Dificultades de la penetración china en África

Los días 4 y 5 de diciembre, varios dirigentes chinos visitaron el principal distrito empresarial de Johanesburgo (Sudáfrica) y ofrecieron 60 000 millones de dólares para contribuir a la industrialización del continente africano. Más de 40 jefes de Estado africanos asistieron al Foro de Cooperación China-África (Focac). Para mí, lo más impresionante del Focac ha sido el afán de los aliados locales de Pekín. En una demostración sin precedentes de información sesgada, el diario de lengua inglesa (del grupo Independent Newspapers), considerado el más importante de las cuatro ciudades más grandes del país –Johanesburgo, Ciudad del Cabo, Durban y Pretoria– hizo gala desaforadamente de un periodismo “rosa” engañoso. Los reporteros y comentaristas más inteligentes de la cadena Independent estaban desconcertados ante una dura realidad que no se atrevían a mencionar: China ha intensificado el subdesarrollo de África durante el último tercio de siglo.

Como muestra, he aquí una de las frases de un artículo entusiasta publicado en el Sunday Independent por un renombrado experto en relaciones internacionales, Garth Shelton, profesor de la Universidad de Witwatersrand: “El continuo interés de China por África es una gran historia de éxito y constituye un ejemplo positivo de interdependencia cooperativa.” Conviene contrastar esto con la realidad, pues Shelton no es un propagandista del gobierno, sino un académico destacado cuyo discurso argumentativo es hegemónico, por ejemplo cuando dice que “las exportaciones a China sientan las bases del crecimiento económico del conjunto del continente africano.”

Sin embargo, de 2002 a 2011 esto solo fue cierto si el “crecimiento” se mide simplemente por el incremento del Producto Interior Bruto (PIB), sin restarle la pérdida de recursos no renovables (el llamado “capital natural”, que disminuye). Si se aplica esta corrección, se ve que la riqueza de África se agota rápidamente, por no hablar ya de otros “drenajes de recursos”: ruinas ecológicas, desplazamiento social en regiones mineras, corrupción sistémica y graves distorsiones económicas. No así según Shelton: “El aumento de las exportaciones de materias primas a China beneficia significativamente a las economías nacionales.” Pues será que no, ya que incluso el Banco Mundial admitió en su Little Green Data Book de 2014 que, si se contabiliza el capital natural, el 88 % de los países africanos subsaharianos son perdedores netos por las exportaciones de minerales y petróleo.

Además, desde entonces se ha invertido la tendencia de los precios, y ahora el valor de exportación de la mayoría de mercancías es inferior a la mitad de su valor máximo de 2011. Al haber sobreproducido, China ha redireccionado su propia producción de mercancías semifabricadas de vuelta a los países africanos, que antes eran proveedores netos. La empresa siderúrgica más grande de Sudáfrica (Arcelor Mittal, propiedad de un indio) cerró en 2015 cinco fundiciones, y la segunda más grande (Evraz Highveld, propiedad de un ruso) declaró una forma de quiebra. El ministro sudafricano de comercio e industria (Rob Davies, un dirigente del Partido Comunista) se vio obligado a imponer un recargo del 10 % sobre el precio, pese al colapso de la moneda sudafricana, que pasó de 6 rand por dólar en 2011 a 14,5 rand por dólar en la actualidad. Fabricantes de acero frustrados de Nigeria han experimentado algo parecido.

Esta frenética sobreproducción a escala mundial es una de las principales razones por las que la promesa del Focac de la próxima ola de crecimiento económico de África –la industrialización– es una quimera. Las primeras importaciones baratas de China comenzaron hace un tercio de siglo, cuando las políticas de ajuste estructural redujeron la renta disponible de los africanos, diezmando las industrias locales de la confección, el textil, el calzado, los electrodomésticos y los componentes electrónicos. Además, la demanda de petróleo, gas y carbón por parte de los fabricantes chinos es el principal factor –junto con la irresponsabilidad de la Unión Europea, Estados Unidos, India y otros países consumidores de combustibles fósiles africanos– que favorece el cambio climático. Cuando los líderes de China, Sudáfrica, India, Brasil y EE UU firmaron el acuerdo de Copenhague en diciembre de 2009 (un trato antidemocrático, paralelo a las negociaciones en curso en aquellos momentos en Naciones Unidas), sustituyeron las disposiciones de obligado cumplimiento del protocolo de Kioto por compromisos voluntarios. Esto prefiguró el acuerdo de París que ahora entra en vigor, con sus promesas de tres o más grados que garantizan un cambio climático desbocado. Copenhague atrajo a este acuerdo a los BRICS (salvo Rusia).

Shelton expresa su fe en que “a medida que se expande la clase media china, el número de oportunidades de exportación a China será enorme”. Sin embargo, esta idea tiene un problema de fondo: el sobreendeudamiento de esa clase media, y con él, la incapacidad para convertir los activos inmobiliarios en dinero líquido. La estrategia de la clase media de especular con bienes inmuebles ha fracasado ante el estallido de la burbuja inmobiliaria, que ha supuesto una caída del 20 % en 2014-2015, un problema agravado en las ciudades de provincias. La proporción de bienes inmuebles en el PIB (23 %) es en China tres veces mayor actualmente que lo que fue en EE UU en el apogeo de su burbuja inmobiliaria en 2007. En cualquier caso, es sumamente improbable que los países africanos puedan producir bienes de consumo para la clase media en cantidad suficiente para que las economías de escala permitan rebajar los precios. Además, actualmente existe una superabundancia no solo de materias primas suministradas en exceso desde África, como por ejemplo carbón, para las que la demanda de importación china es de 120 millones de toneladas/año de cara a un futuro previsible, tras alcanzar un máximo de 150 millones de toneladas/año en 2013 (una caída del 20 %). Más en general, el comercio mundial también se ha contraído durante el último año, después de permanecer estancado desde 2011.

Aunque Shelton proclame que “África se beneficia del acceso a productos industriales chinos a precios razonables”, las monedas del continente se hunden y los precios de las importaciones suben. La capacidad de China de mantener baratos sus productos se basaba en que su moneda estaba subvalorada artificialmente. Esto resulta ahora mucho más difícil desde que el FMI ha incluido el yuan en la cesta de monedas de reserva mundiales. No obstante, los precios chinos siguen siendo “razonables” porque Pekín pisotea los derechos laborales y la salud de los trabajadores (y prohíbe los sindicatos independientes), daña gravemente los entornos naturales a escala local y global, divide a los trabajadores entre urbanos y rurales al más puro estilo del apartheid y utiliza el marketing como en EE UU para estimular el consumo de productos de baja calidad cuya obsolescencia programada es aún más rápida que en EE UU.

A cambio, dice Shelton, “el comercio entre China y África ha aumentado de tan solo 10 000 millones de dólares en 2000 a más de 200 000 millones en 2015”. Es cierto, con la salvedad de que África experimenta hoy un déficit comercial creciente, así como un déficit de la balanza de pagos, lo que significa que las transferencias de beneficios a las sedes centrales de las empresas multinacionales, occidentales o de los BRICS, provocan el actual déficit por cuenta corriente anual de los países subsaharianos, que asciende actualmente a más de 50 000 millones de dólares (y las transferencias ilícitas agravan todavía más el problema). De 2007 a 2015, la búsqueda de una moneda fuerte para sufragar los crecientes desequilibrios comerciales y de la balanza de pagos dio lugar a enormes préstamos de acreedores chinos a los países africanos. La deuda exterior del subcontinente subsahariano se ha duplicado de repente, sumando 200 000 millones de dólares, y su efecto en los desequilibrios macroeconómicos devastará las finanzas africanas durante muchos años.

La salida típicamente neoliberal de este dilema consiste en abrir las fronteras africanas a más inversión extranjera directa, tal como ha prometido el Focac. A juicio de Shelton, “el aumento de las inversiones chinas en África beneficia a las economías locales y crea nuevas oportunidades comerciales en los mercados nacionales. Las inversiones chinas en hidrocarburos, minería, presas, carreteras y sistemas ferroviarios, así como en infraestructuras y telecomunicaciones, son enormemente ventajosas para el desarrollo de África”. Hubo, en efecto, proyectos beneficiosos durante el breve periodo de auge de la exportación de materias primas, aunque también grandes negocios que revelaban los límites de la tan cacareada inversión en infraestructuras y en la minería. En el África meridional, las principales minas de diamantes de Zimbabue han sido saqueadas por los chinos y los militares zimbabuenses conchabados, la central eléctrica de carbón de Botsuana ha sido un fracaso y la desastrosa expansión de la hidroelectricidad en Zambia acusa la instalación de equipos de fabricación china de mala calidad. Otros notorios megaproyectos fracasados, según el Wall Street Journal, son los de los ferrocarriles chinos en Nigeria (7 500 millones de dólares) y Libia (4 200 millones), de petroleras chinas en Angola (3 400 millones) y Nigeria (1 400 millones) y de inversores metalúrgicos chinos en la República Democrática del Congo y Ghana (3 000 millones cada uno).

“El acreditado modelo de desarrollo de China”, concluye Shelton, “resulta muy atractivo en África, donde los Estados tratan de escapar de la trampa de la pobreza.” Sin embargo, una dictadura centralizada, mano de obra barata que tiene prohibido organizarse, un mercado enorme que todavía está por endeudarse sin remedio, consumismo occidental y el uso de recursos equivalentes a varios planetas son fantasías que apenas llegan a disimular la función que ha decidido desempeñar el Focac. Esa función es sencilla: facilitar el neocolonialismo, con las elites de Johanesburgo, como Shelton, bendiciendo la operación al pretender que no hay colapsos africanos “made in China”.

Patrick Bond     13/12/2015

http://www.telesurtv.net/english/opinion/Chinas-Path-into-Africa-Blocked-20151213-0004.html

Patrick Bond es profesor de la Universidad de KwaZulu-Natal (Sudáfrica).

Traducción: VIENTO SUR

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