Herstoria: El alzamiento de Soweto y la eliminación de las mujeres negras

South African History Archive (SAHA)

Existen muchas distorsiones en las narrativas dominantes alrededor del alzamiento de estudiantes de 1976. Una de las más críticas persiste, la sutil proyección de ese alzamiento como una iniciativa exclusiva de los hombres jóvenes, excluyendo y eliminando completamente la incalculable contribución y el sacrificio de las mujeres jóvenes. Esto constituye una violencia epistémica contra las mujeres negras.


El viernes pasado se cumplieron 41 años desde el levantamiento de los estudiantes de Soweto que tuvo lugar el 16 de junio de 1976, un día que supuso un punto de inflexión en la lucha por la liberación de Azania (Sudáfrica).

Hoy en día, esa fecha se celebra como una fiesta nacional renombrada como «Día de la Juventud», un día en el cual usualmente se evocan y celebran las contribuciones de los jóvenes en el proyecto de liberación. De hecho, el mes de junio se ha convertido en el «Mes de la Juventud».

Sin embargo, existen tergiversaciones y malas interpretaciones serias en cuanto a los hechos históricos en las narrativas públicas dominantes en torno al levantamiento de estudiantes de 1976. Una de las tergiversaciones más importantes es la continua y sutil proyección de que el levantamiento fue, de alguna manera, una iniciativa exclusivamente masculina, excluyendo y borrando completamente el incalculable sacrificio y contribución de las mujeres jóvenes de aquel entonces.

Muy a menudo, cuando se saca a debate o se conmemora el 16 de junio, se resta importancia a las experiencias dolorosas, los sacrificios y las contribuciones en la lucha contra la educación supremacista blanca de las jóvenes negras de la generación de 1976 (se las menciona de pasada), cuando no son silenciadas y eliminadas por completo.

Es como si el 16 de junio fuera una iniciativa exclusiva de estudiantes masculinos prominentes como Tsietsi Mashinini y Khotso Sethloho (y, por supuesto, el primer joven muerto, Zolile Hector Peterson); como si no hubiera habido mujeres negras involucradas en la planificación de las reuniones y las protestas subsiguientes de aquel fatídico día y las semanas que le siguieron.

Los nombres y las identidades de las mujeres jóvenes aparecen raramente incluso cuando se menciona a las víctimas de la masacre de aquel 16 de junio en discursos públicos, debates intelectuales o reportajes en los medios. Estas jóvenes negras son invisibilizadas constantemente por el sistema al completo; simplemente no existen, no se las considera sujetos importantes de esta historia.

Por ejemplo, muchas estudiantes femeninas empuñaron armas y mataron en varios lugares alrededor de Chaiwelo cuando el levantamiento empezó en la escuela secundaria Nghungunyane, cuyas identidades siguen siendo un misterio a día de hoy. Otros ejemplos son dos mujeres concretamente, de Dlamini, cuya contribución en el levantamiento les supuso el confinamiento de por vida a una silla de ruedas.

El 17 de junio de 1976, una joven negra, Hermina Leroke, resultó muerta en Diepkloof después de que ella y sus compañeros hubieran visto un helicóptero y echaran a correr. Sus compañeros y amigos fueron testigos de su asesinato a manos de la policía. Su nombre, así como el de muchas otras mujeres jóvenes que murieron, no es conocido.

Aun cuando se muestran fotografías de los eventos del 16 de junio en cualquier plataforma pública, la selección del género mostrado en las imágenes utilizadas es bastante notorio. En los medios, en espacios académicos y políticos, las imágenes históricas que se utilizan para contar la historia son aquellas en las cuales aparecen mayoritariamente estudiantes masculinos.

Las imágenes del levantamiento con mujeres negras jóvenes liderando el frente, llevando pancartas con mensajes revolucionarios junto a los estudiantes masculinos, desafiando al ejército y a la policía a la cabeza de las marchas, rara vez se publican o se usan.

Como consecuencia, las únicas historias que se cuentan son aquellas de los hombres jóvenes valientes de aquella generación; las de las muchas mujeres valientes, aunque sin nombre, no importan mucho en nuestra conciencia y memoria nacionales.

Tomemos como ejemplo la famosa imagen tomada por Sam Nzima de Mbuyisa Makhubu llevando el cuerpo sin vida de Zolile Peterson. En el mismo plano se puede ver claramente a una emocionada Antionnette Sithole. Sin embargo, ella no tiene mucha importancia, a ella no se le da valor histórico más allá del de ser la hermana pequeña del chico muerto que lleva Makhubu, cuya historia es todavía desconocida. Se la considera como una figura ahistórica o de escasa importancia en la empresa de la manufactura de la historia. Nada se dice sobre el hecho de que fuera una mujer joven que tomó la decisión consciente, como muchas otras, de protestar ese día. La conocemos simplemente como «la hermana de Héctor».

El sutil consenso construido sobre esta versión tergiversada de la historia es que el 16 de junio fue, en primer lugar, concebido por hombres y liderado por ellos únicamente; en segundo lugar, fue una iniciativa exclusivamente estudiantil; y, en tercer lugar, un día único que cambió el curso de la historia.

Por lo general, las historias y las experiencias de personas menos conocidas, particularmente de mujeres, involucradas en el 16 de junio se pasan por alto o se les resta importancia. Hay un gran número de mujeres negras, poco conocidas porque no estuvieron en posiciones de liderazgo ni aparecieron en fotografías, cuya implicación, cuyas contribuciones y experiencias durante el levantamiento fueron significativamente profundas.

Incluso se habla poco y no se conoce a Sibongile Mkhabela, la única mujer que fue miembro ejecutivo del Consejo Representativo de Estudiantes de Soweto (Soweto Students’ Representative Council o SSRC por sus siglas en inglés) y secretaria general del Movimiento Estudiantil Sudafricano (South African Student Movement o SASM) que planeó y organizó el levantamiento del 16 de junio. Sus contribuciones y sacrificios por el proyecto de liberación resultan desconocidos para la juventud de ahora.

Y ella no es una excepción.

Pensemos en las influencias más amplias y silenciadas de mujeres como Winnie Motlalepula Kgware, quien trabajó muy estrechamente con los estudiantes como profesora y tuvo un papel influyente en el lanzamiento de la Organización Estudiantil Sudafricana (South African Students’ Organisation o SASO), convirtiéndose más tarde en la presidenta de la Convención de la Gente Negra (Black People’s Convention o BPC), un órgano marco del Movimiento de la Conciencia Negra (Black Consciousness Movement). El nombre de Mama Kgware, la primera mujer en ser elegida presidenta de una organización política en Sudáfrica, no aparece nunca en ninguna plataforma pública en este país.

Hay muchas mujeres negras que estuvieron involucradas directamente en el levantamiento del 16 de junio, como Dikeledi Motsewene, que era una estudiante de noveno grado en el Ithute Senior Secondary en 1976; Priscilla Msesenyane, estudiante de cuarto grado en el St. Matthews Roman Catholic School; Naledi Kedi Motsau, estudiante de décimo segundo grado en el Naledi High School, y Martha Matthews, estudiante de décimo segundo grado en el Kelekitso Senior Secondary, cuyas historias nunca aparecen en nuestras memoria y conciencia nacionales colectivas.

Otras personas residentes y de raza negra de Soweto que estuvieron directa o indirectamente involucradas y fueron afectadas por el levantamiento estudiantil de 1976, como activistas comunitarios, padres, funcionarias, propietarias de tiendas, enfermeras, médicos y profesoras como Nozipho Joyce Mxakathi (ahora Diseko) también desaparecen completamente de nuestra memoria cuando se narra la historia.

Otra seria limitación en la forma en la que el recuerdo del 16 de junio se reconstruye hoy en día es la ausencia de detalles acerca de los posteriores arrestos, torturas y asesinatos que tuvieron lugar días y meses tras ese día inicial; hasta el juicio de los 11 de Soweto que fueron acusados de sedición por planear y organizar la protesta estudiantil en 1976.

Durante días, semanas y meses después del 16 de junio, la comunidad africana estuvo bajo asedio y aterrorizada por una policía sedienta de sangre cuya orden era capturar o matar a los líderes estudiantiles.

En el libro Soweto 16 June 1976: Personal Accounts Of The Uprising, se cita a Martha Matthews, que tomó parte en las protestas, por haber dicho:

«El día siguiente fue peor porque los boers estaban ahora persiguiendo a la gente hasta en sus patios delanteros. No podíamos salir. No podíamos ir a las tiendas a comprar… Los coches de los boers estaban patrullando y conducían muy, muy despacio. Os estoy diciendo que, si queréis morir, tan solo salid de casa… Podían disparar incluso a niños de seis años.»

Luego están las historias de aquellos que murieron el 16 de junio del 76; nadie habla por los muertos a medida que se reconstruye y cuenta la historia. Las objeciones sobre los cuerpos inertes de aquellos asesinados que se sucedieron entre el estado, sus familias y comunidades son silenciadas y desconocidas.

Una de las personas que cuenta esta historia es Thomas Ntuli, un estudiante de octavo grado en 1976. En el libro mencionado anteriormente revela que:

«Las víctimas del 16 de junio, y los días que siguieron, no serían enterradas como los otros muertos. Sus cuerpos no pertenecían a sus familias. Su propiedad se disputaba entre el Estado, las familias y la comunidad. Los miembros de la comunidad querían inscribir los cuerpos con mensajes por «la lucha». El Estado, sin embargo, reivindicó que el entierro no sería político.»

Este enfoque restringido hacia la historia también minimiza la escala de salvajismo, violencia y brutalidad del régimen apartheid racista. La medida en la que, no solo los estudiantes, sino toda la comunidad y familias negras se vieron afectadas por el levantamiento del 16 de junio, se convierte en algo opaco y borroso.

En el mejor de los casos, las historias de invasiones de hogares en la noche, amenazas policiales, palizas, agresiones sexuales y torturas a muchas mujeres, abuelas y tías de estudiantes se minimizan o mencionan de pasada; en el peor, se borran por completo.

Esto ofusca las historias y experiencias de muchos negros, especialmente las de las mujeres. Inscribe a los hombres glorificados como los únicos actores supremos y los únicos agentes de la historia, proyectando a las mujeres como unas simples sombras insignificantes, pasivas, sin ninguna representación. Esta es la violencia epistémica contra las mujeres negras.

Es, de hecho, el modus operandi tradicional de la élite el que registra la historia para eliminar y silenciar las voces de las mujeres y la gente corriente. El enfoque elitista euro-patriarcal, no solo en la escritura de la historia, sino también en hacer honor a los iconos de la lucha, borra los recuerdos y las experiencias, y silencia las historias y contribuciones de las mujeres negras, activistas e intelectuales.

Debemos entender que este enfoque de la historia está fundamentalmente arraigado en la ética eurocentrista. Mohau Pheko escribe que «casi todos los filósofos occidentales canonizados han dejado constancia de que las mujeres son inferiores, incompetentes o agentes epistémicos o morales descalificados». De hecho, eruditos y filósofos europeos, como Aristóteles, sobre cuyas ideas se construye la democracia actual, eran misóginos.

Aristóteles creía que las mujeres eran inferiores a los hombres. Por ejemplo, en su obra Política, Aristóteles escribe que «en cuanto a los sexos, el hombre es por naturaleza superior y la mujer inferior, el gobernante masculino y el súbdito femenino». Además, en Xenophon’s Symposium, Sócrates también afirma que la naturaleza de la mujer no es sabia y que es inferior a la del hombre.

En su libro Homosexuality & The Effeminization Of Afrikan Males, el Dr. Mwalimu Baruti también revela que «comenzando con los padres de la filosofía europea robada, no solo se consideraba que las mujeres no eran aptas para el amor de los hombres, sino que también eran juzgadas como innatamente inferiores y de menor importancia y valor social, político, económico, religioso y, por lo tanto, cultural».

En última instancia, las historias construidas en sociedades euro-patriarcales denominadas «democracias» hoy en día, formadas e informadas por la cultura eurocéntrica dominante que impregna cada tejido de nuestro ser y existencia social, deben eliminar intrínsecamente a las mujeres. Estas historias deben borrar, silenciar y degradar a las mujeres; su historia no es historia.

De esta manera, la violencia contra las mujeres, la misoginia y el patriarcado se perpetúan por medio de las instituciones a través de esta supresión de la memoria y contribuciones de las mujeres en las revoluciones socioeconómicas y políticas. Se nos hace creer que las luchas de liberación son los productos y el campo de los «grandes» hombres de élite únicamente; como resultado, la historia, por lo tanto, debe necesariamente seguir siendo un teatro dominado por los hombres.

Por lo tanto, al honrar la memoria y conmemorar los sacrificios de la juventud en 1976, debemos entender que la generación del 16 de junio fue heterogénea y diversa en muchos aspectos. Debemos reconocer el papel crítico desempeñado por las jóvenes negras en ese levantamiento estudiantil. Sus contribuciones deben ser igualmente recordadas, evocadas y celebradas. De lo contrario, continuaremos institucionalizando la violencia contra la mujer a través de su supresión de la memoria nacional y nuestra conciencia colectiva.

Thando Sipuye

* THANDO SIPUYE es un historiador africano y científico social. Es miembro ejecutivo de The Ankh Foundation, de Blackhouse Kollective y de Africentrik Study Group situado en la Universidad de Sobukwe (Fort Hare). Escribe en su capacidad personal.

Fuente: Pambazuka News, Herstory: Soweto uprising and the erasure of Black women, publicado el 22 de junio de 2017.

NOTA DE LOS TRADUCTORES: Con respecto al título, el término «herstoria», del inglés herstory, hace referencia a una tendencia dentro del movimiento feminista de reivindicar el papel de la mujer en la historia. Se trata de un juego de palabras en el que se sustituye «his», que en inglés es un posesivo masculino, por «her», posesivo femenino. Sin embargo, en castellano este matiz no puede apreciarse directamente en la traducción y por ello creemos necesaria esta breve explicación.

Traducido para UMOYA por Alba López Fregeneda y Óscar Pérez Clemente.

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