Comida falsamente procesada se está convirtiendo en una epidemia en la vida urbana africana

Un vendedor transporta su mercancía. Foto: QuartzAfrica.
Un vendedor transporta su mercancía. Foto: QuartzAfrica.

A finales de febrero, Nahima y Yayaya, de 14 años, murieron tras haber comido  galletas contaminadas con la ocasión de la celebración en su colegio del cumpleaños de un compañero de clase; el colegio se encuentra en las afueras de Abuja, capital de Nigeria. Otros niños de su clase también fueron hospitalizados. El pánico y las amenazas de los padres indignados obligaron a un cierre temporal del colegio, pero, hasta la fecha, no ha habido ningún esfuerzo en investigar el origen de las causas ni hacer el seguimiento o cerrar la compañía responsable.

Este trágico incidente es parte de una explosión global de fraude alimentario, que surge ante el engaño deliberado de las empresas sobre sus productos. Según la Asociación de Fabricantes de Productos Alimenticios de los Estados Unidos, el fraude alimentario afecta aproximadamente al 10 % de todos los productos alimenticios que se comercializan y le cuesta a la industria alimentaria mundial entre 10.000 y 15.000 millones al año.

Los datos que se refieren al continente africano no son fácilmente accesibles, pero lo que se encuentra es alarmante. Una investigación reciente realizada por la Confederación de Industrias de Tanzania estima que más del 50 % de todos los productos -incluidos alimentos, medicamentos y materiales de construcción- importados por Tanzania son falsos. Hay indicios de que las tasas podrían estar entre el 10 % y el 50 %, según la categoría de alimentos y el país de que se trate.

Como elaborador de productos agrícolas y cofundador de AACE Foods y Sahel Capital en Nigeria, he observado de primera mano la magnitud de las crisis de fraude alimentario y cómo las estanterías de los supermercados y los puestos de venta al aire libre están a menudo repletos de productos falsificados. En Nigeria hay leche en polvo sin proteína animal. En Kenia hay aceite vegetal hecho de aceite reciclado no apto para el consumo humano.

En Ghana, el aceite de palma está envenenado con un colorante para alimentos llamado Sudán IV, que es ampliamente reconocido como carcinógeno. En Uganda, la formalina, sustancia química de embalsamamiento, se usa para mantener la carne y el pescado libres de moscas y con apariencia de frescos durante días. En todo el territorio africano, hay casos de arroz de plástico que no es sino cáscaras de arroz desechadas y empaquetadas como arroz de alta calidad; también hay polvo de maíz teñido con Sudán IV, etiquetado como pimentón.

Puesto que la mayoría de los productos falsificados en África son alimentos básicos que se consumen para satisfacer las necesidades dietéticas diarias, van a contribuir muy probablemente al aumento de los niveles de desnutrición y cáncer en el continente.

Aunque los padres que viven con pocos dólares al día creen que les compran leche a sus hijos, esa leche no tiene proteínas animales y las consecuencias en el desarrollo infantil pueden ser desastrosas. De hecho, no hay forma de saber en qué medida el fraude alimentario está contribuyendo al retraso del crecimiento que afecta al 34 % de los niños africanos menores de cinco años, ocasionando secuelas durante toda su vida tanto en el desarrollo físico como el intelectual.

Varios factores influyen en el aumento del fraude alimentario en África. En primer lugar, la creciente complejidad de los sistemas alimentarios -ingredientes con largas cadenas de suministro- y los diferentes niveles de análisis y controles de calidad dificultan mucho la identificación del origen de los productos alimenticios. En segundo lugar, los fabricantes locales se enfrentan a una competencia creciente a causa de importaciones más baratas, que a menudo tienen estándares de calidad más bajos para destinos africanos, lo que posibilita utilizar ingredientes de inferior calidad o, incluso, no regulados en los productos para reducir sus costos de producción. En tercer lugar, estándares regulatorios, a la vez que sistemas y mecanismos de seguimiento deficientes, provocan lagunas en las que los falsificadores pueden florecer.

Aún no se conocen todas las repercusiones económicas o en la salud que comporta el fraude alimentario, pero parece incuestionable que, si este no se controla, esta tendencia agravará los problemas de nutrición y salud a los que se enfrentan muchos países de África. Ello provocaría el fracaso de los esfuerzos llevados a cabo para construir sistemas alimentarios locales sólidos y dinámicos.

Afortunadamente, algunos países y empresas africanas están empezando a actuar. Muchos se han adherido a CODEX, una iniciativa de la OMS/FAO que establece estándares globales para la seguridad de los alimentos. Sudáfrica ha aplicado amplias regulaciones de etiquetado. Ha prohibido los colorantes de alimentos de Sudán I al IV y los organismos reguladores han retirado de las estanterías los productos que contenían este peligroso componente químico. La Oficina de Normalización de Kenia y la Autoridad para la Alimentación y Medicamentos de Ghana están también concienciando a los comerciantes y minoristas sobre los efectos dañinos del fraude alimentario.

 

Pero es necesario hacer más

El coste de la prevención es mucho menor que el de la inacción, cada uno tiene un papel fundamental que desempeñar. De hecho, solo mediante el ejercicio de nuestra voluntad política colectiva y nuestro compromiso con la salud, la seguridad alimentaria y el desarrollo económico de África, podemos detener el fraude alimentario y restablecer la confianza de la sociedad en los alimentos.

 

¿Qué debe hacerse?

Los gobiernos africanos deben establecer estándares regulatorios estrictos en lo que se refiere al contenido y etiquetado de los alimentos, realizar seguimiento y evitar la falsificación de alimentos importados o producidos localmente. Al igual que la guerra mundialmente declarada contra los medicamentos falsificados, las acciones contra los causantes del fraude alimentario deben ser audaces, rápidas e implacables.

La Unión Africana debería establecer una red contra el fraude alimentario, similar a la de la Unión Europea, así como capacitar a inspectores de alimentos, policía, funcionarios de aduanas y otros para detectar el fraude transfronterizo. Las comunidades económicas regionales de África deben firmar acuerdos comerciales formales con sus homólogos de Europa, América Latina, Asia y las Américas, dirigidos a la normalización de la seguridad alimentaria y a la protección contra el fraude de alimentos.

Los medios de comunicación deben crear una conciencia amplia entre los ciudadanos y capacitarlos para identificar los alimentos falsificados.

Los consumidores deben permanecer atentos y lanzar la alarma una vez que se detecte un fraude alimentario, así como exigir una mejor protección por parte de los organismos reguladores y del gobierno.

Los fabricantes de alimentos y las agroindustrias, tanto locales como globales, deben establecer y hacer cumplir normas estrictas de integridad y responsabilidad. Además, las asociaciones de la industria deben convertirse en perros guardianes e invertir en autorregulación y autocontrol para frenar las malas prácticas.

Nahima y Yayaya murieron prematuramente debido a nuestra negligencia colectiva. Debemos actuar ahora y rápidamente si queremos evitar una crisis más profunda.

 

Fuente: Ndidi Nwuneli (10 de marzo de 2018). 
"Fake processed food is becoming an epidemic in African 
urban life", en Quartz Africa.

Traducido por Nuria Blanco de Andrés para Umoya.

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