La política del miedo: la crisis en Etiopía y el papel de la comunidad internacional

oromo-protestEn Etiopía, el gobierno está llevando a cabo una represión masiva contra sus detractores. Sin embargo, la comunidad internacional mira hacia otro lado e ignora este régimen del terror. Su principal respuesta, y posiblemente la más eficaz y de mayor alcance, debería ser condenar el régimen de Adís Abeba y retirar su firme apoyo al gobierno opresor.

Decenas de detractores del gobierno han sido arrestados; y otros tantos, asesinados, por las autoridades del gobierno en mitad de la agitación en Etiopía. Durante meses, cientos de miles de manifestantes pertenecientes a los mayores grupos étnicos se han congregado para protestar contra la marginación política y la persecución sistemática que están sufriendo.

En junio, Human Rights Watch publicó un informe de 61 páginas: «Medidas brutales: asesinatos y arrestos en respuesta a las protestas contra el pueblo oromo en Etiopía». En él condenaba la férrea reacción del gobierno etíope frente a las protestas surgidas en Oromia y que se extienden ahora a otras regiones. Según este informe, las fuerzas de seguridad etíopes habrían incurrido en una excesiva e innecesaria fuerza letal, así como en arrestos masivos, maltrato duro y despiadado, y además habrían restringido el acceso a la información. Se calcula que las fuerzas de seguridad han asesinado a más de 400 personas y que decenas de miles más han sido arrestadas, cifras que han aumentado considerablemente a día de hoy.

La corrupción y el mal gobierno permanecen profundamente enquistados dentro de la estructura sociopolítica de Etiopía. Además, el país obtiene constantemente resultados pésimos en los indicadores internacionales de gobernanza. El gobierno etíope ha recibido duras críticas de multitud de grupos internacionales defensores de derechos por sus constantes abusos contra los derechos humanos. Algunos ejemplos que aportan son la dura represión hacia las minorías y periodistas, la censura en la prensa, las draconianas leyes antiterroristas que se usan para acallar cualquier discrepancia, así como las severas medidas contra todo aquel que se oponga al gobierno.

A pesar de que la crisis actual es un reflejo del total desprecio del gobierno para con los derechos humanos básicos y las aplastantes «políticas del miedo» que impregnan el panorama sociopolítico del país; también demuestran, con meridiana claridad, el lamentable papel que desempeña la comunidad internacional, con EE.UU. y Occidente a la cabeza. Concretamente, el hecho de que mientras que la brutal represión del gobierno justificaría represalias y condenas; la respuesta internacional ha sido gravemente silenciosa, incluyendo a muchos partidarios extranjeros de Etiopía que han permanecido en silencio.

En lugar de condenar y censurar las brutales medidas emprendidas en Etiopía, la comunidad internacional ha decidido mirar para otro lado, abdicando su responsabilidad; y, por el contrario, ha actuado de manera condescendiente frente a las persistentes violaciones de derechos y represión en el país. El año pasado, el presidente de EE.UU, Barack Obama, y la secretaria adjunta de asuntos políticos, Wendy Sherman, concedieron legitimidad al gobierno de Etiopía elogiando su «democracia», a pesar de que el partido gobernante, el Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope (FDRPE), barrió en las elecciones generales al conseguir el 100% de los escaños en el parlamento.

Cuando un ayudante informó al estadista francés Talleyrand del asesinato de un oponente político, lo describió como un crimen horrible. Talleyrand le respondió: «es peor que un crimen, es una metedura de pata». Así es el talante de Occidente con el gobierno etíope. La política de apoyar a Etiopía y apaciguar la situación en el país se remonta al periodo inmediatamente posterior a la II Guerra Mundial, y que se ha vuelto a articular últimamente denominando «naciones ancla» regionales. Se basa en una creencia errónea de que Etiopía es vital para proteger los intereses geoestratégicos y de las políticas exteriores de EE.UU. y Occidente.

Sin embargo, este comportamiento no sólo es moralmente reprobable, pues EE.UU. y Occidente están siendo directamente cómplices en crímenes masivos, trasgresiones y el reino del terror perpetrados por el gobierno etíope. Para más inri, este erróneo acercamiento de políticas ha fracasado estrepitosamente en alcanzar sus objetivos, incluso en menor grado, y en su lugar ha servido únicamente para entorpecer el desarrollo regional y desestabilizar tanto a Etiopía como a la región del Cuerno de África en general.

Con el fin de solucionar el flagrante sobreseimiento por parte de Etiopía de las normas internacionales y la obvia indiferencia para con los derechos humanos, se podrían emprender una serie de medidas; por ejemplo, sanciones. Sin embargo, la principal respuesta de la comunidad internacional, y posiblemente la de mayor alcance y efecto, debería ser la de retirar su férreo apoyo al gobierno represor etíope.

George Galloway, reconocido político, presentador y escritor británico, ha expresado a menudo su preocupación acerca de cómo el apoyo de Occidente a regímenes dictatoriales y tiránicos en nombre de la seguridad sólo puede resultar en «un tiro por la culata» y en daños a las poblaciones de esos países. En cuanto a Etiopía, Galloway ha denunciado cómo la política de EE.UU. y Reino Unido de armar, entrenar, financiar y facilitar al gobierno etíope su «régimen de terror» es «moralmente vacuo». De igual manera, el reconocido economista internacional, William Easterly, ha recomendado a la comunidad internacional que deje de «financiar la tiranía y la represión» en Etiopía.

Durante décadas, Etiopía ha sido muy dependiente de la ayuda económica externa. En 2012 fue el mayor receptor de ayuda humanitaria oficial, con un total de 3.200 millones de dólares [sic]*, lo que representa entre el 50 y el 60% de su presupuesto total, mientras que su proporción del total de ayuda oficial al desarrollo en 2011, aproximadamente el 4%, la situaba únicamente detrás de Afganistán. Lo problemático, sin embargo, es que incluso siendo uno de los principales países receptores de ayuda externa, y que ahora requiere un apoyo económico aun mayor, el gobierno etíope también gasta anualmente cientos de millones de dólares en armamento, que emplea contra los civiles.

Con una dependencia tan crucial de la ayuda extranjera, el amenazar con «cortar el grifo» a menos que Etiopía cambie su forma de proceder, puede ser una opción viable hacia la mejora del país en materia de derechos humanos. De forma alternativa, en lugar de suministrar ayuda directamente al régimen etíope, que tiene un amplio historial de corrupción y malversación de fondos, la comunidad internacional debería considerar si debe apoyar directamente a los grupos nacionales defensores de los derechos humanos y la democracia (aunque quizá sea complicado debido a las draconianas leyes vigentes en materia de sociedad civil y ONG).

Un indicador de los posibles efectos a largo plazo de retirar la ayuda externa a un régimen severo y brutal se puede estudiar en el ejemplo de Indonesia. Noam Chomsky, reconocido profesor y activista, ha escrito acerca de cómo el apoyo de EE.UU. y Occidente al régimen despótico de Indonesia tuvo un papel indirecto, aunque extremadamente dañino, en la masacre de cientos de miles de personas en Timor Oriental. Sin embargo, en 1999, después de muchas presiones, EE.UU. al fin «echó el cierre» a su apoyo al régimen de Suharto, lo cual llevó a un rápido final de la brutal campaña en Indonesia. En concreto,

«[d]urante 25 años, EE.UU. ha apoyado firmemente la invasión y masacre viciosa en Indonesia, un genocidio virtual. Ya ocurría en 1999, cuando las atrocidades cometidas en el país aumentaron drásticamente después de que Dili, la capital, fuera evacuada en su totalidad. Después de los ataques en Indonesia, EE.UU. aún lo apoyaba. Finalmente, a mediados de septiembre de 1999, bajo una presión internacional y nacional considerable, Clinton dijo sutilmente a los generales indonesios que «se acabó». Y ellos respondieron que no se marcharían, que ese era su territorio. Al cabo de los días se marcharon y permitieron que una fuerza de paz de la ONU entrara sin encontrar resistencia militar. Bueno, ya sabe, es un indicador drástico de lo que se podría hacer».

Mientras que las dinámicas sociopolíticas y los contextos históricos de Indonesia y Etiopía son claramente diferentes, la comparación también ofrece relevantes y sorprendentes similitudes. Ambos regímenes han recibido ayuda económica, militar y política externa durante décadas, sobre todo de EE.UU. Además, también han violado constante y sistemáticamente los derechos humanos, transgredido varias leyes internacionales (por ocupación militar, por ejemplo) y participado en campañas a gran escala descritas como «genocidas».

Etiopía sigue ignorando las leyes y normas internacionales básicas en sus brutales represiones contra los grupos de la oposición y los disidentes, la comunidad internacional debe acabar con su complicidad y apoyo indirecto a las transgresiones perpetradas por el gobierno. Como Clinton hizo saber al líder de Indonesia, la comunidad internacional debe decirle a Etiopía «se acabó».

Fikre Jesus Amahazion

El doctor Fikre Jesus Amahazion es un investigador y comentarista especializado en el Cuerno de África.

*Nota de la traductora: la cifra podría ser un error tipográfico ya que las cifras habituales en este campo suelen ser de decenas de miles de millones, vease aquí. Probablemente el autor quisiera escribir 32.500 millones.

Fuente: Pambazuka, Politics of fear: Crisis in Ethiopia and the role of the international community, publicado el 11 de agosto de 2016.

Traducido para UMOYA por María Auxiliadora González Gil.

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