El auge imparable de China

© WSJ

Mientras que el imperio euro-americano-japonés está en declive, el poder global de China crece cada vez más. Esto repercute en África enormemente; depende de su población moldear el poder de China de manera que les beneficie.

¿El inicio de una tercera revolución?

Mientras escribo este artículo, las noticias sobre la semana del 19º Congreso del Partido Comunista de China, que empezó el 18 de octubre, inundan la prensa occidental. El 17 de octubre la CNN – Hong Kong escribió que “en el congreso, el secretario general del partido Xi Jinping podría consolidar su posición revisando el estatuto del partido para incluir «el pensamiento de Xi Jinping» como uno de los principios rectores del partido, encumbrándose así al mismo nivel que el Presidente Mao Zedong”.

Varios artículos (entre ellos uno del periódico británico The Guardian) se han referido al congreso como una «tercera época» en la historia reciente de China. La primera época transcurrió con Mao Tse-tung, el Lenin de China, al que le sucedió Deng Xiaoping, que trajo una era de «socialismo con características chinas», lo que, en mi opinión, realmente es «capitalismo con características chinas». En estos momentos, estamos siendo testigos del principio de «la era de Xi Jinping». El periódico The Economist apodó al congreso «la coronación de Xi Jinping».

Pero antes de profundizar más en el tema, tenemos que situar el 19º Congreso en un contexto histórico y geopolítico adecuado, sobre todo para poder comprender las consecuencias del auge de China en África y en la población del hemisferio sur.

China: un gigante reticente

Durante quinientos años, Occidente ha dominado el mundo, pero ahora es por todos sabido que el imperio euroamericano está colapsando, y la potencia que poco a poco está neutralizándolo es, sin duda, China. El auge de China es manifiesto.

Esto preocupa a Occidente y especialmente a Estados Unidos, que limita tanto con el océano Pacífico como con el Atlántico. Gracias a su estrategia de comunicación radial, Estados Unidos ha consolidado relaciones estratégicas con otros países a lo largo de la costa del Pacífico, convirtiéndolo en el único país (y Japón, su aliado en el Pacífico) que puede ofrecerles seguridad frente a China. Pero esto es solo una verdad a medias, pues la mayoría de los países asiáticos son conscientes del poder en declive de Japón y Estados Unidos, y dividen sus apoyos entre este último y China.

Por muy raro que parezca, de momento China no tiene intenciones de relevar a Estados Unidos, pues no está preparada para asumir el liderazgo político global. El presidente Xi afirma que China aún necesita otras dos décadas para ponerse a la altura de Occidente y para encargarse de su serio problema de pobreza y desigualdad que todavía asola las zonas más rurales. En julio de 2016, durante el 95º aniversario del Partido Comunista, Xi ha manifestado su intención de regresar a sus raíces marxistas. «Temo que las clases más altas se hayan hecho con el control», ha afirmado. “La brecha de la pobreza está generando tensiones entre las clases sociales”.

Por lo tanto, la prioridad de China es solucionar las contradicciones entre las clases sociales del país. Sin embargo, el problema es que el imperio euro-americano-japonés está colapsando más rápidamente de lo que China esperaba. Durante la conferencia de Davos en el Foro Económico Mundial de 2017, el presidente Xi vino a afirmar que Estados Unidos ya no es capaz de garantizar la estabilidad mundial, por lo que China tenía que tomar el relevo, aun cuando todavía tiene sus propios problemas que solucionar.1

La alternativa de China al orden actual occidental

Actualmente, las ideas acerca del «orden» contemporáneo y su base moral establecidas por pensadores y estrategas políticos de Cuba, Irán, China, Rusia o África difieren mucho de las ideas convencionales euroamericanas. Y aunque comparten algunos valores (por ejemplo, los derechos humanos o un buen gobierno), su aplicación en algunas situaciones concretas suscita cuestiones a debatir. Es por eso que Occidente habla todo el rato de «volver a llamar al orden» a países como Cuba, Irán o Zimbabue. China también tiene un concepto distinto del «orden» y la moralidad, y desafía los conceptos básicos en temas como los derechos humanos y el gobierno. Pero debido a su tamaño y su poder, China puede resistir las sanciones de Occidente mejor que los otros países.

En junio de 2015, durante el 7º Diálogo Estratégico y Económico entre China y Estados Unidos en Pekín, entre otras cuestiones, los dos países abordaron el tema del cambio climático, el código de conducta de la ciberseguridad, la protección de los océanos y luchar contra el tráfico de animales silvestres. Pero, sobre todo, China estipuló que el orden internacional necesitaba «nuevas normas» basadas en la cooperación, no en la confrontación. Hizo un llamamiento a la cooperación «responsable» entre los dos países como «socios igualitarios» para construir juntos un nuevo orden internacional. Aunque Estados Unidos clama por la idea de «cooperación», en realidad está siguiendo la política de «contención», tal y como hizo con la unión Soviética durante la Guerra Fría. Posee además una gran presencia militar en el Mar de China y fuertes lazos con Japón y Corea del Sur, donde hay 28.500 soldados americanos, marines y pilotos.

China está definiendo un nuevo modelo de relaciones internacionales, al que se refiere con la peculiar denominación de «nueva normalidad».

El auge de China desde una perspectiva africana

Entre 2001 y 2011, el comercio internacional (tanto la importación como la exportación) entre África y los países del BRIC (Brasil, Rusia, India y China) ha pasado de 22.900 millones de dólares a 267.900 millones de dólares. Aunque Europa y Estados Unidos siguen siendo importantes socios comerciales para África, en 2013 Brasil, India y China compraron juntos un cuarto de las exportaciones de África. China es el principal socio comercial de África, con un intercambio comercial que ha superado los 198.500 millones de dólares, en comparación con los 99.800 millones con los Estados Unidos. Esto supone sin lugar a dudas un hecho interesante.

Esto ha provocado un encendido debate en Occidente, donde los detractores de China insisten en presentar al país como un gigante sin control. Hará un año fui entrevistado por el periodista Hans Wetzels, muy involucrado con el continente africano, el cual me transmitió la preocupación que despierta entre algunos sectores de Europa y África la presencia china en el continente. Entre otras cuestiones, me planteó las siguientes preguntas:

– ¿Cuál es su opinión sobre la creciente presencia de China en África? ¿Cree que es un buen ejemplo de Cooperación Sur-Sur o China representa una nueva potencia imperialista dispuesta a expoliar el continente?

– Mientras viajaba por Angola vi edificios construidos por China sin ocupar; la venta de petróleo a China reporta grandes beneficios al presidente Dos Santos y sus socios, mientras los habitantes de los barrios más pobres de Luanda siguen sin tener perspectivas de mejora. Ese modelo de «petróleo a cambio de infraestructuras» no parece estar concretándose en un desarrollo sostenible. ¿Está usted de acuerdo?

– Una de las principales diferencias que se señalan entre China y las potencias occidentales en África es que China nunca interviene en los conflictos internos del continente, mientras que Occidente ejerce una política a la que usted se ha referido como imperialista y que otros califican de paternalista. ¿Es correcto? ¿Cree usted que China se implicará en la política de África a medida que adquiera poder y que esto alterará su relación con el continente?

No responderé a estas preguntas en este artículo; tan solo diré que, si bien algunos sectores de África muestran una preocupación genuina, la inquietud de Occidente con respecto a la presencia china en el continente tiene más que ver con el fracaso de su modelo de desarrollo que con el gigante asiático. Yuzhou Sun, doctorando en Filosofía en Oxford, sostiene que el estudio de las relaciones entre África y China se enfrenta a un desafío epistemológico: la problemática tendencia a la sobre simplificación definida en el concepto dragon in the bush (dragón en la sabana): la idea monolítica de un dragón chino en un paisaje africano despojado de contexto político e histórico.2

No obstante, hay quien en Occidente ve con buenos ojos la presencia China en África. En el libro TheDragon’s Gift: The Real Story of China in Africa [El regalo del dragón: la verdadera historia de China en África], escrito por Deborah Brautigam, defiende que África y China mantienen una relación de mutuo beneficio. El libro parte de años de investigación desarrollada en sus viajes por el continente, visitando proyectos financiados por China en campos como la agricultura, la industria, los recursos naturales y la gestión gubernamental. Remata el libro dando un valioso consejo a África y a Occidente:

«En última instancia, corresponde a los Gobiernos africanos dar forma a esta alianza de modo que beneficie a su pueblo. […] Occidente puede contribuir adoptando una visión más realista del papel que juega China, evitando el sensacionalismo y la paranoia, admitiendo nuestros propios defectos, y quizá explorando la idea de que el planteamiento no intervencionista de China puede resultar preferible a una China que se inmiscuya en los conflictos internos de otros países, o que haga uso de su poderío militar para promover cambios políticos».3

Como africano que soy, comparto algunas de las inquietudes que despierta la presencia de China en África, y he instado a los Gobiernos africanos a endurecer sus posturas negociadoras con China (así como con Europa, Estados Unidos o la India). No hay motivo, por ejemplo, por el cual China deba seguir trayendo su propia mano de obra para los proyectos que financia en África, ni razón que justifique la apertura de pequeños negocios, un sector que convendría dejar en manos locales. Brautigam acierta al defender que «en última instancia, corresponde a los Gobiernos africanos dar forma a esta alianza de modo que beneficie a su pueblo». Dicho esto, me gustaría añadir que el modelo chino es más beneficioso que el occidental no solo para África, sino también para países como Cuba, Venezuela e Irán.

Profundizando aún más a nivel geopolítico global, quiero expresar la idea de que África debería sacarle más partido a su relación con los países del BRIC (sobre todo con China) para equilibrar el poder imperialista americano, europeo y japonés que actualmente prevalece en el continente. Turquía puede ofrecer una buena perspectiva en este sentido, pues el presidente Erdogan está dándole la espalda a Occidente de forma muy astuta. Un ejemplo de ello es su posible anexión a la Cooperación de Shanghai liderada por China y Rusia. África debería tomar buena nota de Erdogan.

Conclusión

Para terminar, no puedo resistir la tentación de añadir una cita de Mar de amapolas, una novela de Amitav Ghosh, en la que el agente británico Burnham, que se dedica al cultivo del opio en la India y su exportación a China, afirma: «No veo razón por la que un ciudadano inglés debería ser cómplice del tirano de Manchuria en su afán de privar de opio al pueblo chino» y dejándose llevar por su deseo de que la desaparición de China sea definitiva, añade: «esos amarillos se creen que China aún puede regresar a sus tiempos de gloria… pero ya es tarde, han probado el opio».4

Las cosas han cambiado. China está emergiendo rápidamente como primera potencia. Esta es una realidad que ni siquiera Occidente puede ignorar; cuando menos, África.

Bibliografía
[1] Véase: https://america.cgtn.com/2017/01/17/full-text-of-xi-jinping-keynote-at-the-world-economic-forum

[2] http://www.history.ox.ac.uk/people/yuzhou-sun

[3] Brautigam, Deborah, (2009, 2011) The Dragon’s Gift: the Real Story of China in Africa, Oxford University Press

[4] Amitav Ghosh, Sea of Poppies, 2009, pp. 121, 117

Fuente: Pambazuka News: The rise and rise of China, publicado el 2 de noviembre de 2017.

Traducido para UMOYA por Gabriela Hernando Barrios (Universidad de Salamanca).

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