Retrato de Paul Kagame, presidente de la República de Ruanda

Paul Kagame. Foto: Gina Informs.
Paul Kagame. Foto: Gina Informs.

El drama ruandés tenía un héroe y la opinión pública mundial, aliviada por haber encontrado un salvador en el fondo del abismo, fue a su encuentro. ¿Quién era ese héroe? Nadie sabía nada sobre él. Era un héroe desconocido sobre un fondo de clichés africanos.

En 1994, Paul Kagame tenía treinta y seis años y no era verdaderamente ruandés. Creció en Uganda como hijo de refugiado desde los cuatro años; era Mayor en el ejército ugandés y ciudadano de su país de acogida. Poco después de terminar sus estudios secundarios, a los veinte años, participa en la guerrilla para derrocar al dictador Idi Amin Dada. Inicia una “carrera militar”, muy poco convencional, que durará 16 años y lo lanzará a través de algunos de los acontecimientos más extraordinarios del siglo.

Este periodo de su vida –de su vida “ugandesa”- es el que va a formarlo. El Uganda de los años 1970-1980 es una jungla sembrada de cadáveres en la que todo el mundo traiciona a todo el mundo. La comunidad internacional, que había vilipendiado a Idi Amin, se lava las manos en adelante, ya que ha desaparecido Idi Amin. Poco importa que el dictador Milton Obote, elegido en unas elecciones trucadas pero aprobadas por las autoridades británicas, elimine a más gente que Amin, ya que lo importante en la óptica de la guerra fría, Obote es “amigo de Occidente”. Occidente ayuda a los supervivientes a través de la ayuda internacional, siguiendo una distribución de tareas que Kagame reproducirá -más tarde- en Ruanda, primero, y luego en el Congo.

El desprecio que siente respecto de la “comunidad internacional”, de su cinismo diplomático y de su hipocresía humanitaria es el producto de su experiencia de las guerras civiles ugandesas. También su visión de “héroe”. En enero de 1986, Kagame penetra como vencedor en Kampala siguiendo los pasos de su jefe Yoweri Museveni. Antes de ver a este militante de extrema izquierda anticolonialista convertirse luego, gracias a diversos deslizamientos oportunistas, en la perfecta reproducción de lo que había combatido durante toda su juventud. Kagame repetirá exactamente este mismo ciclo, hasta encontrarse hoy con una oposición compuesta en un 80% no por exgenocidas, como deja entender, sino por sus antiguos camaradas de combate.

Al principio, evidentemente, tras la victoria, Kagame estará al servicio del ejército regular ugandés. Fiel a su jefe, se convierte en el patrón de los servicios secretos del ejército. Los baganda y banyankole no cesan de recordar (a Museveni) que Kagame es un extranjero. Otro ruandés, Fred Rwigyema, es jefe de Estado mayor del ejército ugandés. ¿Qué mejor garantía contra un antigolpe de Estado (contra Museveni) que dos extranjeros estén a la cabeza del ejército? Kagame se calla y observa. Puede constatar que la misma ambigüedad, que tan bien había servido a Obote en su día, prosigue. Amnistía Internacional envía una misión a Uganda para reprochar a Museveni el trato brutal a los prisioneros insurrectos  de etnias nordistas que seguían apoyando a Obote. AI reclama  la creación de una justicia. Museveni se desentiende del problema; es Kagame nombrado presidente de un tribunal itinerante de las fuerzas armadas. Cumplirá su función a la perfección y cuando traiga a Kampala cadáveres, resultado de las condenas, estos no mostrarán ningún signo de malos tratos. El hombre es frío y despiadado; es eficaz y sabe respetar las formas.

Desde 1987, Kagame comienza a extender sus contactos entre la diáspora ruandesa, que desde Uganda trata de montar una estructura político-militar para derribar el régimen hutu de Kigali. Ahora bien, está creciendo una presión antirruandesa en Uganda, donde Museveni se ve obligado a distanciarse de toda una generación de refugiados  ruandeses que le han ayudado en su acceso al poder. El general Rwigyema, que se sentía ugandés, se siente traicionado y decide unirse al FPR. Es una catástrofe para Kagame, ya que Rwigyema es muy popular en la diáspora ruandesa, tanto como poco lo es Kagame. Además, los dos pertenecen a filiaciones ruandesas absolutamente antagónicas: Rwigyema es heredero de la familia real de los Banyingina, mientras Kagame pertenece al clan de los Ababega, que había derrocado y matado al rey en el momento de la conquista colonial en 1896; un heredero de la familia real frente a un descendiente austero de un clan usurpador.

La invasión de Ruanda que preparan está marcada desde el inicio por una ambigüedad personal y política. Rwigyema es consciente de la dificultad de hacer aceptar a la mayoría hutu una “liberación” impulsada por la minoría tutsi. Cuenta con su carisma y su apertura hacia los hutu opositores a Habyarimana para superar la “restauración feudal” de la que pronto hablará Habyarimana.

El FPR ataca Ruanda el 1 de octubre de 1990 y, el día 2, Fred Rwigyema es asesinado por alguno de sus propios oficiales. El FPR negará siempre las circunstancias de esta muerte y la atribuirá a “los combates”. Una sombra inquietante flota sobre el asesinato del líder del FPR. Como muchos otros episodios de la ruta de Paul Kagame hacia el poder, este episodio jamás será aclarado.

La guerra duró cuatro años y explotó en un genocidio, cuya fecha de inicio fue dada por el asesinato de Habyarimana. Son numerosas las acusaciones que apuntan a Kagame como autor del atentado, pero el impacto mundial del genocidio operó una especie de hipnosis en la comunidad internacional que rechaza pensar lo impensable sobre el libertador (Kagame) del genocidio. El jefe del FPR no parecía conmocionado en especial por la pasividad internacional; tampoco por el genocidio mismo. De hecho, parece más bien que Kagame no estaba  preocupado en exceso por la suerte de sus conciudadanos. Entre los muertos había varios miles de hutu, que pasarán al capítulo de ganancias y pérdidas en las conmemoraciones del genocidio; con relación a las víctimas tutsi – entre 700.000 y 800.000- , parecen ser consideradas como “daños colaterales” de un proceso de modernización de Ruanda que el nuevo poder postgenocida pondrá en pie.

El genocidio ha sido una enorme chance política para Kagame, que sabrá explotar con habilidad. Ha concluido con el intercambio de una población tutsi “indígena”, enraizada en la tensionada realidad ruandesa, por otra población de tutsi venida del extranjero, educada, militarizada y disciplinada, que se revelará como el pueblo ideal del proyecto FPR.

Kagame tiene un plan para Ruanda. Un plan a su imagen: frío, eficaz, totalmente polarizado en el éxito técnico, sin escrúpulos sobre los medios empleados. Sabrá venderlo a una opinión internacional encantada por ver cambios  fundamentales –honestidad, seguridad, limpieza urbana, mejoras- y por artilugios agradables a los occidentales, como Internet y la prohibición de bolsas de plástico.

Ilustración: David MARTIN para l'Institut Montaigne.
Ilustración: David MARTIN para l’Institut Montaigne.

Protegido por el blindaje del genocidio, Kagame sabe que puede hacer prácticamente lo que quiere. Además, siempre ha ganado: escapar del destino de un refugiado para acceder a altos puestos de poder en Uganda, tomar el control del FPR, ganar una guerra en Ruanda disimulando sus propias violencias gracias al apocalipsis del genocidio, crear un gobierno “de unión nacional” y luego abolirlo (masacre de Kibeho 1995), tomar el poder absoluto  con resultados electorales dignos de Stalin. El miedo es tal que la obediencia es real. La comunidad internacional, prisionera de sus remordimientos y seducida por los progresos, asiente.

Cometerá sin embargo una gran equivocación: su invasión del Congo. Había logrado reunir una coalición de Estados africanos, apoyados por los EEUU, que deseaban deshacerse de su viejo cómplice de los años de la guerra fría, contra Mobutu Sese Seko. Kagame, el héroe aureolado, condujo la ofensiva y derrocó al viejo tirano. Meses más tarde, animado por este éxito suplementario,  asumió unos riesgos excesivos al atacar a la vez a algunos de sus aliados y al régimen que él mismo acababa de instalar en Kinshasa. Fue la guerra (1998-2002) que sacudió a todo el continente y causó millones de muertos. El “héroe” tuvo que abandonar el terreno. Su fracaso tuvo incluso efectos secundarios inesperados, ya que la comunidad internacional se atrevió a mirar de más cerca el recorrido del FPR desde su ascensión al poder.

Cuando se creó el Tribunal Penal Internacional para Ruanda, se había intentado investigar al FPR, pero la fiscalía lo había prohibido. ¡Solo fue en junio de 2009 cuando aparecerá el informe Mapping Report sobre la guerra del Congo! Se hablará en él del “ejército ruandés” en el extranjero. Nada sobre Ruanda ni Kagame. La comunidad internacional, fascinada por la imagen heroica de Kagame, parece que no ha leído ese informe, de más de quinientas páginas, muy documentado, y se mantiene en su mansedumbre para con Kagame, al que el profesor Filip Reyntjens, de la Universidad de Amberes, califica como “el mayor criminal de guerra en el poder hoy”.

Desde enero de 2018, Kagame es el presidente de la Unión Africana y da lecciones a sus pares, por los que no tiene más que un limitado aprecio.  La oposición ha sido eliminada por  robustos métodos (cárcel, torturas, desapariciones, asesinatos). Incluso la violencia se había “democratizado” desde 2016 con ejecuciones sumarias de decenas de pequeños delincuentes (ladrones de vacas, contrabandistas, pescadores con redes ilegales…), eliminados por el ejército para producir miedo y “garantizar el orden”. Victoire Ingabire, condenada por haber osado presentarse a las elecciones, recientemente liberada, declaró a la salida de la cárcel: “Espero que sea el inicio de la apertura del espacio político”. La realización de esta esperanza parece desgraciadamente poco probable.

Kagame es un hombre de hierro. Sin embargo, incluso el hierro puede oxidarse. Hace unos años se enfrentaba a los problemas con una flema “británica”, que en kinyarwanda se llama itonde. Hoy, el mismo hombre zarandea a sus escoltas, abofetea a una secretaria y patea a un ministro en público. Muchos de sus antiguos camaradas de hace treinta años están en la oposición y viven en exilio. Museveni y él se detestan y el presidente ugandés suministra ayuda a una guerrilla escondida en la selva de Nyungwe.

Paul Kagame es el amo de Ruanda, el único jefe de Estado africano con capacidad para hablar de igual a igual con los grandes del planeta; capaz de tener peso sobre las decisiones en la mayoría de los tribunales internacionales. Es un poder fuerte y solitario, y el poder absoluto es absolutamente solitario.

 

Gérard Prunier es historiador, especialista en el Cuerno de África

 

Nota:

Este retrato pertenece a una serie, de la que formaría parte Paul Kagame, dedicada a diversos  líderes con perfil autoritario/dictatorial  (Vladimir Putin, Victor Orban, Recep Tayyip Erdogan, Mohamed ben Salman, Abdelfattah Sissi, Bachar el Assad, entre otros), que el Institut Montaigne ha ido publicando en su blog a lo largo de 2018: https://www.institutmontaigne.org/blog/portrait-de-paul-kagame-president-de-la-republique-du-rwanda. La Tribune Franco-rwandaise lo reprodujo el 30.12.2018. Se han traducido los párrafos  más significativos.

 

Fuente: Gérard Prunier (30 de diciembre de 2018). 
"Portrait de Paul Kagame - président de la 
République du Rwanda", en La Tribune Franco-rwandaise.

Traducido por Ramón Arozarena para Umoya.

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