En las cárceles de Ruanda: testimonio de un prisionero

“El optimismo no se evapora”
Estas palabras de un prisionero resuenan con una gran fuerza porque, quien ha estado alguna vez allí, sale con el corazón afectado para siempre. Es difícil imaginar los sufrimientos físicos y psicológicos de tantos miles de rwandeses que -se acepta que son 120.000- desde hace 8 años continúan viviendo en ½ metro cuadrado, o peor, al aire libre soportando calor, lluvias o frío en lugares de altitud (no todo África es caliente). Las consecuencias personales y familiares de esta realidad hacen aumentar la situación dramática para las mayorías populares que reconocen con dolor su empobrecimiento progresivo, “nunca hemos sido tan pobres como ahora, ni hemos vivido con tanto miedo”.
Dentro de las cárceles mueren muchos por desnutrición y por enfermedades curables pero que no se atienden. Fuera, la preocupación de muchas familias es llevar la comida el día de visita. Existe un buen estudio de esta realidad hecho por un grupo de encarcelados, ya que hay muy buenos profesionales, y hablan del número de niñas y niños que abandonan la escuela para poder atender esta necesidad de la comida de sus padres, tíos, hermanos… Para algunas familias la cárcel queda relativamente cerca pero para muchas otras supone recorrer a pie kilómetros, ¡hasta 30! y llevando la cesta en la cabeza con lo que con tanto esfuerzo han logrado preparar. Nunca olvidaré la imagen de una niña de unos 10 años, desnutrida ella, llevando comida a su padre.
Hace tiempo que se viene hablando de los tribunales populares llamados “gachacha” que se van retardando y generan un clima de terror en las colinas y en los pueblos; se insiste a la gente para que haga señalamientos y culpe, ya sabemos a qué etnia. Mientras, se va haciendo un trabajo de “sensibilización” incluso en el interior de las prisiones. Hay unos grupos organizados que presionan a los presos a que se declaren culpables de haber participado en el genocidio de 1994. Se les dice que de este modo colaboran con la verdad y podrán salir. Los que a pesar de las presiones se mantienen en su inocencia son mal vistos, incluso sufren peor trato, se les impide salir para ir a trabajar y poder respirar, tienen dificultades para tener agua y no se les da ninguna responsabilidad en la organización interior de su vida en la cárcel. Se les dice: “toda persona que estaba en el país en el año 94 tiene que reconocer que participó, ¡no hay inocentes!”.
Sabemos que el gobierno de Ruanda cuida mucho su imagen hacia el exterior, hacia lo que llamamos “comunidad internacional”, por una parte se harán “gachachas” para que quede patente que la inmensa mayoría son asesinos; por otra, temen la documentación que va saliendo a luz sobre los verdaderos planificadores y sus móviles en el genocidio del 94 y las pruebas de otros genocidios silenciados y que duran hasta el día de hoy. El gobierno tiene mucho miedo a que salga la verdad y saldrá cuando cese la protección de EEUU.
Ya se ha dado a conocer un proyecto de construcción de una nueva cárcel con capacidad para 65.000 presos, ¿cómo es posible que elijan un lugar que no tiene agua? Se puede sospechar que ahora, que tanto se persigue a los partidarios del presidente depuesto, al partido que creó y a toda oposición, van a necesitar mucho espacio…
¿Cómo no preguntarse por qué en situaciones semejantes no cabe una ingerencia internacional de Derechos Humanos? Tal vez es que no hay grandes riquezas para poder expoliarlas como está pasando en la República Democrática del Congo y cómo no, en Afganistán o en Irak en estos momentos.
El 25 de septiembre de 2000 Clinton visitó Ruanda por unas horas. Que el presidente Kagame está en apuros es ya conocido y tal vez por eso Clinton felicitó a las autoridades por el progreso obtenido, dijo que era la primera vez que veía a un país progresar tan rápido después de una guerra como la suya. ¿Qué hay detrás de este viaje ahora que se habla de la retirada de las tropas ruandesas de la República Democrática del Congo? Clinton visitó un centro de salud, no una cárcel, no quiso ver las consecuencias tan patentes de esta dictadura.
Dentro de esta realidad difícil de describir en su crudeza hay otra realidad como es la esperanza de los encarcelados, un día se hará justicia, pero sobre todo Dios hará justicia, ese Dios que escucha el clamor de tanto sufrimiento y mientras, ninguna represión puede impedir sus motivaciones para seguir viviendo, para cantar y celebrar una esperanza inquebrantable y no perder su humanidad y aún más, en la posibilidad de recuperar la de sus verdugos.

www.umoya.org

Fuente: Propia.

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