Un nuevo amanecer para la democracia en Kenia tras la anulación de las elecciones presidenciales por el Tribunal Supremo

En una decisión sin precedentes, excepcional y audaz, el Tribunal Supremo de Kenia ha anulado las fraudulentas elecciones presidenciales y ha vuelto a mandar al país a las votaciones en 60 días.

El Presidente del Tribunal Supremo, David Maraga tomando posesión de su cargo – Fotografía de Wikimedia Commons

En Kasarani, a lo largo de la calle Mwiki, había dos colas. Una serpenteaba desde la Academia Kasarani, por delante del supermercado Seasons y continuaba hacia el Equity Bank. La otra, visiblemente densa y retorcida, emergía del New DC Compound y se extendía sobre la acera hasta el exterior de la alta valla de chapa galvanizada. Una atmósfera de secreto entusiasmo—o de incertidumbre— mantenía las conversaciones en tono contenido y en voz baja: una sonrisa ocasional como respuesta a un comentario de un viejo conocido por aquí, una carcajada ahogada por allá. Nada demasiado estridente. Nada demasiado orgulloso. Todo era comedido. En estas situaciones, las conversaciones sobre el tiempo, sobre la molesta llovizna de esa mañana, vienen al rescate, al menos contra la hostilidad tribal que flota bajo la fina capa de respetabilidad.

No sabía cuál de las cinco colas que emanaban del New DC Compound me llevaría a mi mesa electoral, pero la Comisión Electoral Independiente (IEBC, por sus siglas en inglés) hizo las cosas de manera fácil y eficiente. Envié un mensaje de texto con mi DNI al número 70000. Un minuto después recibí un mensaje con mis datos de registro de votante. Condado: Ciudad de Nairobi, Distrito electoral: Ksarani; código del Colegio Electoral: 011; centro electoral: New DC Compound de Kasarani; mesa electoral: 05. Me coloqué en la quinta cola.

La promesa de la eficiencia

La mayoría de las elecciones en los países africanos son un enorme desperdicio de recursos, pero con tanta eficiencia, muchos estaban convencidos de que los kenianos habían empleado bien su dinero. Según el Informe Económico y Fiscal Preelectoral del gobierno, el presupuesto destinado a las elecciones presidenciales kenianas de 2017 fue de 49.900 millones de chelines kenianos (cerca de 420 millones de euros): casi 280 millones de euros para gastos directos y 140 millones para gastos indirectos.

Una mujer vota en las anteriores elecciones en Kenia – Fotografía de Demosh/Flickr

Esta distribución se traduce en 21,40 euros por cada uno de los 19,6 millones de votantes registrados, lo que convierte a las elecciones kenianas en el segundo proceso electoral más caro del mundo, superado solo por los 53,02 euros por votante de Papúa Nueva Guinea y muy por encima del resto de sus países vecinos del Este de África: Ruanda (0,88€), Uganda (3,37€) y Tanzania (13,47€). Ese iba a ser el proceso más eficiente, más avanzado tecnológicamente y más seguro de la historia del país.

Ver: Kenya’s landmark electoral ruling: Does Africa need international observers?

Me costó solo cuatro horas llegar a mi mesa electoral; nada que ver con las más de siete horas de cola que tuve que hacer en 2013. Podrían haber sido menos, pero por dignidad o por necesidad, permitimos que las madres —embarazadas o con niños—se saltaran las largas colas. Muchos hombres y mujeres jóvenes, o incluso personas mayores, pero sin achaques, hubieran deseado también tener el privilegio de evitar las interminables colas.

Biometría en acción

En la mesa electoral, el proceso fue, una vez más, sencillo: enseñar un documento de identidad original. Para asegurarse de que eras un votante registrado, el órgano electoral había implementado el Sistema Integrado de Gestión Electoral de Kenia (KIEMS, por sus siglas en inglés). Todas las mesas electorales tenían un equipo KIEMS con un escáner biométrico. Si tu huella dactilar coincidía con la base de datos significaba que podías votar en esa mesa. Si no era así, no podías continuar con el proceso. Los votantes identificados recibían, después, seis papeletas para votar para los puestos de Presidente, Gobernador, Miembro del Parlamento, Senador, Representante de las mujeres y Miembro de la Asamblea del Condado. En la cabina electoral, los votantes marcaban sus preferencias y después se encaminaban hacia las urnas. Había agentes de la IEBC, generalmente hombres, para ayudar a los votantes a introducir las papeletas en la urna correspondiente, según un código de colores. Para proporcionar un segundo nivel de seguridad contra la doble votación (el kit KIEMS fue el primero), se marcaban los dedos de los votantes con tinta indeleble. Tras estos pasos simples y claros, un votante había cumplido con su obligación democrática: elegir un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.

Candidato presidencial Uhuru Kenyatta, presidente en el momento de la foto, 4 de agosto de 2017. Foto/Billy Mutai

Volví a casa y esperé a que se anunciaran los resultados. En Kenia, esta espera se caracteriza por el silencio y la incertidumbre. Por lo general, el proceso de votación es siempre pacífico y tranquilo, al contrario que el recuento y la transmisión de los resultados. La IEBC garantizó que los sistemas funcionarían, pero pronto muchos se dieron cuenta de que, tal y como ocurrió en 2013, cuando fallaron de forma deliberada y estrepitosa los sistemas de transmisión, las elecciones del 8 de agosto de 2017 habían traído consigo una manipulación aún más ominosa.

En medio de la creciente tensión nacional, de las frenéticas ruedas de prensa de la oposición, de las falsas explicaciones de la IEBC, de los memes de las redes sociales y de la lucha tribal, de un silencio cómplice por parte de los principales medios de comunicación y de una fuerte presencia policial con helicópteros sobrevolando las sedes de la oposición, los “traficantes de paz” (‘peacepreneurs’) cantaron aún con más fuerza. Fue una repetición de todo lo sucedido en Kenia en 2013. Predicar la paz y cantar “acéptalo y sigue adelante” se convirtieron en la única forma que tuvo el país de evitar que el fraude electoral degenerara en violencia. La paz por encima de la justicia.

Votación y transmisión

El plan era sencillo: contar los votos de cada centro electoral en presencia del público, de los representantes de los partidos y de los observadores. Introducir los votos en el Formulario 34A, el cual debía ser firmado por los representantes para confirmar que reflejaba los votos emitidos. Introducir en el equipo KIEMS el recuento de votos válidos, nulos o en blanco. Permitir que los representantes y observadores confirmasen su correcta inscripción. Escanear el Formulario 34A utilizando el equipo KIEMS y enviar el recuento de votos de cada centro electoral a los Centros Nacional de Recuento de Votos y del Distrito electoral de forma simultánea. Entregar físicamente el Formulario 34A en el Centro de Recuento del Distrito electoral. Allí, los oficiales registradores verificarían y tabularían los recuentos de votos de los Formularios 34A de los colegios electorales de cada distrito, los introducirían en el Formulario 34B, declararían los resultados, incluyendo los presidenciales, y enviarían ambos formularios, el 34A y el 34B, al Centro Nacional. En el Centro Nacional de Recuento de Votos, el Oficial Registrador Presidencial verificaría el recuento de los formularios 34A y 34B y utilizaría este último para introducir los datos en el Formulario 34C. Basándose en el recuento y teniendo en cuenta otras disposiciones constitucionales, el Oficial Registrador Presidencial anunciaría el ganador de las elecciones presidenciales. La razón fundamental para la transmisión electrónica de los resultados es garantizar que el contenido de los Formularios 34A escaneados coincidiera con el de su copia física.

Ver: Kenyans return to polls in 60 days as Supreme Court nullifies Kenyatta’s re-election

La IEBC creó un portal público, como exigían las disposiciones legales sobre la transmisión electrónica, pero cuando los resultados empezaron a publicarse, muchos comenzaron a hacer preguntas. Lo que se iba mostrando no coincidía con los recuentos de muchos colegios electorales por todo el país. Además, estos resultados no iban acompañados de las copias escaneadas de los formularios. Otros comenzaron a detectar anomalías estadísticas. En las trasmisiones procedentes de 40.000 centros electorales seleccionados de forma aleatoria por todo el país, la Súper Alianza Nacional (NASA, por sus siglas en inglés) indicaba una diferencia constante de un 11% entre el número de votos de Uhuru Kenyatta y de Raila Odinga. En un momento dado, las cifras de otros candidatos a la presidencia disminuyeron (una situación que en las redes sociales se denominó jocosamente como “desvotar”).

El principal candidato en Kenia, Raila Odinga, en esta foto tomada el 15 de mayo de 2017, principal candidato de la oposición. Foto / Billy Mutai.

El equipo de la NASA publicó registros que demostraban que el sistema de transmisión había sido pirateado: que ciertas personas habían conseguido acceder al sistema utilizando las credenciales de Chris Musando, el administrador de los sistemas informáticos de la IEBC, quien había sido torturado y asesinado unos días antes de las elecciones, lo que muchos creen que estaba relacionado con los intentos de manipular la transmisión de resultados. A pesar de que la oposición y una parte de la sociedad civil exigieron responsabilidades y la verificación de los resultados publicados en el portal, la IEBC siguió adelante y anunció los resultados presidenciales sin verificar.

Como era de esperar, el estado reprimió a los disidentes, fundamentalmente a los bastiones de la oposición, con informes que hablaban de docenas de personas golpeadas y tiroteadas e incluso del asesinato de una bebé de seis meses, Samantha Pendo, que resultó aplastada por la policía al irrumpir en los hogares de la gente en Kisumu, aparentemente para mantener la ley y el orden.

El Tribunal Supremo

En contra de los primeros indicios de que el asunto no llegaría a los tribunales, la coalición NASA presentó una Petición Presidencial horas antes de que se acabase el plazo establecido. La causa de la NASA era triple: que hubo ilegalidades e irregularidades en la transmisión, verificación y declaración de los resultados que violaban la Constitución, el Acta Electoral, así como los propios reglamentos internos de laIEBC; que estas violaciones afectaban al resultado de las elecciones presidenciales; y que, por ello, deberían ser declaradas nulas y sin efecto. El Tribunal Supremo solo tenía 14 días para emitir un veredicto tras el anuncio de los resultados.

Entre otras pruebas sólidas y argumentos, los abogados de la NASA presentaron un algoritmo que sospechaban que había sido utilizado para manipular los resultados en favor de Uhuru Kenyatta y que convertía los datos recibidos en los resultados deseados. El algoritmo y=1.2045x + 1.83546, —donde “y” eran los votos de Uhuru y “x” los de Raila—, presuntamente, permitió mantener la supuesta diferencia del 11 %  en el portal de la IEBC y preparó psicológicamente a la población para la victoria del actual titular del cargo con un resultado de 54 % para Uhuru frente al 45 % de Raila, descontando el porcentaje del resto de candidatos y el error estadístico.

Una sentencia del Tribunal Supremo anula los resultados de las elecciones kenianas. Viñeta: Damien Glez

Mientras que las acusaciones de piratería informática emitidas por la NASA o la teoría del álgebra no se han probado de manera concluyente, los expertos informáticos del Tribunal, al acceder al servidor de la IEBC, confirmaron la manipulación de los votos. La evidencia de ilegalidades e irregularidades explicó la gran diferencia existente entre los datos de los formularios 34A, B y C, y provocó la nulidad del escrutinio. El Tribunal ha dictaminado que deben convocarse otras elecciones presidenciales en 60 días.

El veredicto sorprendió tanto al equipo de Raila Odinga como al de Uhuru Kenyatta, por no hablar del keniano medio, que se ha acostumbrado a la alargada sombra de la manipulación política en todos los ámbitos, e impresionó a todo el mundo. La lealtad a la Constitución era importante. El estado de derecho era importante. La integridad del sistema electoral era importante. El proceso era tan importante como los resultados. ¡Ganó Kenia!

Observadores electorales

La anulación de las elecciones presidenciales ha puesto a los observadores electorales en el punto de mira. Las elecciones del 8 de agosto habían sido avaladas por los observadores internacionales, que las habían declarado “libres y limpias”. John Kerry, que ratificó la valoración del Carter Center, señaló que “Kenia ha realizado una importante declaración ante África y ante el mundo sobre su democracia y el carácter de esa democracia. No permitan que nadie mancille eso”. La misión de observación de la Commonwealth, encabezada por el ex presidente de Ghana, John Muthama, declaró que la votación y el recuento fueron “creíbles, transparentes e inclusivos”. Estas declaraciones se publicaron a pesar de que la oposición y la sociedad civil citaban numerosos casos de irregularidades en el proceso electoral.

Odinga exigió una revisión del papel que desempeñan los supervisores extranjeros en las elecciones africanas

Algunas de las declaraciones de John Kerry parecían subestimar las opiniones de los protagonistas políticos del país, aparentemente para agradar al partido gobernante y a la comunidad empresarial. En una rueda de prensa en Nairobi, Kerry dijo: “Sé lo que es perder unas elecciones, pero hay que superarlo y seguir adelante”. Raila Odinga hizo público su disgusto, criticando severamente a Kerry por avalar el fraude, y exigió una revisión del papel de los supervisores extranjeros en las elecciones africanas. Para Kenia no es nuevo el coro “acepta y sigue adelante” que predican los pacifistas. Después de las disputadas elecciones de 2007, que provocaron 1.300 muertes, este se ha convertido en el modus operandi para la minimización de la magnitud de los fraudes electorales y el silencio de los partidos agraviados.

Los llamamientos a la paz se han convertido en el modus operandi para minimizar la magnitud de las malas prácticas electorales y silenciar a las partes agraviadas

La experiencia de los kenianos con los observadores internacionales no es única. En la mayoría de los países africanos, etiquetados como “políticamente inestables” y “propensos a la violencia”, los observadores aterrizan pocos días antes de las elecciones, instalan a sus equipos en distintas mesas de votación, y observan el proceso desde una distancia prudencial antes de ser trasladados en vehículos todoterreno a hoteles de cinco estrellas de la capital, donde se sientan y preparan su informe sobre la credibilidad de las elecciones. Una vez que está listo, siguiendo el guion y con un lenguaje predecible, los observadores organizan una rueda de prensa y, bañados por la luz de las cámaras, validan un proceso fraudulento calificándolo como “libre, justo y creíble” pero sin verificar, en realidad, la totalidad del sistema y los resultados.

El ex Secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, que dirigió la misión de observación del Centro Carter en Kenia, señaló que “Kenia ha realizado una importante declaración ante África y ante el mundo sobre su democracia y el carácter de esa democracia. No permitan que nadie mancille eso”. Foto: Twitter / CarterCenter

Tras la publicación de más pruebas de la manipulación de los resultados electorales, el Carter Center, en respuesta a las críticas, señaló que “la transmisión electrónica de los resultados se evidenció poco fiable”. El fallo del Tribunal Supremo, que tuvo en cuenta tanto las disposiciones constitucionales como las legales sobre la transmisión de los resultados, no coincidió con John Kerry cuando hizo hincapié en que “al final, las papeletas y el proceso de recuento establecido por la IEBC son los que relatan el desarrollo de estas elecciones, no la transmisión electrónica de esos números”. Estas declaraciones trivializan las disposiciones para la transmisión de los resultados de la legislación electoral de Kenia.

Preocupación por un arraigado fraude electoral que alimenta los llamamientos a la secesión entre la mitad de la nación agraviada

Con procesos políticos cada vez más complejos e inciertos, el papel de los observadores a largo y a corto plazo seguirá siendo objeto de un exhaustivo análisis. Al estar involucrados intereses geopolíticos, la independencia de los observadores electorales se ha vuelto cuestionable, y se ha difuminado la línea divisoria entre refrenar las quejas del “mal perdedor” en unas elecciones libres y justas, y legitimarlas protestas locales en unas elecciones amañadas. Odingase se apresuró a señalar que el fallo del Tribunal Supremo puso a prueba a los observadores internacionales que “se movilizaron rápidamente para hacer aceptable el fraude”.

Los que dan pueden llevarse…

Apoyados en un leguaje progresista, los socios desarrollados apaciguan o rebajan los conflictos políticos mientras facilitan los procesos políticos con un presupuesto económico al que los pobres países africanos no pueden evitar agarrarse sin reservas. Kenia recibió millones de dólares para poner en marcha el sistema de transmisión. La cultura de dependencia, particularmente en la ejecución de los procesos clave, da al gestor del dinero el privilegio de acallar las voces de los protagonistas locales. Quizá, uno de los indicadores principales del menosprecio hacia dichas voces es un editorial, condescendiente y neocolonialista, publicado recientemente en el New York Times: “The Real Suspense in Kenya” (El verdadero suspense en Kenia), que se sumó a una serie de portavoces silenciosos que aparecieron en selectos y poderosos medios occidentales.

Autoritarismo electoral

La sentencia del Tribunal Supremo es también una puñalada por la espalda al autoritarismo electoral que ha comenzado a resurgir a Kenia. Andreas Schedler define el autoritarismo electoral como “estados bajo el control de un dictador que ha consolidado suficientemente la apariencia institucional de democracia, que incluye unas elecciones periódicas, que crean el espejismo de una democracia multipartidista, cuando en realidad las despoja de eficacia y valor”. Cuando las contiendas electorales se manipulan de forma tan severa, generalizada y sistemática, no pueden ser calificadas como democráticas. Esta manipulación garantiza que los titulares del cargo puedan convocar elecciones que, previsiblemente, facilitarán su victoria. Es posible que estos titulares no necesiten asesinar a los líderes de la oposición o a personajes de la sociedad civil; todo lo que necesitan es controlar los tribunales y los principales medios de comunicación y reprimir la libertad de expresión y de asociación.

Un reciente análisis, llevado a cabo por Aziz Rana, en la plataforma digital Pambazuka, señala que “Durante la última década, Kenia ha estado diseñando un estilo de autoritarismo electoral en la región y mucho más allá —un estilo en el que los ciudadanos están preocupados porque no pueden esperar un cambio significativo del poder nacional a través de un sistema electoral—”. Existe el convencimiento de que las elecciones “pueden ser parte del juego de herramientas para ampliar su mandato”. Con una sofisticación cada vez mayor los gobiernos pueden utilizar el aparato y los recursos de seguridad para establecer las condiciones de cada votación y, si fuera necesario, manipular los resultados, especialmente cerca de los márgenes.

Con mayor y mayor sofisticación, los gobiernos pueden utilizar el aparato de seguridad y los recursos para conformar los términos de cualquier voto.

Como indica Rachid Tlemcani, el resultado final son unas elecciones periódicas que no cumplen con los estándares democráticos de libertad e imparcialidad. Tras el anuncio de los resultados de las elecciones presidenciales, la preocupación por el enquistado fraude electoral alimentó las peticiones de secesión de la mitad de la población agraviada.

Reafirmar la dignidad africana

La mayor victoria, sin embargo, es que esto reafirmó la dignidad de los africanos y recuperó nuestra fe en sistemas nacionales útiles para la equidad y la justicia. Ha nacido un nuevo movimiento de conciencia, la creencia de que la justicia debería ser hacer lo correcto y no solo lo que es políticamente conveniente. Ha crecido el orgullo y la autoestima de los kenianos que siguen intentado superar el impacto de la corrupción sistémica y las violaciones del estado de derecho. Además de ayudar a poner en marcha la rueda de las elecciones que no contaminen la voluntad del pueblo keniano, sus vibraciones positivas todavía continúan sintiéndose, no solo en África, sino también en occidente, especialmente en los Estados Unidos, que prosigue sus experimentos autoritarios y su consiguiente alusión al pirateo y al fraude de los sistemas electorales.

Richard Oduor Oduku

Fuente: This is Africa, A New Dawn for Democracy as Supreme Court Nullifies Presidential Elections in Kenya, publicado el 5 de septiembre de 2017.

Traducido para Umoya por Sara Nieto Reyero.

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