Entrevista al P. Santos Ganuza Lasa en la época del genocidio: “Se tiene una versión muy parcial de lo que ocurrió en Ruanda”

El misionero artajonés, Santos Ganuza vive con la convicción de que la reconciliación nunca llegará a Ruanda mientras “no se deje hablar a los vencidos y se sepa toda la verdad”. Él vivió allí desde 1964 hasta 1994, cuando tuvo que salir escapando de la violencia. “Hay que dejar de culpabilizar exclusivamente a los hutu”, defiende.

“Apunta, apunta esto que es muy importante. Escríbelo porque esto no se ha dicho”. A sus 90 años, Santos Ganuza Lasa, artajonés, misionero de los Sagrados Corazones, se siente en el deber de arrojar un poco de luz sobre lo ocurrido en Ruanda hace 25 años. Lo que él presenció como testigo directo “de los trágicos acontecimientos” no coincide con lo que escucha y lee por ahí, con eso que llaman “versión oficial”. “Yo tengo constancia de muchos, muchos hutus asesinados pos tutsis”. Diez mil de ellos, en el territorio de una de sus parroquias, en Rukara. Donde también vio morir a más de mil tutsis refugiados en su iglesia. “Hablar solo de la masacre de hutus contra tutsis no es toda la verdad”, se lamenta. (…)

“Lo que pasó, pasó, y yo no quiero que este testimonio sirva para reabrir heridas. Pero para avanzar hacia la reconciliación, todos deben reconocer su propia culpabilidad y escuchar las reclamaciones del otro. Hay que terminar de una vez para siempre de culpabilizar exclusivamente a los hutus de todas las crueldades y masacres cometidas esos días”, insiste.

¿Qué otras cosas se han contado que contradicen lo que usted vivió?

Dicen que había una lista negra para exterminar a los tutsi, pero eso es mentira. Los hutus son el 80% de la población, nunca pensaron que iban a perder. No había lista negra.

¿Vieron venir la ola de violencia?

Sí y no. La violencia vino cuando mataron al presidente Habyarimana. Lo mataron por traición, por hipocresía. Estaban en una reunión de diálogo por la paz y al volver tiraron el avión y lo mataron.

¿Antes del asesinato no existía una quiebra social grande?

Para entender esto hay que recordar que la invasión duró cuatro años. O si quieres, dicho de otro modo, que hubo dos invasiones. La primera, la del 3 de octubre de 1990, era una invasión por el poder. Buscaban (la guerrilla del Frente Patriótico Ruandés formada por tutsis expulsados a Uganda) cambiar al presidente, pero con la población se relacionaban bien. Convivían bien con la gente. La segunda, liderada por Paul Kagame era una invasión racista y genocida. Iban eliminando a todos los hutus e instalándose los tutsis. Kagame es un gran estratega y fue ganando terreno.

¿Qué pasó?

Los invasores se comieron al ejército de Ruanda, que apenas tenía militares porque el presidente había dicho que no hacía falta, así que se vieron obligados a negociar.En esos tres años, de 1990 a 1993, se produjeron matanzas, pero esporádicas. Fue en 1993 cuando todo el pueblo ruandés se unió contra los invasores.

¿Hasta entonces estaban desunidos?

En la parroquia lo veíamos. Teníamos catequistas de uno y otro bando, de uno y otro partido, pero en 1993, todos los hutus se unieron en torno a su raza. Sabían que los otros (los tutsis) se los iban a comer si no. Entre 1990 y 1993 se convivió buscando una reconciliación, trabajando en las parroquias y esperando un diálogo de paz. Pero con el magnicidio del presidente, el pueblo se desesperó y perdió el control. No se ha hecho una investigación serena e imparcial sobre el magnicidio, sobre quiénes estaban detrás. Pero una observación: los que sí estaban preparados para el crimen eran los invasores, que a las 7 de la mañana de ese mismo día ya se habían apoderado de los puntos críticos de la capital. Y al día siguiente, en el primer poblado del que se adueñaron, cogieron a la población con la excusa de nombrar a las nuevas autoridades y los masacraron a todos. Aún no había comenzado la masacre (contra los tutsi) de la que tanto se habla, empezaron ellos. Imagínate cómo se puso la población hutu cuando corrió la noticia. Así que todos los tutsis corrieron a refugiarse en las parroquias.

¿A día de hoy sigue sin haberse esclarecido la autoría del asesinato del presidente?

Y no se sabrá. La clave son las minas de coltan que están en la frontera de El Congo, a pocos kilómetros de Ruanda. Estados Unidos e Inglaterra tenían el interés de apropiarse de eso.

¿Y para eso hacía falta eliminar al presidente?

(Hace un gesto afirmativo con la cabeza)

¿Cómo intervino usted aquellos días?

Yo fui el primero que acogió los primeros refugiados el 3 de octubre de 1990 en la parroquia de Kiziguro, y también el que acogió cuatro años más tarde 3.000 refugiados en la parroquia de Rukara. Trabajé junto con las autoridades del Estado todo lo que pude para evitar la masacre. Recuerdo cuando le dije al alcalde de Rukara, “Si matan a estos refugiados (tutsis) que están en la Iglesia, esas fotos darán la vuelta al mundo y no habrá nadie que os salve. Vuestra causa hutu estará perdida”. Y él me respondió: “Te atreverías a decir esas palabras delante del gobernador? Las palabras de un blanco tienen más peso”. Y allá que nos fuimos, el 8 de abril de 1994. Al final hablamos con el comandante militar de la provincia que mandó una unidad militar para defender a los refugiados en la Iglesia e intentó calmar los ánimos. Al día siguiente vino un convoy de vehículos belgas que nos ofreció auxilio a los dos religiosos que estábamos. Tenían el avión preparado para salir.

¿Y se fueron?

Decidimos irnos, pero no nos fuimos. En el camino me encontré con el alcalde y al decirle que me iba, me respondió: ¿te vas y dejas a los refugiados en la Iglesia. Tengo un hilito de fe y esperanza, y es usted. Si usted se va, esta noche matan a todos. ¿has oído?, le dije a mi compañero. Yo me quedo. Pues yo no te dejo solo. La noche siguiente asaltaron la iglesia. Justo acababa de salir yo cuando estalló una granada en la puerta. La turba estaba acechando y querían esperar a que yo saliera. Me cogió ya en mi habitación. Cuando escuché la bomba me metí debajo de la cama. Es el instinto. Después, gritos y gritos, bombas y granadas que cían cerca y me rompieron las ventanas. Me acuerdo de que en medio de esta tragedia tenía calma. Me puse a cantar.

¿Y qué cantaba?

Qué alegría cuando me dijeron vamos a la casa del señor. Yo pensaba que me iba a morir e iba al cielo. Hasta que otra bomba cayó cerca y ya se me quitó el canto. Me escondí otra vez debajo de la cama. Así estuve hasta las seis de la mañana- Salí con miedo. Mi compañero se había ido al monte. En la iglesia había un montón de cadáveres; tantos que no se veía el suelo. Había también heridos desangrándose. Pedían agua. Solo encontré media calabaza para repartírsela porque me habían robado todo.

¡Menudo horror!

Decidimos que teníamos que salir de allí. Nuestra presencia no había servido para nada. En aquel ataque murieron más de 1.000 tutsis, pero es que dos días después llegaron los tutsis (FPR) y masacraron a más de 10.000 hutus en el territorio de la parroquia. Yo tengo constancia de camiones y camiones de hutus, a los que mataban y tiraban al río Nilo. Los cadáveres llegaban hasta el lago Victoria, donde se calcula que encontraron unos 20.000. De esta segunda masacre no se dice nada, y los que murieron era la mayor parte inocentes, porque los que tenían culpa habían huido y dejado el país.

¿Por qué cree que esta, la que es su visión de aquel conflicto, no es la que se cuenta?

Porque los que mandan hoy son los que los mataron. Pero yo no quiero culpabilizar demasiado. Quisiera buscar caminos de paz. Lo que pasó, pasó:

Después del ataque a su parroquia, sí se marcharon.

Sí, volvimos a España y aquí estuve dos meses. Me enteré que 30.000 personas de mi parroquia habían tenido que huir a Tanzania y que las ONG habían ido a socorrerles. Le dije a mi superior: tengo vergüenza; las ONG van y nosotros, aquí. Me marché a Tanzania. Nos pusimos de acuerdo con Cáritas, que nos ayudó muchísimo. Fuimos tres compañeros. Había dos campos con 100.000 personas. Y ahora viene la última aventura, cuando me despacharon del campo de refugiados de Tanzania en 1996.

¿Por qué le echaron?

Querían obligarles (a los refugiados) a regresar a Ruanda. Yo creía que algunos corrían el riesgo de que los mataran si volvían. Se dieron cuenta de aquello y de que estaba sublevando a los refugiados. Me sacaron preso después de enfrentarme al jefe del campo y al gobernador. Me declararon persona non grata y regresé otra vez a España.

¿Volvió a Ruanda?

A Ruanda no. Era peligroso, había apoyado a los hutus. Regresé a Camerún donde estuve 20 años.

¿Ruanda ha llegado, 25 años después a una reconciliación?

No, en absoluto.

¿Los actos celebrados con motivo del aniversario no han querido trasmitir una imagen de unidad, de paz?

Sí. Pura hipocresía. Una comedia.

¿Qué hace falta para avanzar?

Escuchar las reclamaciones del otro. Ni los tutsis son ángeles del cielo que han bajado a liberar a la población, ni los hutus son diablos salidos del infierno. Así se lo dije a los obispos de Tanzania en su día. Los dos son pecadores y los dos tienen culpa.

¿Las potencias occidentales también tuvieron parte de culpa?

Toda, toda, toda.

Texto: Ainhoa Piudo

Fuente: Diario de Navarra, 16 de abril de 2019 (EXTRACTOS)

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