Cheikh Hamidou Kane: “África ya no existe: le han arrebatado su espacio”

Cheikh Hamidou Kane. Fuente: http://nzingagermain.com
Cheikh Hamidou Kane. Fuente: http://nzingagermain.com

“África ya no existe: le han arrebatado su espacio”, Cheikh Hamidou Kane


Esta es una de las paradojas de Cheikh Hamidou Kane. En su trayectoria de cincuenta y siete años, solamente ha publicado dos novelas: L’Aventure ambigüe (La aventura ambigua), en 1961, y Les Gardiens du temple (Los guardianes del templo), en 1995. Sus obras, ahora ya convertidas en clásicos, han sido traducidas a una decena de lenguas y están incluidas en los programas de numerosas escuelas y universidades. Relatan la insatisfacción de las élites africanas, desorientadas por la colonización francesa. Nacido en 1928 en Matam, a las orillas del río Senegal, Cheikh Hamidou Kane ha profundizado en la historia contemporánea del continente, esa historia que destaca por sus múltiples cuestionamientos y crisis de identidad.

La aventura ambigua sucede entre los Diallobé, un pueblo ficticio que parece guardar cierto parecido con Fouta Toro, región y antiguamente reino del norte de Senegal. Allí, a Samba Diallo, hijo de ilustres nómadas peuls y criado en la más absoluta tradición coránica propia del pueblo, le envían al «colegio de los blancos» para que aprenda a «vencer sin tener razón». Después de esta violenta experiencia interior, el protagonista acabará totalmente roto.

No cabe duda de que, todavía hoy, está en vigor el poder de esta novela filosófica, en parte también autobiográfica, ganadora del Gran Premio literario del África negra en 1962. La aventura ambigua se ha erigido como una obra de referencia para todo aquel que sigue cuestionándose la identidad africana y para todos los afrodescendientes que sufren el «choque» occidental. ¿Se puede realmente llegar a establecer una relación entre las culturas africanas y el legado colonial, y salir indemne? ¿Cómo sacar el máximo partido a este conflicto de identidad?

Testigo y actor privilegiado de la desmembración de las antiguas colonias francesas en virtud de las independencias africanas, Cheikh Hamidou Kane fue ministro durante los mandatos de Léopold Sédar Senghor y de Abdou Diouf. Además, también ostentó el cargo representativo más alto de UNICEF en diferentes capitales africanas. Retirado de la vida pública desde hace unas décadas, el escritor dedica ahora sus días a rezar, a escribir y a «educar moralmente» a sus nietos.

Ha sido en su mansión de Dakar donde nos ha recibido, para la entrevista de Le Monde Afrique. A sus noventa años, y a pesar de sus vacilantes movimientos, mantiene firme su visión sobre el mundo. Sigue centrado en una infancia marcada por el racismo, el interés por la cultura francesa y por sus sueños panafricanistas. Además, reconoce que Black Panther, la última entrega de los estudios cinematográficos Marvel, le ha encantado.

 

Coumba Kane.- Acaba de cumplir noventa años. ¿Qué tal se encuentra?

Cheikh Hamidou Kane.- Sufro los achaques de la edad. Ya no veo ni oigo tan bien como desearía, pero, gracias a Dios, todo lo demás está bien.

 

C.K.- Nació durante la colonización en Senegal. ¿De qué manera sentía la presencia de los colonos franceses durante su infancia?

C.H.K.- Durante mi infancia, sufrí la humillación que experimentaban todos los que querían alcanzar el mismo nivel de conocimiento que los blancos y se encontraban frente a personas que les menospreciaban. Los colonos trataron de hacernos admitir que éramos seres inferiores, seres incapaces de hacer nada mejor o, al menos, igual de bien que ellos. No se oponían a que los ‘indígenas’ asistiesen a sus clases, pero limitaban nuestras ambiciones. Estábamos programados para ser auxiliares, nada más; es decir, podríamos llegar a ser enfermeros, pero de ninguna manera lograríamos convertirnos en doctores.

 

C.K.- Sin embargo, usted no acató esas normas. En lugar de eso, soñaba con ser filósofo.

C.H.K.- Era mi sueño desde que comencé primaria. Para los blancos, era inconcebible, por lo que tuve que pelear mucho a lo largo de mi etapa educativa. En 1942 traté de entrar al instituto Faidherbe, en Saint Louis, reservado principalmente para los hijos de los colonos franceses. Solo algunos afortunados africanos podían mandar allí a sus hijos. No crecí en el seno de una familia adinerada, por lo que acabé en la escuela de Hijos de Jefes, conocida antiguamente como escuela de los Rehenes. Allí, estudiaban los hijos de los nativos más poderosos, con el objetivo de formar a los futuros líderes regionales al servicio del poder colonial.

 

C.K.- Fue uno de los primeros hijos de líderes religiosos que asistió a la escuela francesa. ¿Por qué su familia tomó esa decisión?

C.H.K.- Todo es gracias a uno de mis antepasados, Alpha Ciré Diallo, un hombre excepcional. Durante los episodios más tensos del debate entre defensores y detractores de la escuela francesa en su pueblo, él fue uno de los primeros que entendió que no se corría ningún riesgo al escolarizar a los niños. La única condición era que, previamente, hubiesen sido firmemente educados en el islam y en los valores del pueblo peul: el sentido del honor, la práctica religiosa y la solidaridad familiar (Rewdé Allah, djokude endaam). Creía que esta doble educación servía a su vez de protección y de armadura. De hecho, sus propios hijos acabaron en el ejército colonial o se convirtieron en intérpretes. Él confiaba plenamente en su herencia cultural y yo soy producto de la lucha de este antepasado tan visionario.

 

C.K.- En la escuela, usted llamó la atención.

C.H.K.- En mi promoción éramos siete “hijos de jefes”. Al acabar los estudios, teníamos que pasar por la granja para, después, convertirnos en jefes de cantón. Pero me negué a asistir a la granja, porque seguía soñando con el instituto Faidherbe. Ante este deseo, el director de la escuela, furioso, convocó a uno de mis tíos, que trabajaba como secretario judicial. Le explicó sin muchos miramientos, y con un tono ciertamente despectivo, que mis ambiciones eran pretenciosas… ¡que no me habían educado para eso! Pero me mantuve firme. Mi padre me matriculó en el instituto Van Vollenhoven, en Dakar. Allí, mis compañeros africanos me eligieron como representante estudiantil en la Comisión de disciplina del instituto, con mayoría de estudiantes blancos.

 

C.K.- ¿Cómo llegó a la Sorbona?

C.H.K.- Como siempre había soñado con llegar a ser profesor de filosofía algún día, la Sorbona era un claro objetivo, pero no tenía los medios para llegar a la capital francesa. Por eso, escribí al gobernador de Senegal en Francia, que por primera vez era un afroantillano, con el objetivo de conseguir una beca. ¡Y me la otorgó! Formé parte de una clase preparatoria en el instituto Louis-le-Grand, en París, y, poco después, comencé mis estudios de filosofía y derecho en la famosa universidad parisina.

 

C.K.- ¿Qué es lo que más le marcó de esa prestigiosa universidad?

C.H.K.- Descubrí las cualidades fundamentales de la civilización occidental, ocultas hasta entonces bajo la sombra del colonialismo. A pesar de que admiraba muchos aspectos, el comportamiento violento de los colonos en Senegal me inclinaba a dudar. Lo cierto es que mis compañeros y profesores franceses tenían ideas bastante abiertas. De hecho, mi fe musulmana también se aprovechó de los debates filosóficos de la época, especialmente el existencialismo de Jean-Paul Sartre y el pensamiento cristiano de Paul Ricoeur.

 

C.K.- París también era el corazón de las luchas independentistas y de movimientos literarios, como la negritud. ¿Dónde se situaba?

C.H.K.- En general, compartía las ideas de Ki-Zerbo: independencia africana, Estados Unidos de África y socialismo africano. Como todo estudiante africano que se preciase, tuve que posicionarme y militar en la lucha. Los líderes más populares eran los marxistas del Partido Africano de la Independencia (PAI), liderados por Majhemout Diop, y los nacionalistas agrupados en torno a Cheikh Anta Diop. No era partidario del marxismo, pues resultaba incompatible con mi fe religiosa. Me mostraba más cercano a las ideas de Cheikh Anta Diop, a quien conocía personalmente, pero su partido estaba poco estructurado por aquel entonces. Finalmente, fue Joseph Ki-Zerbo quien me convenció. Este profesor asociado de historia, católico y voltaico [originario del Alto Volta francés, antigua denominación de la actual Burkina Faso], era muy activo entre las juventudes cristianas de Francia y creó el Movimiento de Liberación Nacional. Yo compartía plenamente sus ideas en torno a los Estados Unidos de África, la independencia de Africa y socialismo africano.

 

C.K.- La negritud, corriente a la que se adherían grandes escritores como Aimé Césaire, Léopold Sédar Senghor y Léon-Gontran Damas, también era un movimiento dominante en ese momento, pero usted decidió distanciarse. ¿A qué se debió?

C.H.K.- Apoyaba la revolución que expresaba este movimiento. De hecho, las poesías de Césaire recogidas en Cahier d’un retour au pays natal (Cuaderno de un retorno al país natal), que leí con 16 años, resultaron profundamente inspiradoras. Sin embargo, la posición de Senghor –que se mostraba menos radical en la denuncia del desprecio que sufrían los negros por parte de la población blanca– no acababa de convencerme.

 

C.K.- En La aventura ambigua, los habitantes del pueblo Diallobé temen que sus hijos pierdan la identidad al asistir a los colegios de los blancos y cuestionan si, «para aprender, valdrá la pena todo lo que olvidarán». ¿Tiene ahora mismo una respuesta para esta pregunta fundamental?

C.H.K.- Respondo a esta cuestión en mi segunda novela, Los guardianes del templo, que aunque se publicó en 1995, lleva escrita desde 1963. El protagonista, que representa de algún modo la resurrección de Samba Diallo, recibió una firme educación religiosa musulmana y se arraiga a los valores del pueblo Diallobé. Tras unos estudios sobresalientes en la escuela colonial francesa, llega a ser ingeniero agrónomo. Allí, el protagonista aprendió las técnicas modernas esenciales para construir un nuevo país independiente. Por lo tanto, consiguió aliar su cultura religiosa tradicional a lo que aprendió en contacto con la civilización occidental.

 

C.K.- Sin embargo, la aventura de Samba Diallo, que se debate entre su tierra natal y Occidente, no acaba bien. ¿Cómo podemos interpretar, desde un punto de vista simbólico, la muerte del héroe de su novela?

C.H.K.- Algunos lectores creyeron, por equivocación, que con esta muerte quería mostrar la imposibilidad de conciliar nuestras culturas africanas y la civilización occidental. Que el único resultado posible era un final trágico. En absoluto. Maté a Samba Diallo en manos de ‘el Loco’ para mostrar hasta qué punto era tortuoso el camino de los africanos hasta lograr el encuentro con la civilización occidental. Además, el camino está repleto de desafíos culturales y de extremismos religiosos. Por aquel entonces, yo ya sentía que algunos deseaban imponer a toda costa su manera de practicar la religión. Eso es lo que representa el personaje de ‘el Loco’ en La aventura ambigua.

 

C.K.- Usted mismo vivió esa aventura –en cierto modo- ambigua entre África y Francia. ¿Qué aprendió?

C.H.K.- Conseguí sobrevivir a ese periplo. Aprendí que, al contrario de lo que el colono racista se esforzaba por hacernos creer, las culturas africanas y europeas comparten muchos rasgos en común. Mi generación y la de Senghor me demostraron que se podía acceder a las esferas más elevadas de conocimiento de los blancos. Al acabar mis estudios, regresé a África con la esperanza de lograr un mundo justo y compartido. En la novela, eso es lo que simboliza el personaje del Caballero con dalmática: “Nosotros, los negros; nosotros, los árabes; nosotros, los asiáticos; es un mundo posible. Tenemos que construirlo. No debe ser un mundo imaginario, dirigido únicamente por Occidente”.

 

C.K.- Cerca de sesenta años después de las independencias de los países africanos, parece que ese mundo compartido todavía no ha llegado.

C.H.K.- Hay que seguir el trabajo empezado: ¡Roma no se construyó en un día! A África, como decía Ki-Zerbo, le arrebataron su espacio. De hecho, los imperios existentes quedaron desmembrados en una cincuentena de territorios en manos de los colonos. África ya no existe. Perdió su iniciativa política y su identidad endógena. En los colegios se enseñan las lenguas de los países colonizadores. Las leyes, la organización social y familiar se basan en los modelos occidentales. África tiene que reconvertirse en sí misma apoyándose en las estructuras anteriores a la colonización.

Por ejemplo, la Carta de Mandén, elaborada en 1236 en el imperio de Malí, puede redefinir nuestra organización e instituciones. Este documento regula las relaciones familiares, fomenta los valores de respeto y solidaridad, así como permite la diversidad. En ese imperio existía una verdadera ciudadanía en África occidental. Los ciudadanos podían cambiar de un territorio a otro cambiando su apellido. Un mandinga que se llamase Diarra, una vez llegado al territorio Wolofs tomaba el nombre de Ndiaye o Diatta. De este modo, se lograba una convivencia armoniosa entre las diferentes comunidades. Podemos retomar este modelo, ¡no hace falta buscar en otra parte!

 

C.K.- El pasado glorioso que describe ha desaparecido totalmente. ¿No resulta utópico querer recuperarlo?

C.H.K.- No defiendo que volvamos, sino, más bien, que recurramos el pasado. Debemos inspirarnos del legado de nuestros antepasados. Para apropiarnos, de nuevo, de nuestra identidad endógena, debemos pasar por esa fase. Por otro lado, esto es responsabilidad de los líderes africanos…

 

C.K.- ¿Qué peso puede ejercer el continente en la economía mundial si está dividido?

C.H.K.- Los jóvenes deben, cuanto antes, apoderarse de este aspecto. Deben luchar por crear un espacio geopolítico y económicamente autónomo en África Subsahariana. Tienen que imponérselo a los políticos actuales, que no entienden que sus poderes no son nada más que “chuches y piruletas”, tal y como decía Senghor cuando luchaba contra la balcanización. Pero ¿qué peso va a ejercer el continente en la economía mundial si está dividido? África es el continente más rico en recursos naturales, necesarios para la totalidad del planeta. ¿Cómo vamos a defenderlos o a comerciar con ellos –con precios justos- si estamos tan divididos? Si hubiese una autoridad común que gestionase, por ejemplo, los recursos petrolíferos, África gozaría de una posición privilegiada en el panorama internacional.

 

C.K.- Usted fue ministro en varias ocasiones. ¿Por qué su generación nunca consiguió crear esta unidad africana?

C.H.K.- Los colonizadores supieron cómo actuar. Por ejemplo, Félix Houphouët-Boigny, que se oponía severamente a los trabajos forzados antes de la independencia representaba una amenaza para Francia. Se había aliado con los comunistas franceses en el Parlamento, donde ocupaba su puesto como representante de Costa de Marfil. Comenzó una batalla que habría podido acabar en una guerra tan sangrienta como la de Argelia o la de Vietnam. Entonces, los franceses lo enviaron de vuelta a su país con la promesa de una Costa de Marfil autónoma. Recibió los primeros honores en París al aceptar un puesto de Ministro del Estado. Después, el colonizador acabó con las uniones que habrían podido servir de cimientos para construir los Estados Unidos Africanos, al otorgar la independencia a los trece territorios miembros de África Occidental Francesa (AOF) y de África Ecuatorial Francesa (AEF). Los africanos cayeron en la trampa.

 

C.K.- ¿Qué opina de la demoledora situación política senegalesa, marcada especialmente por la fuerte oposición al régimen del presidente Macky Sall?

C.H.K.- A pesar de las tensiones actuales, conviene reconocer los méritos de “la excepción senegalesa”. La convivencia entre el islam, el cristianismo y el resto de religiones es armoniosa, debido especialmente a que el islam está impregnado de valores tradicionales. Senegal goza de una amplia trayectoria democrática. Desde Blaise Diagne, el primer diputado electo en la cámara de diputados de Francia en 1914, en Senegal tenemos derecho a voto. Desde hace más de un siglo, los senegaleses saben qué es un partido político, qué son unas elecciones o qué significa escoger a los líderes políticos.

 

C.K.- ¿Sigue escribiendo?

C.H.K.- Ahora mismo estoy trabajando en un proyecto al que tengo mucho cariño. Sigo las huellas de la epopeya vivida por el imperio de Malí, fundado por Soundjata Keïta, que redactó la Carta de Mandén. Me gustaría recordar esta página de la historia a la juventud africana y al mundo. En torno al proyecto he reunido a artistas -como el cantante Youssou Ndour-, intelectuales, escritores e, incluso, griots tradicionales provenientes del territorio del antiguo imperio de Mali. Quiero crear una película de animación con efectos especiales para ilustrar el universo místico del emperador Soundjata Keïta. Dicen las leyendas que ostentaba poderes mágicos, como el don de la ubicuidad: podía estar en varios lugares a la vez. He visto algunas películas, de hecho recientemente he visto Black Panther, que me han hecho pensar que mi proyecto es factible.

 

C.K.- ¿Le gustó Black Panther?

C.H.K.- Me encantó la idea de un poderoso reino africano con sus propias normas. La voz del cantante senegalés Baaba Maal se utiliza a la perfección. Ahora que me encuentro mejor, espero conseguir que mi proyecto vea la luz.

 

Entrevista realizada por Coumba Kane para el diario francés Le Monde.

 

Fuente: Interview de Cheikh Hamidou Kane: « L’Afrique n’existe 
plus, elle a été dépossédée de son espace » par Coumba Kane, 
publicado el 1 de septiembre de 2018.

Traducido por Marcos Orcástegui (Universidad de 
Valladolid) para Umoya.

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