Trump, guerras comerciales y lucha de clases

y sus colaboradoresLa transición hacia una nueva era de la política mundial

El autor escribe sobre las actuales guerras comerciales entre Estados Unidos y sus aliados y sobre el posible impacto de estas en el capital mundial.

Las relaciones inconmovibles y mohosas del pasado, con todo su séquito de ideas y creencias viejas y venerables, se derrumban, y las nuevas envejecen antes de echar raíces. Todo lo que se creía permanente y perenne se esfuma, lo santo es profanado, y, al fin, el hombre se ve constreñido, por la fuerza de las cosas, a contemplar con mirada fría su vida y sus relaciones con los demás.
Karl Marx y Frederick Engels, Manifiesto Comunista

Ha dado comienzo una incipiente guerra comercial que enfrenta a Estados Unidos contra China, la Unión Europea, Canadá y México al mismo tiempo. Sus consecuencias económicas y políticas, tanto las intencionadas como las no intencionadas, empiezan a manifestarse. Si bien el desarrollo de este conflicto y su «final» son cuestiones políticas imposibles de predecir con exactitud, se va esclareciendo un marco que permite prever lo que acontecerá.

El deterioro y los desencuentros constantes que siguieron a la segunda guerra mundial no cesan. Las épocas posteriores a la Guerra Fría se caracterizan principalmente por la supremacía del capital estadounidense en las instituciones capitalistas de todo el mundo y en el terreno político internacional.

China

El 15 de junio del 2018, el Gobierno de Donald Trump anunció que aplicaría un impuesto arancelario del 25 % a productos importados de China con un valor aproximado total de 50.000 millones de dólares.  El día 18 de junio, Trump amenazó con otro impuesto del 10 % para más materias primas importadas de China valoradas en unos 200.000 millones dólares. El 5 de julio, esta cifra finalmente aumentó a medio billón de dólares, por lo que afecta a prácticamente todas mercancías de origen chino fabricadas para su exportación a Estados Unidos.

El primer paquete de aranceles, de unos 34.000 millones de dólares, entró en vigor el 6 de julio e incluye a 818 productos y materias primas. El segundo, de unos 16.000 millones de dólares y que recaerá sobre 284 artículos más, está a la espera de ser «revisado», es decir, pendiente de ser examinado por los principales oligopolios industriales y financieros cuyos beneficios podrían verse más o menos afectados de forma directa. En la actualidad, dichos colectivos, presionan a Trump y sus colaboradores de forma individual y en conjunto para lograr exenciones, exclusiones y descuentos.

Las amenazas de Trump se lanzaron como medidas contingentes ante un posible contrataque del Gobierno o el Estado chinos en forma de aranceles a bienes o servicios estadounidenses. Por supuesto, tenía que producirse una respuesta; no existía alternativa política alguna para el gobierno de Xi Jinping. El ministro chino de Comercio anunció de inmediato que contestarían con decisiones «de la misma escala y contundencia». Asimismo, comunicó que habían «invalidado» los supuestos «avances» recientes hacia un trato que habría supuesto 70.000 millones de dólares adicionales en importaciones estadounidenses a China y que se basaba en una reducción negociada de los aranceles chinos y de otros obstáculos a la entrada de materias primas y servicios de Estados Unidos, entre los que se incluían productos energéticos, agrícolas y tecnológicos. Las materias primas agrícolas fueron el primer objetivo de esa respuesta china en forma de más aranceles, ya que este país es uno de los principales mercados para los productos agrícolas de la agricultura estadounidense, sobre todo para la soja.

El comunicado de Trump estuvo lleno de un repertorio de justificaciones provocadoras y ultranacionalistas: el tío Sam es un torpe imbécil víctima de las repugnantes prácticas chinas; nos roban nuestras tecnologías; conceden subvenciones estatales a la industria y venden a pérdidas los excedentes de producción, con lo que roban el empleo a los trabajadores estadounidenses; y un largo etcétera… Como si el sistema capitalista de producción, finanzas e intercambios del mundo entero no estuviera exactamente igual de lubricado por ese tipo de prácticas ni dependiera lo mismo de ellas. De hecho, históricamente, son los estados capitalistas más avanzados y las economías más industrializadas (Estados Unidos, las antiguas potencias coloniales de Europa Occidental y Japón) los maestros y mentores en esas artes.

El 5 de julio, en un mitin electoral en el estado de Montana, rodeado de miles de asistentes, Trump bramó: «Retornaremos la riqueza que los países extranjeros han estado expoliándonos años y años. Hemos pasado demasiado tiempo mirando; esperábamos y contemplábamos cómo otros países se llevaban nuestros trabajos, cómo engañaban a nuestros trabajadores y cómo arrasaban nuestra industria».

Trump prosiguió fiel a su marca personal de chovinismo nacionalista y de demagogia: «Los Estados Unidos fueron la hucha de cerdito en la que todo el mundo metía mano. Nuestros aliados, a menudo, eran peor que nuestros enemigos. Abrimos las puertas de nuestro país a sus productos, pero ellos, como no querían nuestra competencia, nos las cerraban en las narices con enormes barreras».

Trump está dando la vuelta a los tan provechosos acuerdos que, durante décadas, se han mantenido entre la clase capitalista de Estados Unidos, los diversos gobiernos que han pasado por Washington y el estado chino. Durante este tiempo, el capital estadounidense se invertía en la fabricación de productos en territorio chino que a su vez eran vendidos en Estados Unidos y otros mercados capitalistas desarrollados. Este pacto ha sido crucial para la formación y acumulación de riqueza nacional y privada en China en manos de empresarios chinos y de funcionarios del Gobierno.

Aunque es muy difícil calcular con exactitud los superávits y los déficits comerciales de los estados nación integrados en cadenas de producción globalizadas, así como medir el peso de los llamados «servicios» para incluirlos en los balances, el superávit comercial chino de productos terminados con EE.UU. ha rondado durante muchos años cifras aproximadas de entre unos 100 y 500 millares de millones de dólares. Buena parte de esos números se recicla y coloca en el Tesoro de los Estados Unidos. Esto amortigua enormemente el impacto sobre los mercados de deuda estadounidenses, lo cual facilita a las instituciones bancarias federales y privadas de este país ocultar, atenuar y esconder la deuda denominada en dólares. Además, ayuda a la Reserva Federal de Estados Unidos a suprimir tipos de interés más elevados y permite mantener tipos y gastos impositivos bajos o inexistentes para los multimillonarios, millonarios y oligarcas típicos de EE.UU.

En la actualidad, China posee casi 2 billones de dólares en valores del Tesoro de EE.UU., lo que la convierte en el mayor «acreedor extranjero» y en el segundo mayor propietario de bonos estadounidenses, tras la propia Reserva Federal. No hay nadie que sepa con certeza cuál será el efecto de la incipiente guerra comercial sobre la adquisición de obligaciones estadounidenses por parte del país asiático, en la medida en que la balanza comercial EE.UU.–China y las cifras de compra de deuda estadounidense por parte de China se han convertido en condicionantes vinculados del conjunto de la relación económica y financiera. La enorme cartera de China acusa al mismo tiempo el apalancamiento y una dependencia vulnerable. Además las extraordinarias cifras de crecimiento y expansión económicos de China durante décadas (desde 1991 su PIB ha ido subiendo año a año de forma increíble, con aumentos situados entre cifras altas de un solo dígito y números bajos de dos dígitos) han estado fuertemente ligadas al acceso continuo de este país a los mercados mayoristas y minoristas estadounidenses.

Durante décadas, los lazos económicos entre Estados Unidos y China y el intercambio comercial entre ambos países llevaron a una gran expansión de la producción industrial de China y a su desarrollo industrial, a la vez que reportaron enormes beneficios a los capitalistas estadounidenses y sus socios chinos estatales y privados.

Este proceso contribuyó extraordinariamente al gran aumento del proletariado industrial chino, incluyendo en él a un sector de trabajadores inmigrantes más que explotados, y de una minúscula burguesía, con la consiguiente reducción de campesinado. Todo ello ha llevado a la producción y reproducción en este país de una enorme plusvalía basada en el uso de la fuerza de trabajo para fabricar productos que intercambiar, es decir, que vender en EE.UU. o en el mercado internacional.

Esta gigantesca producción y reproducción de valor real, de riqueza social real y de capital real, se desvío, sin duda alguna, para favorecer de forma desproporcionada y corrupta a la burocracia y los capitalistas chinos. No obstante, también se destinó en muy gran medida a inversiones en proyectos de desarrollo urbano y de infraestructuras, principalmente, en la producción y construcción de ferrocarriles de alta velocidad.

Hay dos enormes iniciativas chinas del último periodo que destacan entre estos desarrollos históricos. En primer lugar, cabe mencionar la iniciativa One Belt, One Road, que fomenta las conexiones regionales a través de infraestructuras y de otros proyectos económicos y, en segunda posición, el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (BAII), un proyecto iniciado por China para financiar infraestructuras y otros proyectos económicos en la región de Asia Pacífico. El BAII tiene su sede en Shanghái y está integrado por 86 miembros, entre ellos algunos «aliados» de Estados Unidos en la OTAN, pero, hasta ahora, Wahsington, desde Obama hasta Trump, ha rechazado incorporarse. Además, China ha presentado públicamente su plan Made in China 2025, con el que pretende convertirse en el líder mundial en fabricación de futuras aplicaciones industriales de la inteligencia artificial, de robótica y de la producción de chips, algo que en la Casa Blanca observan con hostilidad.

¿Inminente recesión?

A Washington, y esta es una lamentación en gran medida propia de los dos partidos, le irritan especialmente las llamadas ayudas y subsidios estatales a las industrias y empresas chinas, que son públicas, cuasipúblicas o solo teóricamente privadas. Asimismo, China intenta sortear los esfuerzos del gobierno estadounidense por presionar a las empresas para que restrinjan el acceso chino a ciertas tecnologías convirtiendo dicho acceso en un requisito para sus ventas e intercambios comerciales en el enorme mercado chino.

Esto es lo que afirmaba Raghuram Rajan, profesor de Economía de la Universidad de Chicago, en una columna publicada el 29 de junio por The Financial Times titulada Bond markets send signals of a looming recession [Los mercados de deuda presentan indicios de una inminente recesión]: «Las estimaciones econométricas de los efectos de una o dos rondas de subidas arancelarias arrojan cifras pequeñas. Sin embargo, los modelos empleados no tienen en cuenta la interdependencia de las cadenas de suministros. Además, las consecuencias sobre el clima empresarial, al igual que el velo de incertidumbre que recaerá sobre las inversiones, serán muy notables; la guerra comercial acarreará un gran coste».

Rajan apunta también a las dificultades políticas para cualquier gobierno o líder nacional que implica «ser visto como el promotor de las amenazas o el favorecedor de los conflictos». Además, añade que «…hay un último motivo de preocupación. China está limpiando su sistema financiero, una tarea enormemente compleja dada la deuda que ha acumulado. El crecimiento se ha ralentizado y ha aumentado el coste de préstamos con más riesgo, así como los impagos. Las autoridades chinas tratan de distribuir las pérdidas por el sistema, pero esta es una tarea que ha de realizarse con cautela para evitar situaciones de pánico. Si China se ve inmersa en una guerra comercial mientras aún trata de restructurar su sistema financiero, sus dificultades podrían extenderse hacia el extranjero».

Si se desata una dinámica de guerra comercial a gran escala entre Estados Unidos y China, habrá graves consecuencias económicas y comerciales (y, por lo tanto, políticas) para el régimen comercial y diplomático construido y estabilizado a lo largo de decenas de años entre Pekín y Washington (y entre Wall Street y China).

[Nota 1: El origen de la actual relación entre Estados Unidos y China y de sus estrechos vínculos económicos está en el último periodo de la guerra de Vietnam. El presidente Richard Nixon y su secretario de Estado Henry Kissinger desempeñaron labores diplomáticas secretas con el Gobierno chino de Mao Zedong-Zhou Enlai a principios de los setenta para forjar vínculos que beneficiaran a ambos países. El contexto de estas conversaciones era la aguda crisis e inminente derrota de Estados Unidos en Vietnam e Indochina. Nixon y Kissinger eran entonces víctimas de un enorme empuje a favor del final de todas las operaciones militares estadounidenses y de la retirada de las tropas desplegadas en Vietnam y el sudeste asiático. Dichos mandatarios deseaban preservar el estado neocolonial del sur de Vietnam y esperaban manipular a China (y a la Unión Soviética, feroz antagonista político de China) para que presionara a los revolucionarios del norte (a quienes tanto Rusia como China proporcionaban un fundamental apoyo militar) a hacer concesiones ante Nixon. El plan fracasó y llevó a Washington a la derrota militar definitiva en 1975. Sin embargo, a lo largo de las cuatro décadas siguientes y bajo gobiernos y congresos tanto demócratas como republicanos, se consolidaron una alianza política de facto y las bases para la expansión masiva del intercambio económico entre Estados Unidos y China].

La UE, Canadá y México

Los aranceles a China puestos en marcha por Trump y su equipo ejecutivo (el secretario de Comercio, Wilbur Ross; el director del Consejo Nacional de Comercio de la Casa Blanca, Peter Navarro, y el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin) fueron inmediatamente posteriores a los aranceles contra las exportaciones de aluminio y acero de Canadá, la Unión Europea y México, que se anunciaron a bombo y platillo un poco antes en el mes de junio. En apariencia, con ellos se intenta aumentar la producción de aluminio y acero estadounidenses, pero han provocado también represalias inmediatas de igual alcance e importe por parte de todos los afectados. Hasta ahora, cada dólar en forma de arancel de EE.UU. ha sido correspondido con una respuesta equivalente en forma y valor. ¿Puede sostenerse esta situación?

El 29 de junio del 2018, la ministra canadiense de Asuntos Exteriores, Chrystia Freedland anunció en actitud desafiante la respuesta de su país a los aranceles de Trump sobre el acero y el aluminio: «No intensificaremos la situación, pero no nos vamos echar atrás». (Antes de su actual puesto en el Gobierno de Justin Trudeau como ministra, Freedland era editora jefa en el diario The Financial Times, la instiución por antonomasia del capitalismo británico y mundial).

Freedland dio a conocer un contrataque en forma de aranceles sobre productos estadounidenses importados por Canadá, entre los cuales se incluían el whisky, el papel higiénico, las lavadoras y las lanchas motoras. En total, Canadá aplicará impuestos a mercancías estadounidenses por valor de 12.600 millones de USD, cantidad coincidente con el valor del aluminio y acero canadienses sobre los que recaen los aranceles de EE.UU.

«No tengo palabras para enfatizar lo suficiente nuestro pesar por tener que adoptar estas medidas», añadió Freedland. Aclaró además que Canadá solo las retiraría si el gobierno de Trump lo hiciera primero. Cuando son muchas las personas que necesitan salvar las apariencias simultáneamente, siempre se producen riesgos políticos.

Las órdenes ejecutivas de Trump se acogieron al pretexto de la «seguridad nacional». Esto supuso un agravio para Canadá, la UE y otros aliados de EE.UU. en la OTAN desde después de la segunda guerra mundial, que destacaron las numerosas guerras imperialistas en las que se habían confabulado con Washington a lo largo de los años.

El actual marco y régimen regulador para los aranceles y para la resolución de disputas comerciales es la OMC (Organización Mundial del Comercio). De hecho, dicho organismo ya está recibiendo protestas por los aranceles estadounidenses, en lo que probablemente sea una batalla de la que algunos saldrán magullados. La OMC como árbitro y juez «neutral» se enfrenta claramente al peligro de perder autoridad o de acusar el desgaste de una gran presión. Las sucesivas medidas de Trump con total probabilidad acelerarán la debilitación de las normas capitalistas del comercio a nivel mundial y su estabilidad.

Aliados y competidores

La UE en su conjunto, la mayoría de sus estados miembro y Canadá son aliados militares de Washington (que sigue siendo, de lejos, la potencia militar dominante con la mayor potencia de fuego y alcance mundial del planeta) a través de la OTAN. Sin embargo, al mismo tiempo, son las sedes de algunos de los máximos competidores de las multinacionales estadounidenses y de otras firmas capitalistas del mercado mundial. En esta época de creciente y feroz competencia a nivel mundial, ante la perspectiva de la volatilidad financiera y de las turbulencias que se avecinan, se afila y gana cada vez más fuerza el perfil de esos países como «competidores». Las daños colaterales de las elecciones y decisiones políticas sobre aranceles, comercio, manipulación de divisas, deuda y flujos de capital se plantean, como poco, con más contundencia en el mundo actual. Los viejos bloques y vínculos comerciales achacan la presión y se debilitan, lo que supone un nuevo punto de partida para la política y las alianzas.

Consecuencias deliberadas y no deliberadas

Las declaraciones públicas de Trump («Las guerras comerciales son beneficiosas y fáciles de ganar») irradian su típica y frívola confianza política. Sin embargo, estas medidas resultan muy controvertidas para la amplia clase capitalista de EE.UU., entre la cual se ha generado una preocupación y un miedo crecientes ante el temor de que Washington no sea capaz de gestionar la situación sin consecuencias políticas graves a nivel internacional.

Los cambios que Trump pretende realizar denotan la erosión política internacional del régimen de «globalización neoliberal», que benefició enormemente a muchos gigantes empresariales, bancarios y de los negocios estadounidenses (y a las enormes masas de capital tras sus marcas) que emprendieron actividades en China, México y otros lugares para aumentar cuantiosamente sus ganancias. El principal beneficio de este modelo dentro de su territorio para los capitalistas de este país fue la disminución del valor del trabajo y que se extirparon los puestos de empleo y sindicatos industriales. El factor decisivo de mayor peso es que el relativo abaratamiento de la mano de obra, generalmente mucho menos costosa, compensa otros inconvenientes y costes adicionales para los capitalistas estadounidenses de trasladar la producción fuera del país, como los gastos en transporte, la formación, etc.

Por supuesto, a los capitalistas estadounidenses no podrían importarles menos los efectos devastadores a nivel social para las comunidades de clase de obrera de su país.

[Nota 2: Hasta mi jubilación en 2016, trabajé de maquinista de tren para Amtrak y pertenecí al sindicato ferroviario Brotherhood of Locomotive Engineer y al Teamsters Union. Yo operaba el tren de alta velocidad Acela y otros servicios de pasajeros entre Nueva York y Washington D. C. Durante unos 25 años, a lo largo de las principales líneas ferroviarias, por las vías del Corredor Noreste, sobre todo en los tramos desde Wilmington (Delaware) y Filadelfia hasta Trenton (Nueva Jersey), contemplé dese mi cabina millas y millas de construcciones industriales pudriéndose en el abandono: fábricas, factorías, manufacturas, metalúrgicas, gigantescos mastodontes y miles de pequeñas instalaciones. Imagino que en su día, durante la época de la segunda guerra mundial y las décadas siguientes, fueron prósperas zonas para la clase obrera y empleaban a incontables decenas y centenas de miles de trabajadores. Hoy parecen verdaderamente escenas sacadas de documentales sobre la batalla de Stalingrado en el frente oriental de la segunda guerra mundial. Década tras década, las autoridades ni siquiera se dignaron a demolerlas. Al pasar junto a ellas con los jóvenes empleados que me acompañaban en la cabina para conocer las particularidades físicas del territorio (velocidades en cada tramo, enclavamientos, apartaderos industriales, etc.), solía decirles en broma que la Administración debería cubrirlas con una urna gigante y montar el «Museo de la Gloria Industrial de Estados Unidos»].

Divsiones entre el capitalismo estadounidense

La oposición a las medidas de Trump cobra más fuerza entre los grupos empresariales y los cargos electos de ambos partidos políticos asociados durante décadas a las políticas generales de «libre comercio» a nivel mundial que han dominado los pactos comerciales y la economía burguesa mayoritaria. El rechazo a dichas políticas contra la clase obrera ha ido en aumento desde la llamada Gran Recesión y la crisis económica de los años 2007 y 2008 y, actualmente, en Estados Unidos y en todo el mundo, su impopularidad y el desprecio hacia ellas son generalizados, sobre todo, entre los trabajadores. Sin embargo, este descontento toma diversas formas «populistas» (hacia la izquierda y hacia la derecha) que poco han hecho y pueden hacer para contratacar y proporcionar exitosamente un programa o perspectiva de movilización, acción política independiente y empoderamiento de la clase obrera. Casi por inercia, el «modelo neoliberal» se tambalea ante las hostilidades del pueblo y con su credibilidad dañada.

¿Qué impacto tendrán sobre el desarrollo económico mundial los aranceles de Trump? ¿Servirán de impulso para las próximas (e inevitables) sacudidas financieras y recesiones económicas? ¿Tendrán la UE, Canadá y México voluntad y potencia política para contratacar? ¿Hay margen para el aumento de manufacturas domésticas estadounidenses y para la fabricación de las materias primas, los productos terminados y los bienes de capital (p. ej.: maquinaria) que durante décadas se han «exteriorizado» ahora que en las últimas décadas se han hecho caer el coste y el valor del trabajo estadounidenses? ¿Podrá el aumento de empleos en el sector secundario (36.000 puestos más en junio del 2018 según la Subdirección General de Estadísticas Sociales y Laborales de Estados Unidos) sostener el volumen de ventas y las tasas de ganancia?

Disminución del poder político de EE.UU.

Amplio sectores de los más elevados ámbitos empresariales, financieros, y sociales de Estados Unidos temen que Trump esté acelerando y agudizando el deterioro de la influencia política de su país a nivel internacional. Les preocupa que sus acciones, en lugar de restaurar el dominio total que el capitalismo estadounidense alcanzó tras la segunda guerra mundial (al que hace referencia el lema electoral Make America Great Again), tengan el efecto contrario y acaben incrementando el declive de EE.UU.

Hay motivos suficientes para esa preocupación. Bajo el mandato de Trump, Estados Unidos ha ido viéndose aislado una y otra vez en importantes asuntos internacionales tratados en foros políticos mundiales: el abandono de los acuerdos sobre cambio climático de París (ineficaces en cualquier caso); la retirada unilateral del Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA, por sus singlas inglés) sobre la actividad y producción nucleares de Irán, que fue ratificado por China, Francia, Alemania, Rusia, el Reino Unido y la UE como conjunto; la humillante soledad de Washington cada año en la ONU respecto a su aborrecido y criminal bloqueo de la Cuba revolucionaria; y los asuntos relativos a Israel y Palestina con los que podrían mejorarse las condiciones de Palestina y avanzar hacia una solución basada en la existencia estados.

Corea apenas es mérito de Trump

Los movimientos de Trump para endurecer las condiciones comerciales y de intercambio con China se hicieron públicos prácticamente sin que diera tiempo a que se secara la tinta del documento que los anunciaba. Su publicación se produjo en plena expectación del mundo entero y a bombo y platillo tras la cumbre del 12 de junio en Singapur entre Donald Trump y Kimg Jong-un, líder de la República Popular Democrática de Corea (RPDC).

Si bien la Casa Blanca ardía en deseos de presentar los resultados de la cumbre como un triunfo personal del presidente Trump, para alcanzarlos tuvo que basarse necesariamente a la suspensión de los «juegos de guerra» estadounidenses próximos a las costas norcoreanas y las demás maniobras militares con Corea del Sur. El «derecho» a mantener dichos ejercicios y las intenciones políticas de los mismos habrían resultado imposibles de argumentar después de que el Gobierno norcoreano de Kim cancelara los lanzamientos de misiles, las pruebas nucleares atmosféricas y subterráneas e incluso se verificara la destrucción de una instalación nuclear. Además, al mismo tiempo, los dos gobiernos coreanos reforzaron su relación en encuentros amistosos que los ciudadanos recibieron con entusiasmo. Nadie puede dudar seriamente que el Gobierno surcoreano de Moon Jae-in favoreció y presionó para que EE.UU. suspendiera sus juegos de guerra «conjuntos».

Parece probable que China y Corea del Sur se entregaran esforzadamente entre bambalinas para que las conversaciones EE.UU. – RPDC llegaran a buen puerto. En realidad, Trump y el secretario de Estado Mike Pompeo (con John Bolton, el consejero de Seguridad Nacional en las sombra) se vieron solos y arrinconados en lo diplomático y en lo político y percibieron el peligro de un enfrentamiento político imposible de ganar contra China, Corea del Sur y la gran mayoría de las Naciones Unidas. La situación era aún más arriesgada para Washington teniendo en cuenta que aún estaba muy reciente el abandono de este país del tratado JCPOA con Irán.

Cuando se estaba terminando de redactar este artículo, se produjo una irrupción pública negativa durante las negociaciones entre EE.UU. y Corea del Norte, después de que el secretario de Estado Mike Pompeo se reuniera con autoridades norcoreanas en Pionyang. El ministerio de Exteriores de la RPDC emitió una nota detallada el 7 de julio en la que se manifestaba «apesadumbrado» por el encuentro y consideraba «propio de gánsteres» que el único objetivo de Pompeo fuera la desnuclearización unilateral de Corea del Norte. El comunicado de dicho país promovía, de cara a la Cumbre de Singapur y para la declaración escrita firmada por Tump y Kim, que ambos compartieran un interés común en temas como un tratado de paz formal que sustituyera al armisticio que puso fin a los enfrentamientos militares en 1953, la mejora de las relaciones bilaterales entre Corea del Norte y EE.UU., o la creación de un «régimen de paz en la Península Coreana», es decir, tratar de impulsar la mejora de las relaciones entre los dos gobiernos y estados coreanos. Tanto Pompeo como Trump restaron importancia a este anuncio y el presidente estadounidense publicó: «Puede que China essté presionando contra un acuerdo debido a nuestra postura sobre el comercio chino (¡espero que no!)».

Por supuesto, como indicaba el comunicado de Corea del Norte, «la suspensión de una acción como las maniobras militares es un paso reversible en gran medida, pues puede reanudarse en cualquier instante o momento, ya que la fuerza militar permanece intacta y exactamente en la misma posición que antes, sin que se haya desmantelado ni un solo rifle». Sin embargo, teniendo en cuenta la opinión política de Corea del Sur, de China y de la abrumadora mayoría a nivel mundial, no es sostenible políticamente que la administración de Trump recurra a una estrategia de «máxima presión» mientras exige a Corea del Norte que capitule y que subordine todos los demás asuntos políticos, empezando por la verdadera paz bilateral y multilateral.

México

En México, la arrolladora victoria electoral el 1 de julio del «populista» Andrés Manuel López Obrador también está poniendo al límite los nervios de Washington. No son la orientación política y el programa de López Obrador en sí los que están despertando la voz de alarma (mayoritariamente silenciada). López Obrador, si bien es firmemente progresista y tiene el instinto antiimperialista heredado de la experiencia histórica mexicana y latinoamericana, ha evidenciado claros signos de que se resistirá a promover de forma directa medidas y políticas anticapitalistas. Su campaña se centró en la corrupción del capital privado y del estado capitalista mexicano y en los vínculos con la violencia y mortalidad masiva asociadas a los carteles capitalistas de la droga.

[Nota 3: El estrepitoso fracaso de la «guerra contra el narcotráfico» en México ha provocado cientos de miles de muertos y mutilados sin llegar a hacer ni un rasguño a la producción, el consumo o los beneficios de los carteles ni a la riqueza de los funcionarios corruptos a lo largo de la cadena de suministro. La producción, venta e intercambio comercial de cannabis, cocaína, metanfetamina, opio y heroína son componentes principales del conjunto de la economía capitalista mexicana; suponen quizás hasta el 10 % del PIB y, además, mantienen a flote el sistema bancario del país].

Lo que sí preocupa a la clase dominante estadounidense (y mexicana) son el entusiasmo y movilizaciones tremendos que han rodeado la campaña de López Obrador. Son síntomas del aumento de las expectativas del proletariado y de la juventud de México, que quieren pasar a la acción y claman « ya está bien».  Más que canalizar esa masiva combatividad política a través de inofensivas elecciones y debates parlamentarios, es probable que cualquier medida de peso propuesta por el Gobierno de López Obrador y su clara mayoría en las dos casas del poder legislativo mexicano alimente la lucha de clases. Esto es especialmente inquietante para los guardianes del imperialismo estadounidense, dado el destacado historial personal de Donald Trump en cuanto a insultos gratuitos, condescencia y demagogia antimexicana desde el inicio de la campaña electoral que lo llevó a la Casa Blanca; por no hablar de las brutales políticas reaccionarias contra la inmigración puestas en marcha desde que llegó al gobierno.

En cualquier caso, a través del editorial publicado el 3 de julio por el Wall Street Journal, titualdo The Peso Federales [Los Federales del peso], nos pudimos asomar a la arrogancia de la clase dominante adinerada de EE.UU. Tras reconocer la «arrolladora victoria» y el «mandato» de López Obrador, los editores de dicho periódico advertían de las presiones que llegarían de «otro tipo de elección; la que sucede día tras días en los mercados financieros». Aludían a la caída del uno por ciento del peso mexicano (que se recuperó el día después) tras las elecciones, tras lo cual, añadían que «el presidente electo debe ahora pensar en qué opinarán los mercados de su anhelo de mejorar la vida de los mexicanos».

Una de las mayores preocupaciones de los académicos, periodistas y grandes empresas que observan el desarrollo económico mundial en la actualidad, más que la próxima crisis económica grave, la recesión y la depresión, es el hecho de que se ha producido una creciente y significativa salida de capital desde los países llamados «emergentes» hacia los mercados financieros de las economías capitalistas más avanzadas, y especialmente hacia EE.UU. Esto invierte la suave tendencia a la inversa de los últimos años.

La expresión más cruda de esta tendencia es la pronunciada caída del peso argentino. En junio del 2018, el FMI concedió un préstamo de 50.000 millones de dólares a este país como rescate a cambio de un paquete de medidas de austeridad que ha provocado ya en Argentina las mayores movilizaciones de trabajadores de la última década.

Se intensificará la lucha de clases

Al inicio de un periodo como el actual, de transición de una época a otra, las verdades más obvias quedan anquilosadas, las alianzas y los aliados pueden variar y varían, las relaciones tradicionales entre estados se tensan e incluso saltan por los aires. Nadie puede poner en duda que la lucha de clases, la polarización de la sociedad y la volatilidad política, con mucha probabilidad, se intensificarán notablemente en el contexto venidero de empeoramiento de la economía mundial. Esto será así en todos y cada uno de los rincones y lugares. En los propios EE.UU. cabe esperar mayores movilizaciones populares y proletarias (que aparecerán como de la nada), como la ola de contundentes y disciplinadas huelgas de profesores que se hicieron con la victoria en los estados de West Virginia, Oklahoma y Arizona a comienzos del 2018.

La incipiente guerra comercial desatada por Donald Trump es ya una realidad constatable. Citando al grandioso pionero del socialismo Frederick Engels, «quienes aplican fuerzas controladas también desatan fuerzas incontrolables».

Por Ike Nahem

* Ike Nahem es un veterano del activismo antiimperialista y socialista. Es el coodinador del proyecto Cuba Solidarity New York y el fundador de la coalición New York-New Jersey Cuba Sí. Pueden enviar sus opiniones y críticas [en inglés] a <ikenahem@mindspring.com>

Fuente: Pambazuka News, Trump, trade wars, and the class struggle, publicado el 14 de julio de 2018.

Traducido del inglés por Álvaro P. Salvador.

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