gusta el perdón, sobre todo por parte de aquel que reconoce los errores. El principal problema es que, por lo general, la élite y los políticos no están dispuestos a reconocer sus errores ni a cuestionarse a ellos mismos. Prefieren sacrificar a un chivo expiatorio que justifique sus fallos y, para mí, es lo que genera grandes problemas.

Si la élite y los políticos malienses entonaran el mea culpa ¿cree que podría reducir esta fractura con el pueblo?

Sí, lo creo, porque los malienses son un pueblo tolerante capaz de perdonar, asimilar y aceptar verdaderamente a los demás. Por lo tanto, creo que, si los políticos y la élite en su conjunto se esforzaran realmente en comprender e incluir este aspecto en sus acciones políticas, podría crearse una verdadera dinámica entre ellos y el pueblo.

¿Y, en ese caso, por qué no lo hacen?

Creo que hacer las paces con el pueblo no es su primera preocupación. Lo que les preocupa es ser capaces de reconciliarse con sus asociados internacionales. Eso es lo verdaderamente importante para ellos y lo que da lugar a ese desequilibrio. Lo primordial es que el pueblo sea lo primero para ellos y, después, sus asociados. Si observamos, por ejemplo, el último discurso del presidente Ibrahim Boubacar Keïta dirigiéndose a la nación maliense, podemos darnos cuenta de que, a modo de preámbulo, quiso expresar en nombre de la nación sus condolencias a Francia por el incendio de la catedral de Notre-Dame de París. El presidente puede compadecerse de sus asociados franceses y enviar sus condolencias, pero podría hacerlo a través de otro mensaje. En un discurso para la nación en el que las palabras se eligen para dirigirse al pueblo maliense con el objetivo de hablar sobre las preocupaciones actuales, incluir acontecimientos que no tienen nada que ver con los problemas nacionales, a pesar de que sintamos la tragedia del incendio de Notre-Dame en París, indignan al pueblo. Me da la impresión de que se preocupan más por la imagen que los demás tengan de nosotros. Eso es lo que realmente les preocupa: ¿qué va a pensar Francia de nosotros? ¿Qué va a pensar la Unión Europea de nosotros? Está bien que se preocupen por eso, porque son asociados fundamentales para Malí, pero primero es necesario apoyarse en uno mismo. Su legitimidad se la deben al pueblo, de ahí sacan su fuerza para hablar con los demás. Pero si uno se olvida del pueblo en provecho de otros, eso dará lugar a problemas. Sin embargo, no se trata de algo que ocurra solo en Malí. Por lo general, los líderes africanos tienen el mismo problema.

Usted ha realizado un llamamiento general a las inversiones para que el país pueda salir de este abismo, pero ahora que ya no se encuentra al frente del Alto Consejo Islámico de Malí ¿cómo piensa invertir con tal de encontrar soluciones para el país?

Como ya sabe, el Alto Consejo Islámico de Malí es un órgano encargado de colaborar con las autoridades, ese es su papel. En cuanto al resto, era yo el que velaba porque este órgano llevara a cabo su trabajo y por hacer de él una herramienta útil para el pueblo, para que tuviera en cuenta sus problemas reales. Cuando presidía este órgano, la gente venía a pedir asesoramiento, a explicarme sus problemas, a hablarme de sus propiedades, sus disputas, sus problemas familiares o incluso de divorcios. Colaboré con el Alto Consejo para que se convirtiera en una organización que pudiera servir para algo más que para funcionar como una interfaz o como un instrumento que emplea el gobierno solamente para difundir su mensaje mientras nosotros nos mantenemos como meros intermediarios, sin ni siquiera poder hacer nuestro el mensaje para saber cómo lo asimilaría el pueblo. Yo siempre he sido así, antes incluso de trabajar en este órgano. He dirigido el colectivo de las asociaciones islámicas y hemos conseguido hacer montones de cosas. Por lo tanto, dentro o fuera del Alto Consejo, yo seguiré estando ahí, como un ciudadano más. Si hay algo en lo que realmente sea necesario intervenir, lo haré; y, si debo hacer un llamamiento al pueblo para que lo hagamos todos juntos, de nuevo, lo haré.

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Algunos dicen que, sin esta estructura, su influencia disminuirá y que, sin el Alto Consejo, usted ya no tiene acceso a los diplomáticos, a las embajadas y no conseguiría movilizar a tantos. ¿Qué les contestaría?

Como usted sabe, el 5 de abril se habló mucho del Alto Consejo, pero, excepto mi portavoz, ninguno de sus miembros estuvo involucrado. En mi mezquita, no se habló de eso. Se trata de un mensaje que dirigí solamente al pueblo, únicamente a él, y el pueblo respondió. No fue el presidente del Alto Consejo para la Integración (HCI) quien movilizó al pueblo, sino el imán Mahmoud Dicko y yo he sido siempre el imán Mahmoud Dicko. Por lo tanto, si hace falta, mañana puedo movilizar a tantos como el 5 de abril o incluso a más.

Otros creen que su intención es la de iniciar un nuevo movimiento. ¿Cuál es la realidad?

La gente habla, pero yo personalmente creo que no debo precipitarme e intentar organizar algo porque ya no hablo en nombre del Alto Consejo. Creo que hay que darle tiempo al tiempo. Mucha gente me dice que hay que crear un movimiento. La gente me anima a hacerlo, pero considero que debo demostrar mesura y no seguir las expectativas puestas en mí en este momento. Voy a esperar y, si debo actuar, tendré que hacerlo con tacto, pericia e inteligencia para que pueda ayudar en lugar de causar problemas. Si creo una estructura, esta deberá ser un instrumento que sirva para ayudar al pueblo, al Alto Consejo y a las organizaciones de imanes, pero no deberá basarse en la rivalidad, que dará lugar a antagonismos. No deseo entrar en ese tipo de juegos.

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Algunos temen también que, durante el referéndum, usted busque imponerse sobre la reforma constitucional como sucedió en el pasado. ¿Qué tiene que decir sobre eso?

No tengo nada en contra de la reforma constitucional. Si el resto de malienses consideran que es algo bueno para el país, ¿por qué debería oponerme? A menos que aquello que se encuentre en la nueva constitución ponga en peligro los valores sociales del país o la integridad territorial maliense, no haría nada. En cualquier caso, no sería yo solo, sino todo el pueblo maliense quien debería lanzarse a las calles si hubiera algo que defender. A priori, yo no tengo nada en contra de la reforma constitucional.

Según un estudio del Equipo de Investigación de Economía Aplicada y Teórica (GREAT, por sus siglas en francés), tres de cada cinco malienses (el 58 %) piensan que el islam debería ser la religión oficial del Estado: las mezquitas se construyen constantemente y caóticamente en el territorio, diversas corrientes del islam se enseñan en todo el país sin control ni una política real de regulación. ¿A qué se debe esto, según usted?

Como usted sabe, Malí evoluciona. Evoluciona en todos los sentidos, en muchos ámbitos, y, en el religioso, también ha evolucionado mucho. Desde 1960 hasta la actualidad, miles de jóvenes se han formado en universidades del mundo musulmán en todas partes: Arabia Saudí, el Cairo, Irán, Líbano, Marruecos, Túnez, Libia, etc. Estas personas han vuelto con doctorados, másteres, licenciaturas. Muchos de ellos ofician actualmente en las mezquitas. Los predicadores han evolucionado también. Ya no son los imanes tradicionales que tuvieron que formarse en casa y cuyo padre era también un imán. Hoy en día, estos imanes son intelectuales que navegan por Internet, que saben lo que ocurre en el mundo, que tienen Whatsapp. Por tanto, este mundo ha evolucionado. Las mezquitas han evolucionado. El discurso en las mezquitas ha evolucionado. Sin embargo, la gente quiere la evolución en todas partes, menos en este campo. Nuestros gobernantes no han tenido nunca en cuenta a estas personas. Por eso, estos últimos han invertido en las mezquitas, han creado madrasas (escuelas coránicas, N. del E.) para vivir. Han invertido en el mercado y los pequeños negocios se han convertido en grandes negocios. Han creado agencias de viajes para ir en peregrinación a La Meca. Todo esto para sobrevivir mientras crean su empleo. Hoy en día, una gran parte de la economía está en manos de estos musulmanes. Se han convertido en una realidad económica del país, pero el Estado no se ha implicado. No hay ninguna política con respecto a ellos: los que tienen ideologías diferentes, wahabitas de Arabia Saudí, chiíes de Irán, malikíes de Marruecos, etc. El Estado no ha puesto en marcha políticas de renovación y orientación. Es una contradicción interna que bloquea el país. Desgraciadamente, no hay un dirigente con una visión, una capacidad de llevar a cabo una política para nosotros y, eso, a pesar de todo lo que hemos evolucionado.

Según este mismo estudio, el 54 % de personas a las que se ha preguntado en Malí estaría a favor de la aplicación de la sharía, una palabra que produce una gran preocupación en el mundo occidental. ¿Qué le parece eso?

Como usted sabe, nuestra percepción de la sharía es la justicia, el vivir juntos, la organización de la sociedad. Eso también es la sharía. Forma parte del islam, de la religión musulmana, pero no es el islam. La sharía solo se puede aplicar en una sociedad completamente musulmana. Es simplemente una herramienta para regular la sociedad. Usted no podría vivir en una sociedad en la que no hubiera reglas. Creo que, hoy en día, nosotros mismos, los musulmanes, necesitamos apropiarnos del significado de la sharía, de su interpretación, para que la gente entienda qué significa. Es una herramienta que utilizamos para regular la vida en sociedad. Todo lo que es justicia, nosotros lo llamamos sharía. Todo el mundo debe comprender correctamente la definición antes de dar su opinión sobre el tema.

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Se le acusa a menudo de ser partidario de la tendencia rigorista del islam, el islam wahabita. ¿Qué responde a eso?

Es verdad que, en la prensa, se me trata de wahabita, de promotor del wahabismo en la subregión. Sin embargo, me parece una exageración. Yo no promuevo nada. La gente dice cosas, las intensifica. Creo que, en la actualidad, tanto los musulmanes como los que no lo son deben juntarse para tratar de entenderse. Eso evitaría a menudo los conflictos inútiles. La religión musulmana es una gracia divina que Dios nos ha dado. Esta gracia no se puede transformar en una amenaza mundial, sino que, hoy en día, debe participar en el vivir juntos, la aceptación del otro. Eso es lo que nos tiene que aportar, pero el otro también tiene que dejar que me explique, acceder también a escuchar mis diferencias, pero, si el otro rechaza todo de mí y piensa que debo vivir mi religión como él cree, entonces nos encontramos ante un pensamiento que yo considero imperialista y que está siempre enterrado en aquellos que piensan que son los avales, los protectores, los que deben definir cómo debe funcionar el mundo y, por norma general, eso solo pertenece a ellos mismos, no a los otros. Creo que no se debe imponer a la gente una visión única. Es precisamente en la diversidad donde está el encanto de nuestro mundo. No puede haber un maestro del mundo, que dé clase, que oriente, que evalúe o no las elecciones, como los observadores de la Unión Europea que aceptan las normas que ellos definen. Aun así se dirá que soy un islamista, etc., pero yo no tengo nada en contra de los occidentales. Han aportado muchas cosas al resto del mundo en materia de conocimientos y civilización. Su aportación al mercado global actual es considerable. Eso no se puede negar. Sin embargo, tienen que aceptar realmente revisar la gobernanza mundial para intentar crear un equilibrio; si no, volveremos a caer en un sistema de dominadores y dominados.

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Dada la actual situación de seguridad, ¿usted cree que se debería poner de nuevo sobre la mesa la idea de hablar, o incluso negociar, con los yihadistas, que parecen estar dirigiendo el juego en el centro y el norte del país?

Lo dije en otro momento y continúo pensándolo; siempre que sirva para salvar vidas, considero que es necesario. Como sabe, ya se trate de los yihadistas o de sus víctimas, todos son malienses, así que, si podemos salvar estas vidas malienses, aún mejor. Somos un país que tiene muchos problemas de desarrollo y es inútil que nos involucremos en una guerra sin fin. Si no buscamos una solución y solo queremos el «todo por la seguridad», nadie podrá predecir cuándo terminará esta guerra. ¿Por qué utilizar en una guerra los escasos recursos de los que disponemos? En mi opinión, debemos utilizarlos más en proyectos de desarrollo para garantizar una mejor vida a los malienses, porque muchas de las personas que se encuentran en estas zonas hoy en día viven en una situación muy precaria. Mi problema no es conversar con los yihadistas, no, sino defender el país, buscar una manera de evitar una guerra. Anteriormente, eran los yihadistas, a día de hoy, la situación se ha ido de las manos y se ha convertido en una guerra comunitaria entre la gente, y mañana, ¿qué será? Si podemos poner fin a esto, tenemos que hacerlo, y no veo por qué deberíamos estar en contra si puede ser una solución. Tampoco debemos aceptarlo todo, pero debemos intentarlo todo para salir de esta situación.

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A través de la misión de buenos oficios que fue interrumpida, deseaba brindar su ayuda en la búsqueda de la paz en Malí. ¿Cree usted que, si hubiera podido llevar a término esta misión, la situación en el país no sería tan problemática como lo es hoy, especialmente en lo que respecta al acuerdo de paz y al restablecimiento de la administración maliense en las distintas zonas sin ley?

La gente ha comentado mucho sobre esta cuestión; me dijeron, por ejemplo, que estaba enfadado porque ya no disfrutaba de las ventajas. Todo esto me hace reír, porque tanto los que están allí como yo sabemos que la realidad no es así. Todavía duele que el país por el que uno siente tanto amor y por el que se quiere sacrificar, difame de esta manera, la misma gente que sabe que no es la verdad. ¿Sabe una cosa? Cuando me eligieron para desempeñar este trabajo de buenos oficios, no solo había gente feliz, sino que también había quienes no lo querían en absoluto. ¿Por qué motivo? Lo desconozco. En este caso, hay muchas cuestiones, demasiadas zonas oscuras y sin voz, incluso hay países que no estaban contentos, qué se preguntaron por qué Dicko. No he dicho nada más que lo que pienso, eso es todo. Si molesta a la gente, lo siento por ellos. Estoy en Malí, que es mi país, en el que tengo derecho a expresarme y a opinar sobre una u otra cosa. También dicen que conozco a Iyad Ag Ghaly, ¿y qué? No estoy siendo hipócrita, Iyad estaba en Bamako, en el Palacio de Koulouba, era consejero. Muchos políticos iban a comer a su casa. Yo nunca he comido con él, jamás en mi vida. Nunca hemos pasado más de 30 minutos juntos. Sin embargo, la gente dice que Iyad me admira mucho, que soy el único con quien puede hablar. Aunque me admirara, ¿dónde está el problema? La mayoría de la gente admira a personas que, sin embargo, nunca han visto, pero me parece muy extraño que se utilice como argumento para intentar ensuciar mi imagen. No obstante, no voy a entrar en eso.

Usted también ha sido profesor, ¿qué opinión le merece la huelga de profesores que comenzó hace tres meses? ¿Qué debemos hacer a corto plazo para salir de esta crisis?

Es realmente lamentable que la situación haya llegado a este punto. Saben, nada es demasiado para un profesor, a pesar de todo lo que exigen los profesores, se merecen más. Es como los soldados que hacen el último sacrificio, dan la vida para salvar la vida de otros, nada es demasiado para ellos tampoco. No obstante, lo que si debemos tener es consideración, que al final es más importante que lo material. Los profesores y los militares son cuerpos que deben ser respetados y valorados. No se puede pretender que un país se desarrolle si tiene una educación de mala calidad, arrastrada por el lodo, con profesores a los que se menosprecia, no se puede hacer eso. Dado el tren de vida del Estado y del resto, no se les puede culpar. El problema es que hoy en día la gente tiene la impresión de que se les desprecia, de que no se les valora, que no se les tiene en cuenta, y es un error. En la situación en la que nos encontramos, ¿por qué el presidente de la República no debate con ellos, para poner todo sobre la mesa? Que se aporten cifras, la situación financiera de Malí, que se les explique lo que se puede hacer de forma transparente, para encontrar juntos la solución adecuada. Lo que los maestros ofrecen es el saber, lo que forma a las generaciones futuras, no hay que olvidarlo. Así que lo que importa a día de hoy es la consideración. Lo mismo sucede con nuestros mártires, nuestros militares no deben morir como conejos, enterrados en el anonimato. El pueblo debe estar allí para enterrarlos bajo la bandera. Vivos o muertos, se les debe respetar y honrar.

Fuente: Mahmoud Dicko

Traducción de Delia García, María Iglesias, María Teresa López y María Valdunciel (Universidad de Salamanca).

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