¡Basta ya del continente mendigo!

Hoy en día, muchos regímenes africanos no obedecen a las exigencias del buen gobierno, no respetan el Estado de derecho y cometen flagrantes violaciones de los derechos humanos, todo ello creyendo que el apoyo de Occidente les ayudará a combatir siempre sus déficits presupuestarios crónicos. En pocas palabras, los dólares de los contribuyentes occidentales proporcionan la póliza de seguro a todo riesgo que garantiza la supervivencia y la persistencia de los Estados fallidos en África. Este es exactamente el punto de vista del presidente ghanés Nana Akufo-Addo.

«Hoy, África es un continente de NACIONES QUE COMPITEN POR MENDIGAR. Competimos por el favor de nuestros antiguos amos coloniales y nos pisoteamos los unos a los otros para invitar a neocolonialistas a que vengan a nuestros territorios a dirigir nuestro destino económico (…)

Puede que continuemos —y, en realidad, haríamos bien— empleando el poder y la influencia que nos otorga la soberanía, así como las estrategias y las maniobras que la diplomacia internacional legitima para conseguir más y más dádivas de nuestros benefactores. Sin embargo, el mal intrínseco permanece y se encuentran solo entre nosotros. Hasta que un mendigo no le dé la espalda a su hábito de pedir, no dejará de serlo; pues cuanto más pida, más desarrollará las características propias de un mendicante: falta de iniciativa, de coraje, de impulso y de independencia». Jefe Obafemi Awolowo, autor, estadista y nacionalista nigeriano en la 4.ª Cumbre de la Organización para la Unidad Africana (1967).

«La mejor manera en la que Estados Unidos puede ayudar a África es dejando que África se ayude a sí misma y asegurándose de que la cultura de la mendicidad se acabe para siempre en el continente. La Administración Trump debería prestar ayuda a los regímenes africanos solo si cumplen condiciones estrictas de transparencia y rendición de cuentas». Alemayehu G. Mariam, The Hill, 9 de marzo de 2017.

Durante más de una década, he abogado contra la cultura de la mendicidad y la degradación de la ayuda exterior que llevaban a cabo parte de los llamados líderes africanos. En el último cuarto de siglo, los mafiosos dirigentes del Frente Popular de Liberación de Tigray (FPLT) de Etiopía han venido fundiendo sus cuartos y pasando el platillo, sin reparos, a Estados Unidos y a Occidente para realizar sus rondas anuales de mendicidad, todo ello mientras fantaseaban con un «crecimiento de doble dígito en el último decenio» y esperaban, de brazos cruzados, la conformación de un imaginario «país de ingresos medios» de cara al año 2025.

La ayuda occidental ha reducido a Etiopía a lo que yo llamé «Baksheesh (Beggar) State» (en español, algo así como el «Estado de la mendicidad»). El Estado baksheesh del FPLT es una mutación predecible de la tan arraigada cleptocracia africana, donde el poder político es un medio para que los funcionarios públicos y los miembros de la élite, pertenecientes a la clase dominante, acumulen patrimonio personal al privatizar y saquear el tesoro público y los recursos a expensas de toda la población.

Recientemente y por primera vez en la historia posterior a la independencia de África, el presidente de Ghana, Nana Akufo-Addo, se dirigió a Occidente con un mensaje muy claro: que se metiese su ayuda por donde le cupiera. En concreto, habló con el presidente francés Emmanuel Macron, de visita en el país, y pronunció las siguientes palabras: «Los africanos debemos alejarnos de esta mentalidad de dependencia y de lo que Francia puede hacer por nosotros. Francia hará lo que quiera por su propio interés».

Siempre he sentido «celos» de Ghana. De hecho, tenía tantos que en julio de 2009 escribí un artículo comparativo titulado «What is it the Ghanaians got, We Ain’t got?» [«¿Qué es lo que tienen los ghaneses que nosotros no tengamos?»].

Ghana es el prototipo del triunfo de la democracia multipartidista, la estabilidad y el crecimiento económico en África. Etiopía, en cambio, es el paradigma de la hambruna, la mendicidad y la represión policial estatal. Los ghaneses viven apaciblemente en un Estado de derecho; los etíopes sufren bajo el mandato de matones asilvestrados.

En Ghana, los medios de comunicación, incluidos los extranjeros, tienen libertad de prensa y el acceso a Internet no está limitado. Los ciudadanos expresan sus opiniones sin temor a represalias por parte del gobierno. En el año 2008, Ghana —con una población de 23 millones de habitantes—ocupó el puesto 31 de 173 países en la Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa. En 2017, se situó en la posición vigésimo sexta de 170. Etiopía, por su parte, ocupó el puesto 142 de 180 en 2008 y el 150 de 170 en el ranking de 2017.

Ghana tiene un Poder Judicial independiente. En Etiopía, el FPLT tiene al Poder Judicial metido en el bolsillo.

En Ghana, cuentan con partidos políticos competitivos; en Etiopía, el FPLT los ha diezmado y ha encarcelado a los líderes de la oposición.

Los partidos tribales y étnicos son ilegales en Ghana, con arreglo al artículo 55.4 de la Constitución del país. Sin embargo, el Frente Popular etíope ha perpetuado en África el Estado tribal por antonomasia (que también se denomina «naciones, nacionalidades y pueblos [de Etiopía]»), segregado en regiones étnicas denominadas kilils o kililistans, tal y como sucedía en la época del apartheid sudafricano con los bantustanes o reservas negras.
Ghana cuenta con una Comisión Electoral Independiente. Por su parte, la Comisión Electoral del FPLT confirmó la victoria del partido en las elecciones generales de 2015 con el 100 % de los votos.

En Ghana, las instituciones de la sociedad civil son fuerzas sociales imprescindibles y desempeñan un papel fundamental en las reformas legales y políticas y en el activismo de base.

Ghana goza de un grado relativamente alto de transparencia y rendición de cuentas; por su parte, en 2012, el Banco Mundial publicó un informe exhaustivo de 417 páginas sobre la corrupción en Etiopía en un volumen titulado Diagnosing Corruption in Ethiopia [Análisis de la corrupción en Etiopía].

Llegados a octubre de 2015, ya no podía ocultar mis celos. Así que, escribí un comentario titulado «Why Can’t Ethiopia Become Like Ghana?» [«¿Por qué Etiopía no puede ser como Ghana?»].

Durante más de una década, he afirmado que la ayuda prestada por Occidente a Etiopía y al resto de África constituye un riesgo moral. Hoy en día, muchos regímenes africanos no obedecen a las exigencias del buen gobierno, no respetan el Estado de derecho y cometen flagrantes violaciones de los derechos humanos, todo ello creyendo que el apoyo de Occidente les ayudará a combatir siempre sus déficits presupuestarios crónicos y llenará sus arcas vacías. En pocas palabras, los dólares de los contribuyentes occidentales proporcionan la póliza de seguro a todo riesgo que garantiza la supervivencia y persistencia de los Estados fallidos en África.

En mi artículo de marzo de 2017 sostuve que las sospechas y el recelo del presidente norteamericano, Donald Trump, con respecto a la ayuda exterior enviada a África eran justos en términos monetarios. Insistí en que la mejor manera en la que Estados Unidos puede ayudar a África es dejando que África se ayude a sí misma y asegurándose de que la cultura de la mendicidad se acabe para siempre en el continente.

En julio de 2017, en uno de mis artículos publicados en el diario estadounidense The Hill, «Trump’s Africa policy should end US aid to dictators, rights abusers» [«La política de Trump en África debería cortar la ayuda estadounidense a los dictadores y a quienes violen los derechos humanos»], explicaba que continuar con el negocio de la ayuda humanitaria en África no mejoraría la seguridad norteamericana, pues esto tan solo crea un riesgo moral insostenible.

En marzo de 2017, en otro de mis artículos «Trump’s suspicion of foreign aid to Africa is right on the money» [«El recelo de Trump, con respecto a la ayuda exterior enviada a África, es justo en términos monetarios»], publicado en The Hill, insté a que se pusiera fin a la filosofía de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional de terminar con la pobreza extrema en África a través de un gran programa de asistencia social que incluye ayuda alimentaria, respaldo para la balanza de pagos y los presupuestos generales y programas de apoyo para el ingreso rural. También abarca otros planes de ayuda para el desarrollo de los países africanos.

Todo esto es, precisamente, lo que el presidente Nana Akufo-Addo sostiene.
Después de escuchar al presidente ghanés, que tomó posesión en enero de 2017, sermonear a Emmanuel Macron sobre lo que hay que hacer con la ayuda occidental, mi envidia y mis celos han sido reemplazados por esperanzas renovadas. Esperanzas renovadas de que África, la desesperada, por fin vea la luz al final del túnel.

Es inaudito que cualquier líder africano muerda la mano que le da de comer. Pero este es exactamente el punto de vista de Nana. Los africanos no son perros que viven de la caridad de sus amos. De hecho, tienen grandes recursos. ¿Cómo es posible que sean los pobres más ricos del mundo? Nana declaró: «África posee una gran riqueza y aquí, en Ghana, nuestro país, necesitamos adoptar una mentalidad que nos diga: “Podemos hacerlo. Otros lo han hecho. Nosotros también podemos”. Y una vez que tengamos esa mentalidad, veremos que hay un factor liberador para nosotros».

Por último, puedo decir que he encontrado, por fin, a un líder que ve a los «guepardos africanos» (jóvenes)—tal y como los llama el economista ghanés George Ayittey— como las piedras angulares del continente, que rechaza públicamente el estereotipo de África como continente «mendigo» y que está dispuesto a plantarse ante su benefactor para soltarle: «¡Métete tu ayuda por donde te quepa!». Hoy tenemos un líder africano con absoluta autoconfianza para decir: «Si los surcoreanos, los malasios y los singapurenses pueden hacerlo, también podemos los africanos, los ghaneses y los etíopes…».

¡El jefe Awolowo habría estado tan orgulloso de Nana Akufo-Addo…!

Por Alemayehu G. Mariam

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Declaraciones (en vídeo) del presidente de Ghana, Nana Akufo-Addo, en una conferencia de prensa conjunta con el presidente francés Emmanuel Macron en Accra (Ghana).
Creo que hay un malentendido esencial del tema y de la cuestión. No podemos seguir llevando a cabo, en nuestros países, en nuestras regiones y en nuestro continente, una política basada en la ayuda occidental, venga de Francia o de la Unión Europea. ¡No ha funcionado, no funciona y no funcionará!

Es nuestra responsabilidad encontrar el camino que nos permita desarrollar nuestras naciones por nosotros mismos. No es justo que un país como Ghana, 60 años después de su independencia, continúe financiando sus presupuestos de sanidad y educación gracias a la generosidad y a la caridad de los contribuyentes europeos. En la etapa en la que nos encontramos, deberíamos ser capaces de sufragar nuestras necesidades más básicas.
Y si consideramos los próximos 60 años como un período de transición en el que poder volar por nuestros propios medios, nuestro objetivo ya no es confiar en lo que el contribuyente francés decida hacer con los excedentes que tenga en Francia. Por supuesto, siempre serán bienvenidos y apreciados. Aceptaremos cualquier contribución que los ciudadanos quieran aportarnos a través de su gobierno, ya que, a caballo regalado, no se le mira el diente…

Sin embargo, a pesar de todo lo que hemos sufrido, este continente sigue siendo el depósito de, al menos, un 30% de todos los recursos naturales más importantes del mundo. África posee extensas tierras arables y fértiles y la mayor población joven, por lo que cuenta con la energía y el dinamismo necesarios. Nuestros jóvenes, que muestran arrojo e ingenio cruzando el Sáhara, están encontrando maneras de desplazarse en desvencijadas embarcaciones a través del Mediterráneo. Queremos que toda esa energía permanezca en nuestros países. Y, sin duda, la tendremos aquí si comenzamos a implementar sistemas políticos que muestren a nuestra juventud que hay un futuro mejor y que sus oportunidades están aquí con nosotros.

El fenómeno de la migración se presenta, en cierta manera, como si fuese algo novedoso. Pero lo cierto es que no hay nada nuevo en él; es tan antiguo como la humanidad y tiene su origen en el fracaso para alimentar la esperanza y para proporcionar oportunidades en el lugar donde uno se encuentra. Por eso nos marchamos.

Aquellos que conocéis la historia europea del siglo XIX, sabéis que las grandes olas de inmigración en la Europa decimonónica procedían de Italia e Irlanda. Multitud de italianos e irlandeses emigraron a EE.UU. en busca del sueño americano porque no había oportunidades de trabajo en sus respectivos países. Hoy esto no se concibe. Los jóvenes italianos crecen en Italia y los irlandeses, en Irlanda.

Nosotros también queremos que nuestra juventud permanezca en África [aplausos]. Para ello, los africanos tenemos que alejarnos de esta mentalidad de dependencia y de lo que Francia puede hacer por nosotros. Francia hará lo que quiera por su propio interés.
Nuestra principal responsabilidad como líderes, como ciudadanos, es qué debemos hacer para facilitar el crecimiento de nuestros propios países. Instituciones que funcionen, que nos permitan tener un gobierno responsable y transparente, que nos aseguren que el dinero que se pone a disposición de los líderes se utiliza para el interés del Estado y no para su propio beneficio. Que cuenten con sistemas que permitan la rendición de cuentas y fomenten la diversidad. Que permitan a las personas expresarse y contribuir a formar la voluntad del pueblo y el interés público. Nuestra preocupación debería ser qué debemos hacer en este siglo XXI.

Nuestra obligación es que África deje de pasar la gorra y de mendigar ayuda y limosna. Cuando pensamos en ella y vemos todos los recursos que posee, lo razonable sería creer que es este continente el que debería dar dinero a otros países. África posee una gran riqueza y aquí, en Ghana, nuestro país, necesitamos adoptar una mentalidad que nos diga: «Podemos hacerlo. Otros lo han hecho. Nosotros también podemos». Y una vez que tengamos esa mentalidad, veremos que hay un factor liberador para nosotros. A día de hoy, seguimos preguntándonos: «¿Cómo es que Corea [del Sur], Singapur o Malasia, países que se independizaron a la par que nosotros, han llegado a pertenecer al primer mundo?». En la época de la independencia, la renta per capita en Ghana era más alta que en Corea [del Sur]. ¿Qué ha sucedido entonces en esos países, que han logrado el éxito en su transición, para que 60 años después nosotros sigamos mendigando?

Estos son los asuntos que deberían preocuparnos como africanos, como ghaneses. Sin querer ofender al presidente francés, puesto que soy un gran amigo de Francia, un francófilo —y no tengo ningún problema con la cooperación gala, sino con nuestro gran desafío—, nuestra responsabilidad debe ser nuestro propio avance; es decir, crear las condiciones necesarias para que nuestros jóvenes dejen de exponerse a tantos peligros solo parallegar a Europa. No se van porque quieren, sino porque no creen que existan oportunidades en nuestros países. Esta debería ser nuestra meta.

Y creo que, si cambiamos nuestra mentalidad, esa mentalidad de dependencia de la ayuda y de la caridad, veremos que, en las próximas décadas, África emergerá y seremos testigos del florecimiento de los pueblos africanos.Solo entonces,esa nueva personalidad africana, de la que se hablaba durante el período de la independencia, se volverá real y efectiva.

Espero que al decir esto no ofenda al entrevistador o incluso a algunos de mis amigos, que se encuentran entre la audiencia. Pero estas son mis firmes convicciones.Por este motivo, el lema de mi mandato como presidente de Ghana es que queremos construir Ghana más allá de la ayuda. Una Ghana independiente, autosuficiente y capaz de construir su destino. Podemos hacerlo si tenemos la mentalidad adecuada. Sr. Presidente [Macron], estas son mis contribuciones[aplausos].

Fuente: Pambazuka News, Beggar continent no more!, publicado el 15 de diciembre de 2017.

Traducido para Umoya por Noelia Martínez.

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