Financiación del terrorismo: el presidente y los elefantes

«Nada de dinero para el terrorismo»… vaya tremenda farsa. En abril tuvo lugar en París una importante cita internacional con el objetivo de averiguar y denunciar las fuentes financieras que alimentan el terrorismo. Por supuesto, allí se encontraban todos los Estados canallas que, obviamente, han financiado y todavía hoy financian a los despreciables grupos terroristas como el Dáesh o Al Qaeda. Pero como compran material militar y atacan a Siria, los ojos permanecen cerrados ante sus mortales infamias.

En la sede parisina de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), el presidente de la República francesa, Emmanuel Macron, cerró la conferencia titulada «No Money for Terror – Conférence de lutte contre le financement de Daech et Al-Qaïda» («Nada de dinero para el terrorismo – Conferencia sobre la lucha contra la financiación del Dáesh y Al Qaeda»). Haberlo dicho en francés («Pas d’argent pour la terreur»), no habría quitado el sueño de nadie, pero los anglicismos «suenan más modernos» según los interlocutores. Aun así, lo cierto es que, durante un día y medio, numerosos expertos de alto nivel (financieros, juristas, miembros de servicios especiales, aunque faltaron las cadenas de televisión francesas BFMTV o C dans l’air), representantes de 70 países y unas 20 organizaciones internacionales pudieron intercambiar conocimientos durante los diferentes talleres y mesas redondas.

Los participantes con los que la revista online Proche et Moyen Orient (prochetmoyen-orient.ch) consiguió hablar se felicitaron unánimemente por la calidad de la organización, la logística y el contenido de los trabajos. Y para que así conste, un aplauso a los protagonistas de esta reunión que consolida el «French touch» así como las herramientas de lucha contra la financiación del terrorismo.

Dicho esto, al centrarse en el Dáesh y en Al Qaeda (lo que no está nada mal para un día y medio), esta conferencia no llegó a abordar la revolución copernicana (el gran cambio) que se está llevando a cabo desde hace varios años en materia de financiación del terrorismo. Los actores contemporáneos de las violencias más radicales están emancipándose progresivamente de sus proveedores para convertirse en auténticos actores de producción de riquezas y de acumulación de capital. Al igual que las mafias y los sindicatos del crimen, las organizaciones terroristas actuales se presentan como emprendedoras económicas, no solo a través del comercio y tráfico de rehenes, sino gracias a la optimización y diversificación de las posibilidades de inversión.

Al acabar con los Estados nación, servicios públicos y políticos encargados de la redistribución social, la globalización salvaje y desregulada genera terrorismo de forma orgánica, inmanente, normativa y diversificada. En este contexto, no basta con mejorar las prestaciones del Grupo de Acción Financiera Internacional (GAFI), sino que se debe atacar directamente a las sociedades offshore y a los paraísos fiscales que en su mayoría pertenecen a Reino Unido o Estados Unidos.

El terrorismo contemporáneo se ha convertido en la cara oculta de la globalización, al inspirar y generar «máquinas de hacer dinero» en varios sectores de producción de bienes y servicios, empezando por la seguridad. A partir de ahora, el terrorismo, sus lógicas, actores y gestores de riqueza están instalados en el seno de nuestras economías transnacionales, globales y desreguladas.

Ante los ministros de Asuntos Exteriores de Arabia Saudí y de Qatar, el presidente Macron expuso su intención al invocar «el multilateralismo». Estos son los dos países que financian, desde hace más de treinta años, la expansión del radicalismo del islam, que constituye la matriz del terrorismo actual. Esta reunión ha llamado la atención teniendo en cuenta que el presidente francés acababa de volver de Washington donde se asoció decididamente a un anuncio unilateral trascendental: la implantación de un «nuevo acuerdo» que derogaría el antiguo acuerdo nuclear con Irán.

A continuación, se dedicó a enumerar una serie de prioridades: el control del ciberespacio, de los territorios y escenarios (Irak, Siria, el Sahel, el Cuerno de África, el sudeste de Asia, etc.). Después, dedicó especial atención a los mecanismos de radicalización tanto de ideas como de actos en las cárceles francesas actuales.

El presidente alabó el trabajo de los países que participaron en la reunión (bautizados como la «Coalición de París») y estableció estas cinco prioridades:

  1. «Organizar un marco legal y operacional con vistas a reunir y compartir el mayor número de información entre nuestros servicios». Esto no es nada nuevo, ya que se lleva haciendo desde hace bastante tiempo.
  2. «Prevenir el desvío de los instrumentos financieros legítimos combatiendo la anonimización de los circuitos financieros terroristas, incluidos los que abusan de la generosidad del público». En cuanto a esto, la pregunta es: ¿por qué simplemente no se han cerrado las mezquitas salafistas y todos los escaparates de los Hermanos Musulmanes (puntos de recogida de fondos y de organización de las extorsiones efectuadas en las comunidades musulmanas de Francia y Europa)?
  3. «Gestionar adecuadamente el uso de los circuitos financieros de las nuevas tecnologías como la banca móvil o la microfinanciación colectiva». Hace un siglo que estos nuevos instrumentos financieros, como los del mundo digital, deberían estar controlados por una agencia especializada provista de medios coercitivos de la Unión Europea y de las Naciones Unidas.
  4. «Aumentar tanto el apoyo a los Estados vulnerables como la presión sobre los Estados fallidos». En principio, es una de las funciones de cualquier política extranjera y de los diferentes órganos políticos y técnicos de las Naciones Unidas.
  5. «Impulsar y reforzar el GAFI». Es lo que se repite, desde su creación en 1989 y tras la adopción de una decena de resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU que sobrevinieron a los atentados del 11 de septiembre del 2011, en cada reunión internacional dedicada a la lucha contra la financiación del terrorismo.

Por supuesto, ninguna de estas medidas son perjudiciales y conviene que se reafirmen en París. Pero, en definitiva, con la retórica voluntarista del «hay que, tenemos que», el resultado es decepcionante. Del mismo modo, las diez recomendaciones del «Communiqué final de l’Agenda de Paris» (Comunicado final del programa de París) resultan generales y formales:

  1. Reforzar nuestros marcos jurídicos y operativos internos para reunir análisis y compartir informaciones obtenidas por las autoridades nacionales;
  2. Luchar contra las transacciones financieras anónimas;
  3. Aumentar la trazabilidad y la transparencia de los fondos destinados a las organizaciones sin fines de lucro y a las instituciones benéficas;
  4. Anticipar y prevenir el riesgo de desvío de los nuevos instrumentos financieros;
  5. Colaborar con el sector privado, sobre todo con la industria digital, para luchar contra la financiación del terrorismo;
  6. Afianzar la utilidad de los mecanismos de inmovilización de activos y embargo preventivo de bienes;
  7. Reforzar la eficacia de la cooperación internacional;
  8. Respaldar la legitimidad, la visibilidad y los recursos del GAFI y de las Organismos Regionales Tipo GAFI;
  9. Consolidar nuestro compromiso colectivo con los Estados que no cumplen las normas o no tienen capacidad para ello;
  10. Mantener nuestra movilización comunitaria contra la financiación del terrorismo.

Conseguir el equilibrio entre la regulación de los medios de lucha contra el terrorismo y la prevención de libertades civiles y políticas de nuestras antiguas democracias no es tarea fácil. Entre estas medidas, despunta una certeza: dentro de poco, la circulación de dinero en efectivo será imposible, lo que facilitará la trazabilidad de todos los tipos de transacciones comerciales, incluso, y sobre todo, de las más simples. En este sentido, existe el riesgo de que aumente el acoso a los tributarios de a pie, a las PYME y, de forma más general, a las clases medias sometidas a una red fiscal cada vez más cerrada. Poco a poco, se está instalando, en nombre de la lucha contra la financiación del terrorismo (entre otros), una fiscalidad, o una justicia digital, gestionadas por algoritmos y otros programadores como los del doctor Strangelove en la ficción.

Más seriamente, el fiscal general de París, François Molins —que identificó 416 donantes franceses del Dáesh, sin revelar los importes en cuestión— también podría habernos hablado de la empresa de construcción Lafarge, que ha transferido fondos a varias organizaciones terroristas para mantener sus actividades en las regiones sirias a manos de los yihadistas. Más extensamente, también podría habernos hablado de la «diplomacia económica» de Laurent Fabius, que ha impulsado a Francia a multiplicar el número de contratos firmados con responsables financieros de Arabia Saudí, Qatar y otros países (especialmente Turquía) que participan, como sabemos, en la expansión del islam radical desde hace mucho tiempo. ¡Muchos de estos contratos podrían haber sido sin duda objeto de procedimientos judiciales!

En este contexto, fiel a su diplomacia del cheque, Arabia Saudí intenta redimir su consciencia ofreciendo cacahuetes al G5 del Sahel. ¡No es suficiente! No es la forma más eficaz de eliminar las ONG islamistas, asociaciones llamadas «caritativas» y otras madrasas (escuela religiosa islámica) que difunden diariamente el odio en todos los continentes.

El fiscal de la República también podría haber citado algunos ejemplos internacionales que nos llevan estructuralmente a la cara oculta de la globalización. Últimamente, los abusos sexuales del emblemático productor de Hollywood, Harvey Weinstein, han polarizado la atención sobre la industria de cine estadounidense. Hollywood no es solo una de las mayores máquinas ideológicas, cuya principal función es transformar la masacre de los indios, latinoamericanos, vietnamitas, palestinos, iraquíes, sirios y otros pueblos que han resistido a la hegemonía estadounidense en obligaciones salvadoras para el bien común de toda la humanidad. Hollywood es, principalmente, un cubo que facilita el blanqueamiento y el reciclaje del dinero de las grandes mafias y organizaciones criminales.

Aún más concretamente, existen tres ejemplos que confirman las mutaciones del terrorismo contemporáneo en empresas económicas que se aprovechan de la globalización. Estos nos llevan a escenarios sahelianos y del Cuerno de África, evocados por el presidente de la República. Desde Mauritania hasta el Cuerno de África se ha desarrollado una multitud de segmentos de una amenaza ahora heterogénea e híbrida: los actores del terrorismo local convergen allí en forma de joint-ventures que asocian yihadistas, comerciantes, militares y responsables políticos. A los ataques de un terrorismo de razia se han añadido diferentes sectores de un llamado «negocio islámico» extremadamente próspero. El objetivo yihadista se ha convertido en la coartada e incluso en el uniforme de actividades mafiosas y criminales destinadas a obtener el máximo beneficio posible.

1) La cocaína de los cárteles de Venezuela, Brasil y Colombia llega a las costas de África Occidental por distintos puntos aeroportuarios. Con la ayuda y los medios de transporte de distintos grupos terroristas como Al Qaeda del Magreb Islámico (AQMI), Ansar Dine, MUYAO, etc., esta mercancía llega hacia el norte, a través de la franja Sahelo-Sahariana, con destino a otras zonas portuarias de Libia, Túnez y Marruecos. Por medio de contrabandistas especializados y redes de migración clandestina, la cocaína se extiende por el Mediterráneo antes de desembarcar en los puntos de distribución de distintos países europeos.

2) Durante la dictadura de Blaise Compaoré, los órganos del gobierno de Burkina Faso transferían regularmente un «impuesto de seguridad» a grupos terroristas locales para alejar del país sus ataques y atentados. Los sucesores cortaron el grifo, lo que provocó que los yihadistas retomasen sus ataques en hoteles y otras infraestructuras frecuentadas por occidentales. Para restaurar la «paz del miedo», el nuevo poder burkinés tuvo que reanudar las trasferencias a los terroristas y traficantes locales.

3) De aquí a diez años, los cazadores furtivos africanos habrán arrasado los últimos rinocerontes y manadas de elefantes del Gran Continente. Junto con las jirafas y otras especies, la extinción de estos animales significará la desaparición de los mamíferos más grandes del planeta. En muchos países de África Central, los activistas del grupo terrorista Boko Haram están enviando las reservas de cuernos, pieles y otros elementos de la biodiversidad como loros, reptiles y maderas tropicales hacia puertos somalíes (como el de Kimayo), que se encuentran en manos del grupo terrorista Al-Shabbaab, al sur del país, cerca de la frontera con Kenia. Estos flujos criminales están orientados a China y pasan especialmente por Zanzíbar, Dubái y numerosos puertos paquistaníes.

Otros puertos, sobre todo del mar Rojo, están involucrados en este despliegue del «negocio islámico». Por ejemplo, para disgusto de Egipto, los inversores de Qatar y de Turquía han obtenido la gestión de la isla de Suakin en Sudán (antigua posesión egipcia), justo frente al puerto saudí de Yeda. Controlado principalmente por grupos yihadistas del Cuerno de África, el comercio local de khat, una droga muy consumida en el continente africano, genera importantes sumas de capital que se invierten en distintas compañías de transporte marítimo, de gestión y de instalaciones portuarias.

Observando esta evolución, llegamos a la conclusión estratégica que ha subrayado últimamente la Revue stratégique de défense et de sécurité nationale 2017, la revista que analiza el contexto francés en materia de defensa y seguridad y que Arnaud Danjean entregó el pasado noviembre al presidente de la República. Esta conclusión se basa en la necesidad de reforzar la base francesa en el estado de Yibuti, que es ahora epicentro de actuación tras la llegada de EE.UU., de China, de Japón y, en menor medida, de Italia y de Alemania. Del mismo modo, los saudíes anuncian una próxima instalación militar en este país, mientras Turquía multiplica allí sus mezquitas y madrasas.

En su fulgurante ensayo La parte maldita (1949), el ensayista Georges Bataille demuestra que cualquier proceso de expansión económica implica una parte irreductible de derroche que él llama «consumo». La globalización actual se caracteriza por mecanismos inéditos de expansión financiera colosal. Su parte de consumo genera un daño social igualmente inédito y una multiplicación de guerras y violencias asimétricas que sistemáticamente recurren a modus operandi terroristas. Y este paralelismo mortífero requiere muchas otras decisiones aparte de la consolidación del GAFI.

Si bien el presidente de la República hizo alusión a estas numerosas formas híbridas de amenaza terrorista, no se remontó lo suficiente a las causas y sus recomendaciones no tuvieron en cuenta la desaparición de los elefantes. Al menos, debería haber puesto sobre la mesa un dosier con las sociedades offshore, los paraísos fiscales y las cámaras de compensación internacionales. En materia de regulación financiera, también ha invocado a la Comisión Europea. Aunque no es una broma, resulta cómico porque su presidente actual, Jean-Claude Juncker, primer ministro de Luxemburgo entre 1995 y 2013, ha formado parte desde una posición privilegiada de uno de los epicentros europeos de financiación del terrorismo.

Tras la Coalición de París, una reunión del mismo tipo se llevará a cabo el año que viene en Australia. Desde aquí esperamos que la razón crítica comprometida con la lucha contra la financiación del terrorismo progrese.

Por Richard Labévière

P.D.: En la lista de los 72 países que participaron en la Conferencia de París, no se encuentra Irán. ¿Este importante país fue invitado o no? Es un tema aún sin esclarecer.

Richard LABÉVIÈRE

Fuente: Le Grand Soir, Financement du terrorisme : le Président et les éléphants, publicado el 30 de abril de 2018.

Traducido para UMOYA por Marta Martínez Grández y María Martín-Luquero Rodríguez.

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