El hambre: el arma de los fuertes contra los débiles

Si realmente se quisiera demostrar que el hambre no es consecuencia del clima ni de cualquier otra fatalidad producida en lugares dejados de la mano de dios, bastaría con echar un vistazo al mapa de las futuras hambrunas. Este mapa, realizado por el economista jefe del Programa Mundial de Alimentos, Arif Husain, es revelador. Según este experto, 20 millones de personas corren el riesgo de morir de hambre en cuatro países durante los próximos seis meses: Yemen, Nigeria, Sudán del Sur y Somalia (http://ici.radio-canada.ca/nouvelle…). Ahora bien, la principal causa de esta inseguridad alimentaria es política. Cuando la intervención extranjera no provoca directamente el caos que genera la falta de desarrollo o el fin de los suministros, se echa más leña al fuego. Las guerras civiles y el terrorismo han arruinado las estructuras estatales de estos países, lo que ha banalizado una violencia permanente y ha dado lugar al éxodo de la población.

En Yemen, desde marzo de 2015, los bombardeos saudíes han causado una crisis humanitaria sin precedentes. La ONU se ha alarmado ante esta situación, pero fue una resolución del Consejo de Seguridad la que autorizó la intervención militar extranjera. El cierre del aeropuerto de Saná y el embargo impuesto por la coalición internacional han privado a la población de medicamentos. Las reservas de trigo disminuyen visiblemente. Los bancos extranjeros se niegan a realizar transacciones financieras con los establecimientos locales. 14 millones de personas, es decir, el 80 % de la población, necesita ayuda alimentaria y, de ellos, 2 millones se encuentran en situación de emergencia. 400.000 niños sufren de malnutrición. Acusada de apoyar el movimiento hutí, la población yemení está condenada a muerte. Las potencias occidentales, al proporcionar armas a Riad, son partícipes de este crimen de masas.

En Nigeria, la situación caótica en la que se sumergió el noreste del país se ha extendido y ha afectado a toda la región. Millones de personas, que huyen de la violencia del grupo Boko Haram, se hacinan en los campos de refugiados. Completamente dependientes de la ayuda humanitaria, estas personas “sobreviven a 50 °C en chozas de tejados de chapa, con solo una fuente de agua, cocinas comunes y una comida diaria”, explica Arif Husain. Alimentado por la propaganda saudí, el terrorismo desafía hoy a este Estado, el más poblado del continente, que contará con 440 millones de habitantes en 2050. Tras la nefasta destrucción de Libia por parte de la OTAN, África Subsahariana se ha convertido en el terreno de caza preferido para los yihadistas. La anunciada hambruna es consecuencia directa de esta desestabilización.

En Sudán del Sur, la proclamación de la independencia en 2011 dio lugar a una guerra civil en la que dos facciones rivales se siguen disputando el control de las riquezas energéticas. Este Estado secesionista, fragmentado, aislado, separado del norte con el que le oponía una interminable guerra civil, es resultado de la estrategia estadounidense. Esta creación artificial buscaba dificultar la influencia de Sudán, quien desde hace tiempo se encuentra en la lista de “Estados canallas” creada por Estados Unidos. El proceso puesto en marcha por Washington, que armó a la guerrilla secesionista de John Garang durante 20 años, ha resultado en un Sudán del Sur que es, a día de hoy, un campo de ruinas. Desde diciembre de 2013, varias decenas de miles de personas han muerto, 2,5 millones han tenido que huir de sus hogares y cerca de 5 millones hacen frente a una situación de inseguridad alimentaria “sin precedentes”, según la ONU. Para cualquier reclamación, se ruega dirigirse a los neoconservadores de Washington.

En Somalia, los imprevistos climáticos amenazan con la proximidad de un nuevo desastre alimentario. En 2011, la terrible hambruna que tuvo lugar tras una sequía provocó 260.000 muertes. La vulnerabilidad de la agricultura de subsistencia refleja la falta de desarrollo que experimenta el país, dividido en una decena de entidades políticas rivales. El sangriento reino de los señores de la guerra locales, las intervenciones militares extranjeras (EE.UU., Etiopía y Kenia), la influencia creciente de la organización islamista radical Al Shabab, sobre un fondo de descomposición política, han provocado que este país tenga el índice de desarrollo humano más bajo del planeta. Desde la caída del régimen marxista de Siad Barre en 1991, las estructuras del estado se han desvanecido. La economía está agotada, el sistema educativo, destrozado. El aumento de los precios de los alimentos y la caída de los ingresos hacen, a día de hoy, temer lo peor.

Otras zonas de tensión, desgraciadamente, también suscitan inquietud. Los conflictos que están teniendo lugar en Siria, Irak, Afganistán, Ucrania, Libia o Zimbabue desencadenan un cambio radical en las condiciones de vida de sus habitantes y provocan movimientos migratorios. Por último, algunos países viven en una situación de inseguridad alimentaria crónica: la República Democrática del Congo, la República Centroafricana, Burundi, Mali o Níger. No es casualidad que la mayoría de estos sean presa de guerras civiles, terrorismo o intervención militar extranjera. El desorden que les asola tiene, en primer lugar, naturaleza política y geopolítica. Lejos de ser una fatalidad, este es resultado de causas internas y externas identificables. El hambre no cae sobre los condenados de la tierra como lo haría un rayo. Es el arma de la que se sirven los poderosos para aplastar a los débiles.

Por Bruno GUIGUE

Fuente: Le Grand Soir, La famine, arme des forts contre les faibles, publicado el 20 de febrero de 2017.

Traducido para Umoya por Edurne Gil (Universidad de Salamanca).

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