El saqueo de la República Democrática del Congo por parte de Kigali, Ottawa y Toronto

AB Minerals: el modelo de negocio canadiense se pone en marcha en África.

arton77766-7bce6El periódico canadiense National Post nos ha informado recientemente de que el Gobierno de Canadá financió la última visita privada del dictador Paul Kagame a este país, a pesar de estar al corriente de los numerosos crímenes que se le atribuyen, especialmente de aquellos a los que nos referimos en el primer artículo de la presente serie. Así es, el gobierno del apuesto y agradable Trudeau parece que quiere aplicar más o menos la misma política de instrumentalización del terrorismo que sus antecesores. Y, cuando se trata de África, se deja llevar por la admiración sin límites que el actual ministro de Asuntos Exteriores, Stéphane Dion, profesa a Roméo Dallaire, un colaborador asiduo del Frente Patriótico Ruandés (FPR).

No obstante, Ottawa cuenta con servicios de información de calidad y sabe perfectamente que el FPR de Paul Kagame mató a los sacerdotes quebequeses Claude Simard (1994) y Guy Pinard (1997). Asimismo, el gobierno de Trudeau ya ha confirmado que fue el propio FPR el que asesinó a la familia de otro quebequés, Corneille Nyungura. Sin embargo, a pesar de los asesinatos de ciudadanos canadienses que han quedado impunes, el gobierno de Trudeau mantiene la tradición de complicidad con el FPR del general Maurice Baril, del embajador Raymond Chrétien y de Radio-Canada, la misma tradición que ha justificado, a ojos de Jason Kenney, la extradición de Léon Mugeresa a Ruanda. El exministro de Inmigración de Canadá, de la época en la que Harper estaba en el gobierno, se ofende ante la idea de extraditar a los criminales chinos a su país de origen, pero no tuvo ninguna reticencia en lo que respecta a poner a un inocente como Mugesera en manos de un sistema judicial dirigido por criminales. Ya sean peones rojos o azules de Bay Street, los políticos de Ottawa no se diferencian los unos de los otros más que en la apariencia.

Hay que recordar que el régimen de Kigali al que Ottawa consiente con nuestros impuestos se pasa el tiempo intimidando, amenazando, encarcelando y asesinando a todos aquellos que se atreven a decir la verdad sobre este tema. Hace poco, expulsaron a la periodista estadounidense Ann Garrison y a su compañero Jeremy Miller de un evento llamado «San Francisco Rwanda Day», al que acudieron para asistir a una conferencia de Paul Kagame, que se siente como en casa en Estados Unidos, como si fuera un ciudadano más. Incluso en universidades importantes como Yale. Imagínense a un terrorista del FPR proceder, en pleno Manhattan, a silenciar de forma brutal a un defensor de los derechos humanos.

En San Francisco, tres agentes de la policía municipal y el director de seguridad del hotel Marriott Marquis expulsaron a Ann Garrison y a Jeremy Miller de la sala por negar el genocidio. La periodista resume a la perfección lo que es un «negacionista» a ojos de Kagame, de sus adeptos y de sus generosos padrinos:

«Se considera negacionista a quien describe la guerra y las masacres de Ruanda entre 1990 y 1994 de una forma no muy conforme a la versión oficial que impone el Gobierno actual. Este denomina la matanza “genocidio de los tutsi”, título que la Constitución y las leyes del país prohíben cuestionar».

Washington, Ottawa y los otros amigos de Kagame son conscientes de que si Ruanda persigue a aquellos a los que acusa de «negacionismo», también concede un trato especial a las personas que pertenecen a la etnia equivocada. Según Kagame, en el Evangelio del mal, los hutu deben arrepentirse ad vitam aeternam únicamente del sufrimiento de las víctimas que tienen derecho a la compasión; es decir, de los supervivientes del genocidio de los tutsi, incluso si los que están condenados a avergonzarse eternamente no habían ni siquiera nacido cuando ocurrieron los hechos que se les imputan como estigmas indelebles.

A ojos de la comunidad internacional, el régimen del FPR organiza juicios simulados para juzgar a aquellos hutu que no estén convencidos de que es necesario pedir perdón. Asimismo, a los que se resisten a este proceso los envía a prisión o a campos de reeducación, donde pueden ser sometidos a numerosos malos tratos y a torturas. Las prisiones y los campos están repletos de delatores y de falsos testigos que el FPR prepara para condenar a las personas molestas o para engañar a jueces ingenuos de otros países, incluso de Canadá.

Finalmente, no importa cuáles sean las leyes de Ruanda o de otros países, ya que los padrinos de Paul Kagame admiten que este último nunca está sujeto a ellas. Puede ordenar la encarcelación o la ejecución de sus opositores o de sus antiguos colaboradores que se han vuelto molestos según le parezca y sin necesidad de esconderse. Lean Entre les quatre murs de 1930 («Entre los cuatro muros de 1930», en español), de la heroína Victoire Ingabire, y verán la mecánica infernal de la falsa justicia a las órdenes de Kagame.

Sin embargo, digamos que uno de los pocos signos alentadores de las capitales occidentales, en lo que respecta a las violaciones masivas de derechos humanos por parte de la dictadura de Ruanda, nos llegó el 6 de octubre de 2016. En ese momento, el Parlamento Europeo adoptó una resolución que condenaba severamente a Kigali por el juicio amañado, por la encarcelación y por la tortura de Victoire Ingabire.

En resumen, a pesar de sus resultados hitlerianos, es evidente que a Paul Kagame no le faltan cómplices ni protectores poderosos, incluso en Canadá, donde las autoridades muestran una complacencia inverosímil y escandalosa hacia él. ¿Por qué? Simplemente porque es el hombre de confianza de Washington y de sus aliados en África Central. Si se fían de él es porque quieren mantener el control sobre esta región, lo que les permite, sobre todo, saquear sus recursos mineros. Recientemente, ha llegado a nuestros oídos un nuevo ejemplo concreto «made in Canada» de las consecuencias de dicha política.

La planta de saqueo de coltán de la sociedad canadiense AB Minerals de Kigali

Una sociedad canadiense con sede en Toronto y no inscrita en la bolsa, AB Minerals, ha desvelado su intención de abrir una planta de separación de coltán en Kigali. En su página web, anuncia que el mineral se importará de Ruanda y de «África Oriental». En primer lugar, soy muy escéptico en cuanto a la existencia de yacimientos importantes de coltán en Ruanda. Kagame asegura que los hay y que los incrédulos solo tienen que ir a verlos in situ. Sin embargo, ¿por qué no publican en Internet estadísticas, fotografías y vídeos de la explotación minera, simplemente? Kagame podría, incluso, pedir consejo a sus amigos de Radio-Canada, que se han convertido en maestros en el arte del publirreportaje para alabar las buenas obras de los mineros del norte de Quebec. No obstante, no aparece nada semejante en los medios de comunicación acostumbrados a elogiar al FPR. El secretismo que rodea a las supuestas minas de coltán de Ruanda despierta sospechas, y nosotros nos olemos la mentira, como es habitual, en las palabras de Kagame…

Bernard Desgagné

Continuar leyendo en VIGILE QUEBEC, en francés.

Tomado del blog de Musabyimana, «Le pillage de la RDC par Kigali, Ottawa et Toronto», publicado el 25 de octubre de 2016.

Traducido para Umoya por Eva Baquero Salavera, Nerea Fernández Álvarez y Rocío Porto Urbano (USAL).

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