El papel central de la cultura en la lucha por un nuevo mundo: Amílcar Cabral y Ken Saro-Wiwa

Firoze Manji pronuncia el discurso inaugural del seminario sobre Ken Saro-Wiwa el 15 de noviembre de 2018 en la Universidad de Maynooth. Foto: Mulibrarytreasures.wordpress.com.
Firoze Manji pronuncia el discurso inaugural del seminario sobre Ken Saro-Wiwa el 15 de noviembre de 2018 en la Universidad de Maynooth. Foto: Mulibrarytreasures.wordpress.com.

[Esta es una versión reducida del discurso inaugural del seminario sobre Ken Saro-Wiwa pronunciado el 15 de noviembre de 2018 en la Universidad de Maynooth].

Me gustaría compartir con ustedes algunas ideas sobre las similitudes entre Amílcar Cabral y Ken Saro-Wiwa, sobre todo en relación con la cultura y el papel central que desempeña en la lucha por la libertad.

Amílcar Cabral fue el fundador y secretario general del movimiento de liberación de Guinea Bissau y Cabo Verde, Partido Africano para la Independencia de Guinea y Cabo Verde (PAIGC). Fue un revolucionario, humanista, poeta, estratega militar, ingeniero agrónomo y un autor prolífico que escribió sobre la cultura, la liberación y la teoría revolucionaria. La lucha que dirigió contra el colonialismo portugués contribuyó no solo al colapso del imperio de este país en África, sino también al estallido de la revolución portuguesa de 1974 y 1975 y a la caída de la dictadura fascista, acontecimientos de los que no pudo ser testigo, ya que murió asesinado en 1973.

Dos eras separaban a Cabral y a Saro-Wiwa. En una se libró la batalla por la independencia en África y en la otra se lidió con las consecuencias del fracaso de la independencia y el auge del neoliberalismo. Sin embargo, había continuidad entre ambas eras. “Cabral y Saro-Wiwa comparten este espacio cambiante e inacabado”, escribió Helen Fallon, “y plantean cuestiones tan importantes para Irlanda como para África”.

A pesar de esta separación, tenían mucho en común. Ambos buscaban la autodeterminación para su pueblo. Ambos tenían claro que luchaban por la autodeterminación y no por la secesión.

A veces se confunden ambos conceptos y llegan a considerarse sinónimos. La autodeterminación es la lucha por la justicia y la dignidad y un intento de establecer una humanidad universal inclusiva. Por el contrario, la secesión es un acto de exclusión y define a uno mismo mediante la exclusión del otro.

La tragedia para Saro-Wiwa fue que la lucha por la autodeterminación para el pueblo ogoni se originó como consecuencia de la guerra de secesión de Biafra, un conflicto cuyos líderes Saro-Wiwa siempre criticó. La lucha de los ogoni por la autodeterminación podría considerarse fácilmente como una continuación del movimiento secesionista, pese a la insistencia por parte de Saro-Wiwa de oponerse a la secesión (aunque algunas veces se mostraba ambiguo con respecto a la distinción).

Si bien Cabral y Saro-Wiwa fueron sin duda alguna dos personas excepcionales, fueron los movimientos en los que participaron y que ayudaron a crear los que se llevaron el mérito por organizar y por intentar engendrar un mundo nuevo.

Solemos considerar esta clase de movimientos como muestras de resistencia. Pero yo creo que son algo más que eso. Permitidme recurrir al artículo de Michelle Alexander ‘We are not the resistance’ [‘No somos la resistencia’], publicado hace poco en The New York Times. Estos movimientos no conformaban la resistencia. Por el contrario, pretendían establecer y engendrar un mundo nuevo, igual que los movimientos medioambientales como el antifracking en Irlanda o las campañas a favor del aborto “libre, seguro y legal” que se sucedieron con el voto a favor de la interrupción voluntaria del embarazo en el referéndum que tuvo lugar en mayo. Todos estos son movimientos que quieren crear un mundo nuevo. Debemos insistir en dejar claro que la resistencia la conforman las empresas y el Estado, no aquellos que quieren establecer un nuevo mundo. Fue el régimen colonial portugués y el régimen neocolonial de Abacha, junto con la compañía Shell, los que formaron parte de la resistencia contra las iniciativas que los movimientos PAIGC y MOSOP querían llevar a cabo.

Crear algo es un acto que siempre implica luchar para superar la violencia ejercida por parte de la resistencia. Esto es así tanto para una semilla que brota del suelo como para un niño que nace. Los movimientos genuinos a favor de la libertad nunca eligieron el camino de la violencia, sino que casi siempre se enfrentan a la violencia de aquellos que se oponen a la creación del mundo que pretenden establecer. Pero, en algunos casos, la única opción es recurrir a la vía militar con el objetivo de defender los avances que se han llevado a cabo. La lucha por la independencia de Irlanda se libró con ferocidad, violencia y resistencia terrorista por parte del estado británico. No quedaba otra que intentar defenderla. Pero lo más importante es que la defensa se fundamenta en la organización comunitaria. Puede que utilicen armas como una de sus herramientas, pero, si no se organizan, las armas no sirven para nada.

Entonces, pongámonos de acuerdo. La resistencia la conforman las empresas y el Estado, y no nosotros.

En Guinea Bissau, el PAIGC había establecido zonas liberadas que, cuando Cabral fue asesinado, ocupaban casi dos tercios del país. Allí se establecieron estructuras democráticas populares completamente nuevas y los campesinos eran los que tomaban las decisiones. Se prohibió el uso de la moneda portuguesa y se estableció un nuevo sistema de trueque en su lugar. Las mujeres desempeñaban un papel destacado en la toma de decisiones políticas. Y floreció un sentimiento de orgullo por sus propias historias, lenguas y música. Se establecieron, entre otros, nuevos servicios de sanidad y educación. Habían empezado a crear un mundo nuevo, pero no podían asegurar que el movimiento dispusiera de los medios necesarios para defender esa nueva sociedad. La política del PAIGC no consistía en promover la violencia, sino en defender la creación de una nueva sociedad construida a partir de la violencia genocida ejercida por el imperialismo portugués.

Tanto Cabral (a manos de sus propios camaradas, aquellos que se convertirían en los nuevos gobernantes neocoloniales del futuro) como Saro-Wiwa (a manos del régimen neocolonial de Abacha) hicieron el último sacrificio con el fin de esbozar y crear con su audacia un nuevo mundo en su época. Esto es lo que los diferencia de los demás: no solo creían que otro mundo era posible, sino que también poseían la valentía para crearlo. Eso era lo que suponía una amenaza para aquellos en contra de la creación del nuevo mundo.

Formulo esta observación porque es en el origen de la lucha cuando la verdadera cultura evoluciona como un arma de liberación. Como mencionaré más adelante, se trata de una observación que tanto Cabral como Saro-Wiwa comparten.

Para que millones de personas fuesen objeto del barbarismo de la esclavitud y de la dominación colonial, había que definirlos como seres no humanos o inferiores a los humanos y, para ello, había que deshumanizarlos.

Para ello, había que llevar a cabo un intento institucionalizado y sistemático de destruir las culturas existentes, las lenguas, las historias y la capacidad de producir, organizar y contar historias, inventar, amar, crear música, cantar canciones, escribir poesía, producir arte, filosofar y formular en sus mentes aquello que imaginan antes de darle una forma concreta, todas las cosas que hacen humanas a las personas.

Este intento de destruir la cultura de los africanos, señala Cabral, resultó ser un fracaso considerable. Porque, aunque el colonialismo destruyó las instituciones en el continente africano, los recuerdos de su cultura, instituciones, música, manifestaciones artísticas y todo lo relacionado con los seres humanos aún permanecía en el continente y en la diáspora, donde los esclavos africanos se encontraron a sí mismos. Los esclavizadores, los dueños de esclavos y todos los que se beneficiaron de esta terrible práctica, incluidas las clases emergentes capitalistas de Europa, fueron cómplices de la reestructuración de las personas como seres no humanos o inferiores, un proceso en el que participaron activamente la Iglesia cristiana y la intelectualidad europea.

Sin importar los aspectos materiales de la dominación, “esta solo puede sostenerse gracias a la represión permanente y organizada de la vida cultural de las personas involucradas”, escribió Cabral. El uso de la violencia para dominar al pueblo “consiste, sobre todo, en emplear las armas para destruir o, al menos, para neutralizar y paralizar su vida cultural. Porque, siempre y cuando una parte de esas personas tenga una vida cultural, no puede asegurarse la dominación extranjera perpetua“.

Seguro que a la población irlandesa le suena este tipo de experiencias, pues las suyas propias con respecto a la búsqueda de la libertad tenían mucho en común con las de los africanos. El hambre, la expropiación, el desplazamiento, los intentos de silenciar las canciones y la lengua, la esclavitud y el exilio de sus tierras… Sin duda, todo ello les resulta familiar.

Por lo que respecta a Saro-Wiwa, “la llegada del colonialismo británico implicó la destrucción del pueblo ogoni y nos infligió un atraso del que todavía intentamos escapar. Fue el colonialismo británico el que nos impuso estructuras administrativas extranjeras y el que nos metió en el colonialismo nacional de Nigeria […]. Como resultado, el pueblo ogoni ha perdido prácticamente su orgullo en sí mismo y en su capacidad, ha votado a favor de la diversidad de partidos en las elecciones, se consideró un cliente perpetuo de otros grupos étnicos y ha llegado a pensar que no hay otra opción sino ir cuesta abajo. En efecto, apenas existimos, casi ni existimos”.

La cultura, escribió Cabral, es “el producto de […] la historia, igual que una flor es el producto de una planta. Al igual que la historia, o porque es historia, la base material de la cultura es el nivel de las fuerzas de producción y el método de producción. La cultura germina de la realidad física de la tierra en la que crece y refleja la naturaleza orgánica de la sociedad”. (Quién diría que Cabral era ingeniero agrónomo, ¿verdad?).

La cultura, insiste, está estrechamente ligada con la lucha por la libertad. Aunque la cultura comprende numerosos aspectos, “[…] esta se vuelve más fuerte gracias a la lucha del pueblo y no a las canciones, la poesía o el folclore. […] Uno no puede esperar que la cultura africana avance a menos que se contribuya de manera realista a la creación de las condiciones necesarias para que la cultura florezca, como lo sería, por ejemplo, la liberación del continente”. En otras palabras, la cultura no es estática e inalterable y solo puede avanzar si uno se compromete a la lucha por la libertad.

Cabral recuerda a Frantz Fanon con la siguiente cita: “En primer lugar, luchar por la cultura nacional significa luchar por la liberación de la nación, la matriz tangible gracias a la cual la cultura puede desarrollarse. No se puede separar el combate por la cultura de la lucha del pueblo por la liberación”. Además, “la cultura de un país va adquiriendo forma durante la lucha, en prisión, enfrentándose a la guillotina y con la captura y destrucción de los cargos militares franceses. […] La cultura nacional no es el folclore […], sino el proceso de reflexión colectivo de un pueblo para describir, justificar y ensalzar las acciones por medio de las cuales han unido las fuerzas y han permanecido juntos”.

La identidad de Ken Saro-Wiwa como miembro del pueblo ogoni, así como su activismo político, está estrechamente ligada al contenido de sus novelas. Sozaboy es un buen ejemplo. Saro-Wiwa tiene clara la función política de su obra: como resultado de esta creencia, Sozaboy posee un sentido de urgencia y refleja, a partir de la perspectiva y la lengua de los desfavorecidos, las condiciones y dilemas a los que el pueblo ogoni (o los dukana) tuvo que hacer frente. “Se convierte en un ‘mártir’ que transcribe la lucha del pueblo ogoni en la creación del pueblo ficticio dukana”. Por ejemplo, la serie televisiva Basi and Company [Basi y compañía] trataba no solo sobre los individuos corruptos, sino también sobre la cultura nigeriana de jugar sucio en general. En la serie, entretenida y humorística, se comentaban aspectos políticos.

“Un escritor no puede ser un mero narrador de historias”, explica Saro-Wiwa. No puede limitarse a radiografiar las debilidades de las sociedades, sus males y peligros. Tiene que estar activamente implicado en moldear el presente y futuro de la sociedad.

“Lo más importante para mí es que he utilizado mi talento como escritor para ayudar al pueblo ogoni a enfrentarse a sus verdugos. Y no lo he hecho como político o empresario. Ha sido gracias a lo que he escrito. Y me hace sentir muy bien, de eso no cabe ninguna duda. Estoy mentalmente preparado para lo peor, pero sigo siendo optimista. Creo que me llevo la victoria moral“.

Saro-Wiwa creía que “la literatura, en una situación tan grave como la que vive Nigeria, no puede separarse de la política. Es más, la literatura debe servir a la sociedad involucrándose en política, a través de la intervención, y los escritores no deben dedicarse simplemente a entretener: han de desempeñar un papel intervencionista”.

No obstante, para un miembro de la comunidad que gana miles de millones de dólares gracias al petróleo, pero cuyos compatriotas carecen de electricidad y agua potable, “uno tiene que hacerse activista porque, si no se es activista, se es irresponsable“. El silencio sería, de hecho, una forma de traición.

Saro Wiwa, al igual que Cabral antes que él, creía que el escritor “debe participar en las organizaciones de masas” y “establecer contacto directo con el pueblo”.

“Lo que [las autoridades] no soportan es que un escritor les dé voz a los que no deberían tenerla y los prepare para actuar. Vamos, no quieren que haya literatura en la calle. Y, en África, es precisamente en las calles donde tiene que estar”.

En lo que concierne al lenguaje, Saro-Wiwa comentó que, “de hecho, me he examinado detenidamente para ver cómo escribir y leer en inglés ha colonizado mi mente. Y creo que soy tan ogoni como siempre. Estoy inmerso en la cultura ogoni. Preparo platos ogoni, canto canciones ogoni, bailo al son de la música ogoni. Y creo que los mejores aspectos de la visión del mundo de los ogoni son tan interesantes como los de cualquier otro pueblo de cualquier otro lugar. Tengo muchas ganas de ver cómo los ogoni se establecen en Nigeria y realizan su contribución a la civilización mundial. Yo mismo estoy contribuyendo a la vida de este pueblo tanto como puedo, y probablemente de una forma más eficaz que la de los ogoni que no saben hablar ni escribir en inglés. El hecho de que disfrute de Shakespeare, Dickens, Chaucer, Hemingway y compañía; de que sepa algo sobre la civilización europea, su historia y filosofía; de que me gusten Mozart y Beethoven… ¿es resultado de la colonización? No es algo de lo que me pueda quejar”.

“Históricamente, el pueblo ogoni siempre ha sido feroz e independiente. Se les conoce por sus excepcionales máscaras abstractas. Tanto como cuentacuentos como en otras ramas del arte, los Ogoni han demostrado un gran talento y nivel. Han realizado contribuciones de primer orden a la literatura moderna africana en inglés“.

En estas declaraciones, resulta evidente la apelación implícita a una humanidad universal e inclusiva. Cabral no dudaba a la hora de escribir para un público más amplio en portugués, pero insistía en que, para poder aprender de los campesinos, era necesario ser capaz de conversar en sus idiomas. “Debemos anteponer los intereses de nuestro pueblo”, explicaba Cabral, “en el contexto de los intereses de la raza humana en general, y así podremos situarlos en el contexto de los intereses globales de África”.

“Debemos tener el valor de hablar del tema con claridad”, afirmaba. “Nadie debería pensar que la cultura de África, lo que realmente es africano y, por lo tanto, ha de ser conservado para siempre para que nosotros seamos africanos es nuestra debilidad ante la naturaleza”.

“Así es”, comentaba Saro-Wiwa, “la literatura debe servir a la sociedad involucrándose en la política, a través de la intervención; los autores no deben limitarse a escribir para entretener o sorprender, sino que deben mostrar una visión crítica de la sociedad. Deben desempeñar un papel intervencionista. En mi experiencia, los gobiernos africanos pueden permitirse ignorar a los escritores, escudándose en el hecho de que tan solo unos pocos saben leer y escribir y aquellos que leen no pueden permitirse el lujo de consumir literatura más allá de las lecturas obligatorias de las que se examinan. Por lo tanto, el escritor debe ser l’homme engagé: el hombre intelectual de acción. Debe formar parte de las organizaciones de masas. Tiene que establecer contacto directo con el pueblo y recurrir a la fortaleza de la literatura africana: la oratoria de la lengua. Porque la palabra es mucho más poderosa cuando se expresa en el lenguaje de todos. Por ello, cuando los escritores forman parte de las organizaciones de masas, pueden transmitir su mensaje de forma más eficaz que cuando escriben esperando a que el tiempo obre sus maravillas literarias”.

“Así, es indispensable que se produzca una reconversión de las mentes (o de las mentalidades) para que haya una verdadera integración del pueblo dentro del movimiento de liberación”, argumentaba Cabral. “Tal reconversión (reafricanización, en nuestro caso) puede tener lugar antes de la lucha, pero solo se completa durante la misma, a través del contacto diario con las masas populares en la comunión de un sacrificio ineludible”.

Yo acabo de volver de Sudáfrica, donde era jurista del Tribunal Permanente de los Pueblos sobre Empresas Transnacionales en los países del sur de África. Escuchábamos testimonios conmovedores de la RDC, Madagascar, Sudáfrica, Malawi, Zambia, Zimbabwe, Mozambique, etc. Aquellas historias ahondaban una y otra vez en la cultura de la impunidad, la destructiva extracción de recursos naturales, la lucha de los gobiernos por lucrarse, los robos por parte de empresas transnacionales, los intentos sistemáticos de destruir la cultura a través de la apropiación de tierras, la expropiación y los desplazamientos, ya que el conocimiento sobre la tierra y la conexión con la misma es la esencia de la historia y la cultura del pueblo. Lo ocurrido con Shell y los ogoni en Nigeria no fue un caso aislado. Hoy, esto mismo se está dando por todo el continente.

Tal y como muestran los escritos de Cabral y Saro-Wiwa, la cultura no es un mero artefacto o expresión de la estética, las costumbres y las tradiciones. Es un medio por el que el pueblo ejerce su oposición contra la dominación, un medio para proclamar e inventar su humanidad, un medio para ejercer su voluntad y capacidad de escribir la historia. Es resumen, la cultura es una de las herramientas principales de la lucha por la independencia.

El trabajo llevado a cabo por la hermana Majella y la biblioteca de la Universidad de Maynooth para recopilar estos textos y ponerlos a disposición del mundo es un acto cultural inspirador. Un acto del que Daraja Press se enorgullece de haber formado parte.

 

Fuente: Firoze Manji, Richard von Weizsäcker 
Fellow, de la Robert Bosch Academy, Berlín 
(15 de noviembre de 2018). "The centrality 
of culture in the struggle for a new world: 
Amilcar Cabral and Ken Saro-Wiwa", 
en Mulibrarytreasures.wordpress.com. 

Traducido por Mar Sánchez Pulido y 
María Valdunciel Blanco (Universidad de Salamanca) 
para Umoya.

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