¿Cuántas vidas se han llevado las guerras de Estados Unidos posteriores al 11S? Parte 3: Libia, Siria, Somalia y Yemen

En esta tercera y última serie de artículos, Nicolas J. S. Davies investiga sobre el número de víctimas mortales en las guerras encubiertas y mediante terceros de Estados Unidos en Libia, Siria, Somalia y Yemen y pone de manifiesto la importancia de estudiar exhaustivamente las cifras de muertos en guerras.

Nicolas J. S. Davies (Traducido del inglés por: Álvaro P. Salvador)

En las dos partes anteriores de este reportaje, concluí que como consecuencia de la invasión estadounidense de Irak se ha matado a 2,4 millones de personas aproximadamente, mientras que, en las guerras que Estados Unidos lideró en Afganistán y Pakistán, se mató a 1,2 millones aproximadamente. En esta tercera y última parte del reportaje, calcularé cuántas vidas se perdieron tras las intervenciones del ejército de Estados Unidos y de la CIA. en Libia, Somalia y Yemen.

De entre los países a los que Estados Unidos ha atacado y desestabilizado a partir del 2001, Irak es el único en el que se han realizado estudios exhaustivos y «activos» que posibiliten desvelar víctimas mortales que, con otros métodos, no se habrían contabilizado. Los estudios de mortalidad «activos» se caracterizan por encuestar «activamente» a las familias para así dar con fallecidos cuyas muertes no se habían recogido en noticias u otras publicaciones.

Fuerzas del Ejército de EE.UU. operando en el sur de Irak durante la Operación Libertad Iraquí, 2 de abril de 2003 (Foto de la Marina de EE.UU.)

Estos estudios los suelen realizar personas que trabajan en el ámbito de la salud pública, como son Les Roberts (Universidad de Columbia, en Estados Unidos), Gilbert Burnham (Universidad Johns Hopkins, en Estados Unidos) y Riyadh Lafta (Universidad Mustansiriya, en Bagdad). Ellos son los autores del estudio de 2006 de la revista Lancet sobre la mortalidad en la guerra de Irak. En su presentación en Irak, destacaron que los equipos iraquíes responsables de las encuestas eran independientes respecto al Gobierno de ocupación y que, gracias a esto, sus investigaciones ganaron objetividad y los encuestados estuvieron más predispuestos a expresarse con sinceridad.

Los estudios de mortalidad exhaustivos que se han llevado a cabo en otros países golpeados por la guerra (como Angola, Bosnia, República Democrática del Congo, Guatemala, Irak, Ruanda, Sudán y Uganda) han descubierto que el número total de muertos es entre 5 y 20 veces superior al indicado previamente por la información «pasiva» fundamentada en noticias, registros hospitalarios o investigaciones sobre derechos humanos.

Al no existir tales estudios exhaustivos para Afganistán, Pakistán, Libia, Siria, Somalia y Yemen, he partido de informes pasivos de fallecidos en guerra e intentado calcular la proporción probable de muertes reales que han reflejado con sus métodos. Para ello, me he basado en la razón entre la cifra real de muertes y la calculada pasivamente en otras zonas de conflicto.

Solo he tenido en cuenta las muertes violentas y, en ningún caso, las causadas por los efectos indirectos de las guerras, como la destrucción de hospitales y sistemas sanitarios, la expansión de enfermedades que en circunstancias normales son evitables y las consecuencias de la desnutrición y la contaminación, con un impacto considerable en todos esos países.

En el caso de Irak, mi estimación de alrededor de 2,4 millones de muertes la calculé dando por válidas las cifras del estudio de Lancet de 2006 y de la encuesta de 2007 de Opinion Research Business (ORB), concordantes entre ellas. Para los años posteriores a 2007, partí de a las cifras de Iraq Body Count (IBC) y apliqué la proporción del año 2006 entre muertes reales (contadas por Lancet) y muertes contabilizadas pasivamente por IBC: 11,5/1.

En Afganistán, calculé que se ha matado a unos 875.000 ciudadanos. Además, expliqué que los informes anuales de muertes civiles de la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas en el Afganistán (UNAMA) se basan exclusivamente en investigaciones de la Comisión Independiente de Derechos Humanos del Afganistán (CIDHA) y cómo descartan deliberadamente un alto número de muertes civiles que la CIDHA aún no ha investigado o que están en proceso de investigación. Asimismo, la información de UNAMA no incluye dato alguno sobre muchas partes del territorio con actividad talibán y de otras fuerzas de resistencia, donde precisamente por este motivo ocurren la mayoría de ataques aéreos e incursiones nocturnas de Estados Unidos.

Así, concluí que los datos de la UNAMA sobre muertes civiles en Afganistán parecen tan poco válidos como los de la guerra civil de Guatemala, tras cuyo final la Comisión para el Esclarecimiento Histórico, financiada por la ONU, detectó que en primera instancia se había contabilizado un número de muertos 20 veces por debajo del que verdaderamente se produjo.

En cuanto a Pakistán, calculé que se había acabado con la vida de unas 325.000 personas. Esta cifra la obtuve sumando los datos publicados de fallecidos en combate y el número de muertos civiles ofrecido por el South Asia Terrorism Portal (SATP) en India, el cual multipliqué aplicando la media de las proporciones de guerras anteriores (12,5/1).

Estimación de fallecidos en Libia, Siria, Somalia y Yemen

En la tercera y última parte de este reportaje, calcularé el número de víctimas mortales causadas por las guerras encubiertas y a través de terceros de Estados Unidos en Libia, Siria, Somalia y Yemen.

Los altos mandos del ejército de Estados Unidos han aclamado la doctrina de su país de desarrollar guerras encubiertas y mediante terceros, que floreció durante el gobierno de Obama, por ser una forma de enfocar la guerra «disfrazada y silenciosamente, sin medios de comunicación». Consideran que esete planteamiento empezó a desarrollarse en las guerras de EE. UU. en América Central de los años ochenta. Si bien el sistema estadounidense de reclutamiento, formación, mando y control de escuadrones de la muerte en Irak fue apodado «la opción El Salvador», la estrategia con la que dicho país intervino en Libia, Siria, Somalia y Yemen ha sido más fiel aún a dicho modelo.

Estas guerras han tenido consecuencias devastadoras para los habitantes de dichos territorios, pero ese enfoque «disfrazado, silencioso y sin medios de comunicación» ha resultado tan eficaz en términos propagandísticos que la mayoría de estadounidenses apenas conoce el papel de su país como instigador de la violencia y caos irrefrenables que han invadido esas zonas.

La total publicidad del lanzamiento de misiles sobre Siria del 14 de abril de 2018, ilegal pero con una gran carga simbólica, contrasta notablemente con la campaña «disfrazada, silenciosa y sin medios de comunicación» con la que Estados Unidos ha destruido Al Raqa, Mosul y otras ciudades sirias e iraquíes usando más de 100.000 bombas y misiles desde 2014.

Los habitantes de Mosul, Al Raqa, Kobani, Sirte, Faluya, Ramadi, Tahuerga y Deir Ez Zor han muerto como árboles que se van cayendo en un bosque sin presencia de periodistas occidentales o equipos de televisión que grabaran la masacre. Cabe recordar las preguntas que formulaba Harold Pinter sobre crímenes de guerra anteriores de Estados Unidos en su discurso de aceptación del premio Nobel en 2005: «¿Sucedieron? ¿Son todos atribuibles a la política exterior de Estados Unidos? La respuesta es “sí”. Todos ellos sucedieron y todos son atribuibles a la política exterior estadounidense. Sin embargo, ustedes no se iban a enterar. Nunca ocurrieron. Jamás ha ocurrido nada. Incluso en el mismo momento en que ocurría, no estaba ocurriendo. No importaba ni tenía interés alguno».

Para mayor información sobre el rol fundamental de Estados Unidos en cada una de estas guerras, consulten por favor mi artículo Giving War Too Many Chances [Demasiadas oportunidades a la guerra] (en inglés), publicado en enero del 2018.

Libia

El único argumento legal de la OTAN y sus aliados monárquicos árabes para iniciar, a principios de febrero del 2011, el lanzamiento de al menos 7.700 bombas y misiles sobre Libia y una invasión con fuerzas de operaciones especiales fue la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU, que autorizaba a emplear «todas las medidas necesarias» con el propósito rigurosamente definido de proteger a la población civil libia.

Se ve humo después de que un ataque aéreo de la OTAN golpeó Trípoli, Libia Photo: REX

Sin embargo, la guerra arrebató muchas más vidas civiles que las que, según cualquier estimación, se perdieron durante la rebelión inicial, que fueron entre 1.000 (según datos de la ONU) y 6.000 (según la Liga Libia por los Derechos Humanos). Así las cosas, la intervención militar fracasó claramente en su objetivo expreso y autorizado, proteger civiles y, por el contrario, logró otra misión distinta y no autorizada, derrocar ilegalmente al Gobierno libio.

Si bien la resolución 1973 del Consejo de Seguridad prohibía explícitamente «el uso de una fuerza de ocupación extranjera de cualquier clase en cualquier parte del territorio libio», la OTAN y sus aliados lanzaron una invasión encubierta de Libia. Participaron miles de tropas de operaciones especiales cataríes y occidentales que planificaron el avance de los rebeldes a través del territorio, atacaron con medios aéreos a fuerzas gubernamentales y lideraron la toma final de los cuartes de Bab Al-Aziziya, en Trípoli.

El comandante Hamad bin Ali al-Atiya, jefe del Estado Mayor de Catar, explicaba con orgullo a AFP: «Estábamos entre ellos. En cada región había cientos de efectivos cataríes sobre el terreno. El adiestramiento y las comunicaciones eran responsabilidad de Catar. Catar (…) supervisó la estrategia de los rebeldes, pues, al ser civiles, no contaban con suficiente experiencia militar. Hicimos de enlace entre los rebeldes y las fuerzas de la OTAN».

Además, existen fuentes de información fiables, según las cuales es posible incluso que fuera un agente de las fuerzas de seguridad francesas quien asestó el golpe de gracia al líder libio Muamar al Gadafi tras su detención y después de ser torturado y sodomizado con un cuchillo por los «rebeldes de la OTAN».

Según las conclusiones de una investigación de la comisión de Asuntos Exteriores del parlamento británico, en 2016, «una intervención limitada con el objetivo de proteger civiles derivó en una estrategia oportunista de cambio de régimen por medios militares» y desató «un derrumbe político y económico, una guerra entre milicias y tribus, crisis humanitarias y migratorias, violaciones generalizadas de los derechos humanos y la dispersión del armamento del régimen de Gadafi por todo el territorio, así como el crecimiento del EI (Estado Islámico) en el Magreb».

Datos pasivos sobre muertos civiles en Libia

Tras el derrocamiento del Gobierno libio, la prensa trató de investigar sobre el delicado asunto de las muertes civiles, tan crucial para la justificación jurídica y política de la guerra. No obstante, el Consejo Nacional de Transición (CNT), el nuevo gobierno inestable constituido por rebeldes y exiliados respaldados por Occidente, detuvo la publicación de estimaciones de víctimas y emitió la orden al personal sanitario de no proporcionar información a periodistas.

En cualquier caso, tal y como ocurrió en Irak y Afganistán, los depósitos de cadáveres se encontraban desbordados durante la guerra y fueron muchos los que enterraron a sus seres queridos sin llevarlos a ningún hospital, en sus patios traseros o allí donde pudieran.

Un líder rebelde calculó en agosto del 2011 que se había matado a unos 50.000 libios. Más adelante, el 8 de septiembre de ese mismo año, Naji Barakat, el nuevo ministro de Sanidad del CNT, hizo público que había 30.000 muertos y 4.000 desaparecidos, según un estudio basado en datos de hospitales y de administraciones locales y comandantes rebeldes de la mayoría del país, bajo el control del CNT en aquel momento. Afirmó asimismo que se requerirían varias semanas para completar el estudio, por lo que auguró que la cifra definitiva sería aún mayor.

La información proporcionada por el entonces ministro de Sanidad no diferenciaba entre víctimas civiles y militares, pero indicaba que en torno a la mitad de esos 30.000 fallecidos de los que se tenía constancia pertenecía a tropas leales al Gobierno, incluidos 9.000 integrantes de la Brigada Khamis, al mando de Khamis, el hijo de Gadafi. Barakat, además, solicitó a la población que cada familia dejara constancia de sus muertos y desaparecidos cuando acudiera a rezar a la mezquita ese viernes. Aquella estimación del CNT de 30.000 muertos dio la impresión de estar integrada principalmente por los combatientes de ambos bandos.

Cientos de refugiados de Libia hacen fila en un campo de tránsito cerca de la frontera entre Túnez y Libia. 5 de marzo de 2016. (Foto de las Naciones Unidas)

La investigación más exhaustiva sobre el número de muertos desde que terminó la guerra en Libia en 2011 fue un «estudio epidemiológico basado en la comunidad» titulado Libyan Armed Conflict 2011: Mortality, Injury and Population Displacement [El conflicto armado de 2011 en Libia: mortalidad, heridos y desplazamientos poblacionales]. Sus autores fueron tres profesores universitarios de medicina tripolitanos y se publicó en la revista African Journal of Emergency Medicine en 2015.

Los autores de dicho estudio partieron de los datos del ministerio libio de Vivienda y Planificación sobre fallecidos en guerra, heridos y desplazados y enviaron equipos a encuestar presencialmente a un miembro de cada familia. De este modo, pudieron comprobar cuántos integrantes de cada unidad familiar habían muerto, habían resultado heridos o habían sido desplazados. No realizaron distinción entre víctimas civiles y combatientes.

Por otra parte, tampoco recurieron al «muestreo aleatorio por conglemerados» empleado por el estudio de Lancet en Irak con el fin de calcular estadísticamente el número de víctimas mortales no contabilizadas previamente. Aun así, el estudio El conflicto armado de 2011 en Libia es el registro más completo de fallecidos durante la guerra libia hasta febrero del 2012 y confirmó la muerte de al menos 21.490 personas.

En 2014, el caos continuo y los conflictos entre facciones en Libia fueron escalando hasta dar pie a lo que Wikipedia considera actualmente la segunda Guerra Civil Libia. Un grupo denominado Libya Body Count (LBC) comenzó entonces a registrar en tablas las muertes violentas que iban ocurriendo. Se basó  para ello en las informaciones aparecidas en prensa, siguiendo el modelo de Iraq Body Count (IBC). No obstante, LBC solo llevó a cabo esta labor durante tres años (dese enero del 2014 hasta diciembre del 2016). En 2014 contó 2.825 muertos, en 2015, 1.523 y, en 2016, 1.523 (el LBC aclara en su web que esa coincidencia entre la cifra de los dos últimos años se trata de una mera casualidad).

El proyecto ACLED (Armed Conflict Location and Event Data), con sede en Reino Unido, también ha mantenido un registro de las muertes violentas en Libia. Contabilizó 4.062 entre 2014 y 2016, en comparación con las 5.871 de Libya Body Count. Para los periodos restantes que LBC no cubrió entre marzo del 2012 y marzo del 2018, ACLED ha contabilizado 1.874 víctimas.

Si LBC hubiera cubierto el periodo completo (desde marzo del 2012) y hubiera recabado un número proporcionalmente igual de superior respecto al de ACLED de entre 2014 y 2016, en total habría contado 8.580 muertes.

En realidad, ¿a cuántas personas se ha matado en Libia?

Si se combinan las cifras del estudio El conflicto armado de 2011 en Libia y nuestro cálculo producto de los números de Libya Body Count y ACLED, resulta un total de 30.070 muertes registradas por métodos pasivos desde febrero del 2011.

El estudio El conflicto armado de 2011 en Libia (LAC, por sus siglas en inglés) partió de los datos oficiales de un país que llevaba sin gobierno estable y unificado unos 4 años, mientras que Libya Body Count fue un esfuerzo inexperto de emular el Iraq Body Count intentado recurrir a una red más amplia al no basarse exclusivamente en medios de información en inglés.

En el caso de Irak, la proporción entre el estudio de Lancet de 2006 y el Iraq Body Count fue superior debido a que IBC solo contó víctimas civiles y Lancet incluyó además a combatientes iraquíes. Al contrario que IBC, las dos fuentes pasivas a las que nosotros hemos recurrido en Libia contabilizaban tanto civiles como combatientes. Teniendo en cuenta las descripciones de una línea de cada incidente recopilado en la base de datos de LBC, sus números parecen incluir aproximadamente partes iguales de combatientes y de civiles.

Las bajas militares, generalmente, se contabilizan con más exactitud que las civiles, pues las fuerzas militares tienen interés por valorar con precisión el número de víctimas del enemigo, así como por identificar las propias. Ocurre lo contrario con los muertos civiles, que, en la gran mayoría de casos, son pruebas de crímenes de guerra cuyos culpables desean ocultar por todos los medios.

Por esta razón, con Afganistán y Pakistán, discriminé entre víctimas militares y civiles y solo apliqué las proporciones típicas entre fuentes pasivas y estudios de mortalidad a los civiles. Acepté directamente como válidos los datos pasivos sobre número de combatientes fallecidos.

Sin embargo, las fuerzas enfrentadas en Libia no son ejércitos nacionales con una cadena de mando estricta y una estructura organizativa que permita recopilar eficazmente los datos de víctimas, como sí ocurre en otros conflictos y países. Por esta razón, los cálculos de nuestras dos fuentes principales, el estudio LAC y el Libya Body Count, parecen estar considerablemente por debajo de la realidad tanto en el número de fallecidos civiles como en el de combatientes. De hecho, el Consejo Nacional de Transición (CNT), en sus estimaciones de agosto y septiembre de 2011, ya contabilizó 30.000 muertos, muchos más que los indicados por el estudio LAC.

Cuando se publicó el estudio Lancet de 2006 sobre mortalidad en la guerra de Irak, se reveló un número de muertos 14 veces superior al proporcionado por la lista de fallecidos civiles de Iraq Body Count. No obstante, IBC descubrió posteriormente la muerte de más personas en ese periodo, lo que redujo la proporción entre la estimación del estudio de Lancet y la cifra actualizada de IBC a 11,5/1.

La combinación de los números del estudio El conflicto armado de 2011 en Libia y de Libya Body Count parece reflejar una proporción mayor del total de muertes violentas reales que la que Iraq Body Count logró en Irak, principalmente, porque tanto el estudio LAC como el LBC incluyeron a civiles y combatientes y porque el Libya Body Count tiene también en cuenta fuentes de noticias en árabe, mientras que el IBC se basa casi exclusivamente en medios en inglés y, por lo general, exige que para incluir una muerte en su registro haya «un mínimo de dos fuentes independientes por cada dato».

En otros conflictos, los datos pasivos nunca han logrado contar a más de una quinta parte de las víctimas mortales halladas mediante estudios epidemiológicos exhaustivos y «activos». Teniendo todos estos factores en cuenta, el verdadero número de personas a las que se ha matado en Libia parece ser entre cinco y doce veces superior a las cifras del estudio El conflicto armado de 2011 en Libia, el Libya Body Count y ACLED.

Así las cosas, calculó que la guerra, la violencia y el caos que desataron los Estados Unidos y sus aliados en Libia a partir en febrero de 2011 y que continúan en la actualidad han acabado con la vida de 250.00 libios. Si tomamos como límites extremos las razones 5/1 y 12/1 y los aplicamos a las cifras pasivas de mortalidad, como mínimo se ha matado a 150.000 personas y, como máximo, a 360.000.

Siria

La intervención «disfrazada, silenciosa y sin medios de comunicación» de Estados Unidos en Siria se inició a finales del 2011, con una operación de la CIA para introducir en Siria combatientes extranjeros y armas a través de Turquía y Jordania, en colaboración con Catar y Arabia Saudí para militarizar la agitación que comenzó con las protestas pacíficas de la Primavera Árabe contra el Gobierno baazista.

Smoke billows skyward as homes and buildings are shelled in the city of Homs, Syria. June 9, 2012. (Photo from the United Nations)

Los grupos políticos más izquierdistas y demócratas de Siria que coordinaban las protestas no violentas de 2011 se opusieron firmemente a esos esfuerzos exteriores por desatar una guerra civil y emitieron contundentes comunicados en los que rechazaban la violencia, el sectarismo y la intervención extranjera.

En diciembre del 2011, una encuesta de opinión financiada por Catar indicó que el 55 % de los sirios apoyaba al Gobierno de su país. Pero, a pesar de ello, Estados Unidos y sus aliados estaban determinados a adoptar el modelo de cambio de régimen que habían aplicado en Libia, a sabiendas desde el primer momento de que esta guerra sería mucho más sangrienta y destructiva.

La CIA y sus aliados monárquicos árabes, finalmente, introdujeron en Siria miles de toneladas de armas y miles de combatientes yihadistas extranjeros vinculados a Al Qaeda. En el armamento, que llegó en un principio desde Libia y, posteriormente, desde Croacia y los Balcanes, se incluía obuses, lanzamisiles y otras armas pesadas, fusiles de francotirador, granadas propulsadas por cohetes, morteros y armas ligeras. En última instancia, Estados Unidos proporcionó de forma directa potentes misiles antitanque.

Mientras, en lugar de sumarse a los esfuerzos de Kofi Annan, respaldado por la ONU, para llevar la paz a Siria en 2012, Estados Unidos y sus aliados se reunieron en tres conferencias de «Amigos del Pueblo Sirio» para perseguir su propio plan alternative de ofrecer cada vez más apoyo a los rebeldes, a su vez cada vez más dominados por Al Qaeda. Kofi Annan abandonó asqueado su ingrata misión después de que Clinton, Secretaría de Estado de Estados Unidos, y sus aliados británicos, franceses y saudíes minaran cínicamente su plan de paz.

Como se suele decir, el resto es historia, una historia de violencia que se extiende hasta la eternidad y de un caos que ha sumido a EE. UU., Reino Unido, Francia, Rusia, Irán y a todos los vecinos de Siria en un huracán de sangre. Como observó Phyllis Bennis, del Instituto de Estudios Políticos de Wahsington, todas esas potencias externas se han mostrado dispuestas a combatir por Siria aunque para ello haya que sacrificar «hasta al último sirio».

La campaña de bombardeos contra el Estado Islámico que el presidente Obama lanzó en 2014 es la más contundente desde la guerra de Vietnam y en ella se lanzaron más de 100.000 bombas y misiles sobre Siria e Irak. Patcik Cockburn, el veterano corresponsal en Oriente Medio del diario británico Independent viajó recientemente a Al Raqa, que en su día fue la sexta ciudad más grande de Siria, y escribió que «la destrucción es absoluta».

«En otras ciudades sirias que han sido bombardeadas hasta la saciedad aún perdura por lo menos un barrio que ha quedado intacto», explicaba Cockburn. «Esto es así incluso en Mosul (Irak), pese a que la mayor parte quedó reducida a escombros, pero en Al Raqa, los daños y la desmoralización lo invaden todo. La gente se sorprende cuando da con algo que sí funciona, como un simple semáforo, el único de toda la ciudad».

Calcular el número de muertes violentas en Siria

Toda estimación pública que yo he encontrado sobre el número de personas a las que se ha matado en Siria procede directa o indirectamente del Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH), dirigido por Rami Abdulrahman desde Coventry (Reino Unido). Abdulrahman, que fue prisionero político en Siria, trabaja con cuatro auxiliares en dicho país, quienes, a su vez, cuentan con una red de unos 230 activistas antigubernamentales repartidos sobre el territorio. El OSDH recibe financiación de la Unión Europea y, según algunas fuentes, también del Gobierno británico.

Si bien Wikipedia cita al Centro Sirio para la Investigación Política como fuente distinta con cifras mayores de mortalidad, sus cálculos usan como punto de partida los datos del OSDH. Además, otras estimaciones con resultados inferiores, publicadas por la ONU, parecen también basarse principalmente en la información del OSDH.

Una pancarta de protesta en el barrio Kafersousah de Damasco, Siria, el 26 de diciembre de 2012. (Foto: Freedom House Flickr)

El OSDH ha sido criticado por su flagrante enfoque opositor, que ha llevado a algunos a poner en duda la objetividad de sus datos. Parece asimismo haber infravalorado el número de víctimas civiles causadas por los ataques aéreos de EE. UU., pero esto podría deberse también a la dificultad y peligro que entraña informar desde territorios dominados por el Estado Islámico, como sucedió ya en Irak.

De hecho, el OSDH admite que sus cálculos pueden no incluir el total de personas con cuya vida se ha acabado en Siria. En su informe más reciente, de marzo del 2018, añadió 100.000 víctimas más a sus cuentas para compensar las infravaloraciones, otras 45.000 en concepto de prisioneros desaparecidos o ejecutados a manos del Gobierno y 12.000 más por las personas ejecutadas, o desaparecidas bajo custodia del EI u otros grupos rebeldes.

Dejando a un lado esos ajustes, el informe del OSDH de marzo del 2018 documenta la muerte de 353.935 combatientes y civiles en Siria. Esa cifra está integrada por 106.390 civiles, 63.820 militares sirios, 58.130 miembros de milicias progubernamentales (incluidos 1.630 de Hizbulá y 7.686 extranjeros), 63.360 miembros del EI, Jabhat Fatah Al Sham (antes Frente Al Nusra) y otros yihadistas islámicos, 62.039 combatientes antigubernamentales de otros grupos y 196 víctimas no identificadas.

Si agrupamos todos estos números simplificando entre civiles y combatientes, resultan 106.488 civiles y 247.447 combatientes fallecidos (repartiendo equitativamente esos 196 muertos no identificados), incluidos 63.820 militares del ejército sirio.

El recuento del OSDH no es un estudio estadístico exhaustivo como el de Lancet de 2006 en Irak. Sin embargo, pese a su punto de vista favorable a los rebeldes, parece ser uno de los trabajos que más lejos llegan en cuanto a cálculo «pasivo» de víctimas de entre los realizados en guerras recientes.

Al igual que las instituciones militares de otros países, es probable que las fuerzas sirias mantengan datos medianamente precisos del número de bajas entre sus propias filas. Teniendo esto en cuenta, salvo por las víctimas pertenecientes al ejército, sería algo nunca antes visto que el OSDH hubiera sido capaz contabilizar más del 20 % de víctimas restantes de la guerra civil siria. No obstante, las estimaciones del OSDH bien pueden considerarse tan minuciosas como otros esfuerzos previos por calcular la mortalidad mediante métodos «pasivos».

Tomando las cifras de muertos en guerra no militares que recopiló pasivamente el OSDH y asumiendo que suponen el 20 % del total de las víctimas, obtendríamos que se mató a 1,45 millones de civiles y combatientes no militares. Tras añadir los 64.000 soldados sirios fallecidos, calculó que en Siria se ha arrebato la vida a 1,5 millones de personas aproximadamente.

En caso de que el OSDH haya sido más exitoso que otros intentos previos de contar «pasivamente» los muertos en guerra y haya sido capaz de incluir al 25 % o el 30 % de víctimas, la cifra real podría ser, en el mejor de los casos, de 1 millón. Si, por el contrario, no ha sido tan eficaz como parece y sus cálculos se asemejan más a los habituales en otros conflictos, estaríamos hablando de que es perfectamente posible que se haya acabado con la vida de 2 millones de personas.

Somalia

La mayoría de estadounidenses recuerdan la intervención de EE.UU. en Somalia que desembocó en el incidente del derribo del helicóptero Black Hawk y acabó con la retirada de las tropas americanas en 1993. Sin embargo, la mayoría de estadounidense no recuerdan, o tal vez jamás lo hayan sabido, que su país realizó otra intervención «disfrazada, silenciosa y sin medios de comunicación» en Somalia en el año 2006 para apoyar una invasión militar por parte de Etiopía.

Somalia estaba por fin «tirando para adelante» autónomamente con el Gobierno de la Unión de Tribunales Islámicos (UTI), un conglomerado de tribunales tradicionales que acordaron colaborar para gobernar el país. La UTI, a su vez, se alió con un caudillo en Mogadiscio y derrotó a otros jefes militares que gobernaban en feudos privados desde el derrocamiento del gobierno central en 1991. Todo buen conocedor de Somalia saludó de buen grado la UTI y la consideraron como un avance esperanzador hacia la paz y la estabilidad en Somalia.

Sin embargo, dentro de su «guerra contra el terrorismo», el gobierno de Estados Unidos consideró a la Unión de Tribunales Islámicos un enemigo y un objetivo de acciones militares. Consecuentemente, EE. UU. se alió con Etiopía, tradicionalmente un rival territorial de Somalia (y de mayoría cristiana), y llevó a cabo ataques aéreos y operaciones con fuerzas especiales para apoyar una invasión etíope de Somalia con la que apartar a la UTI del poder. Tal y como ha ocurrido en cualquier otro país que Estados Unidos y sus aliados han invadido desde 2001, la consecuencia fue que se volvió a sumir a Somalia en una violencia y caos que perduran en la actualidad.

Cálculo del número de muertos en Somalia

Las fuentes pasivas cifran los muertos en Somalia desde la invasión etíope apoyada por EE.UU. en el año 2006 en 20.171 (según el Programa de Datos sobre Conflictos de Uppsala, o UCDP por sus siglas en inglés, en el año 2006) y en 24.631 (según ACLED). Sin embargo, una ONG local premiada, Elman Peace and Human Rights Centre, de Mogadiscio, que contó las víctimas mortales de 2007 y 2008, solo en esos dos años calculó 16.210 muertes violentas, es decir un número 4,7 veces superior al del UCDP y 5,8 veces mayor al de ACLED para el mismo periodo.

Volviendo a Libia, Libya Body Count calculó un número solo 1,45 veces superior al de ACLED. En Somalia, no obstante, la cifra de Elman Peace es 5,8 veces mayor que la de ACLED (comparando entre los dos conflictos, Elman cuadriplica la diferencia entre LBC y ACLED). Estos datos sugieren que las estimaciones de Elman Peace fueron más o menos el doble de rigurosas que las de Libya Body Count y que ACLED parece ser aproximadamente la mitad de efectivo contando fallecidos en Somalia que en Libia.

UCDP arrojó cifras superiores a las de ACLED entre 2006 y 2012, mientras que, desde 2013 es ACLED la que ha publicado números mayores. La media de sus estimaciones resulta en un total de 23.916 muertes violentas entre los meses de julio del 2006 y del 2017. Si Elman Peace hubiera proseguido contando víctimas mortales y hubiera hallado cifras 5,25 veces por encima (la media de 4,7 y 5,8) de las de las mencionadas agrupaciones internacionales, se habrían contabilizado unos 125.000 fallecidos desde la invasión etíope de julio del 2006, respaldada por Estados Unidos.

No obstante, si bien Elman Peace contó muchos más muertos en Somalia que UCDP o ACLED, sus datos siguen tratándose de estimaciones «pasivas». Por eso, para calcular el número total de fallecidos resultantes de la decisión de EE. UU. de acabar con el joven Gobierno somalí de la UTI, deben multiplicarse esas cifras por un número situado entre la proporción hallada en otros conflictos, es decir, entre 5/1 y 20/1.

Si se aplica la razón de 5/1 a mi pronóstico de la cifra que Elman Project podría haber contado hasta la actualidad, resulta un total de 625.000 muertos. Aplicando la proporción 20/1 a los números mucho más bajos de UCDP y ACLED, tendríamos una cantidad inferior, de 480.000 fallecidos.

Es muy poco probable que Elman Project estuviera contando a más del 20 % de los fallecidos reales en toda Somalia. Por otro lado, UCDP y ACLED solo incluían informaciones sobre muertos en Somalia recopiladas desde sus sedes en Suecia y Reino Unido a partir de datos publicados, por lo que bien podrían haber contabilizado menos del 5 % del total de víctimas mortales.

Si Elman Project solo estuviera reflejando el 15 % del total de muertes en vez del 20 %, esto supondría que, desde 2006, se habría acabado con la vida de 830.000 personas. Asimismo, si las cifras de UCDP y ACLED hubieran incluido a más del 5 % del total de muertos, el dato total de fallecidos podría ser inferior a 480.000. No obstante, esto implicaría que Elman Project habría recopilado una proporción aún mayor de la cifra real de fallecidos, algo sin precedentes para este tipo de proyectos.

Por lo tanto, según mis estimaciones, el número real de personas con cuya vida se ha acabado en Somalia desde 2006 debe rondar entre 500.000 y 850.000, y lo más probable es que se encuentre aproximadamente en las 650.000 muertes violentas.

Yemen

Estados Unidos es miembro una coalición que lleva bombardeando Yemen desde 2015, en un esfuerzo por restaurar el poder del expresidente Abdrabbuh Mansur Hadi. Hadi fue elegido en 2012, después de que las protestas de la Primavera Árabe y un levantamiento armado obligaran a dimitir en noviembre del 2011 a Ali Abdullah Saleh, el anterior dictador de Yemen, respaldado por Estados Unidos.

Bajo el mandato de Hadi, debería haberse elaborado una constitución nueva y haberse convocado elecciones en dos años. No obstante, el nuevo presidente no cumplió con ninguna de estas obligaciones, por lo que el poderoso movimiento zaidí de los hutíes tomó la capital en septiembre de 2014, puso a Hadi bajo arresto domiciliario y exigió que tanto él como su Gobierno cumplieran su cometido y convocaran nuevas elecciones.

Los zaidíes son una rama particular del chiismo que supone el 45 % de la población de Yemen. Los imanes zaidíes mandaron sobre la mayor parte del país durante más de mil años. Tanto suníes como zaidíes han convivido en paz en Yemen durante siglos, e incluso es habitual encontrar matrimonios mixtos y que recen en las mismas mezquitas.

El ultimo imán zaidí fue derrocado durante una guerra civil en los años sesenta. En dicho conflicto, Arabia Saudí apoyó a la monarquía zaidí, mientras que Egipto invadió Yemen para apoyar a las fuerzas republicanas, que en 1970 acabaron constituyendo la República Árabe de Yemen.

En 2014, Hadi renunció a cooperar con los hutíes y dimitió en enero del 2015. Huyó a Adén, su ciudad de origen, y posteriormente a Arabia Saudí, país que lanzó un brutal bombardeo respaldado por Estados Unidos e inició un bloqueo naval con los que intentar devolverlo al poder.

Aunque es Arabia Saudí la que realiza la mayor parte de los ataques aéreos, es EE. UU. quien le ha vendido la mayoría de aeronaves, bombas, misiles y otro armamento que emplea. Reino Unido es su segundo mayor proveedor de armas. Sin los sistemas de inteligencia por satélite y de repostaje en vuelo de Estados Unidos, Arabia Saudí no podría lanzar esos ataques por todo el territorio yemení que lleva a cabo en la actualidad. Así las cosas, que EE. UU. interrumpiera el suministro de armas, la provisión de repostaje en vuelo y el apoyo diplomático supondría un paso decisivo hacia el fin del conflicto bélico.

Cálculo de las víctimas de guerra en Yemen

La estimaciones publicadas sobre el número de fallecidos en Yemen se basan en estudios periódicos de los hospitales del país realizados por la Organización Mundial de la Salud y publicados habitualmente por la Oficina de la ONU de Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA). Su estimación más reciente, de diciembre del 2017, indica que han muerto 9.245 personas, de las cuales 5.558 eran civiles.

No obstante, el informe de la OCHA de diciembre del 2017 incluía una aclaración: «Debido al alto número de instalaciones sanitarias no operativas o parcialmente operativas como consecuencia del conflicto, las cifras indicadas están infraestimadas y es probable que sean superiores».

Un vecindario en la capital yemení de Sanaa después de un ataque aéreo, 9 de octubre de 2015. (Wikipedia)

Incluso cuando los hospitales operan con normalidad, durante las guerras, muchas personas que pierden la vida nunca llegan a un centro sanitario. Los ataques aéreos saudíes han golpeado varios hospitales yemeníes, un bloqueo naval restringe la importación de medicamentos y los suministros eléctricos, de agua, alimentos y de combustible se han visto afectados por los bombardeos y el bloqueo. Así las cosas, es probable que los resúmenes de la OMS, basados en los registros de víctimas de los hospitales, incluyan solo a una mínima proporción del total real de fallecidos.

ACLED contabiliza un número algo inferior que la OMS: 7.846 a finales del 2017. Sin embargo, al contrario que la OMS, ofrece datos actualizados de 2018 e incluye otras a 2.193 víctimas más desde enero. Si la OMS continúa superando en un 18 % los números de ACLED, su cifra hoy en día sería 11.833.

La propia OCHA y la OMS admiten que han infravalorado sustancialmente el número de víctimas de la guerra en Yemen. Además, la razón entre los informes pasivos de la OMS y el verdadero número de víctimas parece acercarse a lo más alto del rango de proporciones halladas en otros conflictos, que han variado entre 5/1 y 20/1. Teniendo esto en cuenta, según mis cálculos, se ha arrebatado la vida a unas 175.000 personas (una cifra 15 veces superior a la indicada por la OMS y ACLED), con un mínimo de 120.000 y un máximo de 240.000.

El verdadero coste humano de las guerras de Estados Unidos

En total, teniendo en cuenta las tres partes que integran este reportaje, he calculado que las guerras de Estados Unidos posteriores al 11S han provocado la muerte de 6 millones de personas. Quizás el número acertado sea solo 5 millones; o tal vez sean 7 millones. En cualquier caso, de lo que estoy bastante seguro es de que son varios millones.

No son solo cientos de miles de víctimas, como creen muchas otras personas por lo demás bien informadas. Esto es así porque las recopilaciones de «informes pasivos» en ningún caso pueden dar cuenta de más que una fracción del total real de muertos en países que padecen los niveles de violencia y caos que la agresión de nuestro país les han infringido desde el año 2001.

No cabe duda de que el proceder sistemático del Observatorio Sirio de Derechos Humanos ha registrado una proporción mayor del total real de muertes que las incluidas en las bajas cifras de las investigaciones que la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas para el Afganistán ha presentado con apariencia de estimaciones de mortalidad. Sin embargo, se trata en ambos casos de fuentes que solo informan sobre una parte mínima del total de fallecidos.

Y, por supuesto, el número de personas cuya vida se ha erradicado, decididamente, no está en las decenas de millar, como se ha llevado a pensar a la mayoría de estadounidenses y británicos, según se ha observado en encuestas de opinión.

Necesitamos con urgencia que expertos en salud pública realicen estudios exhaustivos de mortalidad en todos aquellos países a los que, desde 2001, Estados Unidos ha sumido en la guerra. Solo de este modo el mundo podrá responder adecuadamente ante la verdadera magnitud de la muerte y destrucción que estos conflictos han provocado.

Ahora cobra sentido la advertencia profética que Barbara Lee lanzó a sus compañeros antes de emitir su solitario voto discrepante contra el uso de la fuerza militar en 2001; nos hemos convertido en ese «mal que condenamos». Sin embargo, estas guerras (todavía) no han estado acompañadas de desfiles militares aterradores ni de discursos sobre dominar el mundo. En vez de eso, han sido justificadas políticamente mediante una «guerra informativa» para demonizar a los enemigos y fabricar crisis y, después, se han desarrollado de forma «disfrazada y silenciosa, sin medios de comunicación» para ocultar a la opinión estadounidense y de todo el mundo su coste en sangre humana.

Tras 16 años de guerras, aproximadamente 6 millones de muertes violentas y 6 países arrasados por completo y otros muchos desestabilizados, se hace urgente que la población estadounidense aceptemos el verdadero coste humano de las guerras de nuestro país y que nos han manipulado y engañado para que miremos hacia otro lado. Debemos hacerlo antes de que los conflictos se alarguen aún más, antes de que arrasen con más países, antes de que socaven aún más el derecho internacional y antes de que maten a más millones de nuestros conciudadanos del mundo.

Como escribió Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo: «Ya no podemos permitirnos recoger del pasado lo que era bueno y denominarlo sencillamente nuestra herencia, despreciar lo malo y considerarlo simplemente como un peso muerto que el tiempo por sí mismo enterrará en el olvido. La corriente subterránea de la Historia occidental ha llegado finalmente a la superficie y ha usurpado la dignidad de nuestra tradición. Esta es la realidad en la que vivimos».

Nicolas J.S. Davies es el autor de Blood On Our Hands: the American Invasion and Destruction  of Iraq [Sangre en nuestras manos: la invasión estadounidense y la destrucción de Irak]. También escribió el capítulo Obama at War [Obama en la guerra] de Grading the 44th President: a Report Card on Barack Obama’s First Term as a Progressive Leader [Evaluación del 44º presidente. El boletín de notas del primer mandato como presidente progresista].

3 Respuestas a “¿Cuántas vidas se han llevado las guerras de Estados Unidos posteriores al 11S? Parte 3: Libia, Siria, Somalia y Yemen”

  1. Sabían ustedes que las muertes por parte de los psiquiatras y sus drogas superan la cantidad de todas las guerras juntas de EEUU? Si no lo creen busquen Psiquiatría la industria de la muerte. Eso sin incluir suicidios en centros psiquiátricos..

  2. Dios mío es para echarse a tembrar,y bueno si hay sumamos lo de Vietnam Corea y todos los demás conflictos en los que han estado metidos el cómputo asciende a muchísimos millones de personas,cómo hemos podido mirar para otro lado todos estos años,alguien deberia difundir esto a nivel global,que la gente se de cuenta de que la maquinaria de guerra Americana,que por lo visto no puede estar quieta,nos va también a arrastrar a los demás a distintos conflictos a través de la OTAN, ya que ellos son los principales organizadores.
    Empiezo a tener mis dudas de que todo esto se haya hecho por la paz y de que la OTAN en realidad sea una organización por la paz, creo que jamás se ha conseguido la paz con la guerra,al contrario el odio siempre infunde más odio,ahora empiezo a ver a los Estados Unidos como una maquinaria de guerra imparable he insaciable que al disponer de más armas y mejores cada vez siempre estarán dispuestos a probarlas,y ahora con el conflicto de Ucrania en pleno auge sólo puedo echarme a temblar.

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