Las ideas anticolonialistas revolucionarias de Amilcar Cabral

Las obras del líder revolucionario Amilcar Cabral ofrecen un enfoque decisivo acerca de la importancia de la cultura en la lucha contemporánea contra el neoliberalismo.

Amilcar Cabral y Frantz Fanon están entre los pensadores africanos más importantes en el campo de las políticas de liberación y emancipación. Mientras que la relevancia del pensamiento de Fanon ha reemergido y varios movimientos populares, como el de Abahlali baseMjdolo en Sudáfrica, proclaman que sus ideas son inspiración para sus movilizaciones, así como las obras de Sekyi-Otu, Alice Cherki, Nigel Gibson, Lewis Gordon y otros, las ideas de Cabral no han recibido tanta atención.

Cabral fue el fundador y líder del movimiento de liberación de Guinea-Bissau y Cabo Verde, el Partido Africano para la Independencia de Guinea y Cabo Verde (PAIGCV). Además, fue un revolucionario, humanista, poeta, estratega militar y prolífico escritor sobre teoría revolucionaria, cultura y liberación. Las batallas que lideró contra el colonialismo portugués contribuyeron no solo al colapso del imperio africano de Portugal, sino también a la caída de la dictadura fascista en Portugal y a la revolución portuguesa de 1974-75. Por desgracia, Cabral no pudo ver con sus propios ojos estos acontecimientos: fue asesinado por algunos de sus compañeros y la policía secreta portuguesa (PIDE, Policía Internacional y de Defensa del Estado) el 20 de enero de 1973.

Cuando murió, dos tercios del territorio guineano ya eran zonas liberadas, en las que ya se habían establecido una serie de estructuras democráticas que formarían el fundamento de una sociedad futura: las mujeres desempeñaban papeles de liderazgo político y militar; se prohibió la divisa portuguesa y se reemplazó por el trueque; la producción agrícola se volcó en las necesidades de la población y muchos de los elementos de la sociedad que se basan en la humanidad, la igualdad y la justicia empezaron a surgir orgánicamente a través del debate popular. La resistencia cultural desempeñó un papel crucial tanto en la derrota de los portugueses como en el establecimiento de zonas liberadas.

Cabral entendió que la extensión y la dominación del capitalismo dependían totalmente de la deshumanización del sujeto colonial. Y el núcleo de este proceso de deshumanización reside en la necesidad de destruir, modificar y transformar la cultura del colonizado, ya que el colonizado resiste la dominación y reivindica su humanidad a través de la cultura («porque es historia»). Para Cabral, y también para Fanon, la cultura no es un instrumento estético, sino una expresión de la historia, la fundación de la liberación y un medio para resistir a la dominación. En el fondo, la cultura es subversiva.

La cultura como subversión

La historia del liberalismo siempre ha sido una historia de desacuerdos entre culturas a las que Losurdo califica de espacios sagrados y profanos. La democracia del espacio sagrado que concibió la Ilustración en el Nuevo Mundo fue, según Losurdo, una «democracia Herrenvolk»: una democracia de la raza dominante blanca que impide que los negros, los pueblos indígenas o incluso las mujeres puedan ser considerados ciudadanos. Se les contemplaba como parte de ese espacio profano ocupado por los que son menos que humanos. La ideología de la democracia de la raza dominante blanca se reprodujo a medida que el capital colonizaba la mayor parte de la tierra. La victoria de Trump en EEUU y el establecimiento de su entorno de derechas (por no decir fascista) supone, en muchos aspectos, una expresión del creciente resentimiento y antagonismo entre las distintas secciones de la América blanca hacia lo que se ha percibido como una invasión. Estos colectivos entienden que han sido los pueblos indígenas, los negros, los «latinos», los mexicanos, los homosexuales, las lesbianas, los sindicatos, los inmigrantes y todos esos seres profanos que no pertenecen a ese espacio los que han profanado sus espacios sagrados. Se puede predecir, sin ningún género de dudas, que la presidencia de Trump provocará un incremento de los ataques hacia las culturas, las organizaciones y las capacidades organizativas de aquellos que se perciban como el detrito de la sociedad, para arrebatarles los privilegios del espacio sagrado y «devolverlos» al dominio de lo deshumanizado. Al mismo tiempo, también podemos predecir que se producirá una resistencia generalizada a estos ataques, en los que la cultura será un elemento esencial.

En este contexto, las obras y los discursos de Cabral sobre la cultura, la liberación y la resistencia al poder tienen unas implicaciones importantísimas para las luchas venideras y no solo en EEUU, sino también en el Reino Unido pos-Brexit y en el continente europeo, en el que el fascismo está reapareciendo en varios países. Si nos basamos en los estudios de Cabral, se puede ver cómo el colonialismo estableció y mantuvo su poder a través de varios intentos de erradicación de la cultura del sujeto colonial. Al mismo tiempo, también se puede observar cómo la cultura, como fuerza liberadora, fue fundamental para que el pueblo africano reivindicase su humanidad, inventase lo que significa ser humano y desarrollase una humanidad universalista. También quiero señalar cómo los regímenes neocoloniales han intentado desarticular la cultura de la política, un proceso que el neoliberalismo ha agravado. Sin embargo, a medida que crece el descontento tras cuarenta años de austeridad (también conocidos como «programas de ajuste estructural») y a medida que los gobiernos pierden la legitimidad popular, se incrementan también los levantamientos y las protestas, y la cultura brota de nuevo como una fuerza movilizadora y organizadora.

Colonialismo, cultura y la invención del «africano» deshumanizado

Los filósofos de la Ilustración, como Hegel, consideraban que los africanos no tenían historia. No obstante, ¿a qué «africanos» se referían? Los europeos no empezaron a utilizar el término «africano» para referirse a toda la gente que vivía en el continente. El término está directamente asociado con el comercio de esclavos del Atlántico y la condena de la esclavitud en las Américas y en el Caribe por parte de grandes colectivos de la humanidad. Para poder someter a seres humanos a tales barbarismos había que definirlos como no humanos.

El proceso de deshumanización requería un esfuerzo sistemático e institucionalizado para destruir las culturas, los idiomas, historias y capacidades existentes de producir, organizar, contar historias, inventar, amar, componer música y poesía, crear arte… Todas esas cosas que hacen que la gente sea humana. Los encargados de llevar a cabo esta tarea fueron los esclavizadores locales y europeos, los dueños de los esclavos y todos aquellos que se beneficiaban del comercio con seres humanos, además de la emergente clase capitalista europea.

En esencia, el término que recoge el proceso de deshumanización de los pueblos del continente es «africano». De hecho, tanto los antropólogos, como los científicos, filósofos y hasta la industria se esforzaron por «demostrar» que estos pueblos constituían una «raza» biológicamente subhumana. Se consideró que los africanos no tenían historia, ni cultura, ni ningún tipo de contribución a la historia de la humanidad. Como esclavos, eran meros bienes: propiedades o «cosas» que se podían poseer, de las que se podía disponer y que se podían tratar al antojo del «propietario».

Este intento por borrar la cultura africana fue todo un fracaso, ya que, al tiempo que las fuerzas del liberalismo destruían las instituciones, ciudades, literatura, ciencia y arte en el continente, las memorias de los pueblos sobre la cultura, las formas de arte, la música y todo lo asociado con lo humano se mantuvieron vivas. Además, los esclavos africanos se llevaron todos estos elementos desde los barcos hasta allá a donde llegaron y allí la cultura evolucionó para convertirse en la base de la resistencia.

El comercio de esclavos en el Atlántico y la esclavitud fueron las piedras angulares de la acumulación de capital que dio lugar al capitalismo, como también lo fueron los genocidios concurrentes y los asesinatos en masa de las poblaciones indígenas en las Américas y más allá. La deshumanización sistemática de algunas secciones de la humanidad (racismo) estaba íntimamente vinculada al nacimiento, crecimiento y continua expansión del capital, y sigue siendo el sello de su desarrollo.

Cabral entendía que separar a África y a los africanos del flujo general de la experiencia humana común solo podía retrasar los procesos sociales en el continente. «Cuando el imperialismo llegó a Guinea, nos hicieron dejar nuestra historia… y entrar en otra». El proceso era continuar desde el origen de la esclavitud de Europa y el desplazamiento forzado de los pueblos africanos hasta la expansión de los negocios coloniales europeos hasta el día de hoy. La representación de los africanos como seres inferiores y subhumanos justificaba el terror, las carnicerías, los genocidios, los encarcelamientos, la tortura, la expropiación de tierras y propiedades, el trabajo forzado, la destrucción de sociedades y culturas, la supresión violenta de las expresiones de descontento y de desacuerdo, las restricciones de movimiento y la creación de reservas «tribales». También justificó que las potencias imperiales europeas dividiesen tierras y pueblos en la Conferencia de Berlín de 1884-85.

La fe en la superioridad de la cultura del espacio sagrado, combinada con el fanatismo misionero de la cristiandad, colocaron las bases para el imperio y la expansión del Cristianismo. Cabral escribió que: «Tras el comercio de esclavos, la conquista armada y las guerras coloniales, se produjo la destrucción total de la estructura económica y social de la sociedad africana. La siguiente fase era la ocupación europea y la creciente inmigración europea a estos territorios. Las tierras y las posesiones de los africanos no eran más que un botín». Las potencias coloniales se hicieron con el control a través de impuestos, cultivos obligatorios, trabajos forzados, exclusión de los africanos de ciertos trabajos, expulsión de los africanos de las zonas más fértiles y asignación de autoridades nativas para trabajar como colaboradores.

Cabral señaló que cualesquiera que fuesen los aspectos materiales de la dominación, «[esta] solo se puede mantener con la represión permanente y organizada de la vida cultural del pueblo dominado». Lógicamente, sólo se podía obtener una dominación completa si se garantizaba la eliminación de una gran parte de la población, como en el genocidio de los pueblos Herero en el África austral o de los pueblos indígenas en EEUU. Sin embargo, esta práctica no siempre era factible o deseable, desde el punto de vista del imperio. En palabras de Cabral:

«Lo ideal para la dominación extranjera, ya sea imperialista o no, sería escoger: o bien se elimina prácticamente a toda la población del pueblo dominado, excluyendo toda posibilidad de resistencia cultural; o se logra imponerse sin dañar la cultura del pueblo dominado. Es decir, lograr armonizar la dominación política y económica de los pueblos con su personalidad cultural».

Al negar el desarrollo histórico de los pueblos dominados, el imperialismo negó su desarrollo cultural y por eso necesita la opresión cultural e intentar «liquidar directa o indirectamente los elementos esenciales de la cultura de los pueblos dominados».

«De la población africana de Angola, Guinea y Mozambique, las leyes coloniales portuguesas clasificaron al 99,7% como no civilizados», escribió Cabral al evaluar las colonias portuguesas. «El denominado africano “no civilizado” recibe el tratamiento de propiedad y está a merced de la voluntad y del capricho de la administración colonial y los colonos. Además, proporciona un suministro infinito de trabajo forzado para explotar. Al clasificarlo como “no civilizado”, la ley permite que la discriminación racial sea una sanción legal y ofrece una de las justificaciones necesarias para el dominio portugués en África».

La cultura y la reclamación de la humanidad

El uso de la violencia para dominar a un pueblo es, según Cabral, «sobre todo, tomar las armas o, por lo menos, neutralizar y paralizar su vida cultural; ya que, mientras la población tenga una vida cultural, la dominación extranjera no podrá asegurar su perpetuidad».

La razón es evidente. La cultura no es un mero artefacto o una expresión estética, de costumbre o de tradición. Es un medio con el que la gente expresa su oposición a la dominación, un medio para proclamar e inventar su humanidad; un medio para expresar su agencia y su capacidad para hacer historia. En pocas palabras, la cultura es una de las herramientas fundamentales de la lucha por la emancipación.

La revolución de esclavos que hubo en Haití en 1804, que estableció la república independiente negra, constituyó uno de los acontecimientos más importantes contra el despotismo racial y la esclavitud. Toussaint Louverture, el primer líder de la rebelión, recurrió a un compromiso explícito con el humanismo universal para denunciar la esclavitud. Tal y como Richard Pithouse expresó en un breve sumario: «El colonialismo definió la raza como un destino biológico permanente. Los revolucionarios de Haití la definieron de forma política. Los mercenarios polacos y alemanes que se pasaron al bando de los ejércitos de esclavos obtuvieron la ciudadanía, como sujetos negros, en un Haití libre e independiente».

En Guinea Bissau, las autoridades coloniales designaron a Cabral para llevar a cabo un censo exhaustivo de la producción agrícola, lo que le permitió obtener un profundo conocimiento de su pueblo, su cultura y sus formas de resistencia a las leyes coloniales. Él mismo reconoció que, para crear un movimiento de liberación, hacía falta una «reconversión de mentes, un constructo mental» que, según él, era indispensable para una «verdadera integración del pueblo en los movimientos de liberación». Para conseguirlo, había que tener «contacto diario con las masas populares en la comunión del sacrificio que hace falta para la lucha». De esta manera, se desplegaron grupos del PAIGCV por todo el país para trabajar con los campesinos, para aprender de ellos y averiguar cómo experimentaban y se oponían al dominio colonial, para compartir con ellos las prácticas culturales que forman parte de la resistencia. «No tengáis miedo de la gente y convencedla para que tome parte en las decisiones que le afectan», dijo a los miembros de su partido. «Un líder debe ser un intérprete fiel de la voluntad y las aspiraciones de la mayoría revolucionaria y no del que ostenta el poder». Asimismo, también dijo: «Para liderar a un colectivo, a un grupo, hay que estudiar las cuestiones, encontrar la mejor solución y tomar decisiones, todo ello de forma conjunta».

Para Cabral, la cultura tiene una base material: «es el producto de la historia, así como la flor es el producto de la planta. Al igual que la historia, o más bien porque es la propia historia, la cultura tiene, como base material, el nivel de fuerzas productivas y el modo de producción. La cultura hunde sus raíces en la realidad física del terreno medioambiental en el que se desarrolla y refleja la naturaleza orgánica de la sociedad».

La cultura, insiste Cabral, está íntimamente vinculada con la lucha por la libertad. Así como la cultura comprende muchos aspectos, «su alcance profundiza en la lucha del pueblo y no a través de canciones, poemas o folclore… Uno no puede esperar que la cultura africana avance a menos que se contribuya realísticamente a la creación de unas condiciones necesarias para la misma, es decir, la liberación del continente». En otras palabras, la cultura no es estática e inmutable, sino que avanza solo a través del compromiso con la lucha por la libertad.

Según Cabral, la liberación nacional «es el fenómeno en el que un todo socioeconómico rechaza la negación de su proceso histórico. En otras palabras, la liberación nacional de un pueblo es la recuperación de la personalidad histórica de un pueblo, su retorno a la historia a través de la destrucción de la dominación imperialista a la que estaban sometidos».

O, en palabras de Fanon: «Luchar por la cultura nacional significa, en primer lugar, luchar por la liberación de la nación, esa matriz tangible desde la cual la cultura puede crecer. Uno no puede separar el combate por la cultura de la lucha del pueblo por la liberación». Además, «la cultura nacional argelina se forma durante la lucha, en prisión, frente a la guillotina y en la captura y la destrucción de las posiciones militares francesas». Por otro lado, «la cultura nacional no es el folclore… es el proceso de pensamiento colectivo que un pueblo utiliza para describir, justificar y exaltar las acciones con las que han aunado fuerzas y se han mantenido firmes».

Si ser africano significaba antes ser menos que un humano, la rotunda afirmación de cada movimiento contrario a la esclavitud, de cada revuelta de esclavos, de cada oposición a la colonización, de cada intento por desafiar a las instituciones de la supremacía blanca, de cada resistencia al racismo o de cada resistencia a la opresión o al patriarcado, constituía un aserción de la identidad humana. Cuando los europeos consideraban que los africanos eran subhumanos, la respuesta fue reclamar que la identidad del «africano» era una definición positiva y liberadora de un pueblo, que es parte de la humanidad y que, tal y como afirma Cabral, «pertenece al mundo entero». Como ha sucedido en todas las luchas de los oprimidos en la historia, se produce una transición en la que los términos utilizados por los opresores para designar a los «otros» acaban convirtiéndose en algo propio para los oprimidos y se cambian las tornas para usarlos como términos de dignidad y de humanidad.

Así, el concepto de «africano» se asoció íntimamente con el concepto de libertad y de emancipación. La gente «ha mantenido su cultura viva y fuerte, a pesar de la incesante represión organizada en su vida cultural», escribió Cabral. La resistencia cultural fue la base para la aserción de la humanidad del pueblo y para la lucha por la libertad.

Con el creciente descontento por la dominación de los regímenes coloniales, sobre todo tras la Segunda Guerra Mundial, se formaron muchos partidos políticos, que buscaron negociar concesiones con las potencias coloniales. El colonialismo no quería permitir ningún tipo de pluralismo a las organizaciones negras, pero a medida que fueron produciéndose protestas populares, se fue abriendo el espacio político y se favoreció, principalmente, a aquellos que representaban un menor riesgo para el régimen colonial.

Sin embargo y por desgracia, estas asociaciones de libertad no duraron mucho, después de la independencia.

La despolitización de la cultura

¿Qué ocurre cuando la cultura se desprende de las luchas por la libertad y la emancipación? En un discurso para los grupos del PAIGCV, Cabral dijo:

«Hablamos mucho de África, pero nosotros, en nuestro partido, debemos recordar que antes de africanos, somos hombres, somos humanos y pertenecemos al mundo entero. Por tanto, no podemos permitir que los intereses de nuestros pueblos se vean frustrados o limitados por nuestra condición de africanos. Debemos conceder mayor prioridad a los intereses de nuestros pueblos, situarlos en el contexto de los intereses de toda la humanidad, y así después podremos ponerlos en el contexto de África en general».

Lo importante es la afirmación de que los africanos no son solo seres humanos, sino que su historia, su lucha y sus experiencias forman parte de la lucha por una humanidad universal que «pertenezca al mundo entero».

«Debemos tener el valor de afirmar esto con claridad», escribió Cabral. «Nadie debería creer que la cultura de África, lo que de verdad es africano y debería preservarse para la eternidad, es para nosotros los africanos una debilidad frente a la naturaleza».

Esto contrasta marcadamente con la ideología de «Negritud» que surgió en los años 30 y 40 en París y que acabó asociándose con las obras de Léopold Sédar Senghor y Aimé Césaire. Su filosofía se basaba en la esencialización de África y los africanos, en afirmar que los africanos tienen una cualidad central inherente, eterna e inalterable, y distinta de la del resto de la humanidad. Sin embargo, como señala Michael Neocosmos, si África «ha sido históricamente una creación del espacio sagrado del liberalismo que aclamaba el monopolio de la historia, la cultura y la civilización; entonces, a modo de resistencia, los africanos han tendido, comprensiblemente, a enfatizar e idealizar su propia identidad, su historia, su cultura y su civilización distintivas». En palabras de Fanon: «El hombre blanco es el que crea al negro. Pero el negro es el que crea la negritud». A lo que añade: «es cierto que la mayor responsabilidad para esta racialización del pensamiento, o por lo menos la forma en la que se aplica, recae en los europeos, que nunca han dejado de oponer la cultura blanca al resto de “no-culturas”».

Mientras que las ideas de la Negritud han tenido un impacto positivo en la perspectiva que los colonizados tenían de sí mismos y ayudó a inspirar la poesía, el arte, la literatura y la investigación florecientes sobre las civilizaciones pre-coloniales de África (así como el trabajo excepcional de Cheikh Anta Diop), también contribuyó a la despolitización del significado de «africano» y de la cultura que estuvo antaño estrechamente asociada con la libertad. Esto trajo como consecuencia que se rehuyese de la idea de universalidad humana, lo que impidió a los africanos «volver a la historia a través de la destrucción de la dominación imperialista a la que se veían sometidos», según Cabral.

Sin embargo, la negritud no fue el único factor que contribuyó en la despolitización de la cultura y la identidad.

La segunda mitad del siglo XX fue testigo del establecimiento de los gobiernos de independencia en la mayoría del continente (a excepción del Sahara Occidental, actualmente ocupado por Marruecos, y la base militar de Diego García, ocupada por Estados Unidos). Los movimientos que habían perseguido una agenda radical para avanzar en los intereses de los pueblos fueron eliminados sistemáticamente mediante golpes de estado y asesinatos (como el de Lumumba en el Congo, el de Nkrumah en Ghana o el de Sankara en Burkina Faso). Como se ha dicho anteriormente, Cabral también fue asesinado por un grupo de sus propios camaradas, aparentemente con el apoyo de la policía secreta portuguesa (PIDE), el 20 de enero de 1973.

El surgimiento de los regímenes neocoloniales, muchos de los cuales aparecieron tras la derrota o la contrición de los movimientos masivos, trajeron como consecuencia de manera gradual el fin de las luchas por las libertades emancipadoras en África. De todos modos, no se puede decir que el imperialismo tuvo la culpa de lo ocurrido tras la independencia. Como señaló Cabral: «El imperialismo auténtico es cruel y no tiene escrúpulos, pero no debemos echarle la culpa de todo; ya que, como dice el pueblo africano: “El arroz solo se cocina dentro de una olla”». A esta afirmación añadía: «Aquí está la realidad que se ha hecho todavía más evidente a raíz de nuestra lucha: a pesar de sus fuerzas armadas, los imperialistas no pueden seguir adelante sin traidores; jefes y bandidos tradicionales en la época de la esclavitud y de las guerras coloniales de conquista, gendarmes, varios agentes y soldados mercenarios durante la edad de oro del colonialismo, supuestos jefes de estado y ministros en la época actual del neocolonialismo. Los enemigos de los pueblos africanos son poderosos y astutos, y siempre cuentan con varios lacayos, ya que los colaboracionistas no son solo europeos».

Los gobiernos nacionalistas iban a desempeñar un papel esencial en el fin de las luchas emancipatorias. La nueva y emergente clase media entendió que su nueva tarea consistía en evitar que las «fuerzas centrífugas» compitiesen por el poder político o buscasen una mayor autonomía con respecto a la recientemente formada «nación». Tras haber captado la autodeterminación política de la autoridad colonial, se mostraba reticente a conceder los mismos derechos a otros. Los nuevos directores de la maquinaria del estado, por su parte, entendieron que su papel consistía en ser los «únicos desarrolladores» y los «únicos unificadores» de la sociedad. El estado adoptó un papel intervencionista en la «modernización» y un papel centralizador y controlador en el ámbito político. La idea del «desarrollo» tenía, tal y como pretendía Harry Truman, una alusión implícita de progreso de algún tipo, y había actuado como un contrapeso para la atracción del socialismo que EEUU percibía como una amenaza para su creciente hegemonía.

Las asociaciones políticas que habían proyectado el liderazgo nacionalista al poder empezaron a ser vistas como un obstáculo hacia el «desarrollo». Ya no había la necesidad, supuestamente, de que el pueblo participase en la determinación de su futuro. El nuevo gobierno traería la independencia que había conseguido, la prioridad era el «desarrollo» porque, implícitamente, los nuevos dirigentes coincidieron en que su pueblo estaba «subdesarrollado». Las mejoras sociales y económicas vendrían, según los líderes nacionalistas, con paciencia y como resultado de un esfuerzo nacional combinado que involucrase a todos. En este periodo post independencia, los derechos civiles y políticos pronto comenzaron a ser percibidos como un «lujo», que disfrutarían en un futuro cuando el «desarrollo» se hubiese logrado. Según muchos presidentes africanos, «nuestra gente no está lista» (decían haciendo eco, de manera irónica, de los argumentos esgrimidos por los exdirigentes coloniales contra los gritos nacionalistas de independencia unos años antes).

Bajo el camuflaje de la retórica de la independencia, la narrativa que prevalecía abordaba los problemas que afrontaban la mayoría (como la deprivación, el empobrecimiento y su consecuente deshumanización) no como consecuencias de dominación colonial y un sistema imperialista que continuaba extrayendo superbeneficios, sino como las supuestas condiciones «naturales» de África. La solución a la pobreza parecía técnica y contaba con la «ayuda» de muchos poderes coloniales que se habían enriquecido a expensas de los pueblos africanos.

Casi sin excepción, los movimientos nacionalistas insistieron en ocupar el estado colonial en lugar de construir estructuras democráticas que permitiesen la participación popular, como las que Cabral había creado en las zonas liberadas de Guinea. Como consecuencia, los brazos represivos del estado siguieron intactos. La policía, las fuerzas armadas, la fuerza judicial y el servicio civil habían sido designados para proteger los intereses del capital y de las potencias coloniales. Fundamentalmente, el estado colonial fue instaurado con la idea de que su función consistiese en perpetuar la deshumanización de los colonizados. En casi todos los casos, los combatientes por la libertad de los movimientos de liberación estaban (si bien no del todo marginados en el periodo post independencia) incorporados, integrados y al mando de las estructuras militares coloniales. El único cambio auténtico fue desterrar el racismo del estado y vestir a las fuerzas armadas con los colores de la bandera nacional.

Cabral se mostró insistentemente en contra a esta tendencia. No creía que los movimientos independentistas debiesen quedarse a cargo del aparato de estado colonial y utilizarlo para sus propios objetivos. El problema no era el color de la piel del administrador, dijo, sino el hecho de que era un administrador. «No aceptamos ninguna institución de los colonialistas portugueses. No estamos interesados en conservar ninguna de las estructuras del estado colonial».

La destrucción del estado colonial no era un objetivo en sí mismo, sino los medios para establecer unas estructuras que la gente pudiese controlar y cuyos intereses seguirían. «Nuestro objetivo es romper con el estado colonial en nuestra tierra y crear un estado nuevo (diferente, basado en la justicia, el trabajo, la igualdad de oportunidades para todos los niños…). Tenemos que destruir todo lo que se oponga a estos principios, camaradas. Paso a paso, uno a uno si hace falta, pero tenemos que destruirlos para construir una nueva vida».

La cultura ya no se consideraba una forma de liberación. Por el contrario, desprendida de dichas nociones, se quedó vacía de significado más allá de representar la caricatura de un pasado imaginado constituido por costumbres y tradiciones, consecuente con las nociones de lo salvaje que todavía prevalecían en el liberalismo y que avivaban el fuego de la imaginación de los turistas. En palabras de Fanon:

«La cultura nunca ha tenido la traslucidez de las costumbres. La cultura elude eminentemente a cualquier forma de simplificación. En su esencia, es lo opuesto a las costumbres, que siempre son una deterioración de la cultura. Buscar la manera de aferrarse a una tradición o revivir las tradiciones abandonadas no es solo una forma de ir en contra de la historia, sino también en contra de nuestro pueblo».

Por otro lado, la burguesía nacional emergente tenía las aspiraciones crecientes de asimilar y convertirse en miembros de pleno derecho de la cultura del espacio sagrado, a lo que les animan las instituciones culturales como el Centro Cultural Francés y el British Council.

Una vez que el concepto de ser africano se desvincula de las nociones de liberación y emancipación, lo que nos queda es una identidad taxonómica despolitizada que concibe a las personas como meros objetos en lugar de como factores decisivos para el desarrollo de la historia. De hecho, la simple noción de africano empezó a desintegrarse, a no ser que representase la suma de los estados nacionales, como la Organización para la Unión Africana (OUA), posteriormente conocida como Unión Africana. Para el Imperio era fácil introducir una cuña entre las historias de emancipación de los pueblos a los que se referían como «árabes» y los denominados «africanos negros» en las geografías míticas del «África subsahariana».

Incluso la idea de nación, desconectada de las ideas de liberación, abrió paso gradualmente a las políticas de identidad, tribu y etnicidad. Las consecuencias de esta degeneración se hicieron aparentes en el genocidio de Ruanda, los conflictos étnicos de Nigeria, Costa de Marfil, Mali, Kenia y Burundi (por mencionar unos pocos), la inhabilitación de los ciudadanos por su supuesta etnicidad, como en RDC y Costa de Marfil, la creciente antipatía hacia y la reclusión de los refugiados, sobre todo en Kenia, así como la xenofobia que ha echado raíces en Sudáfrica.

El resurgimiento del liberalismo en los años 80 bajo la forma del «neoliberalismo» exacerbó la despolitización de la cultura. El culto al individuo, fundamental en el neoliberalismo, ha aumentado, especialmente entre las clases medias, para quienes las acumulaciones y los privilegios personales son los valores más preciados. Esta ideología viene acompañada de los intentos por acabar con lo colectivo (sobre todo con las grupos organizados como las uniones sindicales, las organizaciones de agricultores y los movimientos juveniles). El declive del valor de los salarios y la necesidad de tener más de un empleo con el fin de sobrevivir han terminado por limitar el tiempo disponible para la comunidad y las organizaciones.

La dominación creciente de la cultura occidental viene acompañada de la hegemonía de los medios corporativos, la omnipresencia de la CNN, Fox News y la generalizada «Coca-colonización» de la vida diaria, con la mercantilización de todo aquello que permita conseguir dinero rápido. Del mismo modo que los primeros años del liberalismo se caracterizaron por la plétora de organizaciones caritativas, el África actual está repleto de ONG de desarrollo que contribuyen a la despolitización de la pobreza desviando la atención de los procesos que crean el empobrecimiento y la miseria masivos. Los ciudadanos se han convertido en consumidores, y aquellos que no disponen de los medios para consumir han acabado en el estercolero de la historia, ya que casi nunca consiguen un trabajo. Y el neoliberalismo ha intentado reescribir las historias de los condenados («Les Damnés de la Terre», como decía Fanon), buscando la manera de borrar los recuerdos del pasado de su invasión de los programas escolares y universitarios.

El resurgimiento de la resistencia

Las palabras de Cabral todavía resuenan: «El valor de la cultura como elemento de resistencia hacia la dominación extranjera yace en el hecho de que la cultura es la rotunda manifestación en los planos ideológico e idealista de la realidad física e histórica de la sociedad ya dominada o a punto de estarlo». A pesar del poder del neoliberalismo y de los billones de dólares puestos a disposición de las corporaciones, bancos, instituciones financieras, gobiernos y élites locales, el pueblo no ha perdido su deseo de pasar a la acción, de hacer historia, de comprometerse en la lucha en la que ambos demuestran e inventan su humanidad, su deseo de construir las bases de un universalismo auténtico.

Las movilizaciones masivas en Egipto, Túnez y Burkina Faso que dieron paso al derrocamiento de los déspotas locales son sólo algunos ejemplos de dichas luchas. En otros artículos he hablado de las sublevaciones y las protestas que han agitado el continente como consecuencia del creciente descontento a causa de la austeridad. Estos movimientos reflejan el resurgimiento de una resistencia que concibe la cultura como una dimensión emancipadora. Piensen en los millones de personas que ocuparon la Plaza de la Liberación en El Cairo: las canciones, la música y los bailes fueron solo algunos de los elementos más destacados. La seguridad de las personas, su defensa, el suministro de alimentos, el cuidado sanitario, el cuidado infantil, los refugios… todo esto fue creado por los que estaban presentes. Se tomaron decisiones de manera colectiva. Todas esas personas que un mes antes eran consideradas apáticas y aparentemente apolíticas, se transformaron en seres políticos dispuestos a poner sus vidas en peligro para participar en reuniones masivas y dar rienda suelta a su creatividad. Fue una demostración de cómo el compromiso de lucha libera no solo la habilidad de las personas de reclamar su humanidad, sino también de reinventarse a sí mismos, algo en lo que insistía Fanon.

Muchos movimientos actuales se ven avivados por la energía y la creatividad de los jóvenes. Un efecto del liberalismo ha consistido en empeñarse en eliminar las experiencias y los conocimientos históricos. En palabras de Fanon:

«El colonialismo no se satisface con el hecho de atrapar a las personas en su red o de drenar por completo los cerebros de los colonizados. Con una lógica un tanto pervertida, centra su atención en el pasado de los colonizados y lo distorsiona, lo desfigura y lo destruye. El esfuerzo para menospreciar la historia antes de la colonización hoy en día cobra un significado dialéctico».

Bajo estas circunstancias, Fanon señala: «Cada generación debe descubrir su misión, cumplir con ella o traicionarla, en su opacidad relativa. En los países subdesarrollados, las generaciones previas se han resistido simultáneamente al programa insidioso del colonialismo y han dado paso al surgimiento de las luchas actuales».

***

La concepción liberal de la humanidad que tiene Occidente ha sido deficiente desde sus orígenes, según argumenta Neocosmos, y esa deficiencia es incluso más obvia en la actualidad.

Su máxima dependencia a la explotación, la opresión colonial y el racismo para su existencia es ahora más evidente que durante épocas históricas anteriores porque desempeña su dominancia sobre todo el mundo de una forma manifiestamente inhumana. He ahí la contradicción entre una concepción liberal que limita la libertad, la igualdad y la justicia a una minoría y se la niega sistemáticamente a la mayoría de la población mundial; una contradicción cada vez más evidente. En este contexto, la búsqueda de una verdad universal, sin excluir a los supuestos «bárbaros» es cada vez más urgente.

Me gustaría terminar con unas palabras de Cabral:

«A excepción de los casos de genocidio o de la reducción violenta de las poblaciones nativas a una insignificancia social y cultural, la época de la colonización no fue suficiente, por lo menos en África, para provocar una destrucción o degradación significativa de los elementos esenciales de la cultura y las tradiciones de los pueblos colonizados… el problema de un… renacimiento cultural no lo plantean, ni podrían plantearlo, las masas populares; de hecho, ellas son las que llevan su propia cultura, son su fuente y, a la vez, son la única entidad capaz de preservar y crear cultura. En otras palabras: son las únicas capaces de hacer historia».

Podéis leer el informe completo del Estado de Poder del Instituto Trasnacional aquí.

Firoze Manji

Firoze Manji es un activista e intelectual público de Kenia que publica para una editorial sin ánimo de lucro llamada Daraja Press. Ha fundado Pambazuka News, Pambazuka Press y Fahamu – Networks for Social Justice, es profesor visitante en la Universidad de Kellogg, Oxford, e investigador visitante en la Unidad de Humanidades de la Universidad de Rhodes.

Fuente: ROAR Magazine, Amilcar Cabral’s revolutionary anti-colonialist ideas, publicado el 5 de febrero de 2017.

Traducción de Miguel Borrajo González y Raquel de Pazos Castro para Umoya.

2 Respuestas a “Las ideas anticolonialistas revolucionarias de Amilcar Cabral”

  1. El pensamiento de Amilcar Cabral es más necesario que nunca en Bolivia frente a las expresiones coloniales que intentan perpetuar el poder de la élite racista, servil a los intereses extranjeros. América Latina requiere con urgencia una segunda emancipación cuya trinchera de ideas debe nutrirse de éste pensamiento emancipador. Es urgente un diálogo cultural entre Africa y América Latina.

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