La crisis griega y sus implicaciones para África

Cualquier partido de izquierdas que llegue al poder en Namibia, Zimbabue, o cualquier país de la periferia hoy se encontrará exactamente en la misma posición que se encontró Syriza [Artículo escrito en septiembre de 2015]: carecerá de poder político y económico para efectuar cambios radicales. La realidad del sistema global vigilado por el imperialismo hace imposible para los países pobres romper con el capitalismo y comenzar a construir el socialismo.

sy_4Syriza (o la coalición de la izquierda radical) ganó el referéndum griego el 5 de julio de 2015, basándose en una plataforma política inequívocamente anti-austeridad. El programa salónico de Syriza demandaba la eliminación de la mayor parte de deuda pública del país, mientras que su agenda social-democrática proclamaba, entre otras cosas, que el partido: elevaría el salario mínimo en un 10%; incrementaría el impuesto sobre la renta hasta un 75% a todos los ingresos por encima de los 6 millones de Rands [unos 375.000 euros]; combatiría las medidas de secretismo de los bancos y la huida del capital; nacionalizaría los bancos; recortaría el gasto militar; usaría los edificios propiedad del gobierno, bancos e iglesias para los sin techo; abriría comedores en las escuelas para ofrecer comidas gratuitas a los niños.

La movilización en torno al referéndum constituyó sin lugar a dudas un momento de insurrección, cuando el 61% del pueblo griego votó contra las medidas de austeridad.[1] Como de costumbre, con las elecciones liberal-democráticas la izquierda gana cuando hay un incremento en las luchas de clase social. El liderazgo de Tsipras, desafortunadamente, se quedó estupefacto con este resultado ya que esperaban una victoria por un margen estrecho, y no tenían a punto una estrategia sobre cómo avanzar.

Sin embargo, el resultado del referéndum no pudo evitar que el pueblo trabajador griego fuera humillado por los dictados de la troika, que obligó a todo el país a someterse a su ideología rapaz. En consecuencia, la tasa de desempleo es del 49.7% (en marzo de 2015). La malnutrición se disparó al 54% y se ha producido un repunte del 35% de suicidios en Grecia desde 2011. Un asombroso 92% de los llamados fondos de rescate acabaron principalmente en los bancos de Alemania y Francia.

Lo que es más, todo esto ha ido seguido de privatizaciones masivas -a precios bajísimos- de varios aeropuertos, islas, puertos y más, principalmente a grandes compañías alemanas. En otras palabras, se ha producido un saqueo masivo de los recursos griegos -dirigido por el Banco Central Europeo, la Comisión Europea y el Fondo Monetario Internacional- bajo la apariencia de rescate. Así que el euro se ha convertido en el epítome de la dominación del capital aleman en particular. Es el espectro de la “democracia herrenvolk” [democracia de los amos o señores], en palabras de Domenico Losurdo,[2] ¿otra vez persiguiendo al resto de Europa? ¿o esto es simplemente una nueva forma de colonialismo? La ironía de Grecia es que el mayor evasor de impuestos parece ser una gigantesca constructora alemana llamada Hochtief, que debe aproximadamente 1.000 millones de euros. Sea como fuere, el país ha tenido que cargar con una deuda odiosa que sencillamente no puede ser pagada.

Y lo que ha ocurrido en Grecia es de importancia histórica global ya que no es solo una emergencia para ese país, o la nación-estado en general, sino que, en su raíz, nos enfrentamos a una catastrofe capitalista global sin precedentes. El inicio inmediato fue la Gran Recesión de 2008, pero se ha convertido en una recesión económica para la clase trabajadora cuyo final no está a la vista. Por supuesto, los países frágiles como Grecia experimentaron la crisis antes, pero todos los países de la periferia del capitalismo global, como España, Portugal, Irlanda, Italia y Puerto Rico, han experimentado las consecuencias con mayor dureza, y ahora están más subordinados al capital financiero.

¿Cuáles son las implicaciones de esta crisis capitalista para Sudáfrica, África y la clase trabajadora en general? Sin duda es desconcertante que las estadísticas de Grecia sean tan familiares para la gente del Sur global. La tasa de desempleo en Sudáfrica, por ejemplo, es del 25% (en julio de 2015), pero ha sido así durante un largo periodo de tiempo ya. En Namibia, el 90% de la población no puede permitirse una vivienda decente por la desregulación del sector financiero y que los precios se han disparado. La represión en Zimbabue surgió como resultado de la resistencia contra la austeridad en el país.

De hecho, lo que está ocurriendo en Grecia ha estado ocurriendo en África y el Sur global desde al menos los años 80, con la implantación de medidas neoliberales o programas de ajuste estructural. La diferencia es que el pueblo de Grecia está resistiendo porque compara su actual situación social con la organización social democrática de antes, mientras que la gente de África (y el Sur global) compara el neoliberalismo con el colonialismo (o el apartheid). Y con la connivencia de la élite gobernante africana, esta configuración neoliberal ha sido presentada como si fuera una “liberación” y el mejor mundo posible.

Sudáfrica ya estaba entre las sociedades más desiguales del mundo, pero esto empeoró con la combinación de la hegemonía global del liberalismo y el espantoso acuerdo negociado por el Congreso Nacional Africano (ANC) durante las negociaciones económicas secretas en 1994 que acordaron, por ejemplo, la propiedad privada del Banco de Reserva Nacional de Sudáfrica. De hecho, todos los demás países del Sur global, como Namibia y Zimbabue, hace mucho implementaron la amarga medicina de la austeridad bajo la cortina de humo de la “liberación”.

Sin embargo, Sudáfrica -a diferencia de Grecia- no es periférica para la economía global. Si es algo, es un país sub-imperialista en términos de su dominación económica del sur de África, y su influencia política en el continente. Sin embargo, por el alto nivel de desigualdad social y la militancia de la clase trabajadora, Sudáfrica representa un eslabón débil en la cadena global del capitalismo.

La situación en Grecia ejemplifica una crisis de la democracia liberal. La implementación de las medidas de austeridad -a pesar del referéndum liberal-democrático- representa una enorme derrota para la clase trabajadora de Grecia. Desde entonces, la clase trabajadora ha comenzado a darse cuenta de que Syriza -que efectivamente se derrumbó tras ocho meses en el poder- era un partido reformista de izquierdas o social-democrático, que no estaba comprometido con la lucha concertada contra la austeridad. Sea como fuere, la élite gobernante europea optó por hacer un ejemplo de Syriza y avergonzar a ese partido para enviar un duro mensaje político al resto de clases trabajadoras europeas -especialmente a las de España, Irlanda, Portugal e Italia.

La élite no negociará con nadie su poder político y económico. Y la aristocracia financiera es inmensamente poderosa ya que controla el flujo de dinero a través de la propiedad de bancos centrales privados donde tecnócratas no elegidos y no responsables deciden el destino de millones de personas a pesar de los resultados de las elecciones democráticas. El ministro de Finanzas alemán Schäuble dijo una vez que “las elecciones no suponen ninguna diferencia”. Por tanto, los parlamentos liberales-democráticos de nuevo han demostrado ser marginales, y no reflejar la voluntad del pueblo. En todo caso, probablemente se vislumbre en el horizonte un gobierno fascista o militar en Grecia. Y esto debería servir como advertencia para el pueblo de Sudáfrica y el Sur global -en última instancia, la única forma de mantener estas medidas de austeridad es a través de la fuerza.

Para la izquierda, la inferencia es que las elecciones liberal-democráticas son una táctica esencial en términos de llevar a cabo concienciación política, pero no darán lugar a una transformación social. Más bien, la izquierda debería dar prioridad a la organziación de una democracia de bases a través de comités de trabajadores, cívicos, organizaciones de mujeres y de jóvenes, etc. Sencillamente no existe una vía parlamentaria para los cambios fundamentales.

Con Syriza en el proceso de desintegración debido a sus compromisos y reformismo, la lección política para las clases trabajadoras es que un cambio absoluto solo se logra a través de la acción directa. El camino a seguir para la izquierda es implicarse en compromisos masivos. es decir, huelgas generales, manifestaciones, sentadas, ocupación de fábricas, etc. La implementación de un programa de izquierda solo se materializará a través de la acción colectiva.

La situación de Grecia muestra que el auge y caída de los partidos políticos ponen al descubierto el cambio de la conciencia de masas. Y el liderazgo de la izquierda debería ser capaz de evaluar esto correctamente. Lo que Syriza debería haber considerado es movilizar permanentemente a la clase trabajadora griega, la clase trabajadora española, la clase trabajadora irlandesa -pero en particular a las clases trabajadoras alemana y francesa- es decir a las clases trabajadoras de las economías más industrializadas. En el análisis final, la lucha anticapitalista trata de el equilibrio de fuerzas entre las clases sociales. La élite gobernante -y el capital financiero en particular- no se dará por vencida en negociaciones en torno a una mesa cuando comprende que la clase trabajadora es tímida en las calles.

Aunque, comparada con los trabajadores griegos, la clase trabajadora de Sudáfrica está en una posición mucho más poderosa. La izquierda sudafricana/azaniana se da cuenta de que el socialismo no puede construirse solo en un país. Por mucho que esta izquierda deba vincularse a una clase trabajadora en un país industrializado, el resto del sur de África constituye el terreno lógico al que debe extenderse la lucha más amplia, como punto de partida. En parte, este es el caso debido a la naturaleza sub-imperialista de la élite gobernante de Sudáfrica. Este estado de las cosas debería verse reflejado no solo en los distintivos estratégico y filosófico de la izquierda, sino también en sus aspectos organizativos. Simultaneamente, la izquierda debe ser consciente de que la xenofobia en Sudáfrica podría sentar las bases de un movimiento fascista que podría aplastar al movimiento obrero.

Uno de los intelecturales progresistas más notables de Sudáfrica, Patrick Bond [3], alertó recientemente a los de la izquierda en una magnifico artículo titulado “Sudáfrica: explota de ira, implosiona con dudas sobre sí misma, pero exuda potencial socialista” (2015) sobre que: “Si la tasa de interés mundial es elevada por la Reserva Federal de los Estados Unidos más tarde de 2015, si el mercado de valores local finalmente alcanza su máximo y los incumplimientos de la deuda de las masas de consumidores entran en juego (dado que más de la mitad de los prestatarios del país son considerados oficialmente como de “crédito deteriorado”, la propia economía de Sudáfrica puede también verse vulnerable a un desplome total. Entonces la transición de la izquierda desde una guerra de posiciones a una auténtica guerra de movimiento sería tan vital en Sudáfrica como lo es en Grecia o en España ya, incluso si las elecciones nacionales no son hasta 2019.

Dicho de otro modo, la izquierda de Sudáfrica debería comprometerse con la acción directa. Y esto debería ser liderado por un masivo Partido de los Trabajadores orientado a la acción. Bond también señala que los activistas de izquierdas en el Frente Unido parecen tener “diferentes nociones” de a qué debe parecerse un partido político de izquierda y que se han establecido unas “bases inadecuadas” para las discusiones en torno a un partido así. Es más, advierte que el Frente Unido no debería repetir los errores del Frente Democrático Unido UDF, con su “excesiva cautela por parte de una dirección pequeño-burguesa”. Y, podría añadirse, que la izquierda sudafricana no debe repetir las mateduras de pata de Syriza. Lo que hace falta es un liderazgo atrevido sin ilusiones sobre el reformismo.

También hay que aclarar que cualquier organización de izquierda que llegue al poder en Namibia, Zimbabue, o para el caso, en cualquier país de la periferia de hoy, estaría exactamente en la misma posición que Syriza. Ya que carecería del poder político o económico para producir cambios radicales. La realidad de un sistema político-económico global -controlado por el imperialismo- hace imposible para los países desnutridos romper con el capitalismo y comenzar a construir el socialismo. Hoy se pueden ver muchas advertencias cruciales para los de izquierdas en la situación de Grecia.

Una lección clave para los radicales de Sudáfrica es que -si obtuvieran el poder- tendrían que extender la revuelta anticapitalista directamente al resto del África austral y más allá, y necesitarían tener la solidaridad de al menos una clase trabajadora en un país industrializado. Por otro lado, el único modo de construir el socialismo en Namibia o Zimbabue es a través de la vinculación con el resto de la región subsahariana y en particular con la clase trabajadora de Sudáfrica. Ha llegado el momento de iniciar una estructura de izquierdas en la subregión.

En lugar del programa social-democrático anticuado de Syriza, la izquierda debería izar la bandera de un programa político anticapitalista que incluya la gestión democrática del sector financiero, el reparto del trabajo como modo de superar el desempleo masivo, una vivienda pública decente, una renta básica subvencionada, etc. También estaría justificado un diálogo sobre las deficiencias de una moneda única, los beneficios de la descentralización y en general enfoques multilineales [4] al socialismo dado el desarrollo desigual y combinado del capitalismo.

La derrota de Syriza -un amplio partido de izquierdas- una vez más ha planteado la cuestión del carácter del partido político que podría provocar cambios socio-económicos radicales. Ciertamente, es necesario un partido no sectario de activistas dedicados, sin embargo, no debe ser un grupo elitista de vanguardia sino un partido obrero de masas que debería tener una base sólida entre las clases trabajadoras urbanas y rurales. Ese partido basado en la clase trabajadota debe admitir el más alto nivel de democracia interna a través del derecho a las tendencias, no permitiendo al liderazgo ocupar dos puestos políticos pero sin embargo fomentar activamente que las bases lo hagan.

Daniel Bensaïd [5] en su influyente trabajo “Estrategia revolucionaria hoy” (1987) pone el asunto fuera de discusión cuando declara que: “…deberíamos intentar construir una organización con un régimen democrático interno que permita que las diferencias residuales sean discutidas y superadas a la luz de la experiencia común. El criterio decisivo es un acuerdo sobre cómo conquistar el poder político”. En otras palabras, ¿la izquierda toma el poder a través de las urnas o a través de la acción masiva? Debería seleccionarse una preferencia. En última instancia, será una elección entre perpetuar una sociedad basada en la deuda, el desempleo y la esclavitud de los salarios o luchar por el “lujo comunal” post-capitalista, tal y como se concibió en la Comuna de París. [6]
Por lo tanto, el proyecto de Syriza está acabado, pero la lucha continúa.

Shaun Whittaker

Shaun Whittaker es miembro del Grupo Marxista de Namibia. Se puede contactar con él en socialistnamibia@gmail.com

Presentación del autor en el Instituto África de Sudáfrica, AISA, en Tshwane, el 9 de septiembre de 2015.

REFERENCES
[1] OKDE-Spartacos (2015). Greece: NO! End the negotiations. Socialist Action,
July 5
[2] Losurdo, Domenico (2015). War and revolution – Rethinking the 20th century. Verso
[3] Bond, Patrick (2015). South Africa: Exploding with rage, imploding with self-doubt – but exuding socialist potential. Monthly Review, Volume 67, Issue 02 (June)
[4] Anderson, Kevin (2010). Marx at the margins – On nationalism, ethnicity and non-western societies. The University of Chicago Press.
[5] Bensaïd, Daniel (1987). Revolutionary strategy today. International Institute for Research and Education (IIRE). Notebooks for Study and Research, No. 4.
[6] Ross, Kristin (2015). Communal luxury – The political imaginary of the Paris Commune. Verso.

Fuente: Pambazuka, The Greek crisis and its implications for Africa, publicado el 17 de septiembre de 2015.

Traducido por el equipo de redacción de Umoya.

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