Análisis: elecciones en RDC

La Comisión Electoral del Congo revisa los formularios de votación. Foto: Reuters (recogida de Euronews).
La Comisión Electoral del Congo revisa los formularios de votación. Foto: Reuters (recogida de Euronews).

1) Joseph Kabila bajo la presión de sus vecinos

A lo largo del proceso electoral en RDC, con diálogos y aplazamientos, los países de la región mantuvieron la presión sobre Joseph Kabila para que renunciara a un tercer mandato, juzgado como demasiado peligroso. Durante los dos últimos años, la crisis política y los sobresaltos trajeron consigo una afluencia regular de refugiados. La gestión de la crisis electoral en el Congo ha sido vista por muchos Estados como clave para la estabilización de la región de los Grandes Lagos.

“Pero ¿por qué arte de magia han sacado semejante comunicado?”, se encrespa un diplomático de la Unión Africana (UA) que el 18 de enero de 2019 pone en entredicho el derecho de reserva. “¿Qué haremos la próxima vez? ¿Pedir un nuevo recuento de votos en las próximas elecciones en Nigeria?”.

La víspera, una decena de jefes de Estado del continente se habían reunido en la sede de la organización en Addis-Abeba. Durante cinco horas, a puerta cerrada, debatieron sobre la crisis postelectoral de la RDC. El presidente saliente, Joseph Kabila, en el poder desde hacía 18 años, parece dispuesto a dejar su sillón a Félix Tshisekedi, hijo del opositor histórico, a la vez que se reserva el control de las asambleas, nacional y provinciales. Siguiendo los pasos de la Iglesia católica y de algunos socios del Congo, africanos y occidentales, estos jefes de Estado africanos ponen en duda los resultados provisionales y exigen la suspensión de la publicación de los resultados definitivos, a la espera de la llegada a Kinshasa de una delegación cuatro días más tarde.

El que convoca esta “reunión consultiva de alto nivel” es, ironías de la historia, el ruandés Paul Kagame, presidente en ejercicio de la Unión Africana, elegido para un tercer mandato a la cabeza de su país en 2017 con, oficialmente, el 98% de los votos. Desde su ascensión al poder, Kagame ha rechazado cualquier diálogo con su oposición, a la vez que se ha otorgado el derecho de representarse hasta 2034. La perspectiva de un Paul Kagame hacedor de reyes hace rechinar de dientes a Kinshasa hasta en las filas de la oposición, dado que el jefe de Estado ruandés ha sido acusado desde 1996 de desestabilizar el país y de haber multiplicado las fosas comunes hasta Kisangani. “Ello ha desacreditado inmediatamente la iniciativa a ojos de muchos congoleños, que, sin embargo, deseaban que la verdad de las urnas fuera respetada”, destaca un activista congoleño.

El ugandés Yoweri Museveni y el otro congoleño Denis Sassou-Nguesso, en el poder respectivamente desde hace 33 y 22 años, están también allá. Un diplomático congoleño se apresura a ridiculizar las conclusiones de un “club de presidentes vitalicios” que se atreven a dar lecciones al “padre de la democracia”, Joseph Kabila. Este diplomático recuerda que Joseph Kabila ni ha cambiado la constitución ni ha colocado a un delfín a la cabeza del Estado.

Sin embargo, en el Congo, ha habido irregularidades, tentativas de corrupción y casos de fraude, pero los congoleños han permanecido determinados para votar masivamente y en calma contra el candidato de la coalición en el poder, Ramazani Shadary. Después de dos años de aplazamientos y de varias manifestaciones reprimidas con sangre, la misma celebración de las elecciones constituía, incluso para la misión de observación de la Unión Africana, “una primera victoria para el pueblo congoleño”.

“Serias dudas” sobre los resultados

Se desplazaron también a la capital de Etiopía los jefes de Estado de Sudáfrica, Angola, Zambia, Namibia e incluso Guinea y Chad, a los que se unió el primer ministro etíope y el presidente de la Comisión, a esta minicumbre. Casi todos han tenido algo que ver en las dos guerras del Congo. Todos, en un momento u otro, apoyaron a Joseph Kabila. Se trata de padrinos, unas veces irritados, otras, insistentes con sus consejos.

Reunidos a puerta cerrada, sin advertir a su entorno o incluso a la administración de la UA, estos jefes de Estado adoptan una decisión contraria a lo señalado en el comunicado de la Comunidad de Desarrollo de África Austral (SADC), publicado horas antes. No exigen el respeto a la soberanía del Congo, sino que concluyen más bien en “la existencia de serias dudas con relación a los resultados provisionales de las elecciones” en RDC. “A puerta cerrada, son sobre todo los vecinos del Congo, Ruanda, Angola, Congo-Brazzaville y Zambia, los que han empujado y han hecho prevalecer que era preciso actuar para preservar la seguridad regional”, confirma un cercano colaborador de los jefes de Estado presentes. Un ministro de un país vecino hace esta confesión: “Kabila está jugando peligrosamente”.

A esta presión regional ha tenido que enfrentarse Joseph Kabila desde 2016. El benjamín de los jefes de Estado de la región no ha cesado de clamar por su independencia y por la soberanía del Congo; ha evitado cumbres y visitas, por estar, como dicen sus cercanos, “demasiado ocupado”. Pero, ha renunciado a un tercer mandato, en parte, por la presión de los padrinos regionales; tercer mandato juzgado como demasiado peligroso. Los anatemas, el jefe de Estado congoleño los ha reservado a la antigua potencia colonial, Bélgica; tampoco ha dudado en mantener un pulso con la UE y casi ha logrado reducir al silencio a la Monusco, Misión de las Naciones Unidas en el Congo, exigiendo un plan de retirada definitiva.

¿Qué estrategia ante el rechazo de Kinshasa?

Kinshasa, no es ninguna sorpresa, rechaza enseguida suspender la proclamación de los resultados definitivos de la elección presidencial; grita contra la injerencia y promete una decisión de la Corte Constitucional “en los plazos previsto por las leyes de nuestro país; leyes que no se pueden violar”, en palabras de Lambert Mende, portavoz del Gobierno. Pero el comunicado y el anuncio de la visita son aplaudidos por la Conferencia Episcopal del Congo y por la Unión Europea, con Francia y Bélgica a la cabeza. París y Bruselas son acusados abiertamente por diplomáticos de la UA de ser “la mano negra” detrás de una toma de posición criticada.

Los EE. UU., que reclamaban como el resto la verdad de las urnas, permanecen extrañamente silenciosos y reconocerán la víspera de la investidura, tras una entrevista con su embajador en Kinshasa, al nuevo presidente del “primer traspaso de poder pacífico y democrático”.

Por parte de los jefes de Estado de la Unión africana, el primero en romper filas es el sudafricano Cyril Ramaphosa, que sin embargo estaba anunciado como miembro de la delegación de alto nivel a Kinshasa. Una fuente diplomática africana decía “que él [Ramaphosa] había expresado reticencias a arrinconar a Joseph Kabila y se había dejado convencer en Addis-Abeba”. Después de todo, la exigencia democrática en Sudáfrica se limita a una alternancia en el seno de una amplia coalición en el poder.

Apenas horas después de la proclamación de los resultados definitivos, el siempre conciliador Cyril Ramaphosa se da prisa en felicitar a Félix Tshisekedi por su victoria, a pesar de las sospechas de negociación con su aliado tradicional y hasta entonces socio financiero de Sudáfrica, Joseph Kabila. La visita es aplazada sine die y el otro opositor, Martin Fayulu, que se autoproclamó presidente, ve que su victoria, reconocida por la comunidad internacional, se escapa. De los catorce jefes de Estado invitados, solo uno se desplazará para asistir a la investidura de Félix Tshisekedi. El ruandés Paul Kagame no dice nada.

¿Joseph Kabila ha cedido lo suficiente?

En agosto pasado, tras haber designado su delfín, Joseph Kabila piensa sin duda que la presión se va a relajar. Acepta asistir a la cumbre de la SADC. “Llega persuadido que será recibido como héroe de la democracia”, explica uno de los participantes en el encuentro. “A su llegada al aeropuerto, están los presidentes sudafricano, namibio y angoleño, quienes le esperan y le dan el programa”. Kabila se ve obligado por sus pares de África Austral a pronunciar un discurso de despedida. El futuro expresidente no oculta que le cogen desprevenido y no le gusta la idea. Ante la asamblea conjunta de jefes de Estado y de gobierno, Joseph Kabila se divierte sembrando confusión: “No os digo adiós, sino hasta pronto”. El sudafricano Cyril Ramaphosa se reía y le dice que no tiene dificultad alguna en ceder la presidencia de la organización subregional a su homólogo namibio, Hage Geimgob.

En este periodo de incertidumbre sobre su futuro, el presidente saliente no rehúsa gran cosa a sus vecinos. Cuando Angola, presa de una grave crisis económica, expulsa a más de 250.000 congoleños, apenas protesta. Joseph Kabila tampoco duda en extraditar a presuntos rebeldes al Burundi a petición de su vecino Pierre Nkurunziza. El ejército burundés es autorizado regularmente a instalarse al otro lado de la frontera para perseguir a los grupos armados que le son hostiles.

Poco antes de nombrar a su delfín, Emmanuel Ramazani Shadary, Joseph Kabila envía a Kigali a su ministro de Asuntos Exteriores, Léonard Okitundu, y a los jefes de los servicios civiles y militares de información, levantando especulaciones sobre sus intenciones, ante la proximidad del cierre de la presentación de candidaturas para las elecciones presidenciales. Desde 2015, el ejército congoleño y fuerzas adyacentes, como el NDC-Renové del jefe de guerra Guidon, con permiso de la ONU, habían atacado regularmente los bastiones de los rebeldes hutu, FDLR y CNRD, sin detener nunca a los mandos, pero forzando a miles de hutu, ruandeses y congoleños, a desplazarse desde territorios de Walikale y el sur de Lubero hacia Masisi y Rutshuru.

¿Kagame y Kabila, hermanos enemigos?

Las relaciones entre el congoleño Joseph Kabila y el ruandés Paul Kagame, aliado de la AFDL, la rebelión del padre, Laurent-Désiré Kabila, han suscitado siempre muchas especulaciones. “La impunidad de uno garantiza la seguridad del otro, e inversamente”, comenta un diplomático occidental. Incluso Kinshasa ha sido acusado por HRW de reclutar antiguos rebeldes del M23 gracias, concretamente, a la ayuda de oficiales ruandeses y ugandeses, y de utilizarlos para la represión de manifestaciones hostiles a un tercer mandato.

A partir de julio de 2018, Kinshasa coopera más activamente todavía con Kigali y detiene a mandos de las FDLR, hasta ahora considerados intocables; entre ellos, el portavoz Bazeye Fils Laforge y el coronel Théphil Abega. Los mandos más veteranos, implicados en el genocidio de 1994, como los generales Sylvestre Mucdacumura y Victor Byiringiro y los principales oficiales de las FDLR han escapado siempre misteriosamente de los ataques.

El ejército congoleño captura igualmente a combatientes sospechosos de colaborar con el otro enemigo de Kigali, el RNC, un partido opositor formado por antiguos dirigentes del régimen, entre ellos el general Kayumba Nyamwasa, ex jefe del Estado mayor de Ruanda, que vive bajo protección de los servicios sudafricanos por haber sufrido una tentativa de asesinato. Los servicios de inteligencia congoleños han presentado a expertos de la ONU combatientes que afirman que “Nyamwasa viajaba frecuentemente a la región”. Los expertos de la ONU han interpelado a Sudáfrica, con gran alegría de Kigali, sobre la movilidad del alto oficial ruandés.

En noviembre de 2018, el gobierno congoleño hace otro gesto en atención a Kigali. Con la Monusco de espectadora, fuerza la repatriación, desde tres campos de tránsito, de centenares de antiguos combatientes FDLR y sus familias. Desde hacía cuatro años, rechazaban regresar a su país y pedían en vano la apertura de un diálogo político o una repatriación a un tercer país. Con ayuda del ACNUR, el presidente Paul Kagame ha logrado poco a poco que todos los países de la región retiren el estatuto de refugiado a todos, incluso a los que afirman haber sido víctimas de las masacres del ejército ruandés en el Congo. Joseph Kabila, habituado a afrontar rebeliones sostenidas por Kigali, sabe mejor que nadie que para Paul Kagame la supervivencia de su régimen prima sobre la soberanía de sus vecinos.

 

2) Félix Tshisekedi frente al gran juego regional

A lo largo del proceso electoral, con diálogos y aplazamientos, los países de la región mantuvieron una presión sobre Joseph Kabila para que renunciara a un tercer mandato, juzgado demasiado peligroso para la estabilidad de los Grandes Lagos. El 24 de enero de 2019, el benjamín de los jefes de Estado de la región cede su sillón a Félix Yshisekedi, presidente del partido de oposición histórica, pero conserva el control sobre lo esencial de los mecanismos institucionales, económicos y de seguridad. En el Congo, los resultados de la elección presidencial siguen siendo contestados, del mismo modo que lo son los cambios de Constitución y los terceros mandatos en los países vecinos. De gira por primera vez en los países de la región, el nuevo presidente Félix Tshisekedi deberá imponerse frente al gran juego regional para evitar que la RDC no se convierta en un campo de batalla.

Al otro lado del río, en el país del otro congoleño, Denis Sassou-Ngesso, la situación de la RDC es seguida muy de cerca. “No tenemos otra opción: cuando Kinshasa estornuda, es Brazzaville quien se constipa”, le gusta recordar a un oficial. Desde el fin del segundo y último mandato constitucional de Joseph Kabila en 2016, Congo-Brazzaville, pero también Angola, Zambia y Uganda, han acogido regularmente oleadas de refugiados, suscitando inquietudes y consultas. El mantenimiento en el poder de Kabila, o incluso el de su delfín, era percibido como demasiado peligroso, pero el caso de Félix Tshisekedi divide, dado que es el único que se da en la región. “Si Félix Tshisekedi y Joseph Kabila logran contener la bronca en el Congo, algunos vecinos como Angola y Congo-Brazzaville van a calmarse, naturalmente”, asegura un diplomático de la Unión Africana. Los primeros pasos del nuevo presidente son escrutados en la subregión.

Kivu-sur, primera línea del frente

El nuevo presidente ha elegido como primera salida de Kinshasa ir a los países de la región. Elige Kenia –el presidente Uhuru Kenyatta era el único jefe de Estado presente en su investidura-, pero también Angola y Congo-Brazzaville, que terminaron felicitándolo. Para esta primera gira, el jefe de Estado evita los países vecinos del Este. Sin embargo, en cada fase de contestación política desde hace más de 20 años, es desde el Este desde donde han surgido todas las grandes rebeliones, apoyadas, alternativamente por Ruanda, Burundi y Uganda.

“Si las elecciones no permiten cambiar las cosas, el pueblo congoleño corre el peligro de orientarse hacia otros métodos”, han prevenido Mo Ibrahim, multimillonario y apóstol del buen gobierno, y Alan Doss, antiguo patrón de la Monusco y presidente de la Fundación Kofi Annan. En una tribuna común, publicada el 1 de febrero, los dos hombres hacen sonar la campana de alarma. Al avalar el acuerdo pasado entre Kabila y Tshisekedi en detrimento de la verdad de las urnas, la comunidad internacional piensa garantizar la estabilidad del Congo, pero, según ellos, se equivoca. “Ya hay ruido de botas en el Este, que tiene un pesado pasado de insurrecciones”, subrayan. “Numerosos vecinos de la RDC quedarán afectados si una nueva ola de violencia generalizada estallara en el Congo”.

No es por nada si en octubre de 2018 las dos organizaciones subregionales, la Conferencia internacional para los Grandes Lagos (CIRGL) y la Comunidad de Desarrollo de África Austral (SADC), pidieron a un equipo de investigadores que se interesaran por la situación de seguridad en la fronteras de la RDC, de Ruanda y de Burundi, donde los incidentes y signos de tensión se multiplican desde hace tres años. Este “mecanismo ampliado de verificación”, compuesto exclusivamente por oficiales originarios de once países de la región y con base en Goma, entregó su informe el 5 de noviembre de 2018.

Para comprender lo que se trama en la región, el equipo fue a Bukavu en primer lugar para un intercambio con los responsables de la Monusco. Se les dijo que solo en la provincia del Kivu-sur hay una cincuentena de grupos armados activos, seis de ellos extranjeros compuestos únicamente por ruandeses y burundeses: “FDLR, FNL, Forebu, Red Tabara, RNC y CNRD”. Pero, allí, lo mismo que en el resto del país, las fuerzas de seguridad congoleñas siguen siendo la principal fuente de violaciones de los derechos humanos.

¿Una guerra Burundi–Ruanda por rebeliones interpuestas?

Como desde hace tres años, a los expertos militares de la región se les presentan presuntos rebeldes burundeses, detenidos por el ejército congoleño. Los testimonios son siempre iguales. Esta vez, una vez más, “el rebelde que se presenta a sí mismo como Bizumurenyi Pascal”, dice haber permanecido en un campo de refugiados en Ruanda antes de unirse a un grupo de “unos 850 combatientes”, entrenados en el campo de Ndaasho. Este presunto rebelde les explica que “la formación dura tres años y que ha sido ofrecida por nueve instructores ruandeses con uniformes similares a los de las Fuerzas de Defensa Ruandesas (RDF)”, señalan los investigadores de la CIRGL y SADC. El ejército congoleño termina por clavar el clavo; el Estado mayor congoleño asegura haber encontrado 25 combatientes extranjeros entre los 250 capturados. Entre ellos habría incluso una buena presa: “El general Rukemba, jefe militar des Red Tabara”. Es el nombre de la rebelión burundesa creada por el opositor Alexis Sinduhije tras el fracaso de las manifestaciones hostiles al tercer mandato de Pierre Nkurunziza en 2015. Kigali es acusado de utilizar este grupo como de otros grupos para desestabilizar al vecino Burundi.

En el cuartel general de las RDF, en Kigali, el “mecanismo ampliado” oye una versión muy diferente de la historia. Los oficiales ruandeses aseguran que Ruanda no es el agresor, sino el agredido: “Entre enero y octubre de 2018, se han producido incidentes aislados, caracterizados por ataques de grupos armados desde la selva de Nyungwe y Kibira, en la provincia del sur limítrofe con Burundi. La presencia de grupos armados ruandeses en los países vecinos sigue siendo una preocupación seria”.

Los oficiales ruandeses dan incluso estimaciones de los efectivos de sus enemigos en el Congo. Según Kigali, las FDLR tienen todavía de 1.100 a 1.400 combatientes agrupados en el territorio de Rutshuru, en el Kivu-norte. Un grupo disidente, el CNRD con 1.300 – 1.600 combatientes, estarían dispersos en Rutshuru, Masisi y Fizi. A su tradicional lista de rebeldes hutu ruandeses, los oficiales ruandeses añaden el RNC, partido de oposición dirigido por el antiguo jefe de Estado mayor del ejército ruandés. Kigali asegura a los expertos que este partido dispondría de 300-500 en el bosque de Bijombo, situado en Uvira, en Kivu-sur.

Para Kigali, el enemigo es también Burundi, acusado de servir de base y de aportar un apoyo a los grupos armados hostiles al presidente Kagame. Así lo afirman también antiguos combatientes presentados por el ejército congoleño a los expertos. Los detenidos afirman haber recibido asistencia de Bujumbura en forma de “armas y municiones, alimentos, medicamentos y botas y uniformes de Burundi”. Un oficial burundés lo confirma con medias palabras, pero se justifica: “Kagame actúa mucho peor que nosotros y hace ya tres años que se le deja desestabilizar nuestro país sin que ello suscite reacciones”.

Los enemigos de Kigali objetivo de Kinshasa

El 17 de enero de 2019, invitados por el ruandés Paul Kagame, presidente en ejercicio de la Unión Africana, una decena de jefes de Estado, entre ellos los de Uganda, Angola, Congo-Brazzaville, Zambia y Sudáfrica, aceptan firmar un comunicado que pone en duda los resultados de todas las elecciones, incluso de la elección presidencial. Con Ruanda a la cabeza, piden, hecho inédito, la suspensión de la proclamación de los resultados definitivos y promete viajar a Kinshasa para encontrar “un consenso para una superación de la crisis postelectoral en el país”. Joseph Kabila decide no hacer caso y en el seno del régimen congoleño muchos critican a Paul Kagame por haber tomado esta iniciativa. El protocolo del Estado hace ver que Kagame no será bienvenido a la ceremonia de investidura de Félix Tshisekedi. Varios oficiales no dudan en alegrarse del fracaso de “su enésima operación de desestabilización”.

El aparente desencuentro diplomático está bien lejos de impedir las relaciones de buena vecindad. A penas unas horas después de la minicumbre de Addis-Abeba, el 18 de enero, los gobiernos congoleño y ruandés apuntan contra los principales enemigos de Paul Kagame, las FDLR, el CNRD y el RNC, y, con ellos, a los Estados y políticos a los que acusan de apoyarlos. Ese día, el ministro congoleño de Defensa, Crispin Atama Tabe, escribe a la representante especial del secretario general, Leila Zerrougui, para “solicitar el apoyo de las fuerzas de la Monusco a las FARDC para contrarrestar la elaboración de un macabro plan que desestabilizaría todavía más la subregión”. Deseoso de que no se le acuse de servir de “base”, evoca “un desplazamiento de las FDLR y sus gentes hacia el Kivu-sur a donde el general rebelde Kayumba habría solicitado que acudieran”. Evoca en términos claros “una coalición orientada hacia una acción belicosa contra Ruanda desde la RDC”. Pan bendito para Kigali.

En el seno de la Monusco sorprende que se califique de FDLR –grupo de rebeldes hutu ruandeses que agrupa a un puñado de presuntos genocidas– a oleadas de civiles hutu que huyen de los ataques lanzados por el ejército congoleño apenas unos días antes de la elecciones. Son los combatientes del CNRD, disidentes de las FDLR, los que constituyen el blanco de la misiva y la Monusco no aporta apoyo militar a las operaciones del ejército congoleño más que con parsimonia, sobre todo cuando la vida de miles de civiles, mujeres y niños, está en juego.

Mandatos de arresto internacional y extradiciones a hurtadillas

El mismo día 18 de enero de 2019, Ruanda emite por su parte y en el mayor de los secretos una serie de mandatos de arresto internacional, “con relación a los recientes ataques en el sur del país”. Conciernen concretamente al general Kayumba Nyamwasa, a Calixte Sankara y al opositor Paul Rusesabagina, asociados a los rebeldes del CNRD, y a los dos FDLR, Bazeye Fils Laforge y Théophile Abega. “Si Paul Kagame ha comprendido que era mejor montar un dossier que invadir el Congo, es algo mejor para la región”, comenta un responsable onusiano. Pero en Kinshasa algunos temen, incluso en el entorno de Kabila, que el argumento de seguridad desarrollado por Ruanda sirva de nuevo de excusa para una nueva rebelión o incluso para una invasión del Congo. En las filas de la UDPS o de la UNC, que han sacado adelante la candidatura de Tshisekedi, los numerosos detractores del presidente Kagame no temen otra cosa que de nuevo aparezca la división (del país) prometida. “Kagame y Kabila están conchabados, incluso la vida de Félix está amenazada”, se alarma una persona cercana al nuevo presidente.

Entre los grupos objetivo de los mandatos de arresto lanzados por Kigali, solo el RNC no ha reivindicado nunca ataques contra Ruanda. El partido de Kayumba Nyamwasa, que está agrupado con otros partidos opositores en una plataforma llamada P5, pide desde julio pasado al presidente Kagame que abra un diálogo. “El gobierno ruandés no está dispuesto al diálogo, busca utilizar al RNC como espantajo para no sentirse obligados a negociar”, estima Jean-Paul Turayishimuye, uno de los portavoces del RNC. “Nos acusan de ser terroristas, de tener grupos armados en RDC que no existen”.

En las quince páginas del mandato y del auto inculpatoria contra el general Kayumba Nyamwasa, la fiscalía ruandesa califica la plataforma P5 como “organización terrorista” e insiste en la complicidad de los miembros de las FDU, encarcelados desde hace más de un año, acusados de haber reclutado combatientes y de financiar las actividades militares del RNC. Su presidenta, Victoire Ingabire, desmiente cualquier participación de las FDU y recuerda que Paul Kagame no duda en matar y fabricar acusaciones contra sus opositores para desacreditarlos. “Yo misma he sido víctima de todo ello”, recuerda la antigua candidata en las elecciones presidenciales, justo después de ser indultada tras ocho años pasados en la cárcel, tras un proceso calificado de político por los organismos internacionales de defensa de los derechos humanos.

Sudáfrica y Ruanda, a cara de perro

Sudáfrica es uno de los raros países que ha apoyado la solicitud de diálogo formulada por Kayumba Nyamwasa y los otros partidos de la oposición ruandesa. A causa de ello, su ministra de Asuntos Exteriores, Lindwe Sisulu, había sido tratada de prostituta en una web progubernamental, provocando una nueva fractura diplomática. Después de la tentativa de asesinato del general Nyamwasa en 2010, en plena Copa Mundial de Fútbol, las relaciones entre los dos países han ido variando “en dientes de sierra”. Cuando Kigali fue acusado de apoyar en RDC la rebelión M23 en 2012, Sudáfrica, aliado tradicional de Joseph Kabila, formó parte de los países de África Austral que aceptó enviar soldados para apoyar al ejército congoleño, después de la humillación que supuso la toma, por el M23, de Goma, una de las principales ciudades del este.

Kayumba Nyamwasa es para Sudáfrica una baza importante por más de una razón. Cuando los soldados sudafricanos intervienen en las operaciones contra el M23, Pretoria le llama, lo mismo que a su colega Pratick Karegeya, antiguo jefe de los servicios de información y cofundador de RNC. Los dos altos dirigentes cercanos a Kagame siempre han sido sospechosos de haber instrumentalizado rebeliones o grupos armados en provecho del régimen ruandés.

Nadie mejor que ellos para obtener preciosas informaciones sobre lo que, tanto Sudáfrica y buen número de países de la comunidad internacional, perciben como la última creación de Kigali. El asesinato de Patrick Karegeya el 31 de diciembre de 2013, en uno de los hoteles más seguros de Sudáfrica, lleva a la ruptura de las relaciones diplomáticas; Pretoria acusa abiertamente a los servicios de inteligencia ruandeses como responsables del asesinato.

Para el abogado del general Kayumba Nyamwasa, Kennedy Gihana, el mandato de arresto lanzado contra su cliente es un cortafuegos de un procedimiento judicial que podría poner en evidencia el “carácter criminal del régimen de Paul Kagame”. Dos días antes, el 16 de enero de 2019, tras cinco años de inacción, la justicia sudafricana comenzó a oír a testigos en el dossier Karegeya. “Las autoridades sudafricanas están ya excedidas por las maniobras de Paul Kagame”, explica un diplomático de la región. “El presidente Cyril Ramaphosa corría el riesgo de atraer los anatemas del resto de países del SADC si tomaba una posición contraria a la de la organización; algunos oficiales se han sorprendido y están furiosos cuando han descubierto este mandato de arresto horas después de Addis-Abeba”. Según este diplomático, que afirma conocer a fondo la política sudafricana, Pretoria habría reaccionado entregando al juez encargado del dossier Karegeya una carta que la leyó en la audiencia del 21 de enero de 2019. Era el día en que los presidentes ruandés y sudafricano deberían haber llegado juntos a Kinshasa, se dice, para convencer a su homólogo congoleño de que debía respetar la verdad de las urnas.

Unas horas antes de la proclamación de los resultados definitivos, Jospeh Kabila tuvo buen cuidado en enviar un emisario a Pretoria. Su consejero diplomático, el hábil Barnabé Kikaya, llegó, dice sobriamente, “para realizar una operación de charme en favor de la investidura del nuevo presidente”. Un oficial congoleño asegura que el consejero “llevaba bajo el brazo el acuerdo de coalición”. Su tarea era la de convencer al presidente sudafricano de la necesidad de apoyar el acuerdo de compartir el poder con Félix Tshisekedi; algo “vital” para la estabilidad del país y para la supervivencia de Joseph Kabila. “Si se anunciaba la victoria de Martin Fayulu, el presidente Kabila corría el peligro de ser derrocado por los suyos. Si se anunciaba la de Emmanuel Rammazani Shadary, lo sería por la calle”, expone sin tapujos el oficial congoleño.

¿Un complot para derrocar a Paul Kagame?

En las horas siguientes a la cumbre de Addis-Abeba, el jefe de la Agencia Nacional de Información del Congo, Kaley Mutond, vuela una vez más a Kigali y los dos oficiales de las FDLR, Bazeye Fils Laforge y Théphile Abega, detenidos semanas antes y que Ruanda reclamaba, son extraditados. El hermano del portavoz de las FDLR, Pierre-Célestin Ruhumuliza, está persuadido de que Bayeze Fils Laforge ha servido de “moneda de cambio” para obtener la anulación de la visita de los jefes de Estado a Kinshasa.

Lo que es seguro es que los servicios secretos congoleños y ruandeses se encargan de los dos rebeldes hutu ruandeses. Acusan concretamente al portavoz de las FDLR de haber viajado a Uganda y de haber mantenido contactos sospechosos. Bazeye Fils Laforge habría confesado incluso haber tenido un encuentro con el yerno del general Kayumba Nyamwasa. Más grave, habría tenido una entrevista con el ministro de Estado encargado de la cooperación regional, Philemon Mateke, quien a su vez está acusado de apoyar el complot contra Kigali.

Es Kinshasa quien aporta las pruebas: una carta de visita del oficial ugandés, un salvoconducto establecido por los servicios de inmigración congoleño el 13 de diciembre a nombre de Nkanka Bazeye Ignace. En el móvil del portavoz de las FDLR figurarían contacto con números sudafricanos. La información sobresalta al portavoz del gobierno ugandés, Ofwono Opondo. “Conociendo como conozco al ministro Makete y conociendo su edad, dudo de que se haya entrevistado con este tipo de individuos”, asegura para finalmente encresparse contra “los falsos testimonios”, una “costumbre” de los servicios congoleños “poco respetuosa con los derechos humanos”.

Una fuente oficial ruandesa va más lejos en sus acusaciones y asegura que el presidente ugandés Yoweri Museveni está él mismo implicado y que es incluso uno de los “artesanos” de la alianza contra natura entre el general Kayumba Nyamwasa y las FDLR, grupo armado que le ha acusado hace tiempo de habar masacrado a millones de refugiados ruandeses en el Congo. El presidente ruandés, Paul Kagame, incluso habría hecho alusión con ocasión de la felicitación del nuevo año al papel jugado por Burundi y también por Uganda, al evocar a “algunos países vecinos que ayudan a los movimientos armados ruandeses FDLR y RNC para que vengan a desestabilizar el país”. “Uganda no tiene un plan para desestabilizar Ruanda o cualquier otro país”, repite machaconamente Ofwono Opondo, cada vez más irritado contra las acusaciones.

Uganda desmiente cualquier implicación

Si bien el portavoz ugandés no oculta su exasperación ante Kinshasa, Uganda no formula oficialmente ninguna acusación contra Paul Kagame, antiguo jefe de los servicios de inteligencia militares ugandeses, que mantiene lazos de unión con la oposición ugandesa. Yoweri Museveni, en el poder desde hace 32 años, logró en enero de 2018, no sin contestación, la promulgación de la ley que suprimió el límite de edad para convertirse en presidente. Ello le permite ser de nuevo candidato en 2021, pero el jefe de Estado ugandés tiene cada vez más enemigos. Kampala ha multiplicado las detenciones de ugandeses y expulsiones de ruandeses, todos ellos acusados de actuar por cuenta de Kigali.

Algunos ven en este renuevo de tensiones entre los dos países la mano de antiguos miembros cercanos a Kagame, convertidos en sus mejores enemigos. Interrogado por el rol del RNC en los cambios operados por las autoridades ugandesas, uno de sus miembros no desmiente: “Tenemos amigos en Uganda, también tenemos miembros que han sido secuestrados”. El opositor ruandés admite a medias palabras: “¿En qué podría ser un problema si damos a nuestros amigos informaciones sobre el pasado de agentes ruandeses que podrían estar implicados?”. Tampoco desmiento los eventuales contactos con los rebeldes hutu ruandeses. “Hablar no quiere decir colaborar. Hablamos incluso con gentes de las RDF o del M23”, justifica este partidario de Kayumba Nyamwasa. No obstante, jura que su coalición no dirige ningún ataque contra Ruanda. “No puedo ocultar que hablamos, pero no tenemos ni los medios ni la voluntad de atacar Ruanda; ello sería en último extremo”, asegura este opositor al régimen de Paul Kagame.

¿Los gérmenes de un conflicto regional?

Este tipo de discursos se oyen cada vez más en boca de opositores burundeses, ruandeses e, incluso, congoleños, que ya no ven ni en las elecciones ni en la contestación pacífica los medios para cambiar de gobiernos. Algunos ya han dado un paso más, como los burundeses Alexis Sinduhije y Hussein Radjabu e, incluso, el ruandés Paul Rusesabagina, el director del Hotel Mil Colinas que durante el genocidio salvó a centenares de tutsi y que hoy es aliado de los rebeldes hutu del CNRD. Otras personalidades son las eternamente sospechosas de prepararse para la lucha armada, como Kayumba Nyamwasa o los antiguos rebeldes congoleños Jena-Pierre Bemba y Mbusa Nyamwisi, aliados de Martin Faluyu, y sobre todo los eternos insurrectos como Laurent Nkunda y Sultani Makenga. La mayoría de ellas tienen una entrada fácil en Uganda. La violencia de los combates y los ataques repetidos contra los cascos azules en Beni estos últimos meses han reforzado las sospechas.

Tanto en las embajadas en Kinshasa como en las cancillerías occidentales se gestiona la cuestión congoleña de día en día. “Félix Tshisekedi ya tiene mucho que hacer si quiere calmar la protesta social y difuminar las tensiones étnicas”, subraya un diplomático. “Tiene a Joseph Kabila y a todo su aparato de seguridad a la espalda; todos ellos en su mayoría surgidos de la AFDL y cómplices de los crímenes cometidos por el ejército ruandés en el Congo”. El nuevo presidente ha prometido no hacer “una caza de brujas”. Su partido le pedía hace unos meses que “mandara a Ruanda a Joseph Kabila”; era uno de los cantos más populares en el seno de la UDPS. Es también por medio de una canción como algunos de los partidarios de Martin Fayulu no han dudado en reclamar las armas en el último mitin. Otros han amenazado con tomarla con la comunidad de Félix Tshisekedi.

Frente a estos riesgos internos, algunos en el seno de las Naciones Unidas miran con inquietud el aumento de las tensiones entre los cuatro principales países protagonistas de las dos guerras del Congo. Todos tienen una propensión a instrumentalizar a grupos para liquidar a sus enemigos y apoderarse de las riquezas del país. “Ninguno de esos jefes de Estado, ni siquiera Kabila, quiere abandonar el poder. Ninguno puede desear que Félix Tshisekedi triunfe y se produzca una verdadera alternancia en el poder”, comenta un responsable onusiano. Otro añade: “En un momento u otro, uno de estos Estados se va a poner nervioso y nacerá una verdadera rebelión”. Toda la estabilidad de la región quedará de nuevo amenazada.

 

Fuente: Sonia Rolley (3 de febrero de 2019). 
En La Tribune Franco-Rwandaise.

Traducido por Ramón Arozarena para Umoya.

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