El significado de grande: una carta de amor a Muhammad Ali

MuhammedAli
Getty Images

 Ali es una de las celebridades activistas más grandes e influyentes del mundo. En una era en la que los patrocinios deportivos y lucrativos han silenciado cualquier radicalismo o integridad en el mundo de los deportes, su carrera lo distingue.

Si quisiese escribir una carta abierta a Muhammad Ali en la actualidad, mis lágrimas serían la tinta con la que la escribiría. Sería una carta de amor y admiración. De confusión e ira. Sería una carta difícil, porque sería la nota final de un ser humano cuya influencia en mi vida y en las vidas de muchos otros ha resultado ser tan fundamental que yo, y quizás una gran parte de la humanidad, aspiramos  a ser como él.

Muhammad Ali es una de las figuras más icónicas no solo de los últimos 100 años, sino de la historia. Fue un amasijo de contradicciones, de controversia política, de debilidades personales y de firmes convicciones; un hombre de paz y un guerrero de la conciencia negra. Su fallecimiento me hace considerar y reconsiderar las múltiples razones por las que lo admiro y las otras tantas veces que me dejó confusa. Si lo analizamos con detenimiento, tantos mitos y motivos de grandeza parecen discutibles.

Conocí a Ali cuando, hace muchos años, rodé del regazo de mi padre, justo después de que Ali noquease a George Foreman durante el «Rumble in the Jungle» (Zaire). Exultante, mi padre saltó y afirmó: «Lo ha hecho de nuevo. ¡Este hombre es grande!». Y vaya si lo era. En aquel momento, recuperó el título, tras esos años perdidos en los que le privaron tanto a él como al resto de la humanidad de un deportista impresionante en lo más alto de su carrera.

Y fue probablemente esa odisea zaireña la que, en parte, selló el estatus de Ali como hijo verdadero de la tierra africana: un espíritu africanista. Y ahí yace también la contradicción que no he tenido en cuenta durante estos cuarenta años. El combate fue organizado por Don King, un tiburón promotor de luchas, convencido por uno de los hijos de África más ignominiosos y despreciables (Mobutu Sese Seko), que pagó los 5 millones de dólares que hacían falta. Recordemos que Mobutu (junto con los belgas) es uno de los cómplices principales de la muerte de uno de los hijos más gloriosos de África: Patrice Lumumba que, de hecho, era amigo de Ali.

A la luz de estos acontecimientos, la participación de Ali en la pelea parece un tanto contradictoria. No obstante, Ali también fue un hombre de gran ambición, ansioso por enseñarle al mundo que seguía siendo el mejor, el más rápido y, desde luego, el más guapo. Por eso, también fue un hombre con un gran ego, que se deleitó en la aduladora hospitalidad de Sese Seko. Puede que un ser humano menor pudiese no saberlo, pero la aguda inteligencia de Ali no le permitía tal lujo.

Por otro lado, Ali volvió a confundir a muchos en 2005 cuando aceptó la Medalla Presidencial de la Libertad del halcón George W. Bush. Premio que recibió tras actuar como enviado de paz de Bush en Iraq para negociar, con éxito, la liberación de varios rehenes estadounidenses. Sin embargo, la política de Bush jamás se hubiese alineado con Ali treinta años antes. Evidentemente, el mito popular también afirma que Ali tiró su medalla olímpica al río, después de que la América blanca no quisiese reconocerle y honrarle tras ganar la medalla en las Olimpiadas de Roma. Otras fuentes comentan que, en realidad, perdió la medalla, pero sea como sea, el poderoso simbolismo de denunciar el separatismo y la segregación en EEUU fue un gesto que resonó entre los excluidos del mundo entero. Los niños africanos en todo el continente abrazaron su imagen, así como también lo hicieron en Asia y Latinoamérica. Su política fue mucho más allá de los derechos humanos, pero fue parte de la lucha antiimperialista del mundo entero. Efectivamente, lo hizo por todos nosotros.

Yo fui testigo, entre sentimientos encontrados, de cómo Bush (un hombre que me atrevo a decir que nunca habría compartido el pan con Ali) decía: «el pueblo estadounidense puede sentirse orgulloso de afirmar que Muhammad Ali es uno de los nuestros». Bush evitó estudiadamente mencionar que Ali estaba en contra de Vietnam e intentó eliminar la política radical y polarizada que, literalmente, casi hace que el país (y el propio Ali) estallasen en llamas. Bush tampoco especificó qué significaba ser «uno de los nuestros» en los racistas y separatistas Estados Unidos que proyectaban hacia el resto del mundo su maníaca fijación por el terror, tanto real como imaginario.

Ali fue uno de los activistas más influyentes de los años 60, junto con Sydney Poitier, Harry Belafonte y Jim Brown. En una época en la que los patrocinios deportivos y lucrativos habían silenciado cualquier medida de radicalización o integridad en el mundo deportivo, no se deben subestimar su carrera y su postura en contra de la guerra de Vietnam (lo que ponía en peligro su propia vida). Decidió no escaparse a Canadá y asumir la ciudadanía que allí le esperaba. Por sus principios, decidió ir a la cárcel.

Tan solo el puño alzado de Tommie Smith y John Carlos en el podio de las Olimpiadas de 1968, que simbolizaba el poder negro, puede estar a su altura en valor y poder. Como una auténtica estrella del activismo deportivo, su sombra se ha ido extendiendo y, aunque nunca se le ha asociado formalmente con el Movimiento por los Derechos Civiles, podemos afirmar que su influencia es palpable. En el momento en el que Ali se convirtió al islam, Malcolm X fue uno de sus grandes amigos y mentores, y le ayudó a soportar las reacciones políticas, mediáticas y sociales de la parte conservadora del movimiento de derechos civiles de los negros. El activista de derechos civiles, Julian Bond, dijo que Ali había sido capaz de decirle a los negros que lo iba a hacer a su manera.

Así era Ali: se reforzaba con los agravios y las injurias de los medios de comunicación. Tras el asesinato de Malcolm y su conversión al islam convencional, Ali expresó su arrepentimiento por no haber mostrado una lealtad recíproca con su mentor. Quizás su juventud e ingenuidad habían nublado su visión, pero la historia todavía recuerda cómo le dio la espalda a otro de los grandes y valientes iconos del panorama.

Más tarde, cuando el guerrero se calmó, el deporte que tanto impulso le había dado le robó todas sus palabras y llegó su enfermedad, pasó gran parte de su tiempo como hombre de paz. Esto incomodó a muchos que estaban acostumbrados a aquella bestia leonina de palabras ingeniosas y rápidas. A muchos les parecía que habían renovado la imagen de Ali para integrarla en el mismo sistema que le llamó «otro demagogo y apologista de una supuesta religión». Otros, por el contrario, prefirieron decantarse por la etiqueta de «antiamericano».

Quizás en parte debido a su enfermedad, pero puede que también por su propia madurez, al final Ali parecía menos peligroso, desradicalizado y saneado. A mí me parece un perjuicio, a pesar de que no estoy del todo conforme con algunas de las elecciones que tomó en su camino hacia la leyenda. El culto a la memoria es un tema que me interesa enormemente, y la forma en la que recordamos a Ali me parece perturbadora. La mayoría de las imágenes prefieren al Guerrero, al Rey del Mundo, atrevido, guapo, que se mantiene por siempre joven y vibrante. Por el contrario, la sesión de fotos que publicó su familia unos días después de su muerte es atrevida y valiente; nos obliga a hacer frente a la edad, la mortalidad, la enfermedad y la decadencia con dignidad.

La vez que lo conocí hace 25 no le pregunté si de verdad había tirado la medalla. Sentía tantas emociones en ese momento que no podía hacer otra cosa que no fuese asombrarme. Un asombro que permanece. Los mejores legados son los más complejos, y las personas más grandes no dejan que su humanidad les impida hacer cosas increíbles. Por todo lo que Muhammad Ali hizo para darnos a mí y a otros muchos la sensación de que se podía lograr lo imposible, por conseguir hacer lo correcto en el momento oportuno, siempre será el más grande. El Rey del Mundo.

En sus propias palabras: cuando muera, seré leyenda.

Lebohang Liepollo Pheko

*La sudafricana Lebohang Liepollo Pheko es Investigadora Senior de Trade Collective, además de economista política, columnista y activista académica.

Fuente: Pambazuka, The meaning of Great: A love letter to Muhammad Ali, publicado el 14 de junio de 2016.

Traducción de Raquel de Pazos Castro y Miguel Borrajo González para Umoya.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Información básica sobre protección de datos
Responsable Federación de Comités en Solidaridad con África Negra +info...
Finalidad Gestionar y moderar tus comentarios. +info...
Legitimación Consentimiento del interesado. +info...
Destinatarios Automattic Inc., EEUU para filtrar el spam. +info...
Derechos Acceder, rectificar y cancelar los datos, así como otros derechos. +info...
Información adicional Puedes consultar la información adicional y detallada sobre protección de datos en nuestra página de política de privacidad.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.