Occidente se encuentra entre la espada y la pared

Alymana Bathily-2015-09-08

Si el proteccionismo y la represión han podido servir de políticas migratorias, lo que ha suscitado el miedo y ha jugado con los fantasmas de los pueblos occidentales, la presente «crisis migratoria» pone a Europa entre la espada y la pared, puesto que se enfrenta a sus propios valores de civilización y a sus responsabilidades geopolíticas.

Debemos reconocer que, desde hace mucho tiempo, los «Occidentales», europeos continentales, anglosajones y estadounidenses comparten un reflejo de carácter no sólo xenófobo sino también claramente racista que sale a la luz con bastante frecuencia cuando tienen que recibir a «personas de color» en sus territorios.

Un compañero estadounidense me recordó hace poco que el Congreso de Estados Unidos adoptó en 1882 la Chinese Exclusion Act («Ley de exclusión de los chinos»), «la primera legislación sobre emigración que tenía como objetivo prohibir la entrada al país a un grupo étnico específico», que pretendía impedir la «contaminación de la cultura norteamericana» y conservar los puestos de trabajo…

Hablamos del mismo reflejo que aparece en todas las políticas migratorias que se han puesto en marcha a lo largo de las últimas décadas en todo el mundo occidental: desde Europa, a Estados Unidos, pasando por Australia. Se trata de una forma de frenar físicamente a los «enjambres» de nuevos bárbaros que llegan a las puertas de Occidente. Por eso, se han construido «muros» y alambradas por todas partes.

Desde 1995, se ha rodeado el enclave de Ceuta y Melilla con una muralla doble. Grecia ha erigido más de 10 kilómetros de muros y de alambradas en su frontera con Turquía. Bulgaria está construyendo un muro de más de 100 kilómetros en su frontera sur con este mismo país. Hungría, por su parte, está invirtiendo en la construcción de alambradas de 120 kilómetros de largo en su frontera sur con Serbia. Estados Unidos están edificando desde 2005 un muro que, una vez finalizado, medirá 3145 kilómetros de largo en la frontera con México. Los gobiernos franceses y británicos acaban de descongelar 10 millones de dólares para «mejorar» la barrera de alambradas en la ciudad de Calais con el fin de «proteger» el túnel que atraviesa la Mancha.
Durante este tiempo, afirmamos que el mundo se han convertido en un pueblo único, las mercancías y los flujos financieros no conocen fronteras, Europa establece acuerdos de «libre intercambio» con África y Estados Unidos adopta el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TCLAN) con… México.
En esta misma línea, tanto en Estados Unidos como en Europa o Australia, el discurso racista libre es el que predomina desde hace muchos años en el debate sobre la inmigración y ya no es algo que sostengan solamente los partidos de extrema derecha, sino también los de derechas e izquierdas «tradicionales».
Así, Donald Trump (Ndlr: candidato republicano a la presidencia estadounidense), hablando en nombre del Partido Republicano, puede proponer tranquilamente «deportar» a los 11 millones de Americanos de primera generación. Del mismo modo, la presidenta del Frente Nacional Francés puede denunciar la «sumersión migratoria» de Europa, y el Primer Ministro británico puede hablar de «enjambres» de inmigrantes clandestinos que se ciernen sobre Gran Bretaña. Ahora bien, si el proteccionismo y la represión han podido servir de política migratoria hasta la fecha, lo que ha suscitado el miedo y ha jugado con los fantasmas de los pueblos occidentales, la presente «crisis migratoria» pone a Europa entre la espada y la pared, puesto que se enfrenta a sus propios valores de civilización y a sus responsabilidades geopolíticas.

El problema es que las 300 000 personas que, desde principios de este año, intentan desesperadamente entrar en la Unión Europea por mar o a través de Turquía, no son simplemente migrantes, sino que son refugiados. Son hombres, mujeres y niños que se han visto obligados a huir de Siria, Irak, Afganistán y de Libia, principalmente, por la guerra que destruye estos países desde hace muchos años. Sus casas y las infraestructuras de sus pueblos han sido destruidas, sus vidas están en peligro por los atentados indiscriminados o concentrados. Por tanto, varios millones de personas han tenido que huir de sus países.El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) calcula que llegarán 3 millones de personas tan solo de Siria.

Eso sí, ¿quién podría ocultar la responsabilidad de Europa o de Estados Unidos, principalmente, en las guerras que azotan Irak, Siria, Sudán, Yemen y todo Oriente Medio y que empujan a su gente a los caminos del exilio? Frente a los inmigrantes africanos, no podemos seguir afirmando que se trata de personas perseguidas por la miseria, de la cual los únicos responsables son los gobernantes de sus países de origen. Hablamos de una tragedia humanitaria, consecuencia directa de la agresión y la destrucción causada por Occidente de manera deliberada a Afganistán, Irak, Siria, Libia y Yemen. Hablamos de Derechos Humanos; del derecho de los refugiados establecido en una convención específica de Naciones Unidas, y no debemos olvidar que Europa fue una de las principales en redactar y firmar dicho documento.

Por consiguiente, Europa está en tela de juicio. Debe, aún a riesgo de renegar de sus valores de civilización más básicos, no sólo hacer frente a neonazis y extremistas de todo tipo, sino también a sus propias responsabilidades, haciendo que se respeten los derechos de los refugiados. «Los derechos civiles universales se asociaban a Europa y a su territorio. Si fracasamos en el tema de los refugiados, este vínculo tan estrecho se romperá y Europa perderá la esencia que nosotros representamos», comenta Angela Merkel.

El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), António Guterres, habla de a qué se debe enfrentar la Unión Europea: «Queremos enviar un mensaje común a la Unión Europea: podemos manejar esta crisis. Se trata de 290 000 personas que llegan por mar a Europa, en el que residen 508 millones de habitantes. Esta cifra representa un habitante por cada 1 000. En el Líbano, por ejemplo, ahora un tercio de la población es de origen sirio o palestino. Por tanto, en comparación con otras crisis del mundo, esta es completamente manejable si conseguimos un cierto grado de coordinación, responsabilidad, solidaridad y repartición equitativa entre los países europeos…».

Sin embargo, tal y como ha indicado el Relator Especial de Naciones Unidas sobre los Derechos Humanos de los Migrantes, François Crépeau, Europa no tiene sólo que luchar con más vigor que hasta ahora contra «el racismo, la xenofobia y los delitos de odio frente a los migrantes», sino que además, los dirigentes políticos deben demostrar su «liderazgo moral y político» y definir una política migratoria «más humana, coherente y exhaustiva».

Una política que responda a los retos planteados por los refugiados así como a los planteados por los migrantes económicos permitirá, por un lado, «en colaboración con otros países del norte, crear un programa de reinstalación masiva destinado a ofrecer protección a 1,5 o 8 millones de refugiados sirios y eritreos a lo largo de los próximos cinco años». Por otro, permitirá «la apertura del mercado de trabajo europeo, sobre todo por la concesión de visados especiales para los migrantes, que les permitirá venir a buscar trabajo y volver en caso de que no lo encuentren…».

Además de la formulación y la adopción urgente de dicha política migratoria a la que, sin lugar a dudas, se tendrán que adherir de manera formal y solemne todos los Estados del Sur, mediante la Organización de Naciones Unidas, Europa deberá reconocer que su compromiso en nombre de los Derechos Humanos en la guerra civil de Siria, contra el régimen establecido en dicho país, ha sido contraproducente.

Por tanto, deberá poner fin a su intervención militar sin condición alguna en este país y trabajar para su reconstrucción.

Fuente: http://www.pambazuka.net/fr/category.php/features/95470

Traducción de: Raquel de Pazos Castro

 

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