La insufrible marginación de los hutu en Ruanda

Patrick Mbeko

El 1 de octubre de 1990, el Frente Patriótico Ruandés (FPR), un movimiento político y militar formado por exiliados residentes en Uganda, atacó Ruanda desde el país ugandés. Desde enero de 1991, los rebeldes tutsis instauraron un clima de terror en todo el país. Exacerbaron el odio étnico y cometieron un genocidio mediante el asesinato, el 6 de abril de 1994, de los presidentes de Ruanda y Burundi, Juvénal Habyarimana y Cyprien Ntaryamira respectivamente, ambos hutus.

En julio de ese mismo año, se apropiaron del poder tras masacrar a un número incalculable de hutus, tutsis y twas. Gracias al apoyo prestado por sus socios estadounidenses y británicos, consolidaron su poder e impusieron al mundo entero su propia versión sobre el genocidio: según ellos, los tutsis fueron las únicas víctimas y, los hutus, los absolutos villanos de esta terrible tragedia. Su jefe, Paul Kagame, consiguió llevar el cinismo hasta límites difícilmente alcanzables: se alzó como el héroe que fue capaz de parar ese mecanismo letal que, sin embargo, él mismo desencadenó sin tener en cuenta las vidas de los ruandeses.

Han pasado 25 años desde esta horrible tragedia y la “verdad oficial” ofrecida por los vencedores ha sido impuesta en todo el mundo; y aquel que la cuestione o intente examinar los hechos será atacado de manera violenta. La invasión de Ruanda a principios de los años 90, así como el atentado contra el avión del presidente Habyarimana —considerado por la ONU como el desencadenante de las masacres—, son detalles históricos sobre los que no es necesario detenerse. El silencio en lo que respecta a estos dos acontecimientos es total.

Sin embargo, lo que resulta especialmente asombroso en esta historia es el silencio eminentemente negacionista que rodea a las víctimas hutus de la barbarie perpetrada por el FPR en Ruanda y el Congo. Los hombres de Kagame han asesinado a cientos de miles de personas, puede que incluso millones, ante la más absoluta indiferencia de la incorrectamente denominada “comunidad internacional”. Son los únicos que han sido juzgados por el Tribunal Penal Internacional para Ruanda (TPIR) y las jurisdicciones nacionales de los países occidentales. Perseguidos como si fueran presas, muchos hutus viven con el miedo de tener que comparecer ante un tribunal de justicia por crímenes que no han cometido.

La “comunidad internacional” de los Estados Unidos de América, que permitió que el FPR sembrara la muerte y la desolación en 1994, sabe mostrarse sensible ante el sufrimiento de los tutsis; pero esta compasión, alimentada por los medios de comunicación, es muy selectiva cuando llega el momento de hablar del sufrimiento de los hutus. Desde el 6 de abril de 2019, estos observan cómo el mundo entero conmemora el “genocidio de los tutsis” mientras ellos mismos son excluidos de dichas conmemoraciones.

De hecho, cada mes de abril, que tanto en Ruanda como en el resto de países está marcado por la conmemoración de la tragedia ruandesa, actualmente está dedicado tan solo a la “memorialización” de las únicas víctimas tutsis del genocidio. Se trata de una “injusticia memorial” consentida tanto por la ONU como por numerosos países occidentales y africanos. ¿Cómo se puede llegar a marginar a un pueblo hasta ese punto? ¿Cómo puede hablarse de justicia y de reconciliación ante la impunidad de la que gozan unos y el ensañamiento del que otros son víctimas?

Si la verdad sin justicia es portadora de múltiples males, la justicia sin verdad es un engaño que conducirá a problemáticas inimaginables en el futuro…

Por Patrick Mbeko

Fuente: La insufrible marginación de los hutus en Ruanda

Traducción de María Iglesias Isidro (Universidad de Salamanca).

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