Mozambique diez años después, un ejemplo de pacificación

Mozambique es un ejemplo para muchos países africanos de cómo realizar un proceso de paz después de una guerra civil.
Cuando se mira hacia los países africanos se puede creer que se está en un mar revuelto por un huracán donde no se puede navegar. Los vientos de la hambruna, guerra, corrupción, calamidades naturales, de los dictadores y bandazos económicos parece que son los únicos que soplan sin dar tregua a nadie. Ante este turbulento escenario, a menudo te asalta la tentación de parafrasear al apóstol Natanael y preguntarse: “¿Del continente africano puede salir cosa buena?” También se puede uno hacer otra pregunta como ésta: ¿Es posible que este continente alcance la paz y la reconciliación? Tal vez la gran tentación es la de dar una respuesta negativa a estas preguntas.
Sin embargo, hoy ya existen en este continente experiencias de algunos países que están viviendo este proceso de paz y reconciliación, como es el caso de Angola y Mozambique. Pero me centraré más en el caso mozambiqueño porque ha sido éste el que he vivido y ya han pasado diez años desde los acuerdos de paz.
Mozambique conquistó su independencia el 25 de junio de 1975 después de diez años de guerra contra los colonizadores portugueses tras una lucha liderada por el movimiento guerrillero conocido como Frente de Liberación de Mozambique (FRELIMO). Los mozambiqueños celebraron su independencia con mucha euforia, ya que para ellos era quitarse el yugo de la colonización, que había sido muy cruel. Pero, poco a poco, el destino se mostró contrario a sus perspectivas porque la liberación no había traído consigo la prosperidad económica y ni siquiera la libertad social. El nuevo gobierno del FRELIMO adoptó la política más rígida del socialismo, que se acuñó como “marxismo científico”. A causa de esta línea dura, se nacionalizó todo: hospitales, granjas, fábricas, escuelas… y hasta las iglesias y las casas de misión y de particulares, quedando todo bajo el control del gobierno. En las zonas rurales, la gente fue obligada a vivir en aldeas comunales. Mozambique pasó a ser conocida como “la Rusia africana”. Con esta situación tan tensa y con la incompetencia de los dirigentes en el poder, se creó un descontento general entre la población que culminó con la formación de la RENAMO (Resistencia Nacional Mozambiqueña). Un grupo guerrillero formado por disidentes de las filas del FRELIMO filocapitalistas y apoyados por el régimen surafricano del apartheid, de la Rhodesia de Ian Smith (hoy Zimbabwe) y otras potencias occidentales en la década de los 80. La RENAMO practicó un sistema de guerrilla basado en el terror y la desestabilización. Es aquí donde empieza la odisea y el verdadero drama mozambiqueños, con 16 años de guerra civil. Se vivía como en una jungla donde la única ley existente era la supervivencia de los más fuertes. Es un país rico en agricultura, pero de sus tierras comenzaron a brotar las minas antipersona y anticarro. De sus mares salía el dinero para comprar las minas y armas. Recuerdo a un anciano catequista que decía: ¿Cómo vivir en paz, si ya se asumió la cultura de la muerte? Nuestros hijos no pueden viajar porque las carreteras son auténticas trampas, corredores de la muerte y cementerios sin sepulcros donde se pueden contemplar los restos humanos.
Con esta dolorosa situación de millares de muertos y con cinco millones de sus hijos viviendo en la diáspora como refugiados en Malaui, Zimbabue, Zambia y Suráfrica, Mozambique recibía un triste premio al ser considerado por Naciones Unidas como el país “más pobre del mundo”, donde la renta per capita anual de sus habitantes no llegaba a 80 dólares. La guerra no hundió solamente la economía sino que también afectó a todas las familias mozambiqueñas que tuvieron que llorar a sus hijos, sin enterrarlos. En aquel entonces se nacía y se moría sin entender el porqué. Las escuelas, que deberían ser centros de enseñanza, pasaron a ser centros de adiestramiento político-militar, donde menores de entre doce y quince años eran capturados y llevados para combatir y a matar a sus propios familiares. En las iglesias y comunidades de base se rezaban los misterios dolorosos. ¿Cómo se iban a rezar los misterios gloriosos si los mozambiqueños se quedaban cada vez más mudos al contemplar el horizonte silencioso? Cuando se sintonizaba la única emisora de radio sólo se escuchaban los cánticos de ritos fúnebres y era el signo de que la muerte había llegado incluso allí donde antes se transmitía la esperanza. El locutor pasó a ser el mensajero de la cultura de muerte con sus anuncios de pillaje y matanza. Y, como escribe Paulina Chiziane en su novela “Séptimo juramento”, “el campeón de esta guerra será el que va a construir su majestuoso palacio imperial con huesos humanos, que se encuentran a toneladas en las selvas de Mozambique”. Y así fue.
Fue en esta situación cuando, desde las orillas del río Tíber de la ciudad eterna comenzó a soplar la brisa matutina donde la paloma de la paz iniciaba su vuelo hacia tierras mozambiqueñas. Eran los primeros encuentros en la comunidad de San Egidio de los dos contendientes de la sanguinaria guerra. Las conversaciones, que se prolongaron durante dos años, bajo la mediación de dicha comunidad y la observación de la Iglesia católica Mozambiqueña, sobre todo del Arzobispo de Beira, culminaron con la firma del Acuerdo General de Paz (AGP) el 4 de octubre de 1992. Merece la pena recordar algunas claves de este proceso de diálogo que son fundamento y ejemplo para otros mediadores que están liderando otros procesos similares en el continente africano. Las conversaciones se hicieron con mucha discreción y sin fijar fechas límite para nadie, porque la paz no podía depender de un calendario. Los momentos informales eran tan importantes como los formales para los negociadores. El aislamiento de todas las fuerzas con intereses en ambas partes fue fundamental. Se sabía escuchar a todos, incluso cuando la propuesta de alguno era inoportuna. Se evitó hacer declaraciones que dañaran la imagen de alguno de los dos lados. No se convocaron ruedas de prensa para “salir en la foto”. Éstos fueron pasos muy grandes que iban de acuerdo con la cultura africana de que la solución se conseguiría oyendo a todos sin prisas por terminar, incluso en los momentos de impasse de las conversaciones. No se debía echar la culpa o menospreciar a nadie, porque todos formaban parte del conflicto y se repartían por igual el grado de culpabilidad. Sólo así tuvo lugar el acuerdo y la paloma de la paz logró posarse en Mozambique.
Desde el día en que se firmó el AGP la sociedad civil ha sido consciente de que, si no forma parte de la solución, entonces forma parte del problema. Tomó las riendas de la situación y empezó a presionar a los políticos para que el proceso de reconciliación fuera irreversible. Para que nadie se proclamase vencedor de la guerra y que nadie acusase al otro, porque no eran los tribunales tampoco la comisión de reconciliación la solución de sus problemas, sino más bien el perdón y correr el velo sobre todo el pasado de los 16 años de guerra civil mirando hacia el futuro. Se han visto guerreros de ambas partes deponer las armas y reconciliarse con sus hermanos desde las aldeas hasta las ciudades, e integrarse en la sociedad sin que nadie mostrase su ira, porque todos nos habíamos comportado como leones y gacelas que se cazaban uno a otro. Comenzaron a escucharse cánticos como éste: “Podéis comprender vosotros, que sois las mujeres y los hombres del mañana, que el secreto del verdadero guerrero no está en su habilidad para desenvainar o mantener en la vaina su espada, sino en el conocimiento de que, cuando decide matar, debe estar dispuesto a morir”. También surgieron entre sus hijos muchas iniciativas laudables para fomentar la convivencia pacífica sin mirar los horrores del pasado, como, por ejemplo, la de transformar las armas utilizadas en la guerra en obras de arte para la paz, como en el famoso oráculo del profeta Isaías “… No se oirá más hablar de violencia en tu tierra ni de despojo o quebranto en tus fronteras…”. Algunos de los ex militares están trabajando para sacar las minas puestas por ellos mismos y utilizando técnicas que jamás se habían usado en ningún país del mundo, técnicas que ya se exportan a otros estados africanos donde este artefacto está causando muertes.
Pero no siempre fue tan fácil convivir con la paz. Hubo momentos en que parecía que la violencia iba a estallar de nuevo en el país. Principalmente después de las elecciones de 1994, donde venció el FRELIMO; las de 1999, también ganadas por el partido en el poder y cuyos resultados no fueron reconocidos por la RENAMO. Otro episodio fuerte fueron las manifestaciones de Montepuez, en cuya cárcel murieron centenares de personas en circunstancias extrañas y aún no aclaradas en su totalidad hasta hoy.
Tras diez años de paz, los políticos mozambiqueños van aprendiendo a discutir sus diferencias en el Parlamento y no en los campos de batalla. A menudo, en momentos de gran tensión, el presidente de la República y el líder de la oposición se ven para dialogar y hallar soluciones a los problemas. Como decía un ex militar, “ésta es una democracia a nuestra manera. Cuando existen grandes conflictos los jefes de los dos partidos mayoritarios se sientan entre ellos sin grandes protocolos o intermediarios, al estilo como de nuestros antepasados desde los tiempos del imperio de Monomotapa y otros reinos, sólo que habíamos olvidado esta tradición tan sabia de que “nadie puede arreglar tu casa”.
Si hace 20 años nadie hubiera soñado con que un día se podría invertir en este país, hoy es tratado como un niño mimado por la comunidad internacional. El partido en el poder ha abandonado su política anterior y ha abierto las puertas a las inversiones extranjeras. Hay una cantidad innumerable de ONGs que ayudan a reconstruir el país, aunque no falta la polémica sobre la ética de estos organismos. Se ha perdonado una parte importante de la deuda, los préstamos del Banco Mundial y el FMI no le faltan, hasta el punto de ser llamado un “muchacho obediente” y su economía crece anualmente del 7 al 8 por ciento.
Si bien los cifras macroeconómicas aparentan una mejoría, sin embargo, resta mucho por hacer para que un simple operario sienta sus efectos. Los puestos de trabajo han disminuido, y los salarios continúan siendo miserables cuando se comparan con la subida de los precios. Mientras tanto, se multiplican los supermercados, como la famosa “shoprite”, pero el poder adquisitivo es lamentable para una gran mayoría. Se calcula que en Mozambique hay un 5 por ciento de ricos, 20 por ciento de clase media, en su mayoría concentrados en las grandes ciudades, y un 75 por ciento que vive una pobreza extrema. Aunque en los campos de la salud y de la educación se han hecho progresos, distan mucho de estar al alcance de todos. Como decía una niña de la zona rural, “más que enviarme la Coca-Cola para que yo compre, ayudadme a pagar la escuela”.
El papel de la Iglesia ha sido siempre clave para la sociedad. Si en el proceso de paz estaba presente de lleno, hoy no ha abandonado a su gente y participa en la reconstrucción del tejido social y de las infraestructuras. Ella apostó más en el campo educativo, que era urgente. Abrió la Universidad Católica con varias facultades en las zonas central y norteña del país, donde no existía una institución de enseñanza superior. Colabora con el gobierno en algunos proyectos de coparticipación escolar, es decir, la Iglesia se encarga de reconstruir o crear escuelas y el gobierno pone los profesores y les paga. De esta forma la Iglesia esta contribuyendo a la educación de la juventud que empieza a abrirse a la aldea global.
Mozambique, gracias por tu ejemplo. ¡Enhorabuena! Buen futuro para tus hijos, pero acuérdate de terminar con el cabritismo (la corrupción).

P. Constantino Bogaio ( MCCJ).

Fuente: Propia.

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