Es hora de llamar por su nombre a la ayuda de EEUU a África: soborno

La ayuda: ¿para qué sirve? A pesar de que muchos liberales, amantes de los beneficios y de corazones sangrantes, se horrorizarían ante la idea de cuestionar la importancia de las donaciones a la caridad o a los más desafortunados, tal creencia se basa en pura ficción. De hecho, el acto aparentemente inocuo de transferir fondos al extranjero voluntariamente, similar a Robin Hood, es la raíz de la mayoría de los problemas políticos en el mundo en desarrollo. ¿Por qué? Porque descargar camiones de dinero no solo no ha mejorado el nivel de vida de los africanos, sino que únicamente ha servido a Estados Unidos para financiar regímenes podridos y convencer a los autócratas de que se ciñan a los intereses de Washington.

De hecho, Occidente ha invertido más de un billón de dólares en los últimos 50 años para «mejorar el nivel de vida de los africanos», pero el PIB per cápita real ha bajado un 10% desde los setenta. Según el FMI, el número de personas que viven bajo el umbral de la pobreza ha aumentado más de 150 millones desde 1990, a pesar de que cada año se invertían miles de millones de dólares en la región con el apoyo de USAID, el FMI, el Banco Mundial y organizaciones benéficas privadas.

Aunque parezca confuso (¿cómo puede empeorar un país que recibe donativos y préstamos a cero por ciento de interés?), hay investigadores clarividentes, como William Easterly, de la Universidad de Nueva York, que han identificado el problema correctamente: los líderes políticos antiliberales, despóticos y hambrientos de dinero que han entablado relaciones con Occidente. Según su investigación, la ayuda no se utiliza para mejorar el nivel de vida de los ciudadanos, sino para que los caciques desvíen fondos para fortalecer el aparato de seguridad y el ejército.

De hecho, a pesar de que muchos denuncien las terribles violaciones de los derechos humanos perpetradas por caciques africanos, su sistema de poder está construido y financiado por Estados Unidos. En nombre de la ficticia «guerra buena» contra el terrorismo, Estados Unidos ha enviado miles de millones de dólares a algunos de los dictadores y violadores de derechos humanos más terribles del mundo. En nombre de salvaguardar los llamados intereses nacionales, Washington ha empoderado a los mismos individuos que son directamente responsables de los grupos de terror islámico que América debería combatir.

Denominar «ayuda» a estos pagos no solo es falso, sino también absolutamente repugnante. Al analizar la situación en cada país del África subsahariana, podemos ver la flagrante hipocresía de Washington, reflejada en cada miembro de la oposición asesinado o encarcelado, en cada periodista amordazado o en las suntuosas residencias en las que habita la «clase política». No es ayuda, es un soborno institucionalizado y su efecto goteo solo beneficia a los secuaces de EEUU y su comitiva.

El gobierno de Obama ha estado desviando a Yoweri Museveni, en Uganda, 50.000 $ al año a pesar de que ha estado en el poder desde 1986. Durante su trigésimo año de mandato (que se va a alargar otros cinco años) se han violado los derechos humanos, se ha neutralizado la oposición política y se ha encarcelado a periodistas. Museveni llegó al poder gracias a las Fuerzas de Defensa del Pueblo y ha utilizado esta guerrilla para cometer atrocidades en las agitadas regiones del norte. Washington ha usado el aeropuerto de Entebbe para misiones secretas de vigilancia y operaciones especiales.

América ha financiado abundantemente el régimen corrupto de Etiopía, enviando casi 4.000 millones de dólares en «ayuda» desde 2010. El Primer Ministro, Hailermariam Desa, y su partido, FDRPE, ocuparon todos los escaños en las elecciones de mayo de 2015 gracias a una campaña basada en el acoso a periodistas y activistas, así como en el asesinato de tres miembros de la oposición. El país es uno de los mayores encarceladores de periodistas del mundo. Etiopía había albergado una base de drones estadounidense para luchar contra los insurgentes de Al Shabab hasta enero de 2016, cuando se cerró inesperadamente.

Yibuti, a pesar de ser el país menos conocido de los tres, tiene la base militar más importante de América en el continente: el Camp Lemonnier, que aporta la friolera cifra de 70 millones de dólares a las arcas del Estado. Desde 1999, la pequeña nación ha sido gobernada por Ismail Omar Guelleh, que busca oficialmente su cuarto mandato en 2016, y que ha permanecido imperturbable ante los crímenes atribuidos a su gobierno. En diciembre de 2015, las fuerzas gubernamentales asesinaron a 19 personas, incluyendo a miembros de la oposición, que participaban en una manifestación pacífica. En Yibuti, la prensa es de las menos libres del continente y los periodistas son torturados, acosados y encarcelados sistemáticamente.

Estos autócratas, cada vez mayores, son adictos a los recibimientos sobre alfombra roja en Washington o en París y se están llenando los bolsillos con fondos de ayuda internacional mientras sus pueblos viven en pobreza extrema, oprimidos, desfavorecidos y marginalizados. Sus derechos humanos se pisotean sistemáticamente. En estos entornos prosperan grupos como el Estado Islámico o Al Shabab, ya que prometen una vida llena de significado bajo interpretaciones retorcidas del Islam. Mientras tanto, remuneran con generosos salarios a futuros terroristas.

Combatir en la guerra buena no significa ayudar y sustentar un sistema de gobierno autoritario. Si en Zaire, bajo el gobierno de Mobutu, se aprendió algo, es que los miles de millones invertidos en el país no se utilizaron para construir escuelas y carreteras, sino para fortalecer la permanencia del «leopardo» en el poder.  Se le proveyó de medios para mantener un sistema de caciquismo y su corrupta permanencia en el gobierno.

La forma más segura de garantizar el colapso de estos regímenes asesinos es, por tanto, exponer y detener la ayuda en abundancia y observar cómo un autócrata detrás de otro se ve obligado a someterse ante las urnas y celebrar elecciones creíbles. No es una solución mágica, pero es la obligación de Occidente ante los miles de millones de africanos que sufren bajo la dictadura de los intereses subyacentes a estrechas políticas internacionales.

David Berggren

Traducción para Umoya: Lidia Muñoz Solera.

David Berggren es un consultor de seguridad sueco que actualmente vive en Nueva York. Ha pasado los últimos diez años trabajando para ONGs en diferentes países de África y Europa como asesor de seguridad. Puede leer otros artículos de David.

Fuente: Dissident Voice, Time to Call US Aid to Africa by Its True Name: Bribery, publicado el 14 de febrero de 2016.

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