Descolonizar la noción de ciudadanía

Una marcha contra la xenofobia en Johannesburgo, Sudáfrica, en 2015. Foto: Dyltong/Wikipedia.
Una marcha contra la xenofobia en Johannesburgo, Sudáfrica, en 2015. Foto: Dyltong/Wikipedia.

El mes pasado de agosto en Johannesburgo, Sudáfrica, se produjeron una serie de ataques contra la población extranjera como parte de una ola de violencia y sentimiento antiinmigración en el país. La violencia xenófoba nos ha vuelto a recordar la noción política de la ciudadanía y lo que significa pertenecer a la poscolonia.

Esta no es ni mucho menos la primera vez que somos testigos de ataques violentos contra la población inmigrante del país. En 2008, alrededor de cincuenta personas fueron asesinadas y miles más se vieron obligadas a desplazarse como resultado de los ataques violentos, que se producían sobre todo en las townships, barriadas en las que vivía la población negra durante el apartheid, y cuyo objetivo era, presuntamente, echar a los extranjeros del país.

Entonces se dijo que esta postura antiinmigración se debía a la lucha por encontrar empleo. Algunos hasta llegaron a afirmar que los “extranjeros” estaban robando no solo los puestos de trabajo, sino también las mujeres “de los locales”. No obstante, parece que los últimos ataques han sido motivados por el rumor de que los “extranjeros” estaban vendiendo alimentos en mal estado en las townships.

Se trata de un clásico caso de vino añejo en odre nuevo. Lo que está ocurriendo no tiene nada que ver con los alimentos en mal estado, al igual que no tenía que ver con los empleos en 2008. El verdadero problema, al que llevamos enfrentándonos muchos años, es la óptica a través de la que reconocemos, o no, la humanidad en el otro.

Es la misma óptica que usamos para distinguir quién es humano y quién no. Huelga decir que esta óptica se heredó del colonialismo, del que forma parte. Por eso indigna tanto que los “extranjeros” vendan alimentos caducados, mientras que todos callan cuando a las grandes superficies, como Checkers, se las acusa de lo mismo.

Si bien el argumento que sostiene que los ataques xenófobos se han originado por la situación económica que está sufriendo el país es válido y necesario, no nos vale para comprender la naturaleza racista del país ni nos ayuda a lidiar con todo lo que está en juego. Seamos claros, no cabe duda de que el país se encuentra sumergido en una crisis económica y que las clases sociales más bajas están luchando por las pocas oportunidades que hay, como empleos poco remunerados o trabajos como vendedor callejero. No obstante, y dicho esto, no tenemos por qué reducirlo todo tan solo a factores económicos.

Algunos académicos, como el profesor de ciencias políticas Mahmood Mamdani, alertan sobre el peligro que existe en el contexto poscolonial de reducir todas las realidades políticas al materialismo y a la cuestión económica. Porque el colonialismo, al igual que el actual capitalismo occidental, no es una mera empresa basada en la explotación y los beneficios. Ambos sistemas albergan una superestructura mayor que no solo afecta a la economía, sino también a la estructura social, la cultura, la epistemología y, por supuesto, la definición de quién es humano y quién no.

Durante la época colonial, la distinción entre quién lo era y quién no lo era estaba muy clara. Los negros, que supuestamente venían del continente oscuro, los nativos, eran los subhumanos. Se creó el concepto de subhumanidad y se mantuvo a través de una estructura epistemológica sistemática.

El sistema de la maquinaria colonial también se aseguró de que ciertas personas, los humanos, fueran consideradas ciudadanos globales, que literalmente podían ir a cualquier sitio sin que se les hiciera sentir menos humanos. Así pues, puede haber afroamericanos y nativos americanos en Estados Unidos, pero nunca europeos americanos o europeos africanos. No obstante, la creación del ciudadano del mundo se produjo a la vez que la invención del nativo, quien debía pertenecer a un lugar concreto, con unas normas y una cultura fijas. La humanidad del ciudadano del mundo se ve reafirmada constantemente, mientras que la del nativo se cuestiona todo el tiempo. El nativo fue creado para estar atrasado, para ser bárbaro e irreflexivo.

Es más, al colonialismo no le bastó con inventar al nativo, sino que además, como explica Mamdani en su When Victims Became Killers:  Colonialism, Nativism, and the Genocide in Rwanda [Cuando las víctimas se convirtieron en verdugos: el colonialismo, los nativos y el genocidio de Ruanda], también politizaron “el concepto de indígena desde el principio: primero negativamente, por medio de la difamación del nativo por parte del colono; pero, después, positivamente, con la respuesta del nativo, como una autoafirmación. La dialéctica del colono y el nativo no terminó junto con el colonialismo y la independencia política”. Lo que vimos con el final del colonialismo fue la continuación de la politización a la que se refiere Mamdani.

El Estado poscolonial, más que inventar identidades liberadoras, perpetuó las coloniales, con el correspondiente bagaje político que las acompañaba. Así pues, la afirmación de lo nativo en el contexto poscolonial venía acompañada por la demonización del otro, pero nunca del ciudadano del mundo, por supuesto, pues este no pertenecía al ámbito local. La politización de lo nativo se ha seguido nutriendo gracias a lo que Mamdani denomina la “lógica del colonialismo”, de manera que a los nativos se los describe a menudo como aquellos que estaban en el territorio cuando los colonizadores inventaron las fronteras nacionales. Por tanto, los nativos en la poscolonia son los que fueron creados y definidos como tales por el colonialismo.

Lo que tenemos que hacer ahora, y lo que tendría que haber ocurrido con la desaparición del colonialismo, es descolonizar, ideológica y prácticamente, la noción colonial de la ciudadanía. Ello incluye, entre otros aspectos, transgredir las identidades políticas creadas por el colonialismo que heredamos y seguir la idea de humanismo desarrollada por Fanon. Es el tipo de humanismo que hemos visto con movimientos como el de las chabolas Abahlali Basemjondolo, que afirma que un humano es un humano y, por lo tanto, no puede ser ilegal.

“En la nueva sociedad que se está construyendo”, explicaba Fanon refiriéndose a Argelia, “solo hay argelinos. Así pues, cualquier habitante de Argelia es argelino”. De ahí la actitud anticolonial e independentista de Abahlali de que, “si vives en un lugar, eres de ese lugar y eres un vecino y camarada en ese lugar”.

 

Phumlani Majavu es profesor en el Departamento de Estudios del Desarrollo en la Universidad de Sudáfrica.

 

Fuente: Phumlani Majavu (18 de septiembre de 2018). 
 "Decolonizing the Notion of Citizenship", en Toward Freedom.
 
 Traducido por  María Valdunciel Blanco 
 (Universidad de Salamanca) para Umoya.

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