Reflexiones sobre geopolítica tras las elecciones estadounidenses (VI)

El fenómeno Trump indica un cambio de la civilización; a saber, la lenta y dolorosa desaparición del Imperio occidental. Si este cambio produce la ruptura de la Unión Europea, desmantela la OTAN, debilita el control financiero del Imperio sobre el hemisferio sur y abre un espacio para que surja un nuevo orden moral y político, entonces esta es una oportunidad que todas las fuerzas revolucionarias deben aprovechar.

© AP Photo/Jose Luis Magana.

En la cuarta parte de esta serie concluí mi análisis refiriéndome al cambio radical del candidato demócrata perdedor, Bernie Sanders, en las elecciones estadounidenses. Se distanció de su compañera demócrata Hillary Clinton y prometió que trabajaría con el presidente republicano Trump siempre y cuando protegiera las redes de seguridad social. Entonces formulé la pregunta: ¿podemos aquellos de nosotros que nos encontramos en el hemisferio sur «seguir el ejemplo de Sanders; aprovechar el espacio proporcionado por el cambio en la presidencia estadounidense»?


El cambio de la civilización

Pongamos el fenómeno Trump en un contexto más amplio (el de un cambio de la civilización), en la lenta y dolorosa desaparición del Imperio occidental. En contraposición a «El fin de la historia» («End of History» en inglés) de Francis Fukuyama y «El choque de civilizaciones» («The Clash of Civilizations» en inglés) de Huntington, yo prefiero hablar de «The Civilizational Shift» («El cambio de la civilización»). [1] En mi libro Trade is War, [2] sostuve que ninguna civilización, sea cual sea [3], dura para siempre. Al contrario de lo que mucha gente piensa (o cree) la llamada civilización occidental o capitalista no es eterna. La despiadada explotación de trabajo humano y naturaleza llevada a cabo por esta civilización finalmente está llegando a su término. Esto puede llevar aún otro siglo, pero en realidad no es mucho tiempo. Las civilizaciones anteriores al capitalismo (como la azteca, la egipcia, la china, la india y la persa) duraron mucho más.

El mismo Trump puede ser un fenómeno pasajero, pero es la realidad de hoy en día. Es el presidente del país más rico y militarmente más poderoso del mundo, con un dedo en el gatillo nuclear. Puede decidir el destino de millones de personas dentro y fuera de su país.

Así, hagamos un balance para evaluar dónde encajamos desde el sur en esta realidad emergente contra el trasfondo de un Imperio en descomposición y un nuevo mundo naciente con todos sus peligros y promesas. El pasado no es tierra muerta, y recorrerlo no es un ejercicio estéril. Los retos están aquí y ahora.

El Manifiesto Comunista está muerto

Karl Marx pensaba que el proletariado internacional sería la némesis del capitalismo. Puede que todavía lo sea; no lo sabemos.

Sujeto a su propia época y espacio, la perspectiva de Marx seguía siendo esencialmente eurocéntrica, y de ahí su memorable frase: «Un espectro se cierne sobre Europa, el espectro del comunismo». En nuestros días, ahora es el espectro de las naciones oprimidas del mundo (sobre todo, el nacionalismo de los países del sur) lo que «se cierne sobre Europa»… y América.

Y aquí es donde deberíamos seguir el ejemplo de Sanders al referirnos a la victoria de Trump en las elecciones estadounidenses. Sanders está preparado para trabajar con Trump siempre que este proteja los asuntos de seguridad social. Por nuestra parte, en el sur, sugiero que trabajemos con Trump siempre que respete nuestro nacionalismo y nuestra soberanía. Nos opondremos a él si intenta, como Obama, continuar con la política estadounidense de «cambio de régimen» en el hemisferio sur.

Dos tipos de nacionalismo

En la tercera parte de esta serie («Nacionalismo económico») describí a Trump como un «nacionalista económico». Las fuerzas políticas e intelectuales occidentales «de la izquierda liberal» encuentran extraño que Trump sea un «nacionalista». ¿Cómo puede ser esto? Seguramente, podrían decir, Trump no pertenece a su época; ciertamente, no hay lugar para los nacionalismos en nuestro tiempo.

Debemos decir a nuestros amigos en el norte, con los que esperamos trabajar en solidaridad hacia un mundo pacífico y justo, que Trump no es una rareza en nuestro tiempo. El nacionalismo no está pasado de moda. De hecho, el nacionalismo ha vuelto a Europa y las Américas con mucha determinación. La campaña que pide la independencia de California de Estados Unidos se ha llamado «Calexit» y ha abierto en enero una «embajada» en Moscú.

Sin embargo, debemos distinguir entre dos tipos de nacionalismos muy diferentes: uno ofensivo y otro defensivo. Un poco de historia es una buena guía. Cuando Mussolini se convirtió en el primer ministro de Italia en 1922, estableció el primer tipo de nacionalismo (el agresivo y fascista). Apeló al sentido popular del pasado imperial de Italia y promovió su restauración en el mar Mediterráneo y en África. Estableció relaciones más estrechas con Alemania, especialmente después de que Hitler llegara a ser su canciller en enero de 1933. En octubre de 1935, con un ejército de 100.000 hombres, Mussolini invadió la antigua tierra de Abisinia (ahora Etiopía). En Alemania, Hitler declaró la guerra en dos frentes: internamente contra los judíos; y externamente contra Europa, como un preludio para conquistar el mundo para una raza aria «pura».

Por otro lado, está el «nacionalismo defensivo». La lucha anticolonial por la liberación del Imperio europeo era defensiva. La continua lucha del hemisferio sur (Asia, África, Latinoamérica y el Caribe) contra el imperialismo americano-europeo-japonés es nacionalismo defensivo.

Esto no contradice nuestro esfuerzo de integración regional; por ejemplo, la Comunidad Africana Oriental. A diferencia de la Unión Europea, que es un proyecto agresivo, la CAO es un proyecto defensivo.

El nacionalismo agresivo en nuestros días y el desafío de Trump

El nacionalismo agresivo es imperialista y su expresión institucional más virulenta es la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). La OTAN es hoy la principal fuente de inseguridad mundial. Nuestros amigos solidarios de la «izquierda liberal» en el norte podrían cuestionar esto y sostener que los «terroristas» (especialmente los terroristas islámicos) son la principal fuente de inseguridad. De una forma curiosa, esto es cierto. Pero deben saber que los «terroristas» son un producto de las guerras occidentales en Oriente Medio y África. Sus guerras en Irak, Afganistán, Libia, Siria, Yemen, Malí, Somalia (por nombrar algunas) sólo han avivado el fuego terrorista.

Trump ha dicho que la OTAN está obsoleta y que quiere hablar con Putin; que renegociará el acuerdo nuclear de Irán; que apoyará a Israel contra los palestinos; que desafiará la hegemonía de China en el comercio y, por ende, posiblemente en el área del ejército en Asia Oriental; etcétera. Hay un poco de todo. Lo que hará en realidad todavía está por ver. No obstante, podemos asumir que la OTAN no desaparecerá de la noche a la mañana y que el Imperio no quitará sus garras de su alcance imperialista en todo el mundo. Sin embargo, si Trump actúa sobre sus ideas para cuestionar la OTAN y hablar con Rusia (en asuntos relacionados con Europa y Oriente Medio), entonces nosotros en el sur (como Sanders) deberíamos cooperar con él.

Trump es «defensivo» cuando se trata de proteger la economía y el empleo estadounidenses de lo que él considera una «invasión» de productos baratos del sur, principalmente China, e inmigrantes ilegales, principalmente de países fronterizos como Méjico. Por supuesto, sabemos que las cuestiones de desempleo y la falta de competitividad en el mercado mundial son temas complejos. Se relacionan tanto con el impacto de la tecnología en la producción (lo que Marx llamó la cambiante «composición orgánica del capital» [4]), como con las «importaciones baratas» de China y los inmigrantes de Méjico.

Pero Trump puede tomar algunas medidas «defensivas» o «proteccionistas» para defender la economía de Estados Unidos. Hay dos aspectos de estas medidas que podrían resultarnos de interés a los del sur. Uno de ellos es su declaración de que eliminará acuerdos de comercio e inversión mega regionales (ACIMR), como la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión (ATCI) y el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (Trans-Pacific Partnership o TPP por sus siglas en inglés). Dice que renegociará el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), al cual describe como «el peor tratado de comercio que Estados Unidos haya firmado». Si Trump se toma esto en serio, entonces esta es un área en la que los del sur debemos cooperar con él.

Trump parece desafiar la ideología neoclásica general de que el «libre comercio» es bueno para todos. Está completamente a favor del proteccionismo. Durante su campaña, Trump llegó incluso a amenazar con sacar a Estados Unidos de la Organización Mundial del Comercio (OMC) si esta bloqueaba sus esfuerzos para imponer sanciones a las compañías que deslocalizaran su producción. Una vez más, se trata de un asunto complejo. Sin embargo, Trump tiene razón; el «libre comercio» no es bueno para todos. Ha resultado desastroso para África y la mayoría de los países más débiles del sur. Si Trump se convierte en «proteccionista», esto añadiría peso a los esfuerzos de los países del hemisferio sur para poner freno a las importaciones que amenazan a la valiosa producción local. Como sostengo en mi libro Trade is War, la OMC es una máquina de guerra manejada por Occidente en contra del hemisferio sur.

El nacionalismo defensivo en nuestro tiempo y la cuestión nacional

En cuanto al nacionalismo defensivo, los esfuerzos realizados por las gentes de los países del sur, desde Cuba hasta el Congo o China, para intentar consolidar su independencia de la agresión sostenida por Occidente van a continuar. Estos países siguen batallando contra la «Cuestión Nacional», una liberación incompleta definida históricamente por el imperialismo; un asunto de estrategia que está considerablemente ausente en el vocabulario de nuestros amigos «solidarios» occidentales. [5]

Sin embargo, se está produciendo otro fenómeno aún más curioso: el auge del «nacionalismo defensivo» dentro de Europa. Para ellos no se trata de la «Cuestión Nacional», tal y como se la ha definido más arriba, aunque sigue siendo una parte de los esfuerzos para proteger sus identidades nacionales en contra de las invasiones de poderes mayores. El de Grecia se ha convertido en un caso emblemático, su esfuerzo para proteger su soberanía nacional aplastada por el triunvirato de la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el FMI.

También hay otros casos: Escocia y posiblemente Irlanda en Reino Unido; los valones en Bélgica; el País Vasco francés en Francia y Cataluña en España. Curiosamente, una oleada de «nacionalismo» ha alcanzado países importantes como Reino Unido, Francia e Italia, donde la gente vota en masa para expulsar lo que ven como la dominación de los burócratas no-electos de la Comisión Europea. La victoria de François Fillon en las primarias presidenciales de los republicanos franceses del 27 de noviembre de 2016 y, en Italia, el rechazo popular (de casi un 60%) del intento por parte del primer ministro, Matteo Renzi, de reformar la Constitución en referéndum el 4 de diciembre del mismo año, son signos interesantes en el horizonte de lo que podría ser un nuevo tipo de Europa en los meses y años venideros.

Globalización versus internacionalismo

Los «liberales-izquierdistas» occidentales han unido fuerzas con sus clases gobernantes a la hora de aplaudir la «globalización». En sus diccionarios, «globalización» es un término identificado sin criterio con «internacionalismo». Para nosotros en el sur, la «globalización» es tan solo una forma depurada de «imperialismo». Entrecomillo todos estos términos porque asumimos su definición a la hora de utilizarlos. Las palabras importan; aparecen en un determinado momento de la historia y en contextos específicos. Es por ello que Lenin definió el «imperialismo» como el «estadio más alto del capitalismo» en su tiempo, y Nkrumah lo definió como «neocolonialismo» en su tiempo. La realidad permanece: la de la continuada predación capitalista-imperialista sobre las colonias y las neocolonias.

Algunas ideas para el futuro: Las políticas de la solidaridad

  1. Esta serie de seis partes no es la base del futuro. Su objetivo principal era abordar algunas cuestiones geopolíticas significativas planteadas por las elecciones estadounidenses. El futuro del que hablamos es el futuro cercano, es decir, los próximos 20 años, una generación.
  2. En los próximos 20-25 años, seremos testigos del deterioro avanzado de la civilización occidental, la cual está en el otoño de su vida; se está produciendo un cambio de la civilización palpable. Mientras la balanza de fuerzas geopolíticas se inclina hacia las antiguas civilizaciones del pasado, no podemos estar seguros de si lo haremos mejor necesariamente.
  3. Las guerras del siglo pasado por la liberación nacional trajeron un cierto grado de libertad política a dos tercios de la población del hemisferio sur, enclaustrados en la esclavitud capitalista-imperialista. Sin embargo, la «Cuestión Nacional» sigue siendo un desafío para la mayoría.
  4. La era del «socialismo» ha resultado efímera. Sin embargo, hemos aprendido unas valiosas lecciones de los éxitos y fracasos del socialismo en la Unión Soviética, China, Vietnam y países en África y Latinoamérica. Cuba, durante el mandato de Fidel Castro, ha sido un ejemplo extraordinario de cómo sostener un sistema de justicia y bienestar social (educación, salud, vivienda, etc.) contra 50 años de sanciones impuestas sin cese por la mayor potencia del planeta literalmente a 50 millas de distancia.
  5. El mundo occidental está en crisis. El conocido historiador Karl Polanyi afirmó que hay una unión simbiótica entre el capital global y el poder del estado denominada «Fascismo Globalizado». Lo estamos viviendo. No sabemos cómo se desarrollará la oleada de populismo de derechas que se ha adueñado de Europa y Estados Unidos. Sin embargo, si divide a la Unión Europea, desmantela la OTAN, debilita el control financiero del Imperio sobre el hemisferio sur y abre un espacio para el surgimiento de un nuevo orden político y moral, es una oportunidad que debemos aprovechar.
  6. Resulta difícil definir el «nosotros». Llamarnos «la izquierda» es vivir en el pasado. La «izquierda» en Europa es muy diferente de la «izquierda» en África. Por supuesto, hay unos principios de justicia social comunes que compartimos. Hay batallas por las cuales luchamos ambas; por ejemplo, por un sistema de comercio justo, por el libre intercambio de conocimiento del cual se han apropiado las corporaciones globales con «derechos de propiedad intelectual», y por la revolución en la manera en la que nos relacionamos con el entorno y otras especies (los primates, la vida salvaje y los bosques).
  7. En este contexto en el que nos llamamos la «izquierda» debemos trabajar nuevos principios de solidaridad basados en el respeto mutuo, trabajando juntos como iguales y sin explotación, para avanzar en nuestros valores compartidos.
  8. Por su parte, la «izquierda» en África debe ayudar a nuestros líderes a desarrollar economías y sistemas de gobierno autosuficientes. África debe acabar con su vergonzosa dependencia de la llamada «ayuda al desarrollo». En un nuevo mundo, África debe usar sus propios recursos, conocimiento e ingenio, y producir sus propios alimentos, sus redes de pesca, y sus sistemas de gobierno democráticos. Esto está ocurriendo, pero se necesita hacer más.

Por Yash Tandon

Notas finales:

[1] Tanto Fukuyama como Huntington provienen de pensamientos e ideologías geopolíticos occidentales de masas, basados esencialmente en epistemologías eurocéntricas. Se resumen, como es el caso de Fukuyama, en una celebración prematura del triunfalismo occidental al final de la Guerra Fría y el desmantelamiento de la Unión Soviética; en el caso de Huntington, se suma el miedo a las civilizaciones opuestas a las occidentales, especialmente a la islámica. Véase Fukuyama (1992), The End of History and the Last Man, Free Press; y Huntington (1996), The Clash of Civilizations and the Remaking of World Order, Simon and Schuster.

[2] Véase «From War to Peace: The Theory and Practice of Revolutionary Change», en Tandon, Y. (2015), Trade is War, OR Books.

[3] Resulta usual contrastar la «civilización» comparándola con culturas supuestamente barbáricas o primitivas, tales como aquellas de los cazadores y los pastores nómadas. La palabra «primitivo» es altamente peyorativa y degrada a muchas culturas (como es el caso de los karamojong de Uganda, entre los cuales crecí) que en muchos casos tienen una cultura superior (en el sentido de unión social y medios pacíficos de resolución de conflictos internos) a nuestras civilizaciones «modernas» industriales y postindustriales.

[4] La «composición orgánica del capital» es el ratio del valor de los materiales y los costes fijos (capital constante) expresado en la producción de una mercancía al valor de la fuerza de trabajo (capital variable) utilizada en producirla.

[5] Véase la parte 2: «Imperialismo, Nacionalismo y la Cuestión Nacional».

Fuente: Pambazuka News, Reflections on post-US elections geopolitics: Part six, publicado el 2 de febrero de 2017.

Traducido para UMOYA por Alba López Fregeneda y Óscar Pérez Clemente.

Ver las 5 partes anteriores de las reflexiones de Yash Tandon sobre el ascenso de Trump a la Casa Blanca y sus implicaciones para el sur global.

1: Trump and Trumpism: Reflections on post US elections geopolitics. (En inglés)

2: Reflections on post US elections geopolitics: Part Two. (En inglés)

3: Reflections on post-US elections geopolitics: Part Three. (En inglés)

4: Reflections on post-US elections geopolitics: Part Four. (En inglés)

5: Reflexiones sobre geopolítica tras las elecciones estadounidenses (V).

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