Replantear la filantropía: “Robarme 1.000 dólares para luego devolverme uno, eso no es bondad”

El escritor nigeriano Uzodinma Iweaka causó una fuerte impresión durante el discurso que pronunció el pasado 12 de octubre en la apertura de la conferencia “Replantear la filantropía” coorganizada por “Le Temps”. A continuación, la reproducimos.

Sin duda habrán oído hablar de ese memorable concierto del cantante de rock Bono, símbolo de la filantropía contemporánea. Una entusiasta multitud bailaba y cantaba hasta desgañitarse mientras los efectos luminosos se sucedían rápidamente y la música alcanzaba su punto culminante. Entonces Bono se paró y pidió que se hiciera el silencio. Como si bajase del cielo, la luz de un proyector le encañonó en el centro del escenario. Tras unos cuantos chasquidos de sus dedos por fin habló: “Cada vez que chasqueo los dedos un niño muere en África”. Entonces, en la oscuridad de la sala, un hombre con un fuerte acento británico le gritó: “¡Pues deja de chasquear los dedos, por Dios!”.

Entiéndame bien, respeto a Bono. El trabajo que él y otras celebridades han llevado a cabo para llamar la atención sobre causas tales como la reducción de la deuda y la lucha contra el VIH/SIDA, verdaderamente ha salvado vidas. Pero cuento esta anécdota porque creo que resume uno de los aspectos más interesantes – y problemáticos – de la filantropía moderna: tal como se practica hoy en día, la filantropía preserva los poderes establecidos, los cuales están en el origen de gran parte de los sufrimientos que pretende aliviar. Y, de ese modo, va en contra de sus intenciones iniciales. Esto es particularmente cierto para la filantropía occidental en África.

Si relacionamos este episodio musical con la estructura y la dinámica del poder, vemos a un hombre blanco sobre su pedestal, cual un dios adorado por sus adeptos, ante una asistencia mayoritariamente blanca, hablando de unos africanos tan extremadamente pobres que él y su público, con sus buenas intenciones, se crean dotados de un poder absoluto sobre vidas negras.

Si esto les hace pensar en el colonialismo, no es casualidad. Es imposible debatir sobre la filantropía en África sin abordar el colonialismo.

¿Quién es humano?

Pero, para empezar, ¿qué es la filantropía? Ha sido definida como el amor a la humanidad, en un sentido benevolente y alimenticio. Para Samuel Johnson, se trata del amor al género humano y a la bondad. En su forma más pura, es un acto profundamente revolucionario. Practicar la filantropía es reconocer plena e íntimamente la humanidad fundamental de toda persona. Puede pasar por el alivio de la pobreza denigrante o la lucha contra las estructuras políticas opresoras – existen numerosas maneras de practicar el amor a la humanidad, en un sentido benevolente y alimenticio. Sin embargo, la herencia del colonialismo y el actual desorden de la filantropía en África complican las cosas.

Comencemos por tomar conciencia de la dificultad que supone para los seres humanos – con nuestras diferentes etnias, nacionalidades y razas (incluso si estos términos son reductivos) – hacerse una idea completa de quién es humano y quién no. Esta debilidad conduce a definiciones esquizoides de la humanidad que surgen del encuentro entre este continente y las ideas europeas sobre lo que significa ser verdaderamente humano.

Numerosos ejemplos muestran que los africanos no eran considerados, en el pensamiento europeo, como seres humanos por derecho propio. En 1763, el filósofo Emmanuel Kant escribió, en sus Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y sublime: “Los negros de África no han recibido de la naturaleza ningún sentimiento que se eleve por encima de la necedad … ¡Tan esencial es la diferencia entre estas dos razas humanas! Y parece igual de grande en cuanto a las facultades de la mente como según el color de la piel”.

Este punto de vista era compartido por muchos contemporáneos de Kant, filósofos de las Luces y arquitectos del orden liberal a partir del cual se desarrolló la práctica de la filantropía moderna. Es aún más preocupante que la construcción mental del cosmopolitismo de Kant juegue un papel clave en las actuales prácticas de la filantropía.

Algunos dirán que el filósofo moral no necesita ser perfecto para que su filosofía tenga valor. Sin embargo, el daño que ha hecho el racismo generalizado a la noción de filantropía es tan insidioso y profundo que la hacen virtualmente irrecuperable. De hecho, el pecado original que cometió Kant al definir aquellos que cuentan y los que no cuentan como humanos en el ideal cosmopolita plantea una pregunta crucial: si el orden liberal no considera a los africanos como completamente humanos, ¿puede la filantropía como práctica y concepto aplicarse a los africanos?

La “misión civilizadora”

Es aquí donde entra en juego la terrible empresa colonial, que se puede resumir de la siguiente manera: la industrialización de Europa exigía la extracción de recursos africanos (incluidos los recursos humanos), y para justificar esta extracción, fue necesario codificar versiones aún más extremas del racismo de Kant, que resultó en el famoso círculo vicioso de la deshumanización.

La extracción enriquecía a los europeos a la vez que hacía más pobres a los africanos y por lo tanto menos humanos en apariencia, lo que justificaba seguir con la extracción o incluso acelerarla.

Asociado al capitalismo, el liberalismo es un conjunto de doctrinas que pueden llegar a ser embarazosas. Por lo tanto, los europeos fingieron creer que los africanos no eran humanos, pero es obvio que, en su fuero interior, sabían que lo eran. Entonces, para absolverse – y justificar la extracción – presentaron el colonialismo como una “misión civilizadora”. Los europeos serían entonces los guardianes de los vastos recursos de África hasta que los africanos pudieran gestionarlos ellos mismos. Esta teoría está en la base de la filantropía contemporánea en África. Como escribió Rudyard Kipling:

“Oh Blanco, llévate tu pesada carga,
Las salvajes guerras de la paz,
Alimenta la boca de la hambruna,
Haz que la enfermedad cese”.

¡Qué maravillosa conjetura! Es como si fuera a su casa, robara sus pertenencias, le arrojase a la calle y luego proclamase al mundo entero que iba a cargar, a regañadientes, con el pesado lastre de hacerme cargo de ese ser perezoso y mugriento que es usted.

Pero todo eso forma parte del pasado, oímos decir. ¿De qué sirve volver a discutir sobre lo que se remonta a varias décadas, incluso varios siglos?

Si tan sólo fuese el caso. En realidad, es innegable que una mentalidad colonial todavía moldea las ideas contemporáneas sobre el compromiso filantrópico en África. Está tan arraigada que muchos de nosotros ni siquiera nos damos cuenta de que a veces se refieren a conceptos que solo pueden describirse como pura tontería. Como ejemplo, mencionemos al muy progresista presidente Macron en la última cumbre del G20: “El desafío de África es totalmente diferente, es mucho más profundo, es un asunto de civilización, actualmente … Al mismo tiempo, hay países que tienen un éxito tremendo, una tasa de crecimiento extraordinaria que hace que algunos digan que África es una tierra de oportunidades”. ¿Una tierra de oportunidades para quién? Una cosa es segura: cuando un europeo “descubre” una tierra de oportunidades, las cosas rara vez van bien para los nativos.

El buen Rey Leopoldo II de Bélgica lo dijo mejor de lo que yo podría imaginar y ciertamente, de una manera más directa que el Sr. Macron y otros líderes internacionales (cuidado, las siguientes declaraciones son difíciles de leer):

“Evangelizad a los negros a la manera de los africanos, que siempre permanezcan sujetos a los colonialistas blancos. Que nunca se rebelen contra las injusticias que estos les harán padecer… Convertid siempre a los negros por medio del chicote (látigo anudado). Mantened a sus mujeres en sumisión durante nueve meses para que trabajen para vosotros gratuitamente. Después exigid que os ofrezcan en señal de agradecimiento cabras, pollos, huevos, cada vez que visitéis sus aldeas. Haced todo lo posible para evitar definitivamente que los negros se hagan ricos. Proclamad todos los días que es imposible para los ricos entrar en el cielo. Haced que paguen un impuesto cada semana en la misa dominical. Después haced uso de ese dinero, supuestamente destinado para los pobres, y transferid de ese modo vuestras misiones a prósperos centros comerciales. Estableced para ellos un sistema de confesión que os convierta en unos buenos detectives para denunciar, ante las autoridades con poder de decisión, a cualquier negro que tenga una conciencia creciente… Haced que los negros olviden sus antepasados ​​para que adoren a los vuestros que jamás los escucharán… No le ofrezcáis nunca una silla a un negro que venga a veros. No lo invitéis nunca, dadle como mucho un cigarrillo. No lo invitéis nunca a comer con vosotros, incluso si degüella un pollo o un gallo cada vez que vais a su casa”.

Robarnos, en realidad era darnos

Cito este discurso [1] con la finalidad de demostrar tres cosas. La primera, el rey Leopoldo no era realmente lo que se dice un hombre simpático. Segundo, probablemente expresaba sus intenciones de una forma demasiado directa – incluso aunque no estuviese más implicado en la perpetuación del sistema de desigualdad racial que alimentaba el sueño colonial extractivo que, por ejemplo, los británicos, franceses, portugueses, holandeses o alemanes. Tercero, la extracción y la idea según la cual su papel civilizador era finalmente benéfico para los africanos han estado siempre íntimamente ligadas. Dicho de otro modo, robarnos era en realidad darnos, una gentileza por la cual deberíamos estar agradecidos hasta hoy en día.

Esta dinámica está tan profundamente anclada en nuestras interacciones que conduce a situaciones absurdas. Recuerdo un día que estaba en Londres junto con mi madre durante su primer mandato como ministra de Economía de Nigeria (2003-2006). Estaba allí para defender la reducción de la deuda y la única forma de que yo me colase en su apretada agenda era subir al coche con ella entre reunión y reunión. Mientras subíamos por Whitehall, miré por la ventana hacia los majestuosos edificios y le dije: “Eso es lo que necesitamos en Nigeria para cambiar el curso de las cosas: una arquitectura monumental”. Sin levantar la mirada de sus dossiers respondió: “Nosotros hemos pagado todo eso”.

Tenía razón. Y lo seguimos pagando todavía ahora de múltiples maneras. Es por eso por lo que la filantropía occidental en África es a veces tan perversa. El escritor keniata Ngugi wa Thiong´o escribió: “¿Por qué África dejó que Europa se llevase millones de almas fuera del continente a las cuatro esquinas del mundo? ¿Cómo pudo Europa mirar desde lo alto a un continente diez veces más grande que ella? ¿Por qué una África indigente continúa dejando que sus riquezas satisfagan las necesidades de aquellos que están más allá de sus fronteras y les siguen detrás, con las manos extendidas, para que les presten las riquezas que justo acaban de dejar marcharse?”.

Robarme mil dólares y después devolverme uno cuando pasa por delante de mí en la calle, no es lo que se pueda denominar filantropía. No hay ningún amor a la humanidad en esa acción. No hay ninguna bondad. En esa acción no hay ningún esfuerzo por cambiar las estructuras que deshumanizan.

De la filantropía a la justicia

Sin embargo, mi intención no es dramatizar las atrocidades perpetradas durante el colonialismo. Intento más bien presentar la situación con claridad para que los filántropos modernos puedan ver dónde pueden tener más impacto. Para mí, esto significa trasladar el debate de la noción de filantropía en África a la idea de justicia. Más específicamente, cuando hablo de redefinir la filantropía para servir a la justicia, lo que doy a entender de manera muy concreta es una temida palabra: “Reparaciones”.

Consideremos esta cifra: 97 mil billones de dólares. Según The Guardian, se trata de una valoración a la baja del trabajo extorsionado a los esclavos en las colonias norteamericanas entre 1619 y 1865. Esta valoración no tiene en cuenta todo el trabajo extorsionado en África después de 1865, ni el valor de los recursos no humanos. Toma exclusivamente en cuenta el trabajo realizado por la mano de obra africana durante 240 años – un trabajo que fue absolutamente fundamental para construir la riqueza de Europa y América, una riqueza que hoy hace posible la filantropía. Consideremos convenientemente estas cantidades: se estiman en unos 60 billones de dólares al año las donaciones privadas a países en vía de desarrollo [en realidad, 7.6 billones, según los últimos cálculos de la OCDE], y unos 150 billones en ayuda pública para el desarrollo. Para llegar a los 97 mil billones de dólares, harían falta más de 1.500 años de “filantropía” privada y casi 640 años de ayuda pública para el desarrollo.

Dicho de otro modo, la magnitud de la transferencia de riqueza – un eufemismo para hablar de robo – que tuvo lugar entre 1619 y 1865 crea un vacío tan insuperable que hacemos como si no existiese. En el mejor de los casos, invita a debates sobre la imposibilidad de reembolsar 97 mil billones de dólares. Sin embargo, existe un precedente de pago por indemnización del colonialismo en África. En 2012, los británicos presentaron una disculpa formal y acordaron pagar 20 millones de libras a los Kikuyu de Kenia, los cuales tuvieron la desgracia de conocer la misión civilizadora británica de los años 50. La cantidad devuelta parece poca cosa en comparación con el coste de la deshumanización y el valor de las tierras acaparadas. Pero lo que más les importa a las personas es el reconocimiento de que algo malo se hizo. Las disculpas constituyen un primer paso crucial para afirmar la humanidad de una persona.

Si la filantropía es realmente una cuestión de amor a la humanidad y un cambio en las dinámicas estructurales que impiden la plena expresión de este amor, no podemos esperar cambiar la dinámica estructural entre África y Europa sin reconocer y reparar injusticias del pasado. Para abrir la puerta a una nueva relación, las organizaciones filantrópicas deben abandonar el mensaje “Este es nuestro dinero y os lo damos por altruismo” para adoptar este otro: “Este es vuestro dinero, proviene de recursos de los que nos hemos apropiado injustamente y ahora tenemos el privilegio de devolvéroslo”.

Los filántropos podrían añadir: “Sí, sois humanos, y lamentamos haber tomado vuestras vidas, vuestras tierras y vuestro dinero”. Semejante cambio de mensaje crearía una situación en la que todo el mundo saldría ganando. Permitiría a Occidente progresar hacia el pleno reconocimiento de su propia humanidad, pidiendo perdón y yendo más allá del capitalismo absoluto que considera la vida humana como una materia prima. Permitiría a los africanos evolucionar en el escenario mundial como personajes totalmente iguales a los occidentales en vez de personajes de segunda categoría.

Tema tabú

Pero cambiar el mensaje es solo el primer paso. El segundo es más delicado porque implica hablar de dinero. ¿Cómo podemos calcular y luego devolver las astronómicas riquezas extorsionadas a África, que hicieron ricas a las naciones occidentales y han permitido que sus poblaciones sean tan “filantrópicas”? ¿Cómo decidir quién paga? En el origen de la aversión a pagar indemnizaciones está esta idea: “Mis antepasados no eran ni colonialistas, ni negreros”. Para muchos, esto se parece a un robo: tomáis el dinero o los bienes que me ha costado conseguir y se los dais a alguien que no ha trabajado para conseguirlos. Les recuerda algo, ¿verdad?

De hecho, debemos dejar de ver las indemnizaciones como una transferencia a fondo perdido e imaginar en su lugar una empresa mutuamente beneficiosa. Reconocer las injusticias perpetradas contra los africanos permite que ambas partes recuperen su humanidad. Pero hay que dar un paso más. Los desafíos a los que se enfrenta el mundo, los desafíos a los que se enfrenta África, no son desafíos africanos, que serían específicos o limitados a este continente. Son desafíos humanos. Por dar un único ejemplo: el cambio climático. Tendrá un impacto desproporcionado sobre el continente africano, lo cual agravará los problemas causados ​​por la extorsión colonial, pero es un problema global. Porque no son los africanos los principales responsables del cambio climático. Las consecuencias, como los refugiados climáticos, continuarán moviéndose en una única dirección. Y a menos que estemos listos para construir un muro y matar a cualquiera que intente saltarlo, tenemos que prepararnos para una nueva forma de vivir.

Un fondo para la urbanización

Imagine que decidimos aprovechar la oportunidad de esta indemnización para diseñar nuevos sistemas organizativos que nos preparen para nuestra vida futura en la tierra. Sería filantropía en su verdadero sentido, convertiría el tema tabú de las indemnizaciones en una inversión para toda la humanidad.

Volvamos a los 97 mil billones de dólares e imaginemos un experimento. ¿Por qué no crear un fondo sobre la base de esta estimación que parece fantástica, pero que en realidad es prudente, del trabajo extorsionado a los africanos, con el reconocimiento básico de que “es vuestra riqueza, tenemos el privilegio de devolvérosla”? Y entonces, ¿por qué no invertir enormemente en el desarrollo de infraestructuras en África (electricidad, carreteras, transporte público) pero de una manera digna del siglo XXI, que considera que los costes ambientales son una realidad? ¿Por qué no utilizar este dinero para replantear la urbanización del continente, adoptando la idea de grandes concentraciones de población en las ciudades y construyendo espacios humanos únicos y densamente poblados con granjas verticales y procesos de transformación de residuos en energía, etc.? ¿Por qué no permitir que regiones enteras del continente que han sufrido la explotación vuelvan a su estado natural? ¿Por qué no dejar que las maltratadas selvas tropicales crezcan para formar enormes pozos de carbono, mientras tomamos el Hyperloop [tren de alta velocidad desarrollado por Elon Musk] para viajar entre nuestros rediseñados centros urbanos? ¿Por qué no crear modelos de educación orientados al futuro que permitirían un intercambio real de conocimiento y combinarían los conocimientos técnicos hechos posible por años de acumulación de riquezas en los países occidentales con la fresca visión de las jóvenes mentes africanas? Sería realmente cambiar el mundo.

La indemnización de los sufrimientos de África beneficiará a todo el mundo. África soporta desde hace siglos los dolorosos costes de la acumulación de riquezas en el resto del mundo, y está a punto de soportar costes aún mayores a medida que el clima se va calentando y que el caos resultante se extiende por todo el planeta, haciendo migas los sistemas organizativos actuales. No puedo hablar por todos los africanos, pero personalmente, me haría feliz que mi continente y mi gente estuviesen a la vanguardia de la lucha para salvar y mejorar el mundo que hemos sido llamados a construir a regañadientes. Me encantaría usar nuestro dinero para asegurar que todos los seres humanos puedan florecer y perseverar. Esta es la verdadera filantropía.

Si creen que todo esto es una locura, tómese un momento para examinar su resistencia. ¿De dónde proviene? ¿Están seguros de que no es miedo, racismo tal vez? Les reto a decir que lo que propongo es peor que robar colectivamente y/o beneficiarse de cientos de billones de dólares en trabajo y recursos de África y luego devolver algunos miles de millones a través de proyectos que más parecen caprichos, dispersos aquí y allá, que apaciguan las conciencias, pero hacen poco para transformar realmente las condiciones que están en el origen de la miseria. El modelo actual, donde cualquiera puede ganar mil millones causando 20 mil millones en daños, y luego devolver 100 millones, ¿realmente ha cambiado algo? Para resolver algunos problemas es necesario agrupar recursos y gastarlos estratégicamente. Debemos pensar en las indemnizaciones como un medio para atraer la atención necesaria para aunar los fondos filantrópicos y restaurar la humanidad con esta acción.

El absurdo suizo

Pero compliquemos un poco el escenario. El fondo de 97 mil billones debería ser completamente administrado por africanos. ¿Por qué? Primero, si no es su dinero, no depende de usted decidir cómo gastarlo. Y sí, para aquellos que lo señalan, está el problema de la corrupción en todo el continente, pero el mal de la corrupción se puede combatir junto con el mal de la extorsión colonial. Si no está de acuerdo, considere el siguiente absurdo: antes de que los suizos devolviesen a Nigeria parte del dinero que un ex dictador militar nigeriano [Sani Abacha] había acumulado en un banco suizo, pidieron a los nigerianos que presentasen un plan sobre cómo pensaban gastarlo. ¡Qué condescendencia! Imagine que alguien le roba su dinero (porque después de todo, alguien que a sabiendas guarda un dinero robado y gana dinero con los intereses y las comisiones, también es un ladrón) y luego, antes de devolverlo, le dice que teme que no tenga suficiente sentido común para gastar ese dinero correctamente. Esto es el colmo de lo absurdo.

En otro nivel, permítanme compartir con ustedes una brizna de la sabiduría de mi abuelo. Me dijo que la forma de dar a los africanos es dar por completo: no pregunten qué se hace con el dinero y no esperen nada, ni siquiera una onza de gratitud, a cambio. Esto es algo que las organizaciones filantrópicas – especialmente las que operan en África – han olvidado. Están tan cegados por el estereotipo del africano sospechoso que hace mal uso del dinero, que o se niegan directamente a dárselo, o se lo dan solo a los blancos que trabajan en África. He visto organizaciones humanitarias confiar dinero a jóvenes blancos sin experiencia o sin conocimiento de la situación, para salvar a los africanos de ellos mismos, y que por otra parte se negaban categóricamente a dar dinero a africanos experimentados debido a “preocupaciones” en cuanto a una “buena gobernanza”. Un consejo: paren. Suponiendo que está convencido de que es su dinero el que está dando, dar con condicionantes no tiene mucho de filantrópico. Pero ya que hemos establecido que no es su dinero el que está dando, vuelvo a mi primera idea: usted no tiene que decidir nada. Y finalmente, ceder el control a otro ser humano – expresión suprema de la confianza – sigue siendo la mejor manera de afirmar la humanidad de los demás. Una vez más: esta es la verdadera filantropía.

Un mundo diferente

Pero no es sólo una experiencia imaginaria. Los miles de millones de dólares depositados en cuentas bancarias y que están en manos de organizaciones benéficas siguen exactamente en el mismo lugar que cuando comenzó a leer este texto hace 20 minutos. Esto probablemente pueda darle una sensación de seguridad, por ahora. Pero todos sabemos que el mundo está cambiando demasiado rápidamente para garantizar la seguridad. Si realmente queremos un mundo diferente, necesitamos una forma diferente de pensar. Debemos estar a la altura de nuestra esencia filantrópica. Los humanos para los humanos. Al replantear la filantropía como una indemnización, estamos allanando el camino para una nueva forma de pensar. Ciertamente hay otros caminos. El hecho es que, si queremos una filantropía con resultados diferentes o mejores, debemos pensar y actuar de manera diferente. Si no, debemos admitir que no estamos realmente interesados ​​en el cambio y prepararnos para el invierno (o el verano) perpetuo que no dejará de llegar.
Creo que he dicho claramente lo que pensaba. ¿Y usted?

[1] La veracidad de este discurso no está establecida. Véase en particular este punto de vista del portal de ciencias humanas y sociales cairn.

Uzodinma Iweala

Fuente: Cameroon Voice, Repenser la philanthropie: «Me voler 1000 dollars puis m’en rendre un, ce n’est pas de la bonté», publicado el 14 de noviembre de 2017.

Traducido para UMOYA por Juan Carlos Figueira Iglesias.

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